Te acuestas con perros
Episodio dieciocho. Demasiado tarde el Rusito comprendió que, esta vez, sería violado bestialmente.
______________________________________________
Este episodio está dedicado a GoodBoy. ¡Gracias por tu aliento!
(Resumen del capítulo anterior: Con astucia, Renzo se gana la confianza del Rusito. Cuando el chico se da cuenta de sus intenciones, ya es demasiado tarde. Está en una casona, en medio de la nada y Mingo, el peón, traía de la correa a Sultán, el enorme perro lobo. Tres contra uno).
_____________________________________________
Mingo me colocó un collar de perro al que se ajustaba una correa de cuero. Yo estaba desnudo y me obligaron a marchar en cuatro patas. Como si fuese otro animal más de la jauría, Mingo me acarició la cabeza:
-¡Qué rubio es el gurí! ¡Y tiene ojitos zarcos! Ya está listo, Patrón.
No veía al perro, pero lo escuchaba ladrar a mis espaldas.
-Sultán está impaciente.
-Llevá a la perrita al cepo- ordenó Renzo.
Mingo me hizo andar unos metros. En el piso había unas argollas de hierro. Me obligó a acostarme boca arriba y me sujetó a ellas con sogas.
Los ladridos de Sultán resonaban por toda la casa y el resto de la jauría le respondía con aullidos estremecedores.
-Preparalo rápido porque no lo voy a sostener mucho más…- le ordenó Renzo.
Mingo me metió un plug anal de silicona. Era inflable y sentí como se iba dilatando dentro de mí. Después, el peón tomó un pincel y me untó en el pubis y en los genitales una sustancia que no pude reconocer, pero Sultán se desesperó al olerla.
Renzo se acercó con el perro que tironeaba ansiosamente de la correa.
Me asusté de sus grandes dientes amarillos, de la espuma de su baba y de sus ladridos feroces. Renzo soltó un poco de correa para que el perro pudiera jugar conmigo. Sultán empezó a olfatear y a lamer mis testículos con su lengua larga, áspera y húmeda. Fue un placer tan bestial como inesperado.
Mingo seguía pasando el pincel mojado sobre mi cuerpo, para mantenerme atractivo al olfato del perro.
-Lindo el nenito- dijo el peón, mientras su pincel se deslizaba por mis pezones.
-Es un chico hermoso. Sultán es muy exigente con sus hembritas.
El perro intentaba voltearme con sus patas delanteras, pero yo estaba inmovilizado por las sogas. Las lamidas se volvieron más intensas y nerviosas. Todo mi cuerpo se estremecía ante las chupadas del animal, que ardía en deseos de montarme. Su baba pegajosa y caliente resbalaba por mi estómago.
Sentí el pincel de Mingo cubrir mi glande con esa sustancia que enloquecía al perro. La lengua del animal se enroscó en mi pene. No pude resistir más esas chupadas estremecedoras y, con una convulsión de mi pelvis, eyaculé. El perro siguió lamiendo con deleite mi pubis y mis testículos hasta que lo alejaron de mí.
-Ahora le toca gozar a Sultán- dijo Renzo.
Mingo me desató y me obligó a ponerme en cuatro patas. Sacó el plug de mi ano y me puso lubricante con sus gruesos dedos, aumentando aún más el tamaño de mi orificio. Sentí como el gel se deslizaba viscosamente por mis entrañas.
El perro sollozaba y ladraba, agitado. Arañaba el piso, la ansiedad por copular lo enloquecía. Voltee para verlo. El animal estaba completamente excitado y su pene se alzaba, enorme, rojo, impaciente.
-¡Qué hermoso culito!- dijo Mingo, dándome una nalgada- Puede soltarlo, patrón. Esto va a ser para alquilar balcones.
-¡A montar a la perrita!
El perro, ya libre, se abalanzó sobre mí. Estaba muy entrenado porque le llevó muy poco tiempo penetrarme. Sus embates enardecidos, a pesar del lubricante, fueron dolorosos.
El calor de su pelaje espeso, el abrazo de sus patas delanteras y el ímpetu de su penetración me desarmaron. Aflojé los brazos y apoyé mi cabeza en el suelo, lo que elevó mi cola y le facilitó al perro el montarme.
Sultán se retiró, pero después de lamerme los genitales hasta provocarme una nueva erección, volvió a abalanzarse sobre mí, aferrándome con sus patas y resoplando de excitación.
El perro me había empalado con su brutal pene y mis gemidos de dolor y placer se mezclaban con sus jadeos. Su saliva espumosa me corría por la espalda.
