Sugar Daddy (Parte 3)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
-No es necesario que me mientas.
Él no está aquí escuchando –estaba muy cerca de mí.
Una erección comenzaba a divisarse en su pantalón-.
Vamos, no te hagas el difícil.
Quizás Gerard todavía no te pague, pero yo puedo hacerte regalos fabuloso.
Quedará en completo silencio.
¿Te gustaría un Macbook? Kevin ya tiene uno.
De seguro se te haría útil para la universidad.
O un Iphone –tomó mi mano y la llevó hasta su paquete-.
Te lo daré si…
-Aléjese de mí –me paré enojado y sacudiendo mi mano como si hubiese tocado algo asqueroso-.
No quiero nada de usted.
¿De verdad es amigo de Gerard? Porque no lo parece.
¿A caso no cree que él tenga algo que le pueda llamar la atención a alguien más? Es un hombre serio, guapo, inteligente, absolutamente generoso y empático….
-Pero tú eres un chiquillo…-.
-¿Y eso qué? Soy bastante mayor para decidir por mí mismo.
No soy un adolescente que no sabe manejar sus sentimientos.
No soy un niño inocente.
Sé lo que quiero, y lo quiero a él.
Con dinero o sin el –le dije alterado pero sin elevar la voz-.
Espero que le quede claro.
Me retiré indignado a la habitación.
No volví a salir hasta que Gerard se despidió de Luis y se fue a la cama.
-¿Sucede algo? –preguntó al ver mie expresión.
-No me agrada mucho Luis –dije.
Se acercó a mí y me envolvió con sus brazos.
-¿Te dijo algo? –Susurró a mi oído.
-No… -mentí-.
Sólo no me agrada.
-No lo tomes en cuenta –dijo-.
A veces dice cosas sin pensar.
-Oye… -tenía una pregunta rondando mi mente-, ¿Tu… y Kevin?
-Hmm –se aclaró la garganta y se revolvió incómodo-.
Yo… bueno.
Eh…
-No te preocupes –le dije rápidamente-.
No me enojaré.
Fue antes de… bueno, ante de que yo llegara.
-Exacto –inspiró profundo sintiéndose más aliviado-.
Sucedió algunas veces.
Hubo un tiempo en que tuve tratamiento por una depresión ¿sabes? Tomaba antidepresivos, ansiolíticos… Fue una época difícil.
Pero Luis siempre intentaba animarme, porque había veces que ni siquiera me preocupaba de trabajar.
Casi perdimos algunos negocios.
-Fue grave, al parecer –señalé.
-Mucho.
No me daban ganas de comer, ni me interesaba en mi limpieza personal.
Habían oportunidades en que pasaba días sin bañarme y con la misma ropa.
Sentía que no merecía la pena nada –la luz de la luna atravesaba la ventana y pintaba la mitad de su cara-.
De pronto, un día sábado, llegó Luis con Kevin.
Luis me dijo que un amigo de él se lo había presentado.
Desde entonces el ambiente cambió.
Y, para no desentonar, me uní a ellos y comencé a salir.
Al tiempo, Luis nos propuso la idea y yo pues… acepté.
Es decir, Kevin es un chico bastante guapo y sabe cómo provocar.
-Oh… -intenté fingir que no me daban celos.
-Pero tú eres mejor –sonrió-.
Tú me haces esperar, me haces observar.
Dejas cosas a la imaginación y… Simplemente eres mejor.
Kevin es más explícito y va directo al grano.
Además, era otro momento de mi vida.
Estaba desesperado por sentir algo.
Se repitieron en un par de ocasiones, pero luego desistí.
Kevin le gusta ser el centro de atención ¿sabes? A veces es un poco egocéntrico.
Al principio no era así, pero Luis lo mal acostumbró.
En el fondo sé que es un buen chico, pero se le fueron los humos a la cabeza.
-Claro –asentí-.
A veces, cuando la gente tiene mucho dinero de forma tan fácil, suele perder el norte.
-Exacto –dijo mientras me abrazaba nuevamente-.
Pero a Luis no le molesta… Creo…
-¿Tú permitirías que… Luis… y yo…? –pregunté tímidamente.
-Por supuesto que no –dijo rotundamente-.
Es totalmente diferente.
Entre Kevin y Luis había sólo un acuerdo monetario.
Entre nosotros hay sentimientos.
Jamás lo permitiría… ¿Por qué?
-Eh…Por lo que tú decías sobre Kevin.
Me quedó esa duda –disimulé.
No le iba contar la propuesta de Luis.
-Ah.
Aunque bueno, últimamente está de moda los tríos y esas cosas más liberales –dijo-.
Pero es complicado.
De todas formas no me molestaría si lo hacemos juntos, un trío tú y yo y alguien más, porque nunca te dejaría participar sin mí mientras estemos juntos.
Donde mis ojos te vean, jovencito.
