Terminamos la amistad: Coyote Cojo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi último mejor amigo es Beto, que ahora vive en otra ciudad con su esposa y su hija.
En aquel entonces era soltero, recién egresado de la universidad y vivía con unos primos, compartiendo la casa.
Siempre buga y siempre mi mejor amigo, mi hermano.
Había mucha confianza y le contaba todo lo mío, incluido lo relacionado con mi sexualidad abiertamente gay, aunque con algunas aventuras con chicas también.
Su casa era como esas casas centrales de las series gringas, desde Friends hasta The Big Bang Theory, en las cuales diario se reúnen los amigos para hablar de la cotidianidad, de las angustias y de los sueños, y en las cuales también de repente se prenden los ánimos y se avivan las fiestas sin pretenderlo.
De esa casa yo hasta traía llaves, de lo estrecha que era mi relación con el dueño y hacía unos cuatro meses que yo invitaba o llegaba ahí con un morro que conocí por un excompañero de otra etapa, este morro se llama Jay.
Jay era de 1.78 metros altura, blanco, con algunos lunares pequeños y rosados por ahí vagando por su rostro, cabello castaño claro, rizado y largo que casi llevaba agarrado en una coleta bailarina. Tendría como 23 años de edad.
También era muy delgado, con cuadritos marcados de lo delgado que era, de ojos color miel y un vello facial que siempre se veía como de 3 días sin afeitar, pero no muy poblado.
Tenía un estilo despreocupado para vestirse y presentarse ordinariamente a la gente.
Era común verlo con jeans, tenis y camiseta que cubría a la noche con alguna camisa tipo vaquera desfajada.
Imagino que siempre usaba de esos bóxer holgados que gustan de usar los machines.
Su sonrisa era cautivadora, pero no más que su carcajada espontánea.
Incluso tenía un seña particular que más que defectuoso, le hacía verse muy tierno: una parte milimétrica de un incisivo superior se la voló destapando una cerveza con los dientes y le hacía un pequeñito hueco en la sonrisa.
Su ceja poblada y su aroma tan peculiar.
Olía siempre fresco, pero a la vez como a cemento fresco, a tierra mojada, a campo fértil.
Lo conocí porque Esteban, otro amigo, me lo presentó en alguna fiesta, congeniamos y nos seguimos viendo.
Salíamos a fumar mota de repente.
Él recién había terminado de estudiar arquitectura, pero era un arquitecto singular porque le gustaba leer a Heidegger y, casualmente yo estudiaba filosofía.
Gracias a nuestra cercanía, él se acercó también a mi facultad en la universidad y terminó yendo a un seminario sobre Heidegger y su libro Ser y tiempo, de tal modo que al menos nos veíamos en la escuela un par de días en la semana y hasta regresábamos juntos en la noche, al terminar las clases, porque tomábamos el mismo rumbos para llegar a casa.
Compartíamos tardes con Jay, fumábamos juntos luego de clases, salíamos a fiestas, bares u otros lados para divertirnos.
Subíamos cerros y visitábamos pueblos cercanos, por ejemplo.
Pero como amigos, yo con el pecho sano y al tanto de que era heterosexual.
Recuerdo incluso que una vez me habló de que todas la vaginas son distintas y no sabes qué esperar al respecto en cada mujer.
A menudo yo lo invitaba a casa de Beto, con mis amigos y él con los suyos.
Me confesó que su eterno amor era una chica lesbiana que, aunque había cogido con él, por su orientación la cosa nunca prosperó ni prosperaría.
La conocí.
También a su hermano, de edad semejante y, en fin, éramos buenos amigos.
Me parecía atractivo, pero no lo deseaba carnalmente.
Yo tenía 19 años. 1.76 metros, 76 kilos, delgado, muy velludo de brazos, pecho y panza, blanco, cabello largo, quebrado y oscuro, anteojos, barba y bigote sin recortar.
Creo que no soy mal perecido y a menudo hombres y mujeres me dicen que soy guapo, más aún en aquel entonces.
Tengo voz fuerte y soy varonil sin esfuerzo alguno.
Crecí en el barrio, donde es necesario desarrollarse firme desde niño para no ser maltratado.
La gente tiende a sorprenderse cuando se enteran que soy gay o que mi pareja, hoy día, es un hombre.
Alguna noche, al terminar clases nos quedamos a beber en los jardines de la universidad.
Vivo en Michoacán, de donde es típica la charanda, un destilado de caña, alcohólico obviamente, muy económico por ser de la región y que lo pone a uno borrachísimo.
Charanda estuvimos bebiendo.
Se combina con soda, aunque yo la prefiero sola.
De repente hasta me parece como si fuera un ron dulce.