Cuando por fin el animal alcanzó su satisfacción y sentí los chorros de su semen llenar mis tripas, me sentí desfallecer.
Las lágrimas me corrían por las mejillas cuando Sultán por fin me soltó. Los perros que estaban afuera aullaron, como si celebraran una victoria de los animales sobre los humanos.
Sultán lamió compasivamente mi cola y mis muslos. Después, ya satisfecho, se alejó. Mingo se ocupó de limpiarme.
-¿Hay sangre?-quiso saber Renzo.
-No, solo unos rasguños en los costados.
-Por favor- supliqué- ya está bien.
-No, criatura- dijo Renzo tomándome de la barbilla- ahora nos toca a Mingo y a mí.
-Quiero ir a casa…
-Y vas a ir, querido. Yo mismo te voy a llevar. Pero falta muchísimo para eso. Mingo, llévalo al dormitorio. Vamos a saciarnos con este chico. Le tengo muchas ganas.
El peón me cargó sobre sus hombros como si yo fuese una bolsa. Subió una escalera, seguido por Renzo y me depositó sobre una enorme cama. Me ardía la cola.
-¿Por atrás o por delante?- le preguntó Renzo a Mingo.
-En ese orden- dijo el peón – pero me gustaría antes hacerle una buena paja al gurí. Es precioso. ¿Puedo?
-Se lo ha ganado, amigo. Todo suyo.
El peón tomó mi pene y lo masajeó hasta que alcancé la erección. Después, con la yema de uno de sus ásperos dedos, Mingo empezó a rozar el frenillo de mi pene. Era un toque mínimo pero constante y certero, que me estremecía de placer. Renzo observaba con deleite cómo su empleado me hacía gozar.
-Se ve que al chico le gusta, pero esto será lento.
-Trabajo artesanal, patrón.
Renzo se acomodó a mi lado: – “La primera vez siempre es inolvidable…” ¡Te lo dije! ¿Te imaginaste alguna vez que te iba a coger un perro?
No respondí. El tremendo placer que me estaba dando el tosco gaucho me hacía difícil hablar. Sentía un latido en el ano.
-Te creías muy astuto, pendejo. En la tribuna te hacías el difícil. Pero caíste. Otro lindo bichito en nuestra tela de araña.
Observó cómo el peón seguía excitándome. Tomó mi mano y me hizo agarrarle su miembro. Ya estaba rígido.
-¿Sentís eso? Te voy a romper el culito. Y tuviste suerte que no saliera el 6. Estarías con toda la jauría montándote. Tendrías tanta leche de perro adentro que tu barriga estaría hinchada como una pelota de fútbol.
-Por favor, si me va a coger póngase…
Renzo se rio malignamente: – ¿Un forro? ¿Y perderme toda la calidez de tu agujerito? No, bebé, te vamos a meter verga ecológica. Natural, sin látex.
Cada nuevo toque de Mingo me acercaba al clímax. Renzo ahora me mordisqueaba los pezones.
El peón decidió acelerar el desenlace y alcancé un orgasmo silencioso. Un chorrito de semen regó mi vientre.
Estaba exhausto, pero ellos, sin darme respiro, me pusieron en cuatro y mientras Renzo me obligaba a hacerle sexo oral, el peón me preparaba para otra cogida bestial.
Las manos ásperas de Mingo se prendieron a mis caderas como si llevara puestos guantes de cuero. Sentí sus testículos peludos golpear ruidosamente contra mi trasero. Con cada embestida parecía decir:
¡Más fuerte, más rápido, más profundo!
No pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas, pero eso, en lugar de conmover a mis violadores, los estimuló más. Renzo me había tomado por la nuca y con un vaivén enloquecido me obligaba a tragar su miembro entero.
Eran tipos duros y me trataban con brutalidad:
¡Más fuerte, más rápido, más profundo!
Entre carcajadas siniestras, cambiaron sus roles. Me colocaron boca arriba. Abriéndome de piernas y tomando mis pantorrillas, Renzo inició una embestida salvaje. Por la posición en la que me habían puesto, mi cabeza quedó suspendida hacia abajo. Mingo qería que se la chupara. Yo me sacudía por los embates de Renzo y me costaba mucho satisfacer al otro hombre.
-¿No la querés chupar?- dijo, molesto el peón, apretando con fuerza mi garganta. Tomé su pene con una mano, para masturbarlo, pero la retiró de un manotazo.