No confío en que alguien te pueda cuidar mejor que yo.
Sonreí.
Me acerqué a él y me acoplé a su cuerpo.
Mi culo todavía ardía y aún podía sentir el vacío en mi interior.
Luego, sin que me diera cuenta, me quedé profundamente dormido.
Desperté cuando sentí que Gerard me besaba la frente.
Abrí los ojos todavía medio dormido, y lo vi alejarse.
-A las 8:30 llega Magdalena –me dijo antes de salir-.
Ya hablé con ella, así que no te preocupes.
Le dije que te tratara como un rey.
Espero llegar al almuerzo.
Antes de que me diera cuenta, ya me había vuelto a dormir.
Volví a despertar cuando sentí movimientos a lo lejos.
Abrí los ojos y descubrí una luz brillante que bañaba todo el cuarto.
Eran las 9 de la mañana.
Me vestí y salí de la habitación.
Mi estómago crujía.
Entré al baño y me lavé la cara.
Necesitaba un cepillo de dientes.
Esperaba que hubiese algún lugar cerca para comprar uno porque no podía estar sin lavarme los dientes.
Caminé hasta el living y la vi en la cocina.
Era una mujer de unos 40 años; pelo castaño y muy rizado, ligeramente regordeta, y de aspecto amable.
Usaba un delantal celeste con blanco y llevaba su cabello amarrado colgando por su hombro.
Estaba lavando las cosas que habíamos ensuciado la noche anterior.
-Buenos días, joven –me dijo muy educadamente.
-Buenos días, señorita –le respondí acercándome tímidamente.
-Le apetece algo para desayunar, joven –preguntó.
La notaba un poco tensa.
-Eh… lo que sea, da lo mismo.
Tengo mucha hambre –contesté sin saber que decir-.
A propósito, soy Carlos.
-Mucho gusto –respondió sin mirarme a los ojos-.
Soy Magdalena.
-Sí, Gerard me habló de usted-.
-A mi igual de usted –sonrió de forma amigable.
Sus ojos eran negros y grandes, cómo dos aceitunas.
-No me trate de «usted», por favor.
Dígame por mi nombre, no se preocupe –por alguna razón me incomodaba que ella me tratara con tanta etiqueta.
-¿Seguro? –preguntó no muy convencida.
-Claro ¿por qué no? Usted no trabaja para mí –sonreí.
Me sonrió de vuelta.
-Está bien –dudó, peor habló-: Entonces, Carlos ¿le gustaría desayunar café con pie de limón? Lo hice yo misma anoche en mi casa.
-Oh, genial.
Me encanta –dije ya saboreándolo-.
Ah, una consulta ¿Sabe dónde puedo comprar un cepillo de dientes? No traje el mío.
-Hmm, creo que don Gerard tiene algunos nuevos en el mueble que está en el baño –dijo mientras hacía una mueca, como intentando buscar en su mente el lugar indicado-.
Creo que es en la segunda repisa.
Atrás de donde están los jabones y las sales de baño.
-Muchas gracias –dije-.
Después de desayunar los iré a buscar.
A continuación fui a prender la televisión y me metí a Netflix.
Había comenzado a ver una serie y me gustaba verla mientras desayunaba.
Encontré “Sense8” y le di play al capítulo en el que me había quedado.
Luego me senté en el mesón grande y esperé a que el agua estuviera lista para prepararme el café.
Pero resulta que cuando me senté el café ya estaba listo.
Magdalena había usado una máquina de café que Gerard tenía y que, hasta ese momento, no me había dado cuenta que estaba.
Al lado de mi café, había un suculento trozo de pie de limón que lucía delicioso.
-¿Me acompaña con un café? –invité-.
No me gusta desayunar solo.
-Eh, no te preocupes, gracias –dijo colorada-.
Yo ya desayuné, además tengo mucho que…
-Por favor, es sólo un café –insistí-.
Si quiere después yo le ayudo en lo que tenga que hacer.
Tuvo el impulso de negarse otra vez, pero le di una suplicante mirada y terminó aceptando.
En menos tiempo del que me di cuenta, nos encontrábamos conversando como si fuésemos amigos de toda la vida.
-Sí, ya son… -hizo una cuenta mental-… A ver… mi hijo tiene 15 y comencé aquí cuando tenía 6… Hmm… Creo que son 9 años desde que trabajo aquí.
-Es mucho –dije sorprendido mientras me comía el tercer trozo de la deliciosa preparación de Magdalena.
-Sí.
Me contrató apenas se mudó –me dijo-.
Creo que soy de las pocas personas que ha estado con él en los momentos difíciles.
-¿Fue por su familia que se mudó?–pregunté.
-Sí, una pena.
Debes ser triste que tu familia te dé la espalda por amar a una persona de tu mismo sexo –comentó-.
Don Gerard sufrió mucho.
Si no es por mí y don Luis… No lo quiero ni imaginar.
