Sugar Daddy (Parte 1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
En ese momento tenía 19 años.
Faltaban solo unas semanas para comenzar el año nuevo y había decidido meterme al gimnasio para tener un buen cuerpo para las vacaciones de verano.
Siempre fui un chico medianamente atractivo, y solía resaltar entre mis demás compañeros por mis característicos rasgos.
Mido aproximadamente 1.67 mts; mi cabello es ligeramente rizado, de un rubio cobrizo que llevo medianamente largo; mis ojos son grises como las nubes en invierno y mi piel es blanca.
Pequeñas pecas decoran alrededor de mi nariz lo que me da un atractivo diferente.
Si bien no me consideraba feo, nunca fui seguro de mi cuerpo.
Eso no me permitía moverme con la libertad con la que muchos hombres se mueven.
A pesar de no ser gordo, siempre tuve unos kilos de más que a lo largo del tiempo me fueron estorbando.
Fue por eso que tomé la iniciativa de entrar al gym y tonificar mí cuerpo.
Luego de un tiempo los esfuerzos comenzaron a notarse y comencé a sentirme mucho mejor conmigo mismo.
Mi abdomen estaba más duro y mi culo lucía más firme.
Comencé a sentirme atractivo.
Empecé a salir más y pronto me hice un grupo de amigos.
Cuando llegó el 31 de diciembre, Robert, uno de los integrantes de ese grupo, me invitó a una monumental fiesta que se celebraría esa noche.
Acepté sin dudarlo.
Me vestí con mi mejor ropa y salí en dirección al lugar.
Había mucha gente afuera esperando por entrar, y la fiesta se vivía en cada esquina del recinto.
Robert me hizo una seña con la mano y caminé hacia él.
Allí estaba Ignacia, Daniela, Benjamín, Gabriel y Robert.
Todos rondábamos los 19-20 años, con la locura a flor de piel.
Apenas entramos las chicas comenzaron a gritar y saltar, mientras que los chicos comenzaron a estudiar el lugar buscando mujeres disponibles.
Noté que no estaba en mi ambiente y que me iba a tener que quedar en la barra mirando como todos bailaban hasta encontrar a algún chico que quisiera bailar conmigo.
Al cabo de un minuto todos mis amigos se perdieron entre la gente.
Intenté buscar a Robert pero lo vi bailando de forma candente con una chica y tuve que volver al asiento.
Pronto todo se me hizo aburrido.
Creí que íbamos a pasar la noche juntos pero ninguno tenía interés de formar alguna conversación entretenida.
Me senté en la barra y pedí una coca-cola, y me senté a mirar las parejas bailar.
Me quedé observando a un chico que bailaba con su novia de forma bastante enérgica.
En cualquier momento tanta fricción entre sus ropas les causaría alguna quemadura de tercer grado.
La chica se movía como si fuera una prostituta con epilepsia que hubiese sido recién inyectada con adrenalina.
Mientras que el chico llevaba una cara de pervertido que me traumaba.
¿Por qué no simplemente se iban al baño a follar y ya?
A los minutos un chico se me acercó.
Aparentaba unos 25 años; tenía cabello negro con rizos, piel blanca y ojos azules.
Una línea de barba bajaba por sus patillas y cruzaba su mandíbula para cerrarse alrededor de su boca.
Era bastante atractivo.
Por un momento, y luego de unas pequeñas miradas, comencé a sentir que quizás la noche no estaba del todo perdida.
-Hola –dijo de forma casual y asiéndose oír por sobre la música.
-Hola –respondí con una sonrisa amigable.
-¿Estás sólo? –preguntó mirando la silla vacía a mi lado.
-No –contesté sin pensar mientras miraba a alguno de mis amigos.
No encontré a ninguno-: Perdón, sí.
Estoy sólo.
¿Y tú?
-¿Por qué estás sólo? –preguntó ignorando lo que yo había dicho-.
No es un ambiente que te favorezca.
-¿A qué te refieres? –lo miré intrigado.
-Ya sabes… Eres gay –dijo-.
Te acomodaría más una fiesta gay, donde puedas encontrar más chicos.
-¿Cómo sabes que soy gay? –le pregunté incómodo.
¿A caso se me notaba mucho?
-Porque no dejabas de mirarle el paquete al chico que baila con la niña de allá –apuntó a la pareja que había estado observando-.
Aunque no sé si están bailando o la chica está siendo exorcizada.
-¿Tú eres gay? –le pregunté.
-Sí, lo soy –respondió-.
Y estoy aquí porque mi hermana me obligó a venir.
Creo que debe estar en algún baño haciéndole sexo oral a algún ebrio.
-¿Qué? –pregunté desconcertado.
-Es una broma –sonrió-.
¿Y tú por qué estás aquí?
-No lo sé –respondí con honestidad.
-Me parece bien –dijo.
Lo miré confundido-.
Es decir, me alegro de que estés aquí.
No pensé tener la suerte de encontrarme con un chico tan guapo.
Creo que es una señal para empezar bien el año.
-¿Tú crees? –sonreí.
Sentí mis mejillas sonrojarse.
-Sí.
¿Te apetece ir a otro lado? –me preguntó.
En ese momento entré en pánico.
Creo que era muy acelerado todo esto.
Apenas lo conocía como para acompañarlo a alguna parte.
¿O estaré exagerando?
-Eh, bueno yo… -miré a mis amigos sin lograr encontrarlos-.
Yo creo que… Eh.
Es mejor que no.
Aún la noche es joven.
Por qué no mejor nos conocemos un poco más.
-Podemos conocernos más en otro lado más tranquilo –insistió mordiéndose los labios.
-Es que no estoy acostumbrado a salir con extraños –dije de forma timida.
-Pues soy Ezequiel, tengo 26 años y soy Ingeniero –me estiró la mano-.
Ya no soy un desconocido ¿Ves?
-Ya… -dije incómodo-.
Es sólo que no tengo mucha experiencia conociendo chicos.
Soy un poco nuevo en esto.
-¿De verdad? No lo parece.
Es decir, eres muy guapo y cualquiera diría que los chicos te llueven –Estaba apelando a mi ego.
No tenía intenciones de aceptar un “no” como respuesta.
-Pues aunque no lo creas, hace poco rompí mi zona de confort –dije-.
Por lo que quiero empezar de forma lenta.
-¿Lenta? ¿Para qué? La vida avanza y no espera a nadie –Se acercó más a mí-.
Anda, ven conmigo.
Lo pasaremos bien.
-Podemos quedar otro día –dije rápidamente-.
Para conocernos un poco más y…
-¿A caso tienes 15 años? Ya somos adultos –interrumpió un poco molesto-.
Sólo será sexo y ya.
-Es que no me apetece eso todavía –comencé a sentirme cada vez más diminuto.
-Pero si… -miró sobre mi hombro y abrió los ojos sorprendido.
Me giré para ver lo que sucedía, pero no encontré nada extraño-.
Está bien.
Conozcámonos mejor.
Hay pocos chicos que quieren darse el tiempo de conocer a alguien antes de meterlo en su cama.
Son todos unos putitos deseosos de verga.
-No creo que eso sea malo –le dije.
Me miró sorprendido-.
Bueno, cada quién vive su sexualidad como quiere.
Mientras sean cuidadosos, bien por ellos.
Y no creo que debamos criticarlos.
-Pero tú… -comenzó.
-Yo sólo soy un chico que recién comienza a conocer este mundo y que quiere tomarse su tiempo para experimentar.