-Chupala, carajo- y volvió a meterme su pene tieso en la boca. Comprendí que no podíra resistirme y me entregué. Las cargas de Renzo me sacudían:
¡Más fuerte, más rápido, más profundo!
Después de un rato, que me pareció eterno, me obligaron a arrodillarme. Los dos hombres, sudorosos y peludos, se masturbaron entre jadeos y eyacularon en mi boca. Renzo me la cubrió con su mano, obligándome a tragar todo. Me derrumbé en la cama, tosiendo. Estaba muy dolorido, tenía el cuerpo cubierto de saliva y sudor. La cola me ardía.
-Descansemos un poco y lo hacemos otra vez. Es un chico demasiado lindo para que nos quedemos con las ganas. Yo me lo cogería toda la semana…
-¡Patrón, vea esto! – se alarmó Mingo, al verme-. Lo dejó sangrando.
-¿Cómo sabés que fui yo?
-Conmigo estaba limpito, patrón. Le di duro al gurí pero no lo sangré.
-¡Andá y trae algo para detener la hemorragia, o me va a ensuciar las sábanas!
El peón me hizo una curación rudimentaria. Yo sentía que me estaba quemando por dentro.
-¿Lo llevamos al hospital, patrón?
-Primero vestilo, no lo vamos a ir con el chico en pelotas. Ya pensaré algo por el camino.
Un rato después el BMW negro de Renzo volaba por la ruta. Me habían echado en el asiento trasero del auto, envuelto en una manta.
Yo sentía mucha sed, seguramente tenía fiebre. Podía escuchar a Mingo y a Renzo discutir, pero yo me sentía demasiado débil para hablarles.
-¿Dónde queda la casa del gurí, patrón?
-¡Qué me importa, boludo! Lo tiramos por ahí.
-¿Dónde alguien lo encuentre? ¿O en medio de la nada?
-Donde lo encuentren… cuando ya nos hayamos ido a la mierda.
Perdí la consciencia. Me desperté cuando el auto se detuvo.
-Ocupate del pendejo. ¡Apurate!
El peón me cargó hasta un terreno cubierto de pastizales y escombros. Me dejó caer como un fardo y corrió hacia el auto. Se fueron, quemando gomas.
Con mis últimas fuerzas busqué mi teléfono en el bolsillo del pantalón. Por suerte, no me lo habían quitado. Marqué, penosamente, el 911. Les dije que tenía 13 años, que estaba malherido y que no sabía dónde estaba.
-No te preocupes. Podemos localizar tu llamado por el GPS de tu celular.
Sentí algo húmedo rozar mis mejillas. Era una rata. La espanté de un manotazo. Volví a desmayarme.
Cuando me desperté, ya estaba en la ambulancia. Escuché a los paramédicos hablar sobre un BMW que se había estrellado contra un camión en la ruta.
Yo ya era conocido en el hospital. El mismo médico que me había curado las otras veces se ocupó de mí. Noté su frustración cuando me vio. Era la tercera oportunidad que tenía que atenderme por el mismo motivo.
No llamé a mi mamá. Era inútil, estaría de joda o drogada. Tampoco me animé a pedirle a Santi o a su papá que vinieran. Me daba vergüenza. Les había fallado. Como mi socio, Marcos, ya no estaba en el país, yo estaba solo.
Una enfermera, a la que ya conocía, me contó que habían traído a un hombre con gravísimas quemaduras en todo el cuerpo: choque de auto.
-¿Iba en un BMW negro?
-No tengo idea, cariño.
-¿Sabés si el herido tiene un tatuaje en el hombro?
-¿Por qué? ¿Lo conocés?
-Puede ser uno de los dos que me violaron.
-¿En serio? ¿Otra vez, corazón?
Asentí. Era cerca de medianoche, pero en el hospital había mucho movimiento.
-Tengo que llamar a la policía y hacerte el examen de violación.
-¿No alcanza con las heridas que tengo?
-Hay que tomar muestras de semen para identificar a los agresores.
Pero el único semen que encontrarían –y en abundancia- sería el de Sultán.
-¡Por favor, Rosita, averiguame lo que puedas! ¡Es importante!
La enfermera suspiró con impaciencia, pero le hice una caída de ojos y no pudo resistir. Salió a buscar la información. Intenté dormir, pero tuve pesadillas.
Cuando abrí los ojos, transpirando, vi que estaban preparando la cama de al lado para otro paciente: era un niño pelirrojo, de unos doce años. Su papá, su mamá y una simpática hermanita de ocho o nueve años lo acompañaban.
-Hola- los saludé.
