Sueño con Andrés
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por VaronSilente.
Cuando tenía 18 años, frecuentaba mucho la casa de un amigo del bachillerato. Eramos un grupo de cuatro, y a uno de ellos le tengo que un queso que sigue latente incluso hoy. Solíamos quedarnos en casa del que vivía más cerca del liceo, los fines de semana, viendo películas y cosas así. Andrés, el que me tenía encendido, era el más desinhibido. Se quedaba en short, mostrando su cuerpo bien definido. Era medio rellenito, pero tenía un pecho y unos brazos de infarto. Nosotros también nos quitábamos la camisa, y pasábamos el rato chévere. Una noche, luego de pasar la tarde jugando basket, nos fuimos a dormir medio cansados. Yo había pasado toda la tarde mirando furtivamente el cuerpo de Andrés, brillando sudado al sol de la tarde. Moría de ganas por tirármele encima. Con esa imagen en mente, no pude evitar comenzar a tocarme en mi colchón. Dormíamos en el mismo cuarto, así que procuré ser muy silencioso. Jadeaba mordiendo mi colcha, sintiendo mi verga palpitante entre mis manos. De repente, en medio de la oscuridad, siento una mano deslizarse por mi pecho y mi barriga, para luego sujetar con firmeza mi pene erecto. No podía creer lo que pasaba. Mi corazón se desbocó, hasta que oí un susurro medio desesperado a mi oído:
-Sé que pasaste toda la tarde buceándome. Ven.
Era Andrés. Me levanté al toque de su mano y lo seguí por el pasillo a oscuras. Terminamos en el baño. Encendí la luz y allí lo vi, más desnudo que vestido, solo usando un boxer ceñido, con un enorme bulto que crecía a cada instante en su entrepierna. Nos miramos un solo segundo y nos lanzamos sobre el otro. Nos besamos furiosamente, primero la boca, luego el cuello, los brazos, el pecho, el ombligo. Nuestras manos tocaban todo, cada surco en la piel, cada músculo prominente. Él buscó mi nada despreciable culo y comenzó a acariciar mis nalgas. Yo no me soltaba de sus brazos duros. No nos aguantamos más. Le quité el boxer y su verga emergió casi explosivamente. Me lancé sobre ella y la chupé como siempre había querido hacerlo. Sentía sus venas latientes, su piel tersa, su cabeza hinchada. Tenerlo entre mis labios era lo mejor de todo. Él me apartó por los hombros y me sentó en el inodoro. Ahora era su turno de mamármela. Comenzó pasando su lengua por todo él, pero era muy sutil para él, así que se la metió entera y la succionó. Pude sentir el fondo de su garganta y su lengua loca anhelante de semen. Ambos sabíamos que ese encuentro sería breve. El queso era demasiado grande. Dejó de chupar y volvió a poner su cara extasiada frente a la mía.
-¿Te cojo? -fue todo lo que preguntó.
Como respuesta, me levanté y me incliné, asiéndome del lavamanos. Temí el dolor de la primera vez del que todos hablan, pero no me importó. Abrí las nalgas lo más que pude. El gimió. Sentí su verga ardiente ante mi culo. Presionó un poco, pero no se aguantó. Gimió más fuerte y tembló. Largos y calientes chorros de semen fueron a estrellarse a mis nalgas. Se corrió hasta la espalda. Aprovechando su estupor, me volteó y me masturbé freneticamente. Yo también andaba de a toque. Apreté mi pene sobre su pecho y le acabé abundantemente. Sentí que el mundo se me iba por el güevo. Apreté mi cuerpo contra el suyo y hasta su cara fue a parar mi semen. Nos abrazamos, uniendo nuestros cuerpos temblorosos en un solo semen y sudor. Nos dimos un largo beso. Él puso su dedo índice sobre mis labios y sonrió, señalando la ducha con su cabeza.
Ambos sabíamos que aquel breve encuentro sería el primero de muchos.
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