Soy tímido e inseguro, y poco a poco lo iré trabajando –le dije-.
Todas las personas tienen un ritmo distinto, y el mío es más lento.
Le di un sorbo a mi vaso y lo observé mientras él bebía del suyo.
Luego me miró y sentí que me analizó.
Vi en sus ojos como se formaba una opinión de mí, y luego vi lujuria.
Le di otro sorbo a mi vaso y me comenzó a hablar.
-¿Qué edad tienes? -.
-19 –respondí-.
En unos meses cumpliré los 20.
-Son pocos los chicos de tu edad que son tan prudentes cuando se trata de sexo –dijo-.
Mis amigos ni siquiera se preocupaban de usar condón.
Se encomendaban a los santos y comenzaban la faena.
A veces, ni eso.
-Bueno, yo no soy como los chicos de mi edad –respondí-.
Simplemente soy yo.
Único en mi especie.
Y, en este mundo tan pervertido, quiero cuidar mi cuerpo.
-Lástima que no me interese lo que quieras –dijo.
-¿Qué? –pregunté sintiéndome mareado.
-Hoy vas a ser mío, putito –susurró en mi oído mientras sentía que todo giraba-.
Sé que quieres, lo veo en tus ojos.
Pero eres muy inmaduro para aceptarlo.
Yo te enseñaré cosas, y después me suplicarás por más.
-Yo… -No alcancé a terminar la oración cuando todo se volvió negro.
No sé cuánto tiempo pasó ni que sucedió a continuación.
Mi mente volvió al día siguiente.
Abrí los ojos lentamente, la luz daba directo a mis ojos y me incomodaba.
Un enorme ventanal estaba frente a mí con unas curiosas persianas.
Logré ver un cerro a través del vidrio y en su falda, muchos techos de casas y árboles multicolores.
Estaba en una cama que no era la mía y una habitación que no conocía.
Lentamente giré mi cabeza y estudié el lugar.
Toda la pared era de color blanco, mientras que la cama y los mueblas eran de color grafito.
A mi izquierda había una puerta abierta: un walk in closet.
Logré ver numerosos estantes con camisas y abrigos.
Luego de esa puerta, había otra que daba hacia el baño.
Desde mi posición sólo lograba ver algo redondo y blanco que me pareció ser un jacuzzi.
Después estaba la puerta de salida y, justo en la pared frente a mí, y centrada en el medio, se encontraba una enorme televisión.
Comencé a incorporarme, cuando de pronto una cabeza se asomó desde el costado de la cama.
Un señor con barba y ojos verdes, me observó.
Di un grito y me cubrí con las sabanas.
-Tranquilo, tranquilo –dijo levantándose del suelo.
Al parecer había dormido ahí-.
No te haré daño.
-¿Quién es usted? ¿Qué me hizo? ¿Dónde estoy? –pregunté al borde del colapso.
-Te diré todo, sólo cálmate –llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca arrugada.
Había dormido con su ropa puesta.
-¡Aléjese de mí! –le grité cuando vi que caminaba hacia donde estaba.
-Está bien, sólo cálmate –dijo-.
Tranquilo.
No te tapes, estás con tu ropa puesta.
Sólo quité tus zapatillas.
-Yo… -miré debajo de las tapas y, en efecto, estaba vestido-.
¿Por qué estoy aquí? ¿Quién es usted?
-Bueno, yo…-.
-¡Respóndame! –estaba desesperado.
-Lo haría si me dejaras hacerlo –habló de forma calmada.
Me desesperaba que fuera tan educado y condescendiente.
-Está bien, me callaré –le dije-.
Pero quédese allá y no se mueva.
A continuación me levanté y me coloqué mis zapatillas.
Tomé la lámpara y me paré al otro extremo de la habitación.
-¿Para qué la lámpara? –preguntó frotándose la nuca.
-No lo sé.
Seguridad, supongo –respondí-.
Ahora hable.
¿Me violó? ¿Qué quiere de mí? No tengo dinero.
-¡Cierra la boca! –gritó esta vez enfadado-.
Yo nunca he violado a nadie.
Me insulta que digas eso y en mi propia casa.
-Lo siento –dije rápidamente.
-Está bien, no te preocupes –se calmó-.
Sé que debes estar asustado.
No es tu culpa.
Sólo siéntate y escúchame ¿ok? Te prometo que no te haré daño.
Me senté lentamente sin despegar mis ojos de los suyos.
No solté la lámpara.
-Bueno, creo que me hiciste muchas preguntas –comenzó.
Miró la lámpara entre mis manos y sonrió-.
Pero se me olvidaron, así que sólo te diré lo que sucedió y espero que todo te quede claro.
¿Está bien?
-Está bien –repetí.
Sonrió complacido por mi respuesta.
-Bueno.
Estaba sentado en unos sillones un poco más alejados de donde estabas tú.
Yo estaba con un grupo de amigos cuando te vi hablando con ese sujeto.
-¿El de barba?
-Ese mismo ¿Lo conoces?
-No, jamás lo había visto.
Sólo recuerdo que quería que me fuera con él peri no quise.
-Bueno, al parecer no estaba dispuesto a que te negaras.
En un momento algo sucedió, tú te giraste sobre tu hombro, y él con su mano derecha colocó algo en tu cerveza.
Lo miré extrañado y a continuación comenzaste a sentirte mal.
Lucías muy mareado.
El chico se acercó a ti y te quiso levantar para irse.
Sospeché que no tenía buenas intenciones y decidí actuar.
Me levanté y lo interrumpí.
Me intentó espantar, pero me hice pasar por tu padre y te arrebaté de él.
Luego intenté buscar a alguien que te conociera, pero no encontré a nadie.
Así que decidí traerte a mi casa.
No podía dejarte ahí tirado.
Te quité las zapatillas y luego te dejé dormir en la cama.
Yo me acosté en el suelo y me quedé vigilándote.
Tenía miedo de que pudieras vomitar o algo.
-Oh –dije sintiéndome muy mal por haber pensado cosas horribles de él.
-No deberías beber sólo y con extraños.
Se ve de lejos que no eres un chico muy… eh.
No sé cómo decirlo.
Un chico muy inocente o ingenuo.
Eres un blanco fácil.
-Espera ¿Qué? Yo no soy estúpido –dije-.
Primero: No estaba bebiendo cerveza.
Yo no bebo alcohol.
Sólo era una coca-cola.
Segundo: No estaba sólo, mis amigos andaban conmigo.
Sólo que estaban bailando.
Tercero: Él me abordó y me distrajo para que pudiera poner esa basura en mi bebida.
Le pudo haber pasado a cualquiera.
Y cuarto: ¿Se hizo pasar por mi papá? Eso es muy extraño.
-Lo siento, tienes razón, mejor hubiese dejado que ese hombre te llevara y te hiciera lo que sea que te quisiese hacer.
¿Verdad? ¿Qué podría salir mal?
-Está bien, tu ganas –sonreí-.
Muchas gracias por lo que hizo, en serio.
Quizás hasta salvó mi vida.
Y… En serio, perdón por la escena de hace rato.
Estaba vuelto loco.
-No te preocupes –dijo-.
Creo que yo hubiera reaccionado igual.
Por cierto, soy Gerard Bass Davenport, ingeniero comercial.
¿Y tú?
-Soy Carlos Gonzales –respondí sintiendo mi nombre demasiado muggle a comparación del suyo.
Luego me dejó pasar a su baño y asearme un poco.