-Y kevin… -dije sin pensarlo mucho.
-Claro… -entornó los ojos, pero se recompuso al instante en que se dio cuenta que no debió hacer eso.
-¿No le simpatiza? -pregunté-.
A mí no me termina de convencer.
-No sé si debería decirlo… -se levantó y llevó los platos al lavadero-.
Pero a mí no me termina de convencer ni Kevin ni don Luis.
Sé que ellos son amigos desde hace mucho pero, desde que trabajo aquí, me he dado cuenta de muchas cosas.
A don Gerard lo quiero mucho, ha sido muy bueno y sé que es una persona de corazón noble.
No sé si puedo decir lo mismo de don Luis.
-Pero si ayudó a Gerard cuando más lo necesitó, no debe ser tan malo-.
-Don Luis se ayuda a sí mismo siempre… -y no dijo nada más al respecto-.
Perdón.
No debería haber dicho eso…
-Tranquila, está bien –la calmé-.
No diré nada de esto.
Pero me alegra saber que hay alguien que lo está cuidando.
-A mí me alegra saber que él está en buenas manos contigo –esta vez me habló como una madre-.
He visto lo mucho que ha cambiado desde que te conoció.
Me ha hablado demasiado de ti y veo que no exageró en nada.
Sé que su relación es un poco complicada para esta sociedad pero, si hay amor de por medio, eso no los detendrá.
-Muchas gracias –dije casi con los ojos humedecidos.
Luego me puse de pie y fui al baño a buscar el cepillo de dientes.
Lo encontré entre jabones, perfumes y… vaselina.
«Su hubiese sabido antes que había vaselina…» pensé.
Después, fui a ayudarle a Magdalena con el aseo del lugar.
A pesar de que no quería que yo le ayudara, tuvo que aceptarlo igual porque a veces puedo ser muy insistente.
A eso de las 12 la puerta sonó.
Era Kevin que venía a esperar a que llegara Luis y Gerard.
Entró saludándome de manera fría y se sentó como si estuviese en su casa.
Sin siquiera saludar a Magdalena, le ordenó que le llevara algo para beber.
Lo miré con la mandíbula desencajada y luego observé a Magdalena con rostro de “¿Dejas que te trate así?”.
-Decir «Por favor» no te matará ¿sabes? –le espeté.
-¿Ahora eres abogado de los pobres? –preguntó petulante-.
No te metas.
Magdalena ya me conoce ¿verdad?
-Claro, don Kevin –respondió ella rápidamente.
Era evidente que estaba incómoda, y entendía perfectamente que se lo reservara para no causar problema.
-Tienen razón cuando dicen que el dinero no enseña modales –dije al aire.
Kevin me miró, pero lo ignoré-.
Los billetes se van, pero lo tontos quedan.
Caminé hasta la cocina y me quedé haciéndole compañía a Magdalena.
Quería que supiera que no estaba sola.
Dos horas después de eterna incomodidad, llegó Gerard junto con Luis.
Venían radiantes y con aspecto triunfante.
-¡El negoció funcionó! –gritó Luis mientras Kevin se le arrojaba encima-.
Es el mejor negocio del año.
-Felicidades –le dije a Gerard con una sonrisa de orgullo.
-Tú me diste la suerte, bebé –me dijo dándome un beso en la frente.
Casi me derrito de lo tierno que fue.
-Les trajimos un regalo –dijo de pronto Luis.
Una mirada venenosa relució cuando me vio.
Kevin saltaba de ansiedad-.
Toma, muñequito.
Para que te haga juego con tu Macbook.
-¡Oh, por Dios! –gritó Kevin.
Era el último Iphone que había salido al mercado.
El recuerdo de lo que me había dicho Luis en la noche apareció en mi memoria.
Lo había hecho esa macabra intención.
-Por favor dime que no me trajis…-.
-Claro que no –me interrumpió-.
Aunque Luis me lo aconsejó, sé que no te gustan los Iphone.
Te traje un Samsung…
-Oh… -era el Galaxy s6 edge plus.
Si bien no estaba de acuerdo con el regalo, no dejaba de impresionarme que se acordara de mis preferencias.
-Sé que pronto saldrá el S7 pero…-.
-No debiste… -dije interrumpiéndolo.
La luz de sus ojos se apagó, así que volví a hablar-: Pero muchas gracias, en serio.
Siempre me sorprendes cuando se trata de mis gustos.
-Tengo grabado en mi mente todo sobre ti –dijo-.
Y, apenas salga el nuevo modelo, el otro mes, te lo regalaré.
-Mm… -parecía tan alegre.
Como si regalarme algo que me gustaba le hiciera una tremenda ilusión.
Me sentí terrible por rechazarlo, pero consideraba que era demasiado.
No quería malacostumbrarme y convertirme en Kevin-.
Pero tengo una idea.
Si de todas formas me regalarás el otro, conservar este sería muy engorroso porque después tendría que volver a cambiar de equipo.
