Siempre (Parte 2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Mi culo ardió como si me hubiesen penetrado con una antorcha encendida, y no se calmó el dolor hasta tres días después de lo sucedido.
Si bien el dolor fue casi insoportable, no puedo negar que en momentos disfruté bastante.
Nunca culpé a Marcelo de nada (aunque pudo ser un poco más amable), pero su rostro solo mostraba profundo arrepentimiento cuando me veía.
Quizás por esa razón no pude enojarme con él… porque realmente sentía lo que había hecho.
En semanas no volvió a tocarme ningún pelo.
Después de un tiempo, fue como si nunca hubiese pasado nada, y volvimos a ser los mismos de siempre.
Pero algo había cambiado en mí.
Había descubierto algo que me hacía sentir nuevas cosas, cosas intensas.
Y, solitariamente, intentaba volver a repetirlas, aunque no podía conseguir el mismo efecto.
Introducía uno o dos deditos en mi nuevamente cerrado ano, a la vez que me hacía una paja.
Eso era sagrado todas las noches antes de dormir, y con el tiempo me hice adicto a sentir algo dentro de mi.
Solo jugaba con mis pequeños dedos, ya que nunca me atreví a introducir algo más grande o ajeno.
Esas sesiones nocturnas fue lo único que cambió en mí, porque no sabía nada más.
No entendía realmente lo que pasaba, y creía que esa sensación solo yo la conocía.
Era como Cristóbal Colón: descubrí algo que miles ya sabían que existía.
De todas formas, sentía muy en el fondo, que no era algo que se pudiera decir libremente, y que no sería muy bien visto.
También descubrí que Marcelo me producía cosquillas en mi bajo vientre, y que su presencia me alegraba instantáneamente.
Mi tío se comportaba muy cortésmente conmigo, intentando compensar lo ocurrido con muchos mimos y regalos.
Un jueves en la noche, llegó mi padre muy agitado y se llevó a Marcelo a un rincón para hablar.
Yo me encontraba lejos, por lo que no pude oír lo que decían, aunque por sus caras supe que era algo malo.
Luego, mi papá se acercó y me dijo que Marcelo se quedaría a dormir conmigo, y que al otro día me explicaría por qué.
Resulta que mi abuela había fallecido y estaban todos con ella, por lo que decidieron dejarme en casa hasta que pasara el shock, ya que no querían decírmelo muy de golpe.
Volviendo a esa noche.
Cuando mi padre desapareció, Marcelo se fue a la habitación de mis padres y encendió el televisor; pidió una pizza y nos acostamos a ver una película.
Adoro la pizza, por lo que ni me enteré de lo que se trataba la película, y solo me dediqué a comer.
Cuando se acabó y levanté la vista, me di cuenta que Marcelo estaba completamente dormido.
Y digo completamente, porque caía un río de baba por su boca y emitía un débil ronquido.
Aun así, se veía muy sexi.
Tomé su cámara (era su tesoro.
Desde que se la regalaron, la andaba trayendo para todas partes) y le tomé una fotografía.
Estuve observándole dormir por un par de minutos, y una parte muy oculta de mí comenzó a enviar ideas extrañas a mi cerebro.
Barrí su cuerpo con mi mirada, y me centré en la protuberancia que había en su pantalón.
Caí en cuenta en que no conocía su pene.
Solo había visto una pequeña parte de su base, pero nada más, mientras que él me había visto completamente (tanto por fuera como por dentro).
La curiosidad estaba tomando las riendas de mi cuerpo, y mi mano se movió hasta su bulto.
La dejé quieta ahí, y supliqué para que no se despertara.
Mi mano comenzó a sudar por el nerviosismo y, sin querer, di un pequeño apretón.
Rápidamente la saqué y miré a sus ojos, pero todavía estaba durmiendo.
No me contenté con eso, y quise ir más allá.
Desaté el cordón que sujetaba su pantalón, y lo bajé unos centímetros, lo suficiente como para que se le viera el inicio del bóxer.