Lucía terrible.
El baño era del porte de mi casa.
Tenía un jacuzzi a la derecha y una extraña ducha a la izquierda, de vidrio y de forma cúbica, con muchos agujeros en la pared y una pantalla y botones.
Bastante extraña.
Cuando salí, él se había cambiado su ropa y me esperaba con un sándwich.
-¿Quieres desayunar? –preguntó de forma amable.
Llevaba pantalones azul marino, camisa blanca y corbata azul eléctrico.
-No, gracias.
No quiero abusar de la hospitalidad –bajó la mirada un poco decepcionado-.
Pero le aceptaré el sándwich porque muero de hambre.
-Genial –dijo-.
¿Te llevo a casa?
-No, tranquilo.
No creo que sea necesario –dije.
-¿Estás seguro? ¿Sabes dónde estamos?
-De hecho no –respondí-.
No conozco esta parte de la ciudad.
Pero digame donde tomo un taxi y…
-Te llevaré, no te preocupes –dijo-.
De todas formas voy saliendo.
-Yo…
-Vamos, no te hagas el de rogar –sonrió.
-Está bien –sonreí.
Se veía bastante atractivo con ese traje, y me sacaba dos cabezas de diferencia, por lo que tenía que mirarlo hacia arriba.
Subimos al ascensor y me percaté que estábamos en el piso 14.
Por eso sólo lograba ver los techos de las casa.
Bajamos hasta el piso -1 y nos subimos a un auto negro.
Se notaba muy bien cuidado y brillaba de lo limpio.
Por dentro era enorme y muy elegante, seguramente era muy caro.
Me sentí indigno.
Luego de más de 1 hora de viaje, llegamos a mi casa.
Era notable el contraste de las hermosas y gigantes casas de donde él vivía, a las pequeñas y desaliñadas casas de donde yo vivía.
A pesar de que mi casa estaba bastante mejor que las otras que estaban alrededor, no se comparaba con la elegancia de su departamento.
-Muchas gracias por todo, en serio –le dije.
-Fue un placer –sonrió-.
Y, si me permites un consejo, aléjate de esos “amigos”.
Al parecer no son muy buenos.
-Creo que tienes razón –asentí-.
Un amigo jamás me abandonaría de esa forma.
-Bueno.
Espero volver a verte –dijo mientras me bajaba del auto-.
Que estés bien.
-Muchas gracias, tú igual –le dije-.
Y…
-¿Y? –preguntó.
-Es que no puedo dejarte ir –contesté-.
Siento que te debo algo para agradecer.
-Oh, no te preocupes.
En serio.
Déjalo así –dijo.
-No puedo.
¿Le apetece ir a comer algo al “Marriet”? –dije invitándolo a una conocida cafetería de la ciudad-.
Usted dígame cuando.
En serio.
Cualquier día después de las 5 de la tarde.
-Yo, no…
-Por favor –lo miré insistente.
-¿Mañana? –preguntó cediendo con una sonrisa-.
A las 7 ¿Te parece?
-Excelente –sonreí.
-Te pasaré a buscar.
-Genial.
Entonces, hasta mañana.
-Hasta mañana –Y luego partió en su auto.
Entré a mi casa y me recibió mi madre con una cara de enfado.
Le sonreí intuyendo lo que se me venía encima.
-¿Me puedes explicar donde rayos andabas? -dijo mientras me daba un golpe en el trasero cuando iba pasando junto a ella, como lo hacía cada vez que me regañaba por algo-.
¿Para qué tienes celular si no lo usas?
-Se me acabó la batería –me excusé.
-“Se me acabó la batería” –se burló-.
¿Por qué llegas a esta hora? Son las 10 de la mañana.
-Lo siento, mamá.
Es que la Ignacia se sintió mal y la llevamos al hospital –mentí-.
La atendieron súper tarde, y después nos fuimos a la casa de Robert que quedaba más cerca a dormir un poco.
-¿Y está bien? –preguntó ahora preocupada.
-Sí.
No fue grave.
Es sólo que ella exageró un poco los síntomas –seguí mintiendo.
Soy un ser maligno-.
Dijeron que le había hecho mal la cena.
-Ah, qué mal –dijo-.
Bueno, en fin.
Anda a ducharte.
Te ves horrible.
-Mentira –le dije.
-Sí, es mentira.
Mi bebé es hermoso –dijo llenándome de besos.
-Mamá, asume que ya no soy un niño –sonreí.
-¿No quiere más besos? –preguntó dolida-.
¿Me voy?
-Ño –respondí.
Y esta vez, yo la llené de besos.
Al rato me fui a la habitación y encendí mi teléfono.
Esperaba alguna llamada o mensaje de mis supuestos amigos preguntando sobre mi desaparición.
Pero, al parecer, ninguno volvía a la vida después de, seguramente, haberse destruido el hígado bebiendo.
Enojado, entré al baño y comencé a desnudarme para ducharme.
Estudié mi cuerpo y verifiqué que todo estuviera normal.
Pequeños lunares decoraban parte de mi abdomen y pecho.
Eran muy pocos, y me agradaban el contraste que creaban en mi piel blanca y lampiña.
Entré a la ducha y dejé que el agua me bañara.
Sentí mis músculos relajarse, y cerré mis ojos.
Hice una introspección y decidí abandonar mi corto periodo de “cambio”.
Desde que me había liberado, no había tenido ningún resultado positivo, y, al final, me había relacionado con chicos que no tenían el menor interés en mí.
Chicos que sólo les interesaba formar un grupo para bebes y salir a fiestas.
Y yo no necesitaba eso, no era lo que a mí me gustaba.
Yo no era de esa forma.
Me sentí bien con mi cuerpo e intenté vivir la vida que los chicos de las revistas vivían, pero no me fue cómodo.
Me estaba engañando.
Ya hace varios meses me estaba dando cuenta que mis decisiones no eran las correctas: Entrar al gym por una motivación poco saludable, tener amigos sólo para aparentar popularidad, ocultarle a mis padres mi homosexualidad, etc.
Estaba decidido a comenzar el año pensando distinto y actuando diferente.
No iba a forzar nada ni tampoco fingir lo que no era.
Claro que me tomaría un tiempo antes de hablar con mis padres sobre el hecho de que era gay.
Quería pensar mejor lo que diría en el momento.
Ese día continuó bastante bien.
Con mis dos hermanas menores y mis padres, fuimos a la casa de mi tía a pasar la tarde.
Toda la familia se encontraba ahí, por lo que fue un grato momento lleno de rusas y recuerdos.
Fue ideal para borrar esa turbulenta noche.
Bueno, todo excepto a Gerard, quién se portó excelente conmigo.
Al otro día me tenía que levantar temprano para ir a trabajar.
Solía trabajar para mi tía sólo los fines de semana cuando era periodo de clases.
Pero en verano eso cambiaba y lo hacía todos los días.
A las 5 de la tarde estuve libre y me fui directo a mi casa.
Me duché y me cambié de ropa.
Le avisé a mamá que saldría y que me vendrían a buscar para que estuviera atenta.
Le dije que sería el padre de una amiga para evitarme demasiadas explicaciones.
A las 7 en punto ya estaba afuera de mi casa.
Justo mi padre iba saliendo cuándo se devolvió para avisar que me estaban buscando.
-Ya llegó –dijo mi madre mientras yo bajaba por las escaleras.
Rápidamente tomé mis cosas y salí a la calle.