-¿Qué harás con él entonces? –preguntó atento.
-Magdalena… -la llamé-.
Me gustaría que te quedaras con esto.
-Yo… -me miró confundida.
-Considéralo una disculpa por… ya sabes qué –miré de soslayo a Kevin-.
Tenlo tú o puedes dárselo a tu hijo.
-No sé si debería -.
-Es un regalo, Magdalena –sonrió Gerard-.
Acéptalo.
-Gra-gracias… Muchas gracias –me sonrió-.
Fernandito estará contento.
Cuando me giré, Kevin y Luis me miraban con desdén.
Aunque la mirada de Luis era mucho más aterradora, me sentí seguro con Gerard a lado.
Acto seguido, Kevin y Luis se fueron para su departamento.
Intuía que Kevin le daría las “gracias” a Luis por el regalo.
-Te traje otro regalo –me susurró Gerard al oído-.
Pero este lo usaremos los dos.
-¿Sí? ¿Qué cosa? –pregunté.
-Magdalena, puedes irte temprano hoy –dijo con una media sonrisa-.
Con Carlos estaremos… un poco ocupados.
-Eh, sí, claro –respondió con las mejillas coloradas.
Yo no sabía cómo ocultar mis mejillas rojas.
Era obvio lo que había intentado decir Gerard.
-Ah.
Antes de que lo olvide –le dijo a Magdalena-.
El otro sábado Luis está de cumpleaños, y pidió que le preparas ese delicioso pastel de chocolate que tú haces.
Le encanta.
-Está bien –asintió-.
Iré recopilando los ingredientes.
Adiós.
-Adiós –respondí-.
Que llegue bien.
Apenas la puerta se cerró, Gerard me atrajo hacia él y me plantó un beso.
Pude sentir que venía extremadamente enérgico.
-Anoche quedamos en algo –dijo mientras yo recuperaba el aire-.
Ahora lo terminaremos.
Cerrar este negocio me llenó de ganas de celebrarlo contigo.
-Me encanta eso –dije mientras le daba una palmada en el paquete.
Caminé hasta la habitación pero me detuvo.
-Ayer quedamos en el baño –dijo.
Me dirigió hasta el, acompañado por una pequeña bolsa oscura.
Cerró la puerta y sacó el regalo-.
Espero que te gusten.
-Oh… Sutil –dije tragando un poco intimidado.
El regalo consistía en unas esposas y una fusta negra-.
Creo que mi trasero sufrirá.
-¿Te molesta?-.
-Creo que no –respondí al instante.
A Gerard le brillaron los ojos.
Creo que hace tiempo se imaginaba tenerme de esa forma.
-¿Te he dicho que eres genial? –preguntó mientras se acercaba a mí-.
No sabes cuánto te deseo.
No sabes todo lo que me produces.
No sabes las ganas que tengo de azotar tu piel blanca y perfecta, para verla teñirse de un rojo más potente que el de tu cabello.
-… -no podía hablar.
Sentía que su voz me estimulaba de una manera alucinante.
-Quiero dañarte de formas tan perturbadoras, y quiero que lo disfrutes y gimas y me pidas más –me tenía contra la pared.
Su mejilla junto a la mía y su boca en mi oído-.
Porque eres mío ¿no es así?
-Lo soy –respondí antes de que mi cerebro lo procesara.
Me tenía hipnotizado.
-Sólo yo puedo hacerte todo eso.
Porque sólo yo puedo hacer que lo disfrutes –mordió el lóbulo de mi oreja haciéndome gemir-.
Sólo yo puedo dañarte sin destruirte.
Sólo yo puedo hacer que explotes de placer luego de sentir el dolor.
Quieres, ¿verdad? No pretendo obligarte.
Quiero que tú lo quieras.
Que lo necesites… Pídemelo.
-Hazlo.
Lo quiero.
Lo necesito –contesté poseído por su aroma masculino y sus ojos potentes.
Sonrió satisfecho.
Se alejó y me dejó completamente ido.
Respiraba de forma irregular si lograr creer lo que estaba sucediendo.
Vi que comenzó a llenar el jacuzzi con agua, y le añadió un chorro de un líquido que, a los segundos, comenzó a provocar numerosas burbujas.
Dejó en un costado el recipiente con vaselina que había sacado del mueble, y luego me miró.
En ese momento me sentí como una presa… Y no una presa cualquiera, sino la mejor.
Porque sus ojos me lo decían.
Se sentó en el borde del jacuzzi y me ordeno que me quitara la ropa.
Lentamente me fui desnudando, bajo la atenta y completa mirada suya.
Con su mano apretaba grotescamente la erección entre sus piernas mientras se relamía los labios.
Cuando estuve completamente desnudo me sentí expuesto y vulnerable.
Sentí que no tenía control de mi cuerpo, y que estaba metiéndome en algo que se escapaba de mi jurisdicción.