Mi corazón latía al mil por hora, y sentía que la temperatura ambiental había subido drásticamente.
Respiré profundo, introduje un dedo por el elástico de su ropa interior, y lo levanté.
Solo alcancé a ver una protuberancia rosada, cuando escuché una somnolienta exclamación de Marcelo.
Me giré dolorosamente, y me encontré con la atónita mirada de mi tío.
-¿Qué estás haciendo?-preguntó.
-Nada.
– fue la primera respuesta que se me vino a la mente.
-¿Nada? No lo parece.
– una media sonrisa se dibujó en sus labios.
-¿Entonces para que preguntas?
Se incorporó y comenzó a escanearme con la mirada.
Mi rostro seguramente estaba rojo, y bajé la vista mientras él me observaba.
La tensión, la presión y el nerviosismo, me llevaron a un pequeño ataque de pánico y comencé a llorar.
La sonrisa desapareció de su boca y me abrazó.
Hablamos sobre lo que me pasaba y le conté sobre las nuevas sensaciones que tenía, y sobre lo que él me causaba.
Escuchó atentamente y la comprensión se dibujó en sus pupilas.
Me preguntó (aun con arrepentimiento en su voz) sobre lo que había sentido esa vez, y le dije que gran parte me había gustado.
-¿Te gustaría repetirlo?-preguntó extrañado.
– Sé que no fui muy cuidadoso, y por eso me arrepiento bastante.
-Me gustó eso que hicimos y, quizás, ahora pueda ser mejor.
-¿Estás seguro?- aun dudaba.
-¿No quieres?
-¡Claro que quiero! Pero la última vez me sentí muy mal por haberte.
usado.
Y no comprendo cómo es que quieres repetirlo.
-Algo tuviste que haber hecho bien.
– respondí sabiamente.
Al final aceptó.
Fue curioso como los papeles se invirtieron, y era yo quien lo buscaba.
Pero era muy notorio que él me deseaba, solo que la culpa no lo dejaba avanzar.
Y que ahora, al yo tomar la iniciativa, se vio libre de dejar volar su libido.
Lentamente se acercó y sus labios se fundieron con los míos.
Mi boca probó el sabor de las estrellas, y el calor de ellas se sintió en mi vientre.
Es inexplicable la lluvia de sensaciones que puede producir un beso.
Fue como si mi pecho se hubiese inflado repentinamente, sumado a una cálida corriente en mi nuca y a un panal de abejas en mi estómago.
Mis besos no eran expertos, pero él me guiaba muy bien.
Cuando su mano acarició mi cabello y sus dedos se introdujeron en él, sentí que me volvía de goma y me entregué a sus brazos.
A medida que subía la intensidad, me fue desvistiendo, hasta que quede completamente desnudo para él.
Sus ojos me miraron como si no pudiese creer lo que tenía en frente.
Acarició mi tersa piel, de la misma manera en la que tocas algo que temes quebrar y, sin querer, mordí mis labios y cerré los ojos para disfrutar la sensación.
Me sentía drogado por sus caricias, y no quería que terminara nunca.
Dejándome sentado en la cama, Marcelo se levantó y comenzó a desnudarse rápidamente.
Cuando llegó a su bóxer, se lo fue quitando con mucha lentitud, agregándole misterio a la situación.
Sus piernas masculinas estaban esculpidas por sus músculos, su fuerte vientre surcado perfectamente, y una gran protuberancia entre ambos.
El glande fue lo primero que vi, e inconscientemente se me aguó la boca.
Era una linda masa de carne, de color rosa pálido y cubierto hasta la mitad por un suave prepucio.
El grosor y el largo, eran apocalípticamente exagerados para mí (en ese momento).
Estudié cada centímetro y admiré su pequeña y bien cuidada mata de pelos en su base.
Se acercó con esa arma de carne apuntando a mi rostro y, cuando la tuve frente a mí, supe lo que tenía que hacer.
Mis pequeñas manos envolvieron su verga (o eso intenté) y comenzaron a darle un lento masaje.