Bebíamos y fumábamos mota con otros estudiantes y algunos profesores.
Pasaron de las 10 de la noche y le noté inquieto.
Pensé que quería retirarse y se lo pregunté para irme con él pues nos quedaba el rumbo juntos y me contestó.
"No, Eriko, no voy a ir a mi casa.
Mejor vente conmigo, vamos con Miriam y Sofía al antro.
" Y acepté.
Nos despedimos de la concurrencia y nos fuimos a pie.
Nos quedaba a 30 minutos caminando.
En el trayecto compramos algunos tacos y seguimos.
En las zonas solas, fumábamos de una pipa pequeña hasta que nos terminamos la yerba.
Por fin llegamos al antro y ahí estaban sus amigas y otras personas más en la segunda planta, hombres y mujeres, amistades suyas que lo conocían principalmente de la universidad.
Ya estábamos borrachos y drogados, pero seguimos bebiendo cerveza.
En algún momento de la reunión, de la charla y de la borrachera, nos movíamos al ritmo de la música y sonó una canción que él le encantaba.
No recuerdo cuál.
Pero sonó y se emocionó el Jay, se incorporó, me miró a los ojos con su entusiasta y eufórica sonrisa.
"Escucha, wey, ¡no mames!," dijo todo prendido.
Así que se levantó, me tomó del brazo, me hizo levantarme, me tomó entonces de la mano y de la mano me llevó corriendo por el ahí para bajar así las escaleras y llegar igualmente de ahí tomados hasta la pista principal de la planta baja para bailar y saltar como locos.
No era un bar gay y la homosexualidad hace 10 años apenas comenzaba a ser tolerada.
Todos volteaban a mirarnos.
Me soltó de la mano pero bailó sólo conmigo y entonces ¡pum!, una chispa se prendió en mi interior y le vi un brillo en sus ojos que jamás volví a percibir y quise besarlo y estrecharme en su pecho con mi rostro para inspirar su alma.
La canción terminó.
Subimos al grupo de amigos suyos.
Hubo un silencio incómodo en cuanto nos acercamos, como si todos estuviesen hablando de nosotros, pero Jay estuvo desinhibido, seguramente intoxicadísimo.
Se relajó el ambiente siguió su curso hasta que terminó la fiesta como a las 3 de la mañana.
Jay salió conmigo y se despidió de sus amigos.
Decidió que nos iríamos caminando a casa.
Sabíamos que a pie sería cerca de una hora, pero nos pareció prudente para sudar el alcohol que traíamos dentro.
Avanzamos en las sombras de las avenidas y, en un gasolinera, no encontramos a un par de chicos, tipo vaqueros o buchones, cargando el tanque de su camioneta y sintieron empatía de vernos borrachos pues ellos andaban igual.
Socializamos con trivialidades un rato y nos invitaron un gran vaso de tequila que nos llevamos para seguirlo bebiendo mientras seguíamos el camino luego de despedirnos.
Y de repente, tambaleándonos, me abrazo y así, abrazados, seguimos gran parte del camino.
Nos soltábamos y nos volvíamos abrazar.
Yo iba enamoradísimo.
"Vamos a mi casa, Jay, podríamos hacer un porro y fumarlo en la azotea".
Siguió conmigo.
Llegamos a casa.
Entré al cuarto por la yerba y el papel.
Subimos y empecé a hacer el porro.
Nos sentamos en unos leños rústicos que estaban ahí y disfrutamos el porro.
Él estaba especialmente intoxicado y se notaba su inestabilidad, pero reíamos y seguíamos siendo capaces de hablar de la vida y de filosofía.
Ya había pasado como media hora de estar sentado, pasaban las 4 de la mañana y le dije "me voy a parar porque ya la madera se me quedó marcada en las nalgas.
" Y era cierto.
Entonces me preguntó "¿en serio?," a lo que respondí afirmativamente y de inmediato pensé que esa pregunta significaba algo más.
"Mira cómo se me quedó marcado," le dije cuando de inmediato me volteé de pie, dándole la espalda, desabroché el cinturón y pantalón, para bajarlo junto con mis calzones de dejar mi trasero expuesto.
Me agaché para mostrarle mejor y sólo dijo "wow" mientras seguía sentado y con su mano derecha comenzó a tocar las marcas.
"No inventes, Eriko, sí te quedó bien marcado, deberíamos de sentarnos en otro lado para que no de hagas daño.
" Decía esto cuando ya tenía la mano izquierda también en mi cola, pero con ambas ya estaba más que auscultando marcas.
Más bien ya me acariciaba y yo me prendía, se comenzó a parar mi verga de 16 cm, pero no lo notó porque subí mi ropa y me puse frente a él.