Pero me encantaba.
Jamás me había pasado eso antes.
Me gustó sentir que no tenía el control.
Estaba completamente entregado y con la adrenalina y ansiedad a tope.
Me tomó de la mano y me besó el dorso, para luego invitarme a entrar en el agua que estaba por sobre mis rodillas.
Me iba a sentar pero me detuvo.
Se paró en el borde del jacuzzi y colgó parte de las esposas en un gancho que colocó en el techo.
Me hizo levantar las manos y me las aprisionó de tal forma que estaba completamente estirado.
Luego bajó y se colocó frente a mí sin dejar de recorrer cada centímetro de mi cuerpo con sus ojos.
Estaba alegre y rebosante de excitación.
Parecía un niño en Disney World, sólo que mucho más morboso y erótico.
Estaba cumpliendo sus fantasías y me alagaba enormemente que yo estuviera participando en eso.
Se desnudó, dejándome ver ese cuerpo de macho y esa verga monstruosa que rebosaba placer.
Estaba ansioso, se le notaba en la mirada y en la forma inquieta en que movía sus manos.
Quería tocarme, sentirme, estar dentro de mí.
Entró al agua y me besó.
Su verga dejó una marca húmeda en mi vientre.
Tuve que pararme en puntitas para poder responderle.
Mordió mi cuello y disfruté de la forma en que su barba me raspaba la piel.
Succionó la parte interna de mi brazo, y comenzó a bajar hasta llegar a mi axila.
Con su lengua acarició esa zona y casi me desfallecí.
Repitió lo mismo en el brazo contrario.
Besó, después, mi pecho y mordió mis tetillas que aún estaban sensibles.
Sus manos, mientras tanto, acariciaban mi costado desde mis muslos hasta mis muñecas en lo alto.
A pesar de que mi piel carecía de vellos, los pocos que tenía, estaban completamente erizados.
Sus caricias provocaban una corriente eléctrica que ponía mi piel como de gallina.
Puede ver que desde mi pecho hacia abajo había un camino colorado por las partes en donde él había estado.
Con sus labios atrapó el reborde costal, ya que, al estar con los brazos en alto, mi caja torácica se remarcaba.
Perfectamente podía divisar mis costillas en mi pecho.
A Gerard le excitó.
Cuando llegó a mi pubis, con sus dientes atrapó algunos de mis rizados vellos y tiró de ellos.
Gemí por el dolor.
Apenas terminé de gemir, ahogué un grito de placer cuando sus labios atraparon mi glande.
Gerard tenía destreza y conseguí tragarse completamente mi miembro.
Yo sólo gritaba y gemía de placer, mientras me retorcía sin poder liberarme.
Al cabo de unos segundos, bajó y comenzó a introducirse mis testículos a su boca.
Cuando terminó el recorrido, se levantó y me besó.
Al separarse noté que un par de mis propios vellos púbicos habían pasado de su boca a la mía.
Sonreí.
Ahora su verga y testículos estaban húmedos y con espuma, pues cuando había mamado mi verga había tenido que arrodillarse en el agua.
-Estoy tan excitado –declaró.
Su voz era distinta, estaba completamente impregnada por la lujuria.
Era gruesa y carrasposa.
Como si se tratara de un gruñido convertido en palabras.
Era un oso, un león… no lo sé.
Simplemente una bestia salvaje deseoso de cumplir con sus instintos más primitivos-.
Y cada vez que te veo me excito más.
Tus ojos… Son como las nubes cuando hay tormenta.
Eres tan puro… Y eso sólo me provoca más ganas de perturbarte y hacer cosas pecaminosas contigo… con tu cuerpo.
Me tomó de los costados y me giró, de forma que quedó a mis espaldas.
Me rodeó con sus brazos y apegó su erección a mi piel.
-Te deseo… Te deseo tanto que sólo es superado por el cariño que te tengo –susurró eso último en mi oído.
Cerré los ojos de forma instintiva mientras mi boca se abría como si estuviera en un sueño profundo-.
No sé por qué siento tanto por ti.
Quizás es porque eres lo más real que se ha cruzado por mi camino.
O porque me haces sentir vital y joven.
No lo sé, ni quiero saberlo.
Me basta con sentirlo.
Todo lo decía mientras refregaba su erección contra mis nalgas, mordía mi oreja y pellizcaba mis tetillas.
-Prométeme que no me dejarás –pidió suplicante-.
Prométeme que serás mío y sólo mío.
Y yo prometeré cuidarte y protegerte y jamás traicionarte.
Promételo… Por favor.
-Lo… Lo pro-prometo –dije con hilo de voz.
Mi mente no funcionaba.
Todo lo que había pasado se borró de mi memoria.
No habían prejuicios, ni bien y mal, ni nada.
Sólo existía lo que en ese momento sentía… Era tan real que sentía que podía tocarlo.