No sin antes prometerle a mi mamá que llegaría antes de las 11 y que no me despegaría del celular.
-¡Hola! –saludó alegremente-.
¿Qué tal todo?
-Buenas –sonreí-.
Todo muy bien, gracias.
¿Y usted?
-Genial –respondió mientras me subía al auto-.
Pero no me trates de “usted”, por favor.
Me siento viejo.
-Oh, lo siento –dije mientras nos poníamos en marcha.
Por la ventana vi a mi madre haciéndome una última advertencia mientras veía su reloj y luego me señalaba.
-¿Qué sucede? –preguntó sonriendo.
-Me regañó ayer por llegar tarde y no quiere que se repita –respondí mientras le hacía una señal a mi madre para que dejara de avergonzarme.
-No luces como un Gonzales –dijo luego de unos minutos en silencio-.
Es decir, no te pareces ni a tu madre ni a tu padre.
-Lo sé –respondí.
Mi madre era blanca, de cabello negro y liso, y ojos cafés.
Y mi padre tenía cabello castaño, piel morena y ojos verdes-.
Soy adoptado.
-Oh.
Perdón por el comentario –dijo incómodo.
-No, tranquilo.
Para mí no es un tema delicado –sonreí-.
Desde pequeño que lo sé, y nunca fue problemático.
Soy uno más de la familia.
-¿Conociste a tus padres biológicos? –preguntó.
Pero luego sacudió su cabeza-.
Lo siento, creo que fui muy entrometido.
– No, no los conocí –respondí-.
Sólo sé que mi padre era de familia escocesa, y que se fue de aquí a Escocia sin saber que mi madre estaba embarazada.
También sé que mi madre tenía esquizofrenia y que falleció por una enfermedad respiratoria.
Al parecer fumaba desde muy pequeña, y con el tiempo esa adicción fue en aumento.
Mi mamá era amiga de mi madre biológica, y se hizo cargo de ella durante ese periodo crítico.
Cuando falleció, ella se hizo cargo de mí.
Yo tenía 3 años.
-Una historia complicada –dijo.
-Un poco –sonreí-.
¿Qué hay de la tuya?
-Cuando entremos te la cuento –respondió.
No me había percatado, pero ya habíamos llegado y era hora de estacionar el auto.
A los minutos ya nos encontrábamos entrando en el restaurant y eligiendo una mesa.
El lugar estaba repleto pero no era ruidoso, lo que permitía una buena charla.
Apenas nos sentamos llegó una linda morena a preguntarnos que nos íbamos a servir.
-Yo quiero un café cargado, sin azúcar con una rebanada de pastel de chocolate –respondió Gerard.
-¿Y su hijo que se servirá? –preguntó.
-Lo mismo –respondí mientras sonreímos de manera cómplice-.
Sólo que mi café sí lo quiero con azúcar.
-¿De verdad parezco tu padre? –me preguntó luego de que la muchacha se fue-.
Yo parezco un ogro al lado tuyo.
-No es cierto.
Eres bastante atractivo -¿Lo dije o lo pensé? Comencé a ponerme colorado.
-Oh, gracias.
Tu igual –sonrió.
Me tranquilicé, aunque tenía una extraña sensación-.
Pero no somos muy parecidos.
En fin, la gente ve lo que quiere ver.
-Supongo –dije intentando evitar su mirada-.
Y bueno, quedamos en que me contaría de su vida.
-Creo que no hay mucho que decir –respondió-.
Mis abuelos eran Ingleses y se vinieron a vivir aquí cuando se casaron.
Sólo tuvieron un hijo, mi padre.
Y este se fue a estudiar Leyes a Europa, donde conoció a mi madre.
Luego, ambos se vinieron a vivir aquí.
Tengo 5 hermanos, donde yo soy el tercero, y no tenemos muy buena relación por lo que no los veo mucho.
Por lo demás, prácticamente vivo sólo.
-¿Prácticamente? –pregunté.
-Bueno, sí –respondió-.
Tengo un amigo que suele estar siempre conmigo.
Es mi compañero de negocios.
Vive dos pisos más arriba, pero casi siempre suele estar en mi departamento.
-Oh, genial –dije mientras nos traían lo que habíamos pedido-.
Debe ser genial.
Mucha fiesta, pasarlo bien, y cosas así.
Deben llover las chicas.
-De hecho no –dijo-.
Soy gay, pensé que era evidente.
-Sí, lo sospeché –sonreí-.
Pero quería oírlo de tu boca.
-Tú eres gay también, ¿verdad? –preguntó.
-Sí, pensé que era evidente –ironicé.
-Sí, lo sospeché.
Pero quería oírlo de tu boca –sonrió.
Y luego yo también lo hice.
Por algún motivo, ahora me sentía más en confianza.
-¿Y tú con tu amigo…?
-No –respondió antes de que terminara la pregunta-.
Bueno, alguna vez lo intentamos.
Pero no soy lo que él busca, ni él es lo que yo busco.
Así que sólo somos muy buenos amigos.
Además, él está saliendo con un chico.
-¿Un chico? –pregunté.
-Sí –dijo mientras miraba su plato-.
Debe de tener unos dos años más que tú.
-Wow –dije sorprendido-.
¿Y él tiene tu edad?
-Sí.
39 años –contestó todavía sin mirar.
-Pareces más joven –sonreí-.
¿Y fue él quién te llevó a esa fiesta?
-Sí.
Yo no quería.
Me sentí incomodo entre tantos adolescentes –respondió-.
Pero Kevin, su “novio”, insistió en que fuera.
Dijo que quería presentarme a uno de sus amigos.
Pero no fue mucho de mi agrado.
Por suerte sucedió lo tuyo y pude huir.
-Que mal –dije mientras le daba un sorbo a mi café.
-¿Qué cosa?-.
-Que no funcionara la cita arreglada.
-Al contrario, fue bueno.
El chico era bastante desagradable.
-Oh –sonreí-.
Una pregunta.
¿Por qué dijiste “novio”? –inquirí haciendo el mismo gesto con los dedos que él había hecho.
-Wow, eres muy perspicaz –sonrió-.
No se te va ninguna.
Y bueno, digamos que es una relación algo complicada.
-Está bien –respondí.
No quise entrar más en ese tema porque era evidente que él tampoco tenía muchas ganas de abarcarlo.
-¿Y tú tienes novio o algo? –preguntó.
-No.
Todavía no tengo la oportunidad de conocer a algún chico decente –respondí-.
Además, hace poco comencé a aceptar mi homosexualidad, por lo que no he tenido muchas oportunidades.
-Oh, no lo sabía.
Los chicos a tu edad suelen… ya sabes.
Son bastante despiertos en el tema sexual.
-Pues yo no –sonreí-.
Aunque sí he tenido algunas experiencias.
De hecho esas fueron las que me terminaron de convencer.
-¿Tú familia lo sabe?
-No, aún no.
Quiero estar seguro, y elegir el momento correcto para decirlo –respondí-.
¿Y la tuya?
-La mía sí –contestó apenado-.
Es por eso que ya no tenemos la misma relación que antes.
-Oh –dije un poco asustado.
-Pero que no te ponga nervioso.
No todas las familias son iguales –repuso rápidamente-.
¿Y a qué te dedicas?
-Estudio y trabajo –respondí-.
De vuelta de vacaciones comienzo el cuarto año en la universidad.
Estudio Psicología.
Y estoy trabajando en la empresa de mi tía.
