SEXO EN TIERRA DEL FUEGO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Emmanuel.
El aeropuerto de Ushuaia estaba completamente nevado, de lejos Matías saludó a un cuarentón, un hombre de agradable presencia y trato cordial. La facha nos indicaba que se trataba de su padre. Matías y su papá se fusionaron en un fuerte abrazo. Uriel y yo esperábamos para presentarnos. Estábamos en la capital de Tierra del Fuego, la provincia argentina más sureña. Esta ciudad es la mas austral del planeta, por eso se le dice también “el fin del mundo”.
Estaba con Uriel en Tierra del Fuego y presentí desde el primer momento que ese nombre iba a ser el más oportuno para expresar la intensa experiencia de amor que viviría. Nos dimos un apretón de mano con Ricardo, el papá de Matías, y salimos del aeropuerto, la nieve comenzó a caer y nos golpeaba suavemente el rostro, subimos al vehículo del anfitrión y partimos para su residencia. Nieve que se transformaría en combustible para avivar nuestro fuego.
Me llamo Emmanuel, tengo 25 años, cutis blanco, cabellos negros y ojos claros, y poseo como características principales, buenas piernas y un culo bien formado que se presentan como objeto de seducción.
Uriel es un chico de 20 años, mas alto que yo, de cuerpo atlético, piel bronceada, ojos verdes y dueño de una larga cabellera rubia que en ese momento estaba convertida en una gruesa trenza que le cae por la espalda. Es poseedor de una bella sonrisa.
Matías es amigo de Uriel, ambos estudian abogacía, es quien nos invitó a la casa de su padre. Ricardo se divorció de su mujer hace 5 años, después de la separación que parece definitiva, se vino a Ushuaia e invirtió en un pequeño hotel. Ricardo tiene un departamento en la planta baja que posee tres habitaciones. Una está ocupada por él y las otras dos era para nosotros.
Uriel tomó la iniciativa y dijo a su amigo: “con Emmanuel compartiremos un dormitorio, así queda a tu disposición el otro para que te muevas con libertad”.
Cuando supe que iba a compartir la habitación supuse lo que vendría.
Llegó la noche, cenamos y después de ver televisión, nos fuimos a descansar.
Con Uriel teníamos un trato: mientras yo no resolviera un conflicto personal, es decir, hasta que no concluyese definitivamente una anterior relación, no tendríamos sexo. Una cuestión de respeto urgía el pacto que hicimos de ir lento.
La primera noche, decidí controlar el momento, y Uriel hizo muchas insinuaciones, varias indirectas, lo vi en la oscuridad ir y venir por la habitación, luego se encerró en el baño, sé que se hizo una paja. Volvió a su cama y se durmió, entonces me masturbé también.
El segundo día “en el fin del mundo” fue hermoso, fuimos al puerto, al museo que fue una antigua cárcel, a los alrededores de la ciudad, jugamos en la nieve, almorzamos en un conocido restaurante, nos dedicamos a pasear. Volvimos cuando ya estaba oscuro. Ricardo nos tenía la mesa preparada. Un buen vino roció la comida. Uriel había permanecido inseparable durante la jornada. Sus ocurrencias me habían hecho reír a carcajadas. Desplegaba con habilidad su capacidad seductora.
La segunda noche. Ya estábamos en la habitación. Uriel se desarmó la trenza y fue a ducharse. Escuché la lluvia de la ducha, luego el secador de cabellos, luego el silencio. A los minutos apareció Uriel, su estampa era despampanante: tan solo cubierto con un bóxer que le ajustaba sus musculosas piernas y le redondeaba su juvenil y generoso trasero, y por delante, su verga se insinuaba en todo su contorno hacia un costado. La desnudez era absoluta. Sus pies descalzos.
Su cabellera caía abundante por todos los costados, con sus innumerables rulitos cortos y largos. Sus dorados cabellos le ensalzaban su bello rostro. Me miró y con la mirada me señaló que el baño ya estaba dispuesto. Uriel se había transformado en un instante en un macho dominante. Me duché, me sequé los cabellos y aparecí con la toalla en la cintura. Me dirigí al placard para cambiarme y sentí que sus brazos me tomaban por detrás. Le dije: “no”, pero el me respondió: “¿por qué no?”. Me desprendió la toalla que cayó en la alfombra.
Mi corazón palpitaba rápido y mi temperatura subió al extremo. Uriel me tiró a la cama y comenzó a besarme el cuello, el vientre, las tetillas, los labios. No se en que momento yo lo estaba abrazando y devolvía con pasión la pasión recibida.