No necesitaba nada más, sólo a él y lo que provocaba en mí.
Ya estaba decidido.
-Eso, bebé.
Serás mío… -.
Y a continuación estalló su mano contra mi muslo.
El eco de su mano azotando mi piel resonó en todo el edificio.
Grité y gemí.
Repitió lo mismo pero en mi otro muslo.
De cierta forma, era hasta satisfactorio el sonido del azote.
Producía la misma sensación que ver esos videos donde le sacan espinillas o puntos negros a alguien.
Perturbadoramente satisfactorio y, en este caso, también doloroso y placentero.
Luego tomó la fusta y me la colocó en la boca.
La chupé como si se tratara de su pija.
Al segundo siguiente, azotaba mis nalgas emitiendo un ruido más agudo y doloroso que su mano.
-Me encantas tanto –dijo mientras acariciaba el lugar exacto donde me había azotado.
Sentía la zona ardiendo, e intuía que estaba tomando un potente color ojo.
Besó mi columna mientras dejaba caer otro golpe más suave.
Luego se movió ligeramente y se sentó en el borde del jacuzzi, quedando a mi costado derecho.
Con su mano izquierda tomó la fusta y con la derecha tomó mi verga.
Apenas la envolvió, una gran gota de pre-semen se derramó desde mi glande.
-Voy a hacer que te corras tantas veces…-comenzó mientras movía su mano en mi miembro-, que no me detendré hasta que no expulses ninguna gota de leche.
La paja aumentó a medida que los azotes tomaban más velocidad he intensidad.
-¡Ah! ¡Ah!.
Hmm… -me quejaba.
Mi cuerpo completo se estremecía.
Estaba encarcelado en una jaula de placer.
Sentí mis nalgas arder y que ese ardor caminaba hasta mi ano causándole un hormigueo que se propagaba por mi recto y estimulaba mi próstata, provocándome ganas tremendas de eyacular.
Era tan absurdo como intenso.
En un movimiento, succionó mi glande lleno de pre-semen y no puede aguantar más.
Exploté en su boca, gimiendo alocadamente mientras los azotes continuaban sonando aunque de forma más torpe.
Si no fuera porque mis manos estaban sujetas al techo, habría perdido el equilibrio por la intensidad del orgasmo.
Y, antes de que me recuperara de la descarga, Gerard ya había comenzado a hurgar en mi trasero.
Dejó la fusta a un lado y acarició mis nalgas.
Me estremecí ante su tacto.
Mi piel en ese lugar ardía como si hubiese sido quemada con agua caliente.
Colocó sus manos a ambos lados y separó mis nalgas.
Lamió desde mi coxis hasta mi columna lumbar, y luego descendió para terminar hundiéndose en mi agujero.
Ahogué un gemido de sorpresa.
Mi verga temblaba aún sin perder la erección.
Separaba mis piernas y jugaba con la piel de mis testículos, de modo que sentía todo ese lugar húmedo y viscoso.
Al segundo siguiente, me rodeó y quedó frente a mí.
Se arrodilló y comenzó a chuparme el pene de forma imperante.
Deslizó su mano derecha por entre mis piernas e introdujo su dedo medio en mi ano.
Cada succión era acompañada por la fricción de su dedo contra mi próstata.
Rápidamente comencé a producir pre-semen que él, con mucho gusto, se devoraba.
En un momento, colocó un poco de ese líquido viscoso en sus dedos y los introdujo por mi recto.
Suspiré y separé más mis piernas para dejar que sus dedos jugaran tranquilamente en mi interior.
Luego de un minuto, tomó la vaselina y depositó un chorro en su palma izquierda.
A continuación tomó la fusta y embarró la vaselina por el lado del mango.
No necesitaba deducir mucho para saber lo que ahora vendría.
Aún frente a mí, tomó la fusta por la punta y, separando todavía más mis piernas, dirigió el mango hasta mi agujero.
El grosor del mango era menor que el de su verga, quizás como tres de sus dedos de grosor.
Pero la dureza y textura eran distintas.
Incluso con la vaselina no legraba deslizarse de forma tan libre, causándome fuertes punciones de dolor.
-¡Ay!.
–me quejaba mientras sentía que algo duro y tieso subía por mi recto.
-Calma, bebé –dijo Gerard-.
Sólo un poco más.
Cuando lo vi sonreír, supe que ya había llegado a tope.
Cerca de 14 centímetros de dureza estaba en mi interior.
Mi ano se contraría con tal intensidad que me dio la sensación de que en cualquier momento quebraría el mango de la fusta.
Admiró lo que había hecho, y volvió a mi verga que babeaba sin parar.
Esta vez, acompañó la mamada con ligeros golpecitos en la punta de la fusta.
Con cada golpe, el mango se movía dentro de mí golpeando mis paredes internas.
Pronto comencé respirar de forma más agitada y Gerard comprendió que me correría por segunda vez.