Hago cosas muy pequeñas, pero trabajo es trabajo y necesito el dinero.
-Debe ser difícil estudiar y trabajar.
Sobre todo porque últimamente las pagas no son muy buenas.
-Es complicado.
Prácticamente no tengo días de descanso.
Incluso las vacaciones, como ahora, las aprovecho para trabajar aún más.
-¿Tienes problemas de dinero?
-Lo normal, supongo.
Por suerte tengo becas que me ayudan por mis buenas calificaciones.
Pero no es suficiente.
Soy un adulto y tengo gastos, y no quiero que mis padres se preocupen por ellos.
Es mejor que usen ese dinero con mi hermana que pronto entrará a la universidad.
-En resumen, eres un buen chico –sonrió-.
Y encuentro genial que te guste conseguir tu propio dinero.
-No lo sé –me sonrojé-.
Intento ser lo mejor posible para ellos.
Es mi forma de agradecerles.
No nos dimos cuenta cuando la hora pasó.
Ya se acercaba mí tiempo límite por lo que tuve que decirle que me tendría que ir.
-¿No puedes quedarte otro rato? Podríamos ir a conversar a otro lado si quieres.
-No, lo siento.
Mi mamá me mata si llego tarde otra vez –le dije apenado por no seguir hablando con él.
Llamé para pedir la cuenta y el me detuvo de inmediato.
-No te preocupes, yo pago.
-No, no lo hagas.
Yo te invité.
-Sí, lo sé.
Pero igual, permíteme hacerlo.
-No, yo cumplo mis promesas.
-Pero…-.
-Sin peros –dije-.
Yo también trabajo y gano mi dinero.
Y es igual de válido que el tuyo.
-Está bien –aceptó avergonzado-.
Pero la próxima vez pago yo.
-Me parece justo –sonreí.
El camino de vuelta se hizo muy ameno.
Ya se notaba más fluidez en la conversación.
Gerard era un hombre muy agradable y divertido.
Me gustaba escucharlo hablar, su voz gruesa sumada a su penetrante mirada de ojos verdes, me hipnotizaban.
Por un momento me sorprendí al tener esos pensamientos por alguien tan… distinto a mí.
Me bajé del auto con el compromiso de volver a vernos otra vez.
Me pidió mi número y comenzamos a hablar por whatsapp.
Pronto pasó a ser mi contacto favorito de la lista.
Todos los días hablábamos desde primera hora de la mañana hasta ultimas horas de la noche.
Tuvo que pasar alrededor de una semana para volver a concretar una nueva salida.
Él había tenido mucho trabajo, por lo que no tenía tiempo para que pudiéramos juntarnos.
Esta vez me invitó a cenar a un restauran cerca de donde él vivía.
Pasó por mí a las 7 de la tarde.
El camino hasta allá se hizo muy corto.
Hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida.
El ambiente era genial, lleno de risas y con mucha confianza.
Pero había algo más, lo notaba, era casi palpable.
Ese día lo vi distinto, más guapo, más jovial… no lo sé.
Sólo sé que me gustaba, y que mi cuerpo comenzaba a responder.
Nos bajamos del auto y lo vi caminar.
Usaba un pantalón de tela negra que le ajustaba perfectamente.
Se notaba que estaba hecho a su medida porque su cuerpo se veía perfecto.
Sus glúteos se veían firmes y se divisaba un prominente paquete en la parte frontal.
La camisa blanca que usaba se ceñía correctamente a su piel, dejando ver una amplia espalda, unos brazos fuertes y un abdomen plano.
Definitivamente quería recostarme en ese pecho.
Apenas entré me di cuenta que había elegido una ropa incorrecta para el lugar.
La mayoría parecía que viniera de un matrimonio o de una gala, porque llevaban sus mejores trajes.
Yo parecía que venía recién saliendo de una fiesta adolescente.
Por suerte Gerard se llevaba toda la atención y me oculté tras él.
Al rato simplemente se me olvidó y me relajé.
Él pidió la comida porque el restaurant era italiano y no entendía lo que decía la carta.
Tenía miedo pedir algo que quizás no me guste, así que termine comiendo una deliciosa Lasaña.
Durante el transcurso me di cuenta que el tiempo pasaba demasiado rápido.
También me percaté que hacíamos mucho contacto visual.
Y también que había sonrisas furtivas que parecían coquetear.
Además lo descubrí mirándome el trasero cuando me levanté al baño.
¿Qué estaba pasando? Ese hombre doblaba mi edad ¿Dónde me estaba metiendo? ¿Por qué me gusta tanto? No sabía responderlo, pero definitivamente quería continuar.
Eran las 12 de la noche cuando decidí que era momento de irme.
Gerard insistió en que aún la noche era joven y que me quedara un rato más.
Le dije que el viaje hasta mi casa era lejos, así que no podía quedarme más tiempo.
Fue ahí que le vi una traviesa sonrisa.
-Pero quédate en mi departamento –dijo sonriendo con inocencia-.
Queda muy cerca de aquí.
Y mañana a primera hora te llevo al trabajo.
-No lo sé –dudé.
Era evidente el trasfondo de la invitación.
Él no lo diría directamente pero ambos queríamos hacerlo.
Obviamente me iba a hacer el difícil.
No quería entregarme en bandeja-.
Es bastante conveniente que tu departamento quede cerca… Pero quizás mi madre no me de permiso
-Pero yo la llamo y le digo que te quedaras –respondió.
-Puede ser que funcione –dije-.
Para ella tú eres el padre de mi amiga.
-¿Es un sí?-.
-Está bien.
Fue más fácil de lo que pensé.
Mi madre aceptó con la condición de que no faltara al trabajo.
Creo que grité por dentro, y sé que en el fondo Gerard también lo hizo.
Estuvimos cerca de media hora ahí y luego nos fuimos a su departamento.
Me sentía demasiado nervioso.
Mis piernas estaban inquietas y en mi vientre volaban mariposas, abejas y toda clase de aves.
Se sirvió whisky y me entregó un vaso con coca-cola.
Se sentó en frente de mí, con las piernas ligeramente separadas y con su vaso en la mano derecha, mientras que la izquierda la posó en su pierna.
Evité hacerlo, pero de todas formas vi ese bulto aprisionado dentro de ese ajustado pantalón.
-Se ve linda la ciudad desde aquí –dije rápidamente mientras miraba por la ventana.
Él sólo sonreía.
-Creo que yo tengo una mejor vista –automáticamente mi rostro ardió.
Sentí como poco a poco mis mejillas se sonrojaban.
Gerard me miraba fijamente y sonreía.
Lo disfrutaba, en realidad.
Le gustaba ponerme nervioso.
-Eh… yo –no sabía qué decir.
Mi voz temblaba.
-¿Estás nervioso? –preguntó con voz seductora.
Eso me colocó aún más nervioso-.
Sabes que no pasará nada que tú no quieras, ¿verdad? No te sientas presionado.
-… -la temperatura de mi cuerpo comenzó a subir.
¿Cómo le digo que quiero que pase de todo? ¿Por qué mi timidez es más fuerte que yo?
-¿Estás bien? –preguntó acercándose.
El movimiento de su bulto era hipnotizante y eso que aún no estaba erecto.
Se acercó a mi oído y muy, pero muy lentamente susurró-: ¿Quieres dejar esto aquí por hoy?
Mi cuerpo vibró completamente.
Fue como si su voz hubiese encendido un interruptor dentro de mí.
Un interruptor que sólo él podía presionar.
