Tito y Pablo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Petruspe.
TITO Y PABLO, CUÑADOS
Hola estimados:
Desde algún lugar del mundo quiero contarles una historia personal. Ruego se tome este texto como lo que es: Un relato de vida. Es mi historia. Algo que yo viví y que nada puede cambiar porque ya fue. No debe entenderse esto como la apología de algo. Que todos aquellos enfermos de moralina recuerden que el inmoral mayor es el que predica sobre moral. No hablemos de ética y moral con la bragueta abierta.
Ya, ahora, tengo muchos años y quiero contar esto a mi modo. Desde el momento en que tuve mi primera experiencia con un adulto. Todo buscado por mi. Hoy quiero contarlo de esta manera. Como si lo viera desde afuera:
“Dejó de llorar.
Finalmente el dolor que le provocaba el llanto lo había anestesiado y el peso que tanto lo asustaba al aplastarlo contra el piso haciéndole sentir cada detalle del terreno irregular en su cuerpo desnudo, se alivió de pronto.
El hombre, apoyándose en una de sus manos, incorporó su torso desnudo separándolo de la pequeña espalda.
El hombre se irguió un poco y miro la espalda estrecha y las nalgas impúberes. Pensó que en ese momento él le pertenecía sin límites. Bajó su mano libre y lo obligó a abrirse un poco más. Varios centímetros de su grueso miembro estaban todavía fuera del pequeño orificio que se veía muy tenso y dilatado tratando de aceptar al intruso.
El hombre impulsó la pelvis hasta lograr que solo quedaran afuera los pelos renegridos de su pubis. Apoyó la mano con la que separó los glúteos insignificantes, en el suelo para sostenerse y retomó el meneo lento y profundo sintiendo la estrechez que lo contenía
– ¡¡¡Ayyy…no. No…noooo! –gritó…
– ¿Te duele?- preguntó
– Siiii…- respondió
– ¿Mucho?- volvió a preguntar
– Siiii
– Aguantá un cachito…
– No…no. Me hago caca. Me hago caca – suplicó
– No. Te parece. Es porque tenés a mi amiguito hasta los pelos en el upite. Aguantá
– ¡¡¡Ayyy!!! Me hago caca
– Aguantá un poquito que te doy lechita, dale
Sus movimientos se aceleraron y volvieron mas violentos reavivando el dolor
Respiración agitada y gemidos de placer en el cuerpo adulto transpirado
Quejidos de dolor y llanto en el cuerpo impúber penetrado por el ano.
Movimientos acelerados al extremo que llevan al climax al hombre.
Una paloma se posa en la copa de un árbol cercano. Desde allí se ve la espalda del cuerpo del hombre conformando una figura extraña. A la altura de sus gruesos y peludos muslos, allí donde se separan las nalgas de las piernas, esas nalgas ahora apretadas fuertemente, sobresalen dos pequeñas extremidades que se agitan en una manifestación de dolor.
En el interior del cuerpo penetrado se sienten las violentas pulsaciones del pene cuyo glande se agranda al ritmo de la eyaculación que es abundante.
Los cuerpos se aquietan, luego se separan lentamente.
Cuando el hombre retira el pene del interior del otro cuerpo dice…
-Ya está , Pablito. ¿Te gustó?
-Me hago caca…- responde el otro
Todo comenzó tres o cuatro años antes, cuando Tito, el hombre, era todavía el novio de la hermana de Pablito.
Pablito para entonces era el que acompañaba a los novios a todos lados.
Una noche habían concurrido al cine y Pablito se durmió y el hombre lo acunó en su regazo para que su novia estuviese cómoda.
A Pablito le gustó esa muestra de afecto.
Estaba despierto pero se quedó acurrucado, con su cara pegada al pecho masculino. Soportando estoicamente el cosquilleo que le producían los pelos del hombre en su nariz. Era placentero sentir su calor y olor tan particular. Apoyó los labios sobre la piel y vellos abundantes y se sintió bien.
A todo esto entre Tito y Lili se vivían otros momentos. Momentos especiales de esos que tiene toda pareja de novios jóvenes como ellos. Tito con casi 28 años y Lili con casi 21.
En la oscuridad de la sala las manos del hombre exploran, buscan, tocan, acarician, amasan y las manos femeninas en reciprocidad ansiosa, responden generando sensaciones especiales, activando glándulas que segregan olores particulares que el niño percibe. Caricias que provocan reacciones físicas que en la mujer no se notan pero que en el hombre tiene manifestaciones evidentes y duras.
La dureza la siente Pablito en su nalga derecha. La siente crecer a la par que palpita. Tito desplaza el cuerpo abriendo espacio entre ambos. Al hacerlo la mano que antes descansaba en el regazo se desliza con suavidad para caer con la palma abierta sobre la parte mas tensa de ese momento.
