Sexo con Darwin
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Darwin era el chico más guapo de la secundaria. Moreno, no muy alto, flaquito y sin musculatura. Le gustaba jugar al futbol y siempre quedaba muy sudado después de pasar muchas horas bajo el sol. Era un asco como estudiante. Reprobaba, no se preocupaba en hacer las tareas y no se tomaba muy en serio los trabajos en equipo, pero no me atraía su intelecto, sino su cuerpo.
Yo era un estudiante "arriba" de la media. Sacaba de las mejores calificaciones del grupo y estaba pendiente de todas las asignaturas. Prácticamente me la pasaba aburrido todo el día. La secundaria es una etapa fácil y no tuve que esforzarme demasiado para acabarla. Lo interesante de este momento en mi vida fue el despertar de mi sexualidad.
Toda mi infancia me la pase sin ningún interés sexual. No me sentía atraído a las niñas, y mucho menos me interesaban las pláticas masturbatorias de mis compañeros de primaria, que se reunían a comentar como les gustaban ciertas mujeres, y a comentar como era masturbarse. Aunque la parte de masturbarse me llamaba la atención, nunca vi el gusto de hacerlo viendo mujeres desnudas.
En la secundaria despertó mi llama sexual. Muchos de mis compañeros no eran un gusto de verse, pero sus piernas durante la clase de gimnasia, las cuales veía con discreción a la hora de salir al sol, me abrumaban. Sentía una atracción excepcional por los morenitos. Paradójicamente, aquellos que tenían los músculos muy marcados me repelían. Mi apetito era de hombres "normales", no excesivamente flacos ni gordos. Un punto medio, un abdomen liso. Eso me atraía.
Pasé primero y segundo año solamente deseando a Darwin, masturbándome imaginándolo desnudo (¡Cómo me hubiera gustado, en ese entonces, verlo sin su camisa, como hacían algunos de mis compañeros!), soñando con chuparle la polla, con él chupándome el pene… cogiendo. Quería pasar mi lengua por todo su cuerpo, sentir su virilidad húmeda y sudada, quería tener sexo con él…
En tercer año, cuando todos pensaban ya en la graduación, en que preparatoria elegir, en las fiestas de quince años, uno ya escuchaba temas más interesantes durante las conversaciones de las horas libres. Algunos, sentados hasta atrás, hablaban de sus experiencias en las camas. Perder la virginidad, las mamadas, culearse, el sexo anal. Muchos todavía eran vírgenes, y solo podían hablar de como se meneaban sus rabos con un poco de estimulación visual. Darwin era virgen todavía, pero, por lo que escuché, le gustaba mucho masturbarse.
Era un chico muy recluido, tenía pocos amigos y con ellos nunca hablé de sexo. Había las bromas casuales donde me decían que era gay. Eso me molestaba, especialmente porque era verdad y no quería que la gente se enterara. Nadie lo sospechó de mí, claro. Todos pensaban que tenía un voto de castidad, dado que nunca participaba en pláticas sexuales, e incluso dije la mentira de que no me masturbaba.
Darwin debió darse cuenta, alguna y otra vez, que le observaba. Frecuentemente me quedaba mirando sus piernas durante la hora de educación física. Era lampiño, y podía quedarme mirando su gloriosa piel café. Igualmente, los días calurosos que teníamos que llevar el uniforme normal, que, en vez de ser ropa apta para la clase de gimnasia, era una chasarrilla, muchas veces vi de reojo como se desabrochaba la parte del pecho para airearse. No solía llevar una camisa blanca debajo, así que podía deleitar el ojo con su pecho brillante por el sudor.
Uno de los días, ya cerca de terminar el ciclo escolar, estaba en el salón sin compañía alguna más que la de otros de mis compañeros, aquellos que se juntaban a hablar de sexo, Darwin entre ellos. Mis amigos no habían ido, y yo estaba sentado, aburriéndome mientras esperaba la hora de salida. Eran horas libres. Ya habíamos acabado el temario y, prácticamente, solo íbamos a repasos para nuestro examen de ingreso a la prepa y para recibir fechas de la entrega de certificados. Decidí salir del salón y sentarme por los baños más alejados de los salones, que, irónicamente, quedaban cerca de mi edificio, donde había una vista relativamente bonita, por algunos árboles que habían plantado. Disfrutando del silencio, mis pensamientos fueron perturbados cuando alguien se acercó al baño y entró: Darwin. Iba acompañado de otro compañero, alguien que no me simpatizaba en lo más mínimo, así que mantuve mis reflejos sexuales a freno.
Cuando salieron del baño, Darwin me miró de reojo, con un brillo en sus ojos que solo veía cuando hablaba de sexo con sus amigos. Me hizo un saludo con la cabeza, y yo le correspondí, pero pude ver que era algo más que eso. Él y su amigo se fueron a la cafetería y yo me quedé solo, preguntándome que era lo que escondía su mirada.
Más tarde, Darwin se me apareció, solo. La escuela estaba algo desolada, con algunos alumnos paseando de aquí en allá. Casi nunca intercambiábamos palabra, y me extrañó que se me acercara. Se paró a mi lado e inició una plática.
–¡Oye! Quería preguntarte algo.
–¿Si? –Dije, intrigado.
–Sí. Es algo de matemáticas. Como tú eres bueno, y yo no puedo reprobar mi examen extraordinario. ¿Me puedes ayudar?
–Claro –Respondí. Darwin me hizo un gesto y me levanté.
–Antes, déjame ir a orinar, que ya no aguanto –Dijo, y una sonrisa pícara apareció en su rostro.
–Va. Te acompaño, que igual me estoy desaguando.
Los dos entramos al baño. Yo siempre me iba a los cubículos privados, que, aunque eran para cagar, los utilizaba para no cruzarme con nadie, pero, esta vez, fui a los mingitorios con él. Con muchísima discreción pude ver su pene, no muy grande, pero si ancho y algo que me dio una erección tremenda. Intenté esconderla agarrando mi polla y orinando, pero Darwin se dio cuenta.
–¡Hala! ¡Pero si se te paró!
Yo me quedé callado y seguí orinando, intentando pretender que era juego. Darwin me agarró del hombro y me obligó a verlo.
–¡No finjas! Eres puto, ¿verdad? He visto como me miras, como ves mis piernas y como intentas ver mis tetillas cuando desabrocho mi chasarrilla.
Me quedé callado e intenté separarme de él, pero me agarró del brazo con fuerza. Sentía frío por la espina. Él sabía todo. Pensaba que era discreto y si, aunque sabía que me había cachado algunas veces viéndolo, jamás pensé que fuera capaz de deducirlo. Solo pude decir:
–¡Déjame! –La voz se me atoró del miedo.
Darwin sonrió y me siguió agarrando de la muñeca. Bajó un poco la presión y con el otro brazo abrió la puerta de uno de los cubículos privados.
–Métete –Me ordenó y me empujo dentro del baño. El siguió y cerró la puerta.
Dentro, Darwin me fue desabotonando la chasarrilla y respiraba fuertemente en mi cuello. Ya que me dejó desnudo del torso, él se quitó la suya y se bajó los pantalones.
–¿Quieres ser puto? ¡Pues complace a tu papi! –Gritó, y se bajó la trusa, volviendo a exponer su verga. Ahora la pude ver con detenimiento, de unos 14 centímetros y ancha, negra y con algunos pelos en la base. Estaba totalmente parada.
–Chúpamela –Ordenó.
Yo me quedé pasmado. Solamente miraba su polla y respiraba con trabajo. Él, impaciente, me agarró de la nuca y puso mi boca sobre su polla.
–Chupa –Repitió.
Yo, obediente, abrí mi boca y rodeé con mi lengua su falo. El sabor salado, probablemente de los orgasmos de sus masturbaciones y de una mala higiene, me llenó la boca. Le lamía la puntita, y, luego, me metí toda su hombría en la boca. Pasaba la lengua en toda su polla y saboreaba con los labios y gozaba. Sus gemidos me ponían aún más cachondo.
–¡Ahh! ¡Ahhhh!
Darwin agarró con más fuerza mi cabeza y me obligó a chuparle hasta la base de la polla. Sentí que me atragantaba, pero Darwin no me dejaba ir, así que seguí chupando.
–¡Me vengo! ¡Ahhh!
Gritó, y sentí como su polla se contraía. Luego, unos chorros de leche me llenaron la boca. No era demasiada, pero si me llenó mi cavidad. Saca su pene de mi boca y la escupí. Tosía.
Darwin sonreía mientras yo estaba en el suelo, recuperando el aire. Se acarició su pene flácido y luego se agachó. Me tomó de la barbilla con su mano, y con la otra me apretó uno de mis pezones. Sonrió.