No hubo palabras entre nosotros. Hubo un forcejeo apasionado, queríamos rompernos los labios. Muchos días habían pasado desde la última relación sexual. Uriel hacía trizas el pacto y yo también. Adiós al “acuerdo”, bienvenida la pasión descontrolada.
Gemíamos hasta taparnos uno al otro varias veces la boca para que no se escuchara desde afuera. Nuestra juventud explotaba en la más caliente de las sensaciones del hombre: la excitación. Uriel me dio vueltas, y comenzó a pasar la lengua por mi esfínter bañadito. Me mordió los glúteos. Mientras yo aullaba de placer, él lengüeteaba mi culo y sus manos frotaban mi cintura.
Quise gritar de placer pero no podía. Otra vez me dio vuelta y se sentó en mi vientre, me tomó de los cabellos y llevó su pija a mis labios. Comencé a mamarle. Le chupé la verga como hace rato no lo hacía. El sacaba y entraba su miembro en mi boca. Con mis manos lo detenía para que no me lastimara. Le lamí el glande. Pasaba con mi lengua sobre la cabeza de su pene y él evidenciaba en su rostro el placer vivido. Sintiendo que iba a correrse, sacó su falo de mi boca y puso mis piernas sobre su cuello.
En esa posición mi culo quedaba al descubierto. Ofreciéndose. Los dos queríamos esa penetración. Clamábamos sin palabra por poseernos mutuamente. Los dos nos mirábamos a los ojos intensamente: los suyos verdosos me decían: “quiero penetrarte”, y los míos claros, respondían: “penétrame”. Con su mano orientó la dirección y con las mias abría mis nalgas para facilitar el acceso.
El glande entró. Me dolió. Pegué un grito que lo excitó más todavía. El tronco de su pija iba abriéndose a topetazos. El culo me dolía, pero no quería interrumpirlo. No obstante le pedí que se detuviera un segundo. Me obedeció. La tenía enterrada en mí, hasta la mitad. Nuestras miradas se sonrieron y él entendió que podía seguir. Otra vez pujó y su miembro hinchado fue entrando.
Le musitaba al oído: “quiero más”, y él respondía con un nuevo avance. Hasta que nos dimos cuenta que sus testículos chocaban contra mis nalgas. Su pene estaba totalmente enterrado en mi culo. Me la había puesto hasta los huevos. Él era mío y yo era suyo. Los dos no solo sentíamos nuestros cuerpos unidos, sino la misma agradable sensación de pertenencia. Él comenzó a bombear. El goce creció.
Al sentirme tan penetrado, presentí que estaba por eyacular. Mi pene comenzó a estremecerse y mi semen mojó tanto su vientre como el mío. Uriel como si fuese el rey león, levantó su rostro desafiante hacia el techo y en sofocado alarido bañó mis entrañas. Un orgasmo espectacular que indicaba el final decidido de la adolescencia y el comienzo de una hombría capaz de competir con el más caliente de los machos.
Tras el orgasmo, quedamos exhaustos. Uriel recostó toda su humanidad sobre mi cuerpo, y pegados en la quietud de un lugar tan lejano, nos besábamos serenamente, enamoradamente, como dos novios que recién comienzan. La eyaculación en lugar de ser el final de las caricias comenzó a ser su principio. Ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar al deleite del sexo. Sabíamos sin decirlo, que todas las noches serían vividas de la misma manera.
Matías desde hace 5 años viene en las vacaciones de verano y de invierno a ayudar a su papá en el hotel, ya que es tiempo de alta temporada. Por eso, no nos acompaña siempre en nuestros paseos. Hoy Uriel y yo salimos solos. Alquilamos dos caballos y fuimos a una reserva natural. Enamorados del paisaje nevado nos adentramos en la serranía de Ushuaia, nos detuvimos a descansar.
Uriel me preguntó: “¿te sentís feliz?”. Le miré agradecido a los ojos y le dije: “mucho”
Entonces él me dijo: “quisiera que seas siempre feliz. Tu felicidad me da una razón para vivir. Cuando tenía 16 años, tu personalidad me llamaba la atención. Nunca te enojas, sos un tipo amable. Pero lo que mas me llamaba la atención desde que era un pendejo es tu…trasero” Y se largó a reír, luego continuo: “cierto. Si supieras las pajas que me hice imaginando que tocaba tu culo.
¿Te dijeron alguna vez que tenés cola de mujer?”. “Si – le dije- mi mamá y mi hermana dicen que mas de una chica quisiera tener el culito que tengo”. Los dos reímos. Luego Uriel me dijo: “¿te diste cuenta que Ricardo, el papá de Matías, te mira el culo casi todos los días?”. Le respondí que no, pero no le conté que en dos oportunidades había notado que Ricardo me miraba el trasero. Uriel concluyó: “ese culito es mío, solo mío…y para siempre”.