Miraba fijamente el movimiento que hacía su prepucio contra su glande, y disfruté con el ir y venir de sus poderosos huevos peludos.
Pronto su glande comenzó a llenarse de un viscoso líquido transparente que, al cabo de unos sacudones, dejó completamente brillante la punta de su pene.
Marcelo puso su mano en mi nuca y atrajo mi cabeza hacia su pija.
En un susurro, me dijo que abriera la boca y se la mamara.
Obedientemente lo hice.
En ningún momento lo dudé.
Mi mente solo siguió la orden, sin siquiera detenerse a pensar.
El sabor salado de su fluido inundo mi lengua, causando que mi boca se llenara de saliva.
Me aconsejó ocultar mis dientes con los labios, y succionar lo más fuerte que pudiera.
Lo hice como un autómata.
Con la primera succión, un río de ese curioso líquido, se derramó en mi boca.
Situé su glande en medio de mi paladar y, apretando mucho, di comienzo a la segunda succión que le robó un gemido de placer.
De pronto me encontraba en cuatro sobre la cama y mamándole la verga de forma salvaje a mi tío.
Sus manos estaban en mis hombros, y en cuestión de segundos fueron bajando hasta quedar en mis nalgas.
Ahí, amasaron, golpearon y jugaron con ellas, hasta el cansancio.
Luego de unos minutos así, me hizo girar, dejando mi culo a su disposición.
Separó mis glúteos, y se detuvo a vislumbrar semejante pieza de placer.
Sentí la piel de mi ano estirada, y pronto me estremecí con una pincelada de cálida humedad.
Su lengua era muy hábil, por lo que no le costó hacerme gemir y retorcerme de gusto.
Su boca jugaba desde el comienzo de mi duro penecito, pasando por mis lampiños huevitos, hasta llegar a mi no tan inocente ano.
Cuando sus dedos comenzaron a ganar protagonismo, me puse alerta.
El primero entró con un poco de resistencia.
Con el segundo la resistencia aumento, y empecé a sentir un leve ardor.
Ambos dedos giraban como locos, escarbando en mi interior y tocando puntos que me arrancaban chillidos de placer.
En el momento que empezaba a entrar un tercero, la resistencia aumentó mucho más, y el ardor se convirtió en dolor.
Pero pacientemente, Marcelo supo llevar la situación y, al cabo de un rato, tres de sus dedos estaban en mi interior.
La presión de estos, me provocaba una extraña sensación en mi glande.
Sentía como ganas de orinar, o algo así.
De todas formas, me agradaba.
Sus dedos dejaron mi culo con violencia y, casi al instante, fue rellenado por su lengua.
Mis piernas temblaron, y una corriente eléctrica atravesó las 34 vertebras de mi columna.
Mi ano estuvo lo suficientemente abierto como para dejar que gran parte de su lengua se pudiera introducir en mí.
Mis ojos estaban cerrados, y todo mi cuerpo estaba concentrado en las deliciosas estimulaciones que mi tío me entregaba.
Cuando consideró que era suficiente, la retiró.
Y, después de una breve pausa, supe que vendría lo interesante.
Me giré, y vi cuando tomaba su mástil por la base y lo dirigía a mi agujero.
Mi cuerpo se tensó con el recuerdo de la vez anterior, y Marcelo lo notó.
Me miró fijamente y me dijo algo parecido a esto:
“Relájate.
Disfruta el momento, ama el final”.
Para mí las palabras no fueron importante, sino el tono que utilizó para decirlas.
Su glande hirviendo tocó mi ano, y éste se estremeció ante el contacto.
Mi culito se contrajo como acto reflejo de la electricidad que recorrió mi cuerpo, y pronto estuvo listo para recibir al invitado.
Con la primera presión, mi culo se resistió y el intruso no pudo entrar.
La boca de Marcelo se hundió en mi nuca y aspiró profundo.
Luego fue bajando por mi espalda y depositando pequeños besos que me hicieron estremecer.
Mi ano se relajó y su glande comenzó a entrar.
La penetración era lenta, quizás hasta imperceptible para él, pero yo sentía cada milímetro de su carne, y notaba cómo mi recto se expandía para albergarla.
La presión en mi interior era asombrosa, y estaba seguro que eso era lo que hacía que mi tío gimiera de placer.
El dolor me hacía tener mis ojos cerrados y mi boca apretada, esperando que todo su pene estuviera por completo dentro de mí.
Cuando tocó fondo, un agudo dolor me hizo emitir un débil chillido.
Perdí las fuerzas y caí, quedando solo mi culo en pompa y mi pecho sobre la cama en una perfecta curva.
Los pelos de sus testículos acariciaban mi tersa piel, al igual que los de su pubis.
Marcelo gruñó satisfecho, cruzó sus brazos alrededor de mi cuerpo y descansó en él.
Sentía mi culo lleno y mi corazón palpitaba nervioso.
Sus brazos alrededor de mí, acariciando mi vientre y mi pene, me relajaron.
Mi ano se contraía involuntariamente, ahorcando todo su pollón y robándole sonoros gemidos.
Al cabo de unos minutos, mi tío comenzó a salir de mí con lentitud.
Mi culo se resistía a dejar ir a ese pedazo de carne, y parecía que hubiese estado adherido con pegamento a él.
Noté perfectamente el relieve de su glande cuando iba saliendo de mi ano, y el vacío que éste dejó en mí.
El dolor era soportable, y Marcelo lo mantenía así.
Cuando mi recto quedó vacío, mis paredes anales comenzaron a boquear desesperadas buscando al extraño invasor.
Mi tío volvió a rellenarme, ésta vez con sus dedos, y comenzó a llenarme de saliva.
Su lengua entraba hasta lugares recónditos de mi cuerpo, llenándome de diabólicas sensaciones y obligándome a chillar de placer.
No aguanté más y, con la voz más suplicante que pude, le imploré a Marcelo que siguiera follándome.
No tuve que repetírselo dos veces, ya que al instante su glande tomó posición y comenzó a entrar en mí.
Curvé mi espalda en el momento que la cabeza de su pene traspasó mi resistencia.
Ahogué un agudo gemido cuando golpeó mi punto G, y mi cuerpo entero vibro cuando su pubis chocó contra mí.
Su cuerpo se pegó al mío y sus manos buscaron mi pene.
En segundos, sus labios estaban en mi cuello, y comenzó a embestirme como un toro.
Mi recto era muy estrecho y pequeño para su verga, por lo que cada vez que tocaba fondo, un agudo dolor recorría mi espalda y brotaba en forma de gemido.
Aun así, nuestros cuerpos calzaban perfectos, éramos un individuo.
El movimiento de cadera era mágico y me hacía ver estrellas.
Me calentaba los gruñidos de él en mi oído, y eso me provocaba gemir más para él.
Le gustaba sacar su pene completo y volver a introducirlo con fuerza, y disfrutar de los grititos de placer que yo emitía a causa de eso.
Al cabo de unos minutos, las embestidas se hicieron más intensas y profundas.
Marcelo a cada segundo se volvía más animal, hasta que llegó a la cúspide del orgasmo.
Sacó con salvajismo su pene de mi culo, y en una fracción de segundo, lo introdujo a mi boca.
Eyaculó ahí alrededor de 4 espesos y contundentes chorros de leche que yo, en mi ignorancia, tragué sin dudar.
Recuerdo el particular sabor salado, la textura viscosa, el intenso espesor, y la extraña sensación que quedaba en la garganta después de tragarlo.
Todo esto acompañado de estruendosos gritos de placer por parte de Marcelo, y ruidosos sonidos de succión que emitía mi boca.
Antes de que se le terminara el efecto de su orgasmo, mi tío me tomó cual saco de plumas, y me abrió de piernas.
Escupió en sus dedos y sin más, los introdujo en mi ano irritado.
Comenzó a moverlos pecadoramente, a la vez que con su mano me realizaba un monumental paja.
Mis gemidos se transformaron en quejidos desesperados de placer.
Sentía que iba a explotar, y me dio hasta susto la cascada de sensaciones que me producía.
Empecé a gritar endemoniadamente cuando los roces contra mi próstata fueron feroces, y la estimulación en mi glande se volvía fogosa.
Mi cuerpo se sacudió sin control, mientras mi corazón golpeaba con fuerzas a mis costillas.
Exploté en un orgasmo delirante que me llevó a narnia por unos cuantos segundos.
Solo derramé un pequeño chorro de algo transparente (mi primer orgasmo con “eyaculación”), pero el orgasmo fue el más intenso del mundo mundial.
No les podría explicar con palabras la sensación que me quedó en el culo después de todo eso.
Sentía como si me hubiese follado un ejército entero.
Mi ano estaba rojo por la irritación, y aun se veían vestigios de sangre de lo que todavía faltaba por romper.
El dolor subía hasta mi estomago, causándome un malestar terrible al enderezarme.
Pero todo valía la pena porque había sido genial.
Cuando descansamos unos minutos, Marcelo tomó su cámara y nos tomamos unas fotos, inmortalizando un preciosa escena de ambos sonriendo, con las mejillas coloradas y con una mirada de complicidad.
Luego nos fuimos a la ducha y quedamos listos para irnos a dormir.
Les cuento todo esto porque ya han pasado casi 9 años.
Marcelo es arquitecto, tiene un muy buen trabajo y gana muy bien.
Yo, en mi primer año de universidad, soltero y sin compromisos.
Desde que sucedió eso, y por asuntos familiares, nos distanciamos por un tiempo.
Cuando volvimos a tomar contacto, ya todo era diferente (Marcelo se dio cuenta que lo que hacíamos no era correcto) y esa situación quedó como una especie de tabú.
Cosa que con el pasar de los años se fue olvidando.
Bueno, como dije en la primera parte, todo esto fue una especie de flash back que tuve hace dos noches.
Y lo siguiente ya es acercándose al tiempo presente.
Para una tarea le pedí a Marcelo que me prestara su Mac, ya que el mío estaba en el servicio técnico.
Encontré en una carpeta el logo de Internet explorer.
Me extrañó que estuviera oculto en una carpeta, y recordé un truco que hacían algunas personas, de cambiar los iconos para ocultar cosas.
Hice click y, en efecto, era una carpeta que contenía algunas fotos.
Las fotos que nos tomamos ese día.
Automáticamente los recueros se vinieron a mi memoria, y reviví el calor que sentía en mi pecho en ese momento, mezclada con la efusiva felicidad.
Me sorprendí porque Marcelo aun las tuviera, y se me pasaron un millón de respuestas por la mente.
Después de todos estos años en los que prácticamente se me había olvidado eso, encontraba esas fotos que, al parecer, mi tío guardó con mucha devoción.
De pronto escuché un ruido proveniente de la puerta, y acto seguido, entró Marcelo con apuro.
Se veía la preocupación en su cara, y cuando estuvo frente a mí me sacó del lugar y apagó su Mac.
-¿Después de todo este tiempo?-pregunté sorprendido.
-Siempre.
– contestó, cual Severus Snape.
O algo parecido a eso.
Ahora estoy confundido, y no tengo la menor idea de que hacer.
Lo peor de todo es que me están comenzando a florecer sentimientos que creí extintos, y me están surgiendo dudas extrañas.
¿Será posible que Marcelo nunca se haya olvidado de mí? ¿Habrá guardado silencio por el miedo a lo que la familia pudiese pensar? ¿Habrá pensado que abusó de mí en algún grado? Yo pienso que no, pero a lo mejor el no cree lo mismo.
¿Tengo que decírselo?
Es muy complicado, no sé qué hacer ni qué decir.
Lo único que sé, es que el tiempo a él lo trató muy bien, y cada vez se ve más guapo y varonil.
Le mandaré un mensaje diciéndole que nos juntemos el fin de semana, y espero que de aquí a ese día , yo tenga todo más claro.
De eso dependerá si llega a haber una tercera parte.
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