–Aún no hemos acabado –Dijo, y, con la misma, me dio la vuelta.
Yo, siendo gay con porno a la mano, sabía a donde iba. Tenía miedo, pero no opuse resistencia.
Me bajó el pantalón y acarició mis nalgas. Luego, cuando recuperó su erección, me bajó mi calzón y me dio una nalgada en el culo. Separó mis dos nalgas y expuso mi ano. Se le acercó y le respiró encima, excitándome.
–Ahora vas a ver lo que es ser un putito –Dijo –. Te voy a bautizar, y serás mío.
Darwin no se preocupó del lubricante, pues su pene estaba todo babeado y lleno de semen. Se puso de rodillas, separó mis nalgas con una mano, y dirigió su polla a mi hollito.
–Por favor –Dije, sin saber si quería que se detuviera, o que siguiera.
Se rio y me nalgueó otra vez. Nunca fuerte, solo lo suficiente para excitarse. Lentamente, metió la punta de su pene.
–Listo –Dijo –. Ahora prepárate.
Yo ya sentía dolor, y le quise decir que se detuviera, pero, de un empujón, Darwin enterró toda su virilidad en mí. Chillé, pero me tapó la boca a tiempo para evitar que alguien nos ollera. Yo lloraba, sentía mi ano destrozado por ese pene que ni siquiera era grande. Darwin me acarició mi pene y dijo.
–Ahora sentirás puro placer, puto.
Y comenzó a culearme. Cada empujón que me daba me llegaba hasta el alma, y cada vez que su pene salía de mi ano para el próximo empujón, era un alivio. Darwin gozaba, estaba gimiendo y su polla se tensaba dentro de mi ano. Mi moreno dejó de acariciarme los huevos y se comenzó a sobar su panza y sus pezones. Siguió metiéndome carga.
Después de un par de minutos, comencé a sentir placer. Al principio no lo entendí, pero cuando Darwin me culeaba, sentía rico. Comencé a desear que siguiera dándome, a pesar de que me aterraba imaginarme como estaba mi ano por dentro. La polla se me endureció, y yo mismo comencé a jalármela.
En ese éxtasis de placer, grité:
–¡Más duro!
Darwin, sonriente de todo ese pudor, me daba en el ano tan duro que escuchaba como su cadera chocaba contra mí. Pronto caí en cuenta que estaba cumpliendo mi sueño. Darwin me estaba culeando, me estaba haciendo su hombre. Ese morenito lindo, de cuerpo lampiño me estaba haciendo gozar. Se había desnudado, le había chupado el pene, y ahora me sodomizaba. Gemí, pero de placer. Mi cuerpo se relajó y dejé que me siguiera cogiendo.
Darwin comenzó a acelerar y a gritar. Sus grititos de placer me ponían loco. Me jalaba la polla, con cuidado de no venirme. Pronto, escuché lo que había esperado desde que le vi las piernas a Darwin por primera vez.
–¡Me vengo!
Y, casi enseguida, sentí su descarga. Esa deliciosa leche me llenó mis entrañas y su calor me inundo el ano. Pude sentir como el líquido salía, sus ráfagas de leche al golpear la pared de mi cuerpo. Esa delicia. Darwin gritó mientras descargaba su semilla en mí, y yo, de tal éxtasis, me corrí en el piso del baño.
Los dos nos vencimos y quedamos en el suelo, él con su pene dentro de mí. Después de un rato, sacó su pollita y quedó en el suelo, jadeando. Yo me volteé y le acaricié sus pezones, mientras lengüeteaba su pene. Él me sonrió.
–Eres todo un puto… Maricón.
Antes me hubiera sentido insultado, pero no le di importancia. Estaba con mi hombre soñado, y había perdido mi virginidad. Seguí acariciando su pecho. Se rio y me dijo.
–Todavía necesito ayuda con matemáticas.
Sonreí, y le contesté.
–En mi casa casi nunca hay nadie… Si me haces tuyo otra vez… y si me chupas la polla.
Darwin se rio y se incorporó. Me volvió a pellizcar el pezón y dijo.
–Puto.
Ese fue el comienzo de una relación que, aunque carente de amor, estuvo llena de cogidas, orgasmos, algunos besos y un beso negro. Darwin, mi amante bisexual, quién tomó mi virginidad…
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