"Vamos a estar más cómodos en la cama y sirve que dormimos un rato" le dije.
Bajamos y nos acostamos.
Estaba tenso el clima.
Estábamos borrachitos y mariguanos.
Dormitamos.
Me desperté y no podía dormir.
Noté que él sólo tenía los ojos cerrados, pero tampoco dormía, así que estando él boca arriba, me le puse de lado a su costado y le eché una pierna encima y un brazo para llevar mi mano a su rostro y comenzar a tocarlo.
Su barba suave y a la vez áspera.
Su piel tersa.
El relieve de sus lunares.
Besé su mejilla y seguí.
Movió su brazo y lo puso en mi cuello para estrecharme a su dorso, con la otra manos acariciaba mi cabello.
Mi cabeza subía unos centímetros y besé su boca.
Correspondió y no abrió los ojos.
Y entonces ya nada me paro.
Seguí besándolo.
Fui más confianzudo sobre su cuerpo.
Le lamí el mentón, el rostro.
Besé sus párpados que no abría y quité su playera.
Mi verga estaba durísima, yo mismo sentía mi calzón mojado de tanto que babeaba pues Jay estaba siendo poseído por mí.
Me imaginaba que su reata estaba igual pero quise esperar para tocarlo.
Ya sin camiseta seguí besándolo y lamiendo, pero ya por todo el pecho y el abdomen, donde no había mucho vello, excepto ese delicioso andador de sutiles pelos que se dibujan desde el ombligo hasta el pubis.
Ese andador lo recorrió mi lengua hasta quedarse seca y mordía sus pezones.
Él, con los ojos cerrado aún, quitaba mi camiseta y me manoseaba, me faja, me besaba, disfrutaba mi cuerpo.
Acabé el calzones y me acariciaba las nalgas.
Por fin le quité el pantalón y la ropa interior.
Ahí estaba su fierro, caliente y colorado.
Parecía que reventaría de tan rojo que estaba.
Su vellos casi rubios.
Ese pito duro de 18 cm seguramente, más grueso que el mío y derechito.
Circunciso como plus que desconocía.
Mamé y mamé.
Me encantaba meterlo hasta el fondo, para que sus pelos quedaran cerca de mi nariz y percibir toda su intensidad.
Jugueteaba con su cabeza gorda y con el ojete de ella.
Lubricaba poco, pero de calidad.
Consistente y con un sabor estupendo.
Le lamí las bolas y la entrepierna.
Qué rico olía.
Y después de un buen momento, mientras de cuando en cuando, yo me toqueteaba la verga, dice por fin con los ojos abiertos "nunca me he venido así.
" Le dije "¿perdón?, a qué te refieres" y respondió "nunca he podido venirme de pura mamada.
"
Por supuesto que entendí lo que deseaba.
Dejé muy babeado su pene y usé mi precum en mi propio culo.
Me senté sobre él y comencé a cabalgarlo.
Yo fruncía el culo y lo apretaba para hacerle excepcional la experiencia.
Él me tocaba las nalgas y me jalaba la verga que golpeaba y babeaba su panza.
En esa rutina estábamos cuando apreté con todas mis fuerzas mi culo porque sentí mi orgasmo inminente y sucedió lo inesperado.
Al yo soltar el primer chorro de mecos en su mano, él boca arriba se dobló como en abdominal fetal, se salió de mí y me empujó con sus rodillas a su cara, en cosa de microsegundos, abrió la boca para meter ahí mi pene y comerse mi segundo chorro de mecos y los siguientes que me salieron.
No lo podía creer.
Estaba conmocionado y sorprendido, A medio orgasmo cuando con las misma velocidad se incorporó, quedando yo debajo suyo, me puso bruscamente boca abajo, lastimándome un poco y, estando así, me dio tres estocadas en el culo y me lo llenó de mecos.
Suspiró.
Bufó.
Grito.
Por último, se carcajeó satisfecho y se desplomó en mi cama.
"Pensé que me costaría más trabajo" dijo.
"¿De qué hablas?" contesté.
"Pensé que me costaría mucho más trabajo hacerlo con un hombre.
"
Duró reposando unos 20 minutos conmigo en un abrazo ya más seco.
Decidió irse, cerca de las 6 de la mañana y no volvió a mi casa.
Nos seguimos viendo pero como de manera seca como en aquel abrazo.
Excelente manera de perder a un amigo buga.
Sin embargo, cuando le dije sorprendido a mi amigo Beto lo que había pasado, ni se inmutó porque afirmaba que desde siempre se veía que Jay me miraba como enamorado.
Qué les parece, comenten algo, por favor.
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