Tomó con firmeza la fusta y empezó a batirla de un lado para otro, y de arriba abajo, a la vez que se tragaba mi verga.
Gemí y temblé como si mil demonios estuvieran dentro de mi cuerpo.
Cuando empecé a correrme, Gerard dejó que toda mi leche cayera en su mano y luego se levantó.
-Abre la boca –ordenó melosamente.
Casi al borde del desmayo lo hice.
Todo el contenido fue deslizado hasta mi boca, bajo el deleite de Gerard.
Selló todo con un beso que casi me dejó sin aire.
Antes de que pudiera decir algo, tiró de la fusta y la sacó de mi culo.
Abrí la boca en un grito que jamás se emitió, y que se ahogó a mitad de camino.
Mi ano boqueó con desesperación al verse liberado de ese duro instrumento.
-Necesito… Yo…-.
-¿Qué quieres, mi niño? –preguntó tomando mi rostro cansado y mirándome a los ojos.
-Necesito… –inspiré-… descansar.
-¿Estás cansado, Carlitos? –inquirió con tono burlesco-.
¿Lo estás pasando mal?
-N-no, pe-pero… estoy agotado.
-Aún no termino contigo, bebé –dijo empalagosamente muy cerca de mi oído.
Mordió mi lóbulo-.
Y con tu verga tampoco.
Zanjó apuntando a mi erección que, por alguna razón, no quería bajarse.
Me rodeó nuevamente, y tomó la fusta que tenía un líquido viscoso por un lado.
Con una de sus manos separó mis nalgas usando sus dedos, y luego azotó mi ano con la fusta.
El dolor me hizo dar un salto.
Sacudí mi cadera de forma automática, y mi ano se contrajo desesperado.
Pero uno tras otros, fueron acertando los azotes.
Lloriqueé y gemí con excitante desesperación.
Al minuto siguiente tiró la fusta al suelo, escupió en mi ano y, sin la menor delicadeza, enterró su miembro hasta que nuestras pieles se juntaron.
El dolor fue tan potente que ni siquiera tuve fuerzas para gritar.
Cerré los ojos con fuerza y pequeñas luces de colores aparecieron.
Lo oí gemir complacido cerca de mi oreja.
Mordió mi hombro mientras comenzaba a embestirme sin esperar a que me recuperaba.
Mi verga se sacudía con cada movimiento.
Se veía completamente roja, pero todavía con full excitación.
No entendía lo que pasaba con mi cuerpo.
¿Cómo era posible que ardiera todavía con tanta pasión y excitación?
Cada embestida de su pelvis llegaba a levantarme unos centímetros.
En un movimiento digno del Cirque du Soleil, me levantó y giró, dejándome con las piernas alrededor de su cintura.
Las embestidas eran continuas y profundas.
Sentía mi cuerpo sin vida y como si fuese un muñeco de trapo.
Cada fibra de mi cuerpo gritaba exhausta y me pedían parar, pero, por alguna razón inexplicable, quería más… Mucho más.
Quería que Gerard continuara hasta que me hiciera desfallecer.
Mordía mi cuello, apretaba mis tetillas, y metía su lengua hasta mi faringe.
Estaba transformado.
Me sorprendí las versiones que cada persona esconde en su interior y que sólo en momentos específicos aparecen.
Él, dominándome y sometiéndome.
Y yo, completamente sumiso y obediente.
Ambos experimentábamos con la personalidad más oculta del otro.
Los minutos pasaban, pero yo ya había dejado de tener conciencia del tiempo.
Su lengua había recorrido cada centímetro de mi cara y torso.
Mi sabor estaría en su lengua por muchísimo tiempo más.
Sus gemidos comenzaron a cambiar y lo oí gruñir.
De pronto hizo algo que me tomó por sorpresa.
Tomó mis piernas y las levantó.
Al instante lo sentí… Mis ojos se entornaron por el placer.
Sonrió complacido.
En la posición que ahora estábamos, su pene impactaba de lleno contra mi próstata, aumentando la fricción en un mil porciento.
Enterró sus dedos en mi cadera y comenzó a moverme como si fuese su muñeca inflable.
Sus embestidas fueron en aumento al igual que sus gritos de placer.
¡Y qué gritos! No disimuló ningunos.
Y lo imité.
Gemí, grité y chillé, como si estuviéramos a campo abierto.
Lo sentí inundarme por dentro con su leche, y un ardor se propagó por todo mi canal rectal.
A continuación comencé a correrme por tercera y última vez.
Sólo que, en esa ocasión, ni siquiera había vuelto a tocar mi verga.
Apenas dos chorros de semen acuoso salieron de mi glande.
Gerard me soltó y sacó su verga de mi interior.
Un río de su semen cayó al instante por mi muslo.
Sólo las esposas me sostuvieron en ese momento, pues mis piernas no tenían la fuerza suficiente como para mantenerme en pie.