Los cuatro me miraron y sonrieron tímidamente.
-Mañana me operan de apendicitis- me dijo el chico. Quería mostrarse valiente, pero estaba aterrado.
-Todo saldrá bien, amigo- dije, para animarlo.
El chico me hizo un gesto levantando el pulgar. No preguntaron qué me pasaba. Mejor.
Rosita volvió un rato después.
Me susurró que efectivamente el hombre herido conducía un BMW negro. Su acompañante había muerto en el acto. Estaba en la morgue, carbonizado.
-El herido… ¿Tiene un tatuaje?
-Sí, en el hombro. Parece una tela de araña, pero ahora apenas se le ve. Tiene quemaduras espantosas. Pobre hombre, está sufriendo todos los horrores del infierno. ¿Por qué no descansás?
El papá y la hermanita de mi compañero de habitación se despidieron. La nena, al salir, le dijo a su papá: -¿Viste qué lindo es el chico que está con Martín? El papá le pidió que hablara más bajo.
La mamá del pelirrojo se sentó en una butaca. Cuando su hijo por fin se durmió, advirtió que yo seguía despierto y estaba temblando. Se acercó.
-¿Querés que llame a la enfermera otra vez?
-No hace falta, señora. ¡Gracias!
-¿Y tus padres?
-No van a venir- dije.
-Bueno, entonces yo te voy a cuidar. Me parece que estás con frío.
Buscó una manta del armario y me arropó con ella, dándome un beso maternal en la mejilla.
Su calidez me tranquilizó. Pero aunque me sentía más protegido, no podía sacarme de la cabeza la imagen de la vieja casona entre los árboles, solitaria y oscura, donde unos perros feroces aullaban. Sus ladridos parecían gritos humanos: ¡Más fuerte, más rápido, más profundo!
(Continuará)
_________________________________________
«La suerte de una buena carta» es una serie de 20 episodios. Los anteriores son:
(1) La suerte de una buena carta – (2) Los juegos que la gente juega – (3) Todo tiene su precio – (4) La dorada obsesión – (5) Ojos de serpiente – (6) Ya no quiero volver a casa – (7) El as de espadas – (8) Nada que perder – (9) Un sueño dentro de otro sueño – (10) Yo robot – (11) Eclipse total – (12) El silencio y yo.– (13) Lucifer – (14) Pirámide – (15) Todo lo que sube tiene que bajar – (16) No puedes llevarlo contigo – (17) Te quemarás los dedos
- Todos los episodios llevan el título de alguna canción del grupo de rock progresivo «The Alan Parsons Project»
Barbaro Gavin!!
¡Muchas gracias, Adria, por leer y comentar!
¡Pobre Rusito! Esta vez si que la palmó a lo grande.
Muchas emociones fuertes y encontradas en este episodio. No te preocupes no me ofendí, al menos no mucho jejejeje :D. Lo siento mucho por el Rusito, pero el que se arriesga demasiado y se confía se quema.
Entiendo que para mantener el interés de los sadiquiños de SST hay que subir el nivel y el morbo en los relatos. Lo has hecho muy bien, aunque has puesto la acción con el perro primero has sabido mantener el ritmo, la emoción y el morbo hasta el final, algo que los más morbositos sabrán apreciar.
Tal vez un poco arbitrario lo que sucede con los abusadores, pero a mi me caído como un vaso de agua en el desierto después de todas las emociones. Muy bueno que paguen los violadores y ojalá se pueda comprobar que Renzo si violó al Rusito y vaya a la cárcel todo quemado y desfigurado. ¿Qué dices? ¿O para ti ya fue suficiente con lo quemado? Como lo decidas confía en tus gustos e instintos, tu eres el autor.
Muchas gracias por dedicarme este episodio, lo aprecio mucho de verdad. Y en serio te mereces todos los elogios que te dejamos en los comentarios. No es fácil hacer que una historia mantenga el interés del lector, el ritmo y las sorpresas por tanto tiempo.
Una vez más gracias por tus relatos que son una delicia. Saludos amigo.
¡Muchas gracias, GoodBoy! ¡Aprecio cada palabra que me has dicho en tus comentarios! ¡Abrazo!
No puedo decir otra cosa que impecablemente maravilloso👍
¡Muchas gracias, suaveprofundo! ¡Abrazo!
Bufff, como me has dejado, lo del perro es una de mis fantasías, es algo que tengo desde adolescente. Excelente relato como todos los anteriores.
¡Muchas gracias por leer y comentar, Danisampedro91!