Pasa un buen rato hasta que la mano, aguijoneada por los fuertes latidos que percibe, inicia una lenta y prolongada exploración a lo largo y ancho de la geografía palpitante. La manito fisgona recorre el largo camino hasta la base. Allí palpa curiosa , oprime un poco y aprecia un fuerte latido. Impertinente va hacia el otro extremo donde una protuberancia entre esponjosa y dura se hincha al tacto.
Toda la noche se la pasó jugando con aquello tan duro y caliente sin que al dueño le provocase alguna reacción enojosa. Al parecer el trabajo de Pablito sobre su humanidad producía una sensación más que placentera. Tanto que en un momento el cuerpo del hombre se estremeció y Pablito sintió el rítmico latir del órgano eyaculando, sin saber ni entender qué ocurría. Después la calma y el juguete que se reduce considerablemente.
Termina la función y el regreso a casa. Hasta el próximo jueves. Aunque puede ser el sábado si es que aparece alguna fiesta familiar
Entre Pablito y Tito se establece una relación muy especial, sin que hubiera acuerdo alguno. Para Pablito nacía allí un ídolo en principio.
Cada jueves de cine permitió un avance que supo aprovechar. Un acuerdo tácito se había establecido entre los dos.
Organizado por el padre de Pablito, un grupo de hombres, hicieron un viaje al campo para cazar liebres y quirquinchos. Entre los invitados estaba Tito y como Pablito lo pidió lo incluyeron en la expedición. Eran cinco personas en total.
Resultó que al regresar, el camión en el que habían montado la “tienda”, rompió ejes y debieron dejarlo en la ruta quedando Tito y Pablito a su cuidado y los otros tres hombres por distintas razones emprendieron el regreso a la ciudad haciendo dedo para buscar una grúa.
Cuando llegó la noche armaron cama en el camión y él le pidió al cuñado dormir juntos porque tenía miedo. Había comenzado a llover.
Como el camión tenía tendida una lona impermeable su interior era seguro y confortable.
Cuando se acostaron Pablito notó que su cuñado vestía solo un calzoncillo como toda prenda. Entonces el hizo igual y al acostarse adoptó la posición cucharita a la que el hombre no se resistió. Un momento después sintió que contra sus nalgas palpitaba la dureza ya conocida. Metió una manito entre los cuerpos y palpó en el calzoncillo la dureza tan deseada. Para su contento descubrió que la prenda tenía una abertura y por allí metió la mano hasta encontrar que entre una maraña de abundante pelo estaba ella en toda su magnitud desplegada…”
Pablito siempre recordaría aquel momento como algo muy curioso. Tonto quizá.
Por mucho tiempo había masajeado aquella dureza cubierta por la ropa, la había sentido palpitar tantas veces y otras tantas sentirla como se mojaba para luego quedar blandita, pero nunca jamás hubo comentario alguno con su, ahora, cuñado. De este tema no se habla parecía la premisa, que no le extrañó el silencio del hombre que simulaba estar dormido.
Aún cuando han pasado los años, con ellos las modas, los modos, costumbres y hábitos, la familia creció modificándose y las experiencias personales construyeron una persona que supo aprovechar al máximo los momentos que le permitieron construir una historia, no olvida la sensación maravillosa que le produjo el sentir en sus manos aquello que luego sería prohibido. La tersura y suavidad de la tibia piel que a su vez era dura y agresiva, la suavidad de la pilosidad masculina y ese olor tan particular que nunca dejaría de sentir. Olor con el que quedaría impregnada su vida.
Su corazón latía con tanta fuerza que creyó que saldría de su pecho con un estallido. Sentía la boca seca y la emoción no le permitía respirar bien. En tanto Tito parecía dormido pues su respiración era calma y sonora.
La lluvia se volvía torrencial acompañada de fuerte viento, relámpagos y truenos. La temperatura descendió considerablemente.
Tito se volvió de espalda y Pablito debió soltar con pena a su presa. El hombre habló.
– Negrito estás despierto?…
– Si
– Mirá será mejor que nos metamos en la bolsa de dormir. Esta haciendo demasiado frío.
– Bueno- dijo el chico
El hombre se incorporó de la improvisada cama y con la ayuda de una linterna buscó la bolsa. La extendió sobre el colchón en que estaban.
– Vení Pablito. Nos metamos los dos juntos. Es bastante grande para los dos. Querés?…
– Sí – dijo casi con alegría.
Pablito por un momento pensó que dormirían en bolsas separadas. Rápidamente se introdujeron en la bolsa que era para dos personas adultas. Era espaciosa, