Su primera vez.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace unos años había entablado una amistad muy estrecha con un vecino mío, Gonzalo(su nombre real me lo reservo). Él al igual que yo tenía 17 años en ese momento, y para ser sinceros tenía el cuerpo mucho más marcado y moldeado que yo. Lo se, porque lo vi en vivo y en directo, nuestra gran relación amistosa me lo permitió. Gonza es rubio, ojos medio claros, metro setenta, tez blanca y una actitud un tanto soberbia y gruñona. Y quizás eso fue lo que me atrajo de él, porque, llevándole la contraria, yo era muy tranquilo y más centrado.
Gonza se quedaba en mi casa y yo en la suya, a dormir. Casi se convierte en ritual que, antes de apagar las luces, iniciaramos una charla sobre lo que nos ocurrió en la semana o sobre cualquier tema. Simplemente era para mantener nuestra relación de contarnos todo siempre. Y en una de esas tantas charlar no pude evitar decirle que yo era bisexual, cosa que lo incomodó, pues era bastante homofóbico. Esa noche sólo se acostó y se durmió sin hacer comentario alguno sobre mi confesión. Yo por mi parte me fui a mi casa a primera hora, pensé que se había arruinado nuestra amistad. Me equivoqué.
Él fue a mi casa ese día, me dijo que a la noche se quedaría en mi casa. Y yo se lo confirmé. Mi esperanza volvió cuando aquella noche, él llegó. Como era casi medianoche nos dirigimos a mi cuarto, cerré la puerta y nos acostamos, en camas separadas. No hubo charla, no hubo miradas, nada. Hasta que rompiendo el silencio incómodo:
-¿Qué se siente hacerlo con un hombre?-Me dijo.
Mis ojos casi salen de mi rostro al oír tan indiscreta pregunta de su boca.
-Depende de qué rol cumpla.-Le respondí, y al parecer desperté su libido dormido, pues al instante quiso que le explicara todo el tema.
Luego de dejarle claro el asunto, volvió el silencio. Hasta que me confesó que era virgen, que nunca lo había hecho, y que a pesar que quería tener sexo conmigo en ese momento no se atrevía por vergüenza. Yo por mi parte, casi perverso, le expliqué como me sentía con él y todo lo que pasaba por mi mente. Lejos de sorprenderse, su mirada reflejó una alegría casi sobrenatural.
-Entonces ¿Lo harías conmigo?-Me preguntó casi sin voz.
Me levante de la cama, metí mi mano bajo los acolchados(estábamos en pleno invierno) y sujeté su miembro que estaba a punto de estallar. Me acerqué al punto de respirar su aire y le dije "Qué crees".
En ese momento comenzó todo, él dió el primer paso para el beso, mientras yo me acomodaba sobre él y nos cubría con los acolchados. Besaba bastante mal, comprobando lo que me había confesado minutos antes. Y sin embargo pronto aprendió a hacerlo bien.
Le quité su Jean y su boxer, y él por su parte me quitó mis pantalones y mi slip. Quedamos frente a frente, cuerpo con cuerpo, semidesnudos. Aprovechando la situación, nos sujeté ambos por los penes y comencé a subir y bajar mi mano, a masturbarnos. Él lo disfrutaba cien veces más que yo, pero no quise quedar atrás así que decendí por su pecho mientras lo besaba. Gonza, que se dió cuenta de lo que iba a suceder, separó sus piernas y se sujeto a ambos lados del colchón. Yo solté una pequeña risa ante su actitud, y él me preguntó arizcamente el porqué de ello. Me excuse diciendo que sólo me gustaba hacerlo con vírgenes. Y Gonza asintió con la cabeza y volvía a dejarse caer sobre el almohadón.
Llegué a mi objetivo: con mi lengua, tras el camino de saliva que dejé en torso, di vueltas alrededor de su glande. Él gemía y eso me excitaba mucho más de lo que ya estaba. Comencé entonces con el mejor sexo oral que jamás había dado, duró más de lo que me imaginé, pero al fin acabó en mi garganta. Luego subí hasta sus brazos, y je consulté qué tal la pasó. Él se inclinó y me besó de una manera muy tierna, y al separarse me pregunto, muy tímido, si podía penetrarme. Yo lo autoricé, por supuesto. Saqué un condón de mi mesa de noche, y se lo coloqué, provocando que volviera a su estado anterior, tieso como piedra. Así sin más, me tiró a la cama y quedando yo boca abajo, él se puso encima de mi espalda. Lentamente fue introduciendo la punta de su miembro en mi ya dilatado (por sus dedos ensalivados) ano. Lo hacia tan tiernamente que ya comenzaba a ponerme ansioso. Le dije que no se contuviera y que lo hiciera como más se le apetecía. Al parecer toqué el punto justo, pues al oírme, me la introdujo de un solo movimiento de cadera. Y lo volvió a repetir incontables veces, me encantó sentir ese estallido hormonal de adolescente virgen. Y se lo decía, incitándolo a que continuará y alimentando a su ego. Quizá estuvimos más de dos horas, pues a pesar de la baja temperatura del ambiente, nosostros estábamos cocinandonos. Y al fin, volvió a estallar ese libido en un orgasmo de placer y dulce prohibido.
Finalizado muestro juego, Gonza me pidió que no se lo dijera a nadie, que quería repetirlo si yo quisiese. Y así fue, se repitió muchas veces. E incluso llegó a dejarse sumisar. Pero esa, esa es otra historia.(FEH)
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