Sexo con Darwin II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Darwin era un pésimo estudiante. A pesar de que intenté ayudarle a estudiar matemáticas, se las ingenió para que, en vez de que me centrará en enseñarle trigonometría, tuviera sexo con él en casi todas nuestras sesiones. Apenas cubríamos un poco del tema y ya me tenía chupándole el pito y abriéndome el culo.
Como no, a la hora de presentar su examen extraordinario, lo reprobó. Dado su historial de mala conducta, sus bajas calificaciones en otras materias y el hecho de que la mayoría de los profesores no le tenían estima, Darwin no pasó de la secundaria. Claro, no le importó.
–Voy a meterme a trabajar con mi primo – Me comentó una vez.
En los próximos meses yo ya me encontraba estudiando en la preparatoria, pero no corté el contacto con Darwin. Muy al contrario, cada vez que él se lograba escaparse de sus responsabilidades nos arreglábamos para que me cogiera en su casa. Sus papás rara vez estaban, y su hermano mayor trabajaba hasta tarde. Nunca fuimos descubiertos.
Fue en una tarde, a finales de mi primer semestre, que se me ocurrió hacerle una visita. Tenía tiempo de la última vez que me había culeado y sentía ganas de descargar un poco de estrés con él.
Darwin trabajaba en el mercado local como asistente de su primo. Todas las mañanas y tardes, Darwin ayudaba a bajar mercancía de camiones, a limpiar la tienda y a vender los productos. Su primo era igual de guapo que él, un moreno larguirucho y lampiño del pecho, pero con unas piernas peludas y bien formadas por el futbol. Mi verga se endurecía cada vez que pasaba por su local.
Donde vivo el calor es generalmente insoportable, y durante el verano la humedad no ayuda en nada. Por eso, constantemente veía a Darwin y a su primo sin su camisa, mi deseo de la secundaria. Sus pequeñas tetillas negras quedaban al aire, y sus pechos sudados brillaban con el sol. Mis fantasías ahora eran con Darwin y su primo, lamer el cuerpo desnudo de los dos, mientras ellos me hicieran lo que quisieran.
–¡Eh, maricón! ¡Viniste!
Darwin salió del local y me saludó. Iba con una camisa blanca sin mangas, manchada por el sudor. Yo le sonreí. En el bullicio del mercado, su primo, quién estaba haciendo inventario, no se percató de mi presencia. Eran las dos de la tarde, muy pronto sería la hora de comer y por esa área del mercado, cercana a donde preparan la comida, siempre se atiborra de gente.
Darwin me introdujo a su local. Su primo me saludó con un gesto.
–Darwin, ya es tarde. Anda con tu amigo con la doña a buscarnos la comida, ¿si? Y dile que en la tarde iré a arreglarle la tubería. Te vas a venir conmigo para que aprendas, ¿oíste?
Darwin rezongó. Aparentemente, seguía siendo un flojo desgraciado. Pero luego volteó a verme y su cara se iluminó.
–Vale. A ver si no tardo. Hoy hay mucha gente.
–Más vale que no. Tengo hambre y falta para cerrar…
Darwin me agarró del brazo y salimos a los pasillos del mercado. El puesto de la doña estaba atascado de gente, pero Darwin no se detuvo a hacer fila. Dimos unos giros por los pasillos hacia zonas donde no había tanta gente. Llegamos a una bodega y me empujó dentro. Rodeado de cajas de ropa y juguetes baratos, Darwin cerró la puerta y puso el pasador.
–Aquí vas a poder gemir todo lo que quieras, maricón. Mira, incluso hay ropa por si rompo la que tienes.
Él hizo un gesto y yo comencé a desvestirme, comenzando por mi playera y terminando con mis calzones. Me quité los zapatos y los calcetines, quedando en cueritos. Darwin sonrió y pasó sus manos por mi cola. Me nalgueó.
–Ahora tú –le dije –. Sabes que gimo más si puedo verte sin ropa.
Darwin rio y me empujó. Se sacó la camisa y luego sus pantalones, dejando su cuerpo moreno a la vista. Su pene estaba erecto y palpitante.
–Ya sabes que hacer, puto.
Me arrodillé y le lamí la polla. Ya que escuché como gemía y que su polla se contraía, me metí toda su verga en la boca.
Le succioné y pasé la lengua por el glande. Con mis dientes le hacía cosquillas en el tronco y paseaba mi lengua por toda su virilidad. Me saqué su pene de la boca para olerlo y solamente dar pequeñas lamidas a su glande mientras masajeaba sus testículos. Darwin me miraba de forma pícara mientras me pellizcaba los pezones.
–Ándale, que quiero correrme en tu boca y luego cogerte hasta que llores.
Me metí de nuevo su pene en la boca y succioné con fuerza. Entre mi chupada, mi lengua y el aliento que dejaba ir para darle más excitación, Darwin comenzó a gritar de placer.
–¡AHHH! ¡Me vengo!
Tres disparos de leche potentes golpearon mi boca. Su miembro palpitaba y el sabor salado de su virilidad inundó mi boca. Yo gocé ese festival de sabor. Saber que era la lechita del morenito que tanto había deseado me estremecía el cuerpo. Cada encuentro sexual con él me llenaba de tanto placer como si fuera mi novio… algo imposible, pues, además de lo mal que se ve la homosexualidad en donde vivo, Darwin era un machito que solo me veía como juguete sexual.