De pronto tuve un pick de adrenalina y tomé su fuerte mandíbula.
Sin seguirlo pensando, le estampé un beso.
Su barba rozaba mi suave piel y sus labios aprisionaron los míos.
Sentí que flotaba, pero pronto me di cuenta que él me estaba tomando.
Me tomó como si fuera una pluma, y atrapé su cadera con mis piernas.
En un pestañeo nos encontrábamos en su habitación.
Su lengua hervía y bailaba junto con la mía.
El sabor del alcohol en su boca no me desagradó, y le dio un toque que me colocó aún más hot.
Sus dientes mordían mi boca con profunda sensualidad.
A veces besaba toda mi mandíbula para terminar succionando el lóbulo de mi oreja.
Eso provocaba que mi erección quisiera romper mis pantalones.
Sus ojos verdes con largas pestañas me poseían.
Provocaban que me quisiera rendir ante él.
Sus manos se hundían en mi cabello ligeramente largo.
Jugaba con él y me lo jalaba suevamente.
Cada vez que lo hacía y que sumaba esa succión en mi lóbulo, provocaba que gimiera para él.
Sólo Dios sabe cuánto le excitaba que gimiera, lo notaba en como la intensidad de sus movimientos aumentaba y en la forma en me veía.
Al cabo de rato, me bajó de sus caderas y se sentó en la orilla de la cama.
Sólo así lograba bajara mi altura.
Acarició mi cabello y mis mejillas.
Su mano continuó bajando hasta llegar a mi cadera.
Tomó mi ropa y comenzó a subirla por mi vientre mientras besaba cada centímetro.
Su barba rozaba mi piel y sólo me provocaba gritar de placer.
Amaba el contraste que se formaba en mi blanca piel cuando me la succionaba.
Pronto, pequeñas marcas rojas y húmedas la decoraban, desde mi bajo vientre hasta mis tetillas.
Sus manos recorrieron mi costado y masajearon mi cuerpo, sin despegar sus ojos de los míos.
Besó mi pecho a la vez que comenzaba a desabrochar mi pantalón.
Cerré los ojos y abracé su nuca.
En un segundo estuve completamente desnudo para él.
Tomó mi pene y, al sentir el calor de su mano, gemí y temblé.
Besó mi ombligo y bajó hasta mi pubis, donde encontró sólo una pequeña mata de cabellos rojizos.
Hundió su nariz allí y aspiró mi juvenil aroma.
Luego abrió su boca y acarició con su lengua mi glande.
Antes de que lograra procesarlo, se lo engulló completo.
Sentí mis piernas perder la fuerza, pero me sostuvo y me mantuvo de pie.
Su mano izquierda jugó con mis lampiños testículos y disfrutó de mis gemidos.
Mis dedos se enterraron en su cabello con la esperanza de que no se detuviera nunca.
Era genial sentir su lengua caliente acariciando cada centímetro de mi verga, y sentir su barba rozar toda mi zona púbica.
Luego de un rato se despegó y supe que vendría mi turno.
Le pedí que separara sus piernas y caminé hasta quedar entre ellas.
Quité su corbata y comencé a desabotonar la camisa.
Lentamente fui descubriendo fuerte pecho y abdomen.
No tenía los músculos marcados a la perfección, pero sin duda era duro y fuerte.
Un abdomen de macho leñador, con un poco de pelo en el pecho y con un marcado camino de la felicidad.
Tomé su barbilla y lo besé para evitar enfriarnos.
Automáticamente sus fuertes manos rodearon mi culo, apretándolo con deliciosa desesperación.
Me miré en el espejo que se asomaba desde su closet y contemplé la escena.
Sin duda era inusual, algo que jamás pensé que pasaría.
Me veía tan pequeño e infantil al lado de él, un hombre adulto hecho y derecho.
Pero me encantaba.
Coloqué mi mano en su pecho y lo empujé para que se recostara en la cama.
Me arrodillé entre sus piernas y comencé a desatar sus zapatos.
Luego desabotoné su pantalón y lo bajé con todo y calzoncillos.
Una gruesa verga se irguió frente a mis ojos.
De un ligero color moreno, con un gran glande rosa, una gran mata de vellos rizados y dos enormes huevos colgantes.
No estaba seguro, pero ese pedazo de carne de seguro rondaba los 20 centímetros de largo con, según yo, unos dolorosos centímetros grosor.
Su prepucio ocultaba parte del glande que ya estaba más húmedo que el mío.
Me acerqué con timidez y toqué con mi lengua ese viscoso líquido.
Lo hice mientras él me miraba atento a mi reacción.
Su sabor ligeramente salado me inundó y me hizo querer más.
Tomé su miembro con ambas manos y retraje su prepucio descubriendo la totalidad de su glande.
Más pre semen salió debido a ese movimiento.
Una gota comenzó a descender por el tronco y la atrapé con mi lengua.
Lentamente fui subiendo hasta la punta y luego atrapé su glande con mis labios.
Hice contacto visual y poco a poco me la fui tragando.
Su grosor me hacía abrir mucho más la boca, y su longitud no permitía que consiguiera meterme más de 3/5, aunque con mucho esfuerzo.
A medida que avanzaba su boca se abría para gemir.
Sus ojos se ponían blancos pero luchaba para seguir mirándome.
No quería perderse esa fabulosa escena.
No imagino lo morboso y erótico que debió ser para él que un chico principiante se estuviera engullendo su verga.
Lentamente comencé el movimiento, y al instante sus dedos se apoderaron de mi cabeza.
Tomó el mando y empezó a marcar el ritmo.
No despegué mis ojos de los suyos.
Descubrí que eso lo derretía aún más.
Algunas arcadas provocaron que pequeñas lágrimas aparecieran en mis ojos.
Pero no fue suficiente como para detener lo que estaba pasando.
Con un poco de esfuerzo logré tragar un poco más de su miembro, sintiendo satisfacción al ver su cara de placer.
Después de unos minutos me permitió descansar y respirar.
Sentía mis ojos rojos por el esfuerzo y la boca cansada.
Pero me sentía demasiado excitado.
Me acarició la mejilla y limpió la humedad producida por mis lágrimas.
Le sonreí para hacerle saber que lo estaba pasando genial.
A continuación se levantó y me lanzó sobre la cama.
Tomó mis piernas y llevó mis rodillas hasta mi pecho.
Mi corazón comenzó a latir más fuerte y mis respiraciones aumentaron.
Me producía un gran morbo estar así de expuesto para él, pero me causaba más placer saber que él disfrutaba de mí.
En ese momento sentía que mi deber era darle placer y cumplir sus órdenes.
A medida que su boca se acercaba a mi culo, más sentía que mi pulso se aceleraba.
En el momento que su lengua jugó con mis testículos descubrí que me encontraba jadeando.
Sus ojos verdes encontraron los míos y, sin despegar la mirada, dejó caer saliva sobre mi centro.
Gemí a la vez que mi ano se contraía debido a lo caliente de su saliva.
Poco a poco su cabeza se perdió entre mis piernas, y comencé a prepararme para lo que venía.
Su barba contra mi piel fue lo primero que sentí, y cuando su lengua rozó mi ano gemí de gusto.
No puedo describir con palabras lo bien que lo hacía.
Con cada lamida me retorcía como si fuera una babosa a la que le echan sal.
Mordía mis nalgas y lamía mis huevos, no dejando ningún lugar sin atención.
Cuando mi pequeño ano se encontraba con la humedad suficiente, comenzó a trazar círculos con su dedo pulgar.
Con su mano izquierda tomó firmemente mi verga, mientras que con su pulgar derecho empezó a hacer presión.
Mordí mis labios cuando su dedo comenzó a entrar en mí.
Me miró para ver mi reacción y me lanzó una sonrisa complacido.
Me derretía la forma en que me miraba, sentía que sus ojos me atravesaban y veían más allá de mí.
Y me encendía la manera en que contemplaba mi cuerpo, como si fuera lo más hermoso que hubiese visto jamás.
Luego se alejó y dejó caer mis piernas.
Se montó sobre mí y me cubrió con su cuerpo.
Su verga se enterraba contra mi abdomen amenazando con atravesarlo.
Sus labios atacaban mi boca reclamando soberanía, ahogando mis gemidos causados por sus numerosas caricias.
Era hermoso sentir su cuerpo contra el mío, la calidez y el sentimiento de protección era embriagante.
Mis manos acariciaban su espalda hasta bajar hasta sus fuertes glúteos.
Apreté sus nalgas con fuerza, queriendo arrancar un pedazo de ellas para atesorar el momento.
Con un rápido movimiento, y tomándome como si fuera un juguete, me colocó boca abajo y separó mis piernas.
Pasó su mano por mi cadera y la levantó para dejar mi culo expuesto.
Con sus dedos pulgares separó mis nalgas y se hundió entre ellas.
A continuación, cuando humedeció la zona, introdujo su dedo índice.
Comenzó a moverlo y a rozar de manera intensa las paredes de mi interior.
Todo lo sentía genial y, de forma automática, mi culo se acercaba más a él como si estuviera pidiendo más y más.
Gerard entendió la señal.
-Ay, Carlitos… -susurró con su voz gruesa-.
¿Quieres más?.
Suplícame más.
-… más… -gemí a penas-.
Quiero más, por favor.
Al instante siguiente, otro dedo se sumó.
Mordí mis labios y gemí.
Una pequeña gota de dolor me hizo dar un salto, pero es que tenía gruesos dedos de macho que provocaban que mi ano se expandiera aún más.
Ambas falanges se movieron como si tuvieran vida propia dentro de mí.
Tocaban ese glorioso punto que causaba que mi cuerpo entero respondiera con un espasmo de placer.
Pero quería más, quería todo.
-Más… quiero más –dije sin creer que esas palabras hubiesen salido de mi boca con tal desesperación.
-¿Sí? ¿Más? ¿Estás seguro? –preguntó mientras sus dedos golpeaban con intensidad mi próstata-.
Grítalo.
-¡Sí! ¡Por favor! ¡Más! –supliqué.
Retiró sus dedos e introdujo su lengua completamente.
Mi cuerpo se desestabilizó otra vez, pero ahí estaban sus manos para afirmarme.
A continuación sentí su grueso miembro entre mis nalgas.
Apegó su pelvis a mi culo y me abrazó cubriendo todo mi cuerpo.
Mordió mi cuello y espalda mientras frotaba todo el largo de su verga en mi ano, como haciéndome saber que todo eso estaría pronto dentro de mí.
Se apartó nuevamente y tomó su miembro para apuntar a su objetivo.
Su glande hizo contacto con mi ano y supe que no estaba lo suficientemente preparado para albergar ese monstruo.
Pero ya estaba hecho, lo había suplicado.
Ahora sólo tenía que relajarme y aceptar lo que viniera.
Escuché que escupió y a continuación sentí su saliva caer contra mi piel.
Su glande la esparció y dio tres fuertes golpes en mi ano que resonaron con humedad por toda la habitación.
-Espero que estés preparado –dijo con la voz cargado de excitación mientras me daba una potente nalgada.
-Sí lo est… ¡Argh! –gruñí su glande comenzó a enterrarse entre mis pliegues.
Era un terrible dolor agudo que se propagaba hasta por todo mi canal rectal.
Una lágrima salió de mi ojo por el dolor.
-¿Quieres que pare? –preguntó.
-Si lo haces te mato –respondí firmemente.
El dolor era casi insoportable, pero no como para que me rindiera ante el.
-¡Ese es mi chico! –comentó orgulloso, lo que me dio aún más fuerza.
Fue una deliciosa tortura esa primera etapa, pero había logrado aguantar que su glande entrara completamente.
Lo sentí palpitar fuerte y caliente, mientras mi anillo anal se cerraba espasmódicamente alrededor de él, causando que Gerard gimiera y se mordiera los labios.
De pronto sacó su verga y dejó mi culo descansar brevemente.
Sentí el vacío que dejó en mí y el alivio, pero, curiosamente, quería volver a tenerlo dentro.
Sus dedos entraron sin ningún problema y masajearon mi interior.
A continuación entró su lengua para lubricar, y rápidamente, introdujo su miembro.
Esta vez se deslizó de una forma más tolerable, aunque sólo al principio, porque a medida que avanzaba comencé a sentir un nuevo tipo de dolor.
Sentía que su miembro era interminable.
Un dolor electrificante sentí en lo más profundo de mi culo cuando hizo tope.
Creí que ese tremendo miembro me iba a partir, pues sentía todo mi interior expandido hasta el límite.
Quizás era mi poca experiencia, pero, en ese momento, temí desgarrarme por completo.
Cuando estuvo todo adentro, Gerard me volvió a abrazar lanzando un largo gruñido de placer.
Besó mi columna y ascendió hasta mi oído.
-Estás tan apretado, pequeño –jadeó de forma morbosa mientras me enterraba aún más su miembro-.
Siento que quiero partirte… Quiero marcarte.
Quiero que tu culo sea sólo mío y que se amolde a mí.
Tu cuerpo, tu rostro de ángel… me hacen querer pervertirte de la forma más pecaminosa posible.
– Ha… Hazlo –mi voz tembló cuando lo dije-.
Por favor….
Hazlo.
-No, bebé –dijo mordiendo mi lóbulo-.
Por mucho que quiera oírte gritar y verte retorcer de placer, no quiero dañarte.
-Pero yo quiero… quiero que lo hagas –ronroneé, mientras que trazaba círculos con mi culo contra su pelvis-.
Sólo en ti confío para arriesgarme a hacer esto.
Márcame… Hazme lo que se te antoje.
Esta noche quiero entregar mi cuerpo a ti.
Lo que pasó después fue alucinante.
Fue como si el mismísimo demonio poseyera su cuerpo.
Sus manos me rodearon y pellizcaron mis tetillas con fuerza, para luego bajar por mi abdomen hasta mi verga babeante.
Si aviso alguno, comenzó a embestirme con fuerza animal.
Mi carne estaba tan adherida a su verga debido a mi estreches que, cuando retiró su verga, creí que saldrían mis entrañas junto con ella.
En segundos, mis gemidos se transformaron en gritos de placer.
Entre más dolor sentía, más placer recibía.
Era loco y enfermizo, pero tremendamente delicioso.
Gerard era un toro poderoso.
Sacaba su verga, introducía su lengua y dedos, para luego enterrarme su miembro hasta el fondo, quitándome la respiración.
Con su mano izquierda me tomó del abdomen y me enderezó, de forma que mi espalda se adaptara a la curva de su abdomen.
Mi cabeza descansó sobre su hombro mientras el mordía mi cuello y gruñía rabioso contra mi oído.
Con su mano derecha batía mi verga, mientras yo sólo nadaba en un éxtasis demoniaco.