No había nadie a un kilómetro alrededor. Era un paraje totalmente solitario. Nos pusimos a jugar con la nieve. Nos tirábamos nieve y finalmente nos encontramos jugando a la luchita en medio de esa soledad. Recuerdo que la primera vez que hice el amor con 44 fue jugando a la lucha. Medíamos fuerza, y yo no quería perder, por lo que el forcejeo fue intenso. Rodamos varias veces. Uriel trataba de hacerme comer nieve y yo quería ponérsela dentro del cuello de su camisa.
Hasta que logró imponerse. Me sujetó firme de los brazos y tirado arriba mío, me robó un beso. Le respondí con otro beso, sabiendo que no había nadie a la distancia. Me tocó la pija y le toqué la suya. Estaban ambas paradas, al palo. Comenzamos a acariciarnos sobre el campo nevado. Era increíble: ¡estábamos por iniciar una cogida sobre la nieve! Sin que ninguno lo propusiese, nos encontramos haciendo un 69 a cielo abierto. Cada uno estaba chupando la verga del otro. Disfrutábamos de semejante mamada.
Recalientes, volvimos a besarnos, nuestros cabellos estaban humedecidos por la nieve, y nuestros rostros por la transpiración, resultado de la lucha y el placer. ¡Comenzamos a desvestirnos desafiando a cualquier neumonía! Esta vez, lo monté primero, me salivé los dedos y comencé a metérselo en su orto. Uriel solo atinaba a quejarse no se si de dolor o de placer o es posible de ambos.
Y luego avancé con mi pija hacia su agujero. La cabeza entró de golpe. Uriel gimió, y ya con algo dentro suyo, me acosté encima de él. Él apoyaba una mejilla en la nieve y yo miraba hacia delante, un paisaje todo blanco. La situación me excitó más todavía. El hecho de tener ese cuerpo joven y hermoso a mi disposición, hizo que en cada caderazo fuera abriendo las entrañas de Uriel.
El muchacho arañaba la nieve, y mi pija iba entrando y saliendo de su esfínter sacudiendo los anillos de su ano. Y en el paisaje helado, una lava de semen se esparció por el interior de “mi novio”.
Dicen que el frío entumece el pene. Pero eso no sucedió con Uriel. Lo tenía mas parado que nunca. Me señaló que me pusiera en cuatro patas. Le dije que así me quebraría. Le hice caso. Uriel hincaba con su glande mi orificio y lo sacaba sin penetrar. Hasta que la cabeza de su pija ingresó. Mis brazos no resistieron y caí de codos en la nieve. Mi culo quedó parado y el chico aprovechó la posición.
Se lanzó sobre mí y como ya tenía la cabeza adentro, el envión metió hasta la mitad del tronco. Esta vez grité sin pudor. Nadie me escuchaba. Así que grité fuerte. Uriel reía y gemía con mi alarido. Sentí sus cabellos mojados en mi cuello. Luego lanzó la última estocada y como todas las noches terminé ensartado hasta sus huevos. Uriel quería más, pero imposible ingresar los testículos. Comencé a decir: “soy tuyo, quiero ser siempre tuyo. Sos todo un macho”.
Cuando él escuchó mis palabras, comenzó a bombear frenéticamente y también se dio el gusto y la libertad de un alarido cuando lanzó su semen en las paredes del reto intestinal. Un orgasmo bajo el sol austral y entre las nieves…vaya a saber si tendremos una nueva oportunidad como ésta en la vida.
Sentados en ese lugar, Uriel tomó un mechón de cabellos de su costado derecho y comenzó a hacerse una trencita, mientras yo le hacía otra con un mechón de su costado izquierdo, luego me pidió que atase ambas trenzas sobre su nuca, de modo que su cabellera estaba sujeta con el arreglo de su propio pelo y caía sobre sus amplias espaldas. Subió al caballo y con esa estampa parecía un guerrero nórdico que vi en una película. No había caído el sol cuando ya estábamos devolviendo los caballos.
Volvimos al hotel de Ricardo, cansados, con ganas de estar solos en la habitación. Estábamos desnudos. Uriel acariciaba en silencio con las puntas de sus dedos en medio de la raya que forman mis glúteos. Disfrutaba de esa caricia. Antes de dormir le pregunté: “¿te gusta Tierra del Fuego?”, y él me respondió: “me gusta estar donde esté contigo y en ese caso disfruto del fin del mundo”. Ushuaia nevaba.
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