Darwin sacó su pene y me acarició como tal perro. Se sobó un poco la verga y luego me puso a cuatro patas. Abrió mis nalgas y metió su dedo en mi hoyito.
La presión de su dedo, y además una uña que nunca había visto una lima, me dieron una sensación extraña. No era lo mismo que tener una verga dentro (eso es más doloroso y placentero). No me gustó mucho, pero le di el placer a Darwin.
–Ahora vas a ver, puto.
Darwin escupió en su mano y volvió a pasarme el dedo. Una vez que recorrió todo mi ano y lo lubricó bien, agarró su polla y colocó la cabeza de esta en mi culo.
–Prepárate, putito.
Darwin cargó contra mí. Su pene entró y volví a sentir esa sensación de desgarramiento, solo que, ésta vez, al ya estar acostumbrado de tantas cogidas con mi morenito, era puro placer lo que me invadió con la tremenda culeada que me daba. Cada embestida que Darwin me daba me llegaba hasta el alma de puro éxtasis. Mi verga se puso a mil, y me dejé llevar por el placer.
Darwin manoseaba mi pecho con sus manos, pasándolas por mi pecho y mis pezones. Aquel extraño fetiche de él me ponía a tope. Sus jadeos en mi espalda y sus gemidos de placer. Darwin se aferraba a mí y me golpeaba con su cadera, dejando esa verguita suya muy dentro de mis entrañas.
Darwin bombeaba y bombeaba. Desde nuestra primera vez en los baños de la escuela, él y yo habíamos ido aguantando más con cada encuentro.
Aceleró el ritmo. Duro y rápido me iba metiendo su pedazo de carne mientras clavaba sus uñas en mí. Pude notar como estaba por venirse. Temblaba y sus jadeos se entrecortaban. Gimió:
–¡Ahhh! ¡Toma ésta, puto!
Su pene tembló y llenó de leche mi ano bautizado. El calor viscoso inundó todo mi intestino. Unos instantes después de que Darwin se corriera, yo me vine en un orgasmo que jamás olvidaré, manchando el piso de la bodega con un gran chorro de semen.
Darwin sacó su pene y me lo puso en la boca. Se lo chupe y le limpié el semen con mi lengua, ignorando el olor extraño del último lugar donde había estado. Darwin jadeaba y se acostó a mi lado, desnudo.
–Eso es todo, puto… Eres mi perra favorita… Incluso mejor que mi novia.
Me intrigué y le pregunté:
–¿Tienes novia?
–¡Ja! Claro que tengo. Con ella no tengo que esconderme. De hecho, mi primo me da consejos para cogérmela. Lo malo es que no chupa como tú, y su coño no es ni la mitad de rico que tu ano… Además, tengo que usar condón. Luego se encintan y quieren que no las mantenga.
–Entonces… ¿Me prefieres a mí? –Pregunté, esperanzado.
Darwin comenzó a reírse y me nalgueó.
–Los dos son solo para que me los coja. Solo que con ella me la puedo coger a cualquier hora en cualquier momento sin que nadie me diga nada… Contigo, tengo que ir a escondidas… pero tu culo vale la pena, maricón.
Me quedé en silencio. Darwin solo se rio. Luego, inesperadamente, me agarró la polla y comenzó a jalármela.
–¿Qué haces? –Pregunté, extrañado.
–Pagándote. Un mariconazo como tú no puede ir a que se lo chupe una mujer. Como eres mi prostituto, debo asegurarme que me tengas estima.
Darwin me jaló la polla mecánicamente, sin pasión ni empeño. Solamente una corrida ordinaria, pero con el extra de que mi moreno me la estaba dando.
Me vine en sus manos y gemí. Darwin miró asqueado su mano, pero me sonrió.
–Bueno, puto, ya te he saciado tus humores. Vuelve cuando estés como perra en celo y tu papi te dará más vara para que busques.
Tras su comentario, Darwin se dispuso a abandonar la bodega. Entonces, alguien abrió la puerta: un hombre de mediana edad, gordo y con cara de ogro.
El viejo se quedó pasmado: dos jóvenes desnudos, ropa tirada por el lugar y semen en el piso, en mi cuerpo y en la mano de Darwin. Nos paseó con la mirada un buen rato hasta que se fue corriendo.
Darwin estaba atónito, pálido. Con el alma en el suelo, comenzó a quejarse.
–¡Puta madre! ¡Es el viejo de la carnicería! ¡Se lo va a contar a mi primo! ¡Y es todo por tu culpa, puto!
Me quedé impresionado y miré a Darwin, sin decir nada.
–¡Si no vinieras como perra, no me hubieran descubierto! ¡Imbécil! ¡Ándate a meterte pepinos en el culo!
Darwin se puso sus pantalones y su playera y se marchó, cerrando de un portazo. Dejándome desnudo, entre semen y ropa barata.
Esa fue la etapa más difícil de nuestra relación, pero no terminó ahí. Darwin podría ser grosero y gritón, pero no iba en serio que quería desprenderse de mi y mi culo… lo que es más, pronto las cosas se volverían aún más interesantes…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!