Mis ojos estaban cerrados y mi boca abierta.
No tenía control de mi cuerpo, era su muñeco y me controlaba a su antojo, pero, aun así, mi cadera se movía con vida propia para acompañar sus constantes estocadas.
De pronto comencé a sentir el orgasmo recorriendo mi cuerpo.
Mi respiración y mi pulso se descontrolaron.
Introdujo su dedo medio e índice en mi boca y los dejó allí cuando comencé a correrme, mientras que con su otra mano me masturbaba.
Mis chorros de semen comenzaron a salpicar por todas partes mientras yo no dejaba de convulsionar.
Caí rendido y me sostuvo en sus brazos.
Salió de mí y me levantó.
Me cargó hasta su baño y me recostó sobre el mármol de su lava manos, de tal forma que su espejo quedaba junto a mi lado izquierdo.
Con su mano derecha recolectó el semen que goteaba por mi glande.
Luego, tomó mis piernas con su mano izquierda y las levantó para dejar a la vista mi agujerito.
Introdujo sus dedos embarrados con mi semen y a continuación deslizó su verga hasta el fondo.
Fue en ese momento en que me di cuenta que sus dedos habían salido manchados con mi sangre.
Me miró esperando alguna reacción de mi parte, pero sólo le sonreí invitándolo a continuar.
Sus embestidas resonaban entre los azulejos del baño.
Vi mi reflejo en el espejo y no me reconocí.
Mi rostro tenía una extraña expresión… Lujuria, morbo… Placer.
No lo sé con exactitud, quizás era una mezcla de todo.
Sólo sabía que no era el rostro del niño dulce e inocente que había sido antes de entrar al departamento.
Mordí mis labios cuando contemplé el movimiento de Gerard a través del espejo.
Era una delicia ver como sus músculos se marcaban en sus brazos, abdomen y muslos con cada embestida.
Nuestros ojos se encontraron en el reflejo y supe que ya venía su orgasmo.
El movimiento se hizo más rápido y profundo.
Su cara se acercó a la mía y capturó mi labio inferior con su diente.
Tiró de el mientras gemía y me embestía como un animal fuera de control.
No dejó de tirar y morder hasta que su respiración se hizo dificultosa marcando el pick de su corrida.
Sentí un ardor y una extraña sensación de viscosidad en mi interior.
Su rostro descansó en mi pecho mientras besaba una y otra vez mis tetillas y cuello, sin para de agradecerme y alabarme.
Miré mi rostro en el espejo y descubrí que mi labio sangraba, pero no sentía ningún dolor.
Mi corazón zumbaba y todo mi cuerpo estaba cubierto en sudor.
Tanto del de él como del mío.
Al salir de mi interior sentí que un río de líquido salía por mi ano.
Sentí un vacío enorme cuando su verga me abandonó y mi anillo muscular boqueó desesperado, como si fuese un pez fuera del agua.
Su mástil estaba cubierto de semen y sangre, y me miraba con cierta pesadumbre.
Intenté ponerme en pie para asearme, pero mis piernas no respondían.
Todo mi cuerpo gritaba de dolor y cansancio.
Me tomó en sus brazos y me llevó hasta el cubo de cristal que era su ducha.
Tecleó algo en su pantalla y el agua comenzó embestir contra nosotros desde todas las direcciones.
Durante todo momento me mantuvo cerca de él, rodeado por sus brazos para no caer.
Me besó bajo el agua y me acarició el rostro.
Le sonreí para tranquilizarlo y comunicarle que estaba bien.
Me abrazó aún más fuerte.
Luego, me cargó hasta su cama y me tendió en ella.
Quitó lo que estaba sucio y lo reemplazó por cubiertas limpias.
Se recostó junto a mí y coloqué mi cabeza en su pecho como yo había fantaseado en algún momento.
Su brazo rodeó mi cabeza y su mano se posó en mi abdomen.
En un suspiro, ambos nos dormimos.
Unos pasos perturbaron mis sueños y a continuación una voz.
-¡Oh! Al fin te conseguiste un putito –dijo una voz ronco.
Una risita estúpida le hizo coro desde atrás.
Lentamente abrí los ojos y descubrí que era de día- .
Espero que te salga más barato que el mío.
-Cobro lo que valgo, papi –dijo el dueño de la risita.
-Es cierto –contestó dándole una grotesca nalgada-.
Ahora ve con el puto de Gerard y tráigannos el desayuno.
-Espera, ¿qué? –pregunté incorporándome del shock.
-No se cuestionan las ordenes, ¿acaso Gerard aún no te educa? –espetó de forma grosera.
-¿Perdón? –No podía creer lo que estaba escuchando.
-Sólo vete a hacer lo que te dije –mandó sin hacer caso de lo que yo decía-.
O yo mismo te castigaré –proclamó apretándose el paquete de forma morbosa.
-Luís… -intervino Gerard al ver mi expresión de shock.
-Finalmente de decidiste por uno joven, ¿eh? –sonrió petulante-.
¿Qué edad tiene? ¿18 o 19? No importa.
Es bastante atractivo –Kevin, su “novio” hizo un gesto incómodo cuando escuchó eso.
-Yo me iré de aquí –dije sintiéndome profundamente ofendido y engañado.
¿Acaso yo era un juego para él? ¿Me quería para que fuera su putito personal? ¿Quería que fuera su toy boy? Ahora entendía porque la relación entre su amigo y Kevin era complicada.
Luis, seguramente, mantenía a Kevin y le cumplía sus caprichos a cambio de que este fuera su puto personal.
¿Por eso Gerard era así conmigo? ¿Quería impresionarme con su dinero?
-Te salió con carácter –se burló Luis-.
No temas pequeño, con Gerard somos amigos y compartimos todo.
-Oh… -miré a Gerard y luego a Kevin.
Gerard me devolvió una mirada de pánico al entender lo que yo estaba pensando.
-No es… yo –tartamudeó-.
Espera, no te vayas.
Puedo explicar…
-Buh, espero que no te haya cobrado demasiado –continuaba Luis-.
Con ese poco nivel de obediencia, mejor te hubieses quedado con uno de los amigos de Kevin.
Andrés, el chico con el que hablaste en la fiesta, quedó muy interesado con la oferta que le diste.
Pero insististe en buscar por tu cuenta.
– Carlos no me cobró nada –dijo Gerard.
-¿Conseguiste la muestra gratis? Bien hecho.
Eres un genio para los negocios.
Así no te arriesgas a hacer un contrato con quien no debes.
Con este, por muy guapo que sea, te aconsejo no volver a llamarlo -.
-¡Cierra la puta boca! –gritó Gerard-.
Carlos, no te vayas… Esto no debía ser así.
Me vestí rápidamente y salí del lugar.
Intenté con todas mis fuerzas no llorar pero una vez estuve en la calle, mis lágrimas salieron.
Me sentí sucio, usado, traicionado, violado… ¿Cómo fui tan estúpido de confiar en un viejo millonario desconocido? ¿Acaso creyó que estoy desesperado por dinero? ¡Dios! Soy tan estúpido.
Por eso tantas preguntas personales.
Quería saber que tan necesitado estaba para ofrecerme alguna oferta tentadora.
De seguro ya es un experto vigilando jovencitos.
Quizás me tenía en su mira desde hace tiempo y sólo esperó a atacar y ganarse mi confianza.
Quizás… él mandó a ese chico el día de la fiesta para que me drogara…
¡Me quiero enterrar vivo!
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