Sentí mi ano abierto y muy irritado, y su semen escocía en mi interior.
Mi pene, por otra parte, dolía en toda su longitud.
Estaba muy fatigado y mi glande estaba casi en carne viva.
Era un dolor que prevenía desde el interior mismo.
Cuando recuperó el aliento, Gerard me soltó del techo y caí sin fuerzas.
Mis brazos dolían horriblemente y sentía mis músculos agarrotados.
El agua tibia del jacuzzi acarició mi piel y sentí un gran alivio.
Él acarició mi cuerpo y masajeó cada centímetro de mí.
El agua provocaba que mi ano escociera, pero, aun así, sentía un gran alivio al relajar mis demás músculos.
Salimos del baño cuando el sol estaba a punto de esconderse.
Mis piernas temblaban como si fuera Bambi recién nacido.
Sentía que mi ano jamás se cerraría, y pensaba en la tortura que sería ir al baño.
Esperaba que no tuviera que hacerlo.
-Creo que se me fue de las manos –dijo Gerard con su voz amable habitual.
La preocupación brillaba en sus ojos al igual que la culpa-.
No debí…
-No me arrepiento de nada –interrumpí.
-Lo sé, y eso me aterra más –se acarició la nuca nervioso-.
No debiste dejar que me propasara tanto.
Perdí el juicio y el control de mí mismo.
-Tranquilo, no pasa nada –lo calmé.
Y era en serio, porque, a pesar de todo, él no me obligó a nada.
Si sucedió de esa forma, fue porque yo lo permití-.
Sólo espero descansar mi culo por algunos días.
-Si necesitas cualquier cosa, me lo pides –se ofreció.
-No creo que sea para tanto –sonreí-.
No es nada que con alguna crema milagrosa no se pueda sanar.
Me sonrió no muy convencido.
Escribió algo en su celular y me llevó hasta la puerta.
Ya era hora de volver a casa.
-Háblame apenas llegues ¿ok?
-¿No me irás a dejar? –pregunté confundido.
No sería capaz de atravesar la ciudad en el estado que me encontraba.
-Mi auto quedó en la empresa –dijo-.
Pero Luis saldrá ahora y te pasará a dejar.
-Oh… pero –Y antes de que pudiera replicar, apareció Luis.
-¿Estás listo? –preguntó mirándome de pies a cabeza.
En sus ojos se formuló una pregunta al ver mi estado.
-No preguntes nada –dijo Gerard antes de que Luis hubiese abierto la boca.
-Está bien, no lo haré –respondió.
Gerard me besó y me abrazó.
No fui capaz de replicar el hecho de que tuviera que irme con Luis.
Sus ojos culpables se me perdieron de vista cuando las puertas del ascensor se cerraron.
Bajamos hasta el estacionamiento, y caminamos entre la fila de autos.
Llegamos a un enorme Ford azul y me hizo subir.
Sin mediar palabras emprendimos el viaje.
Para mi sorpresa, Luis no mencionó nada desagradable.
Le di las indicaciones de donde estaba mi casa y se dirigió a ella sin ningún problema.
Cada ciertos minutos cambiaba mi posición en el asiento debido a que mi culo me molestaba.
Lo vi sonreír.
-Quiero pedirte perdón –dijo de pronto-.
Sé que no me comporté bien.
-Eh… -estaba de piedra.
-No espero que me digas nada.
El error fue mío –continuó-.
Me comporté muy mal contigo.
Sólo estaba celoso y… Bueno, no importa.
Sólo quiero que sepas que no se volverá a repetir.
Gerard me aclaró todo durante el viaje.
Mi amistad con él es mucho más importante y no volveré a intentar nada contigo.
Sé que eres decente.
-Les hizo bien cerrar ese negocio –dije.
-Me situó muy bien ese negocio.
Fue el mejor trabajo de Gerard en años –comentó-.
Le hiciste muy bien.
Cuando llegué a mi casa me despedí de forma muy cordial.
Antes de bajar me dejó cordialmente invitado a su cumpleaños el día sábado.
Una vez aceptado, emprendió su camino de vuelta.
Fingiendo total normalidad entré a mi casa.
-¿Y ese quién era? –preguntó mi mamá mirando a través de la ventana.
-El tío de mi amiga –mentí rápidamente-.
Iba hacia el centro y se tomó la molestia de venir a dejarme.
-¿Te pasa algo? –me preguntó mi padre al verme inquieto por el dolor muscular.
-Sólo quiero ir al baño –mentí otra vez-.
Estoy que reviento.
-¡Ay! Carlitos, que asco –chilló mi mamá-.
No quería tanto detalle.
Acto seguido, corrí hasta mi habitación y me desplomé en la cama.
En una micra de segundo perdí la noción de todo.
Sólo había paz en mi mente.
Y me dormí.
Absoluta paz… ¿verdad?
Que ha pasado en la actualidad
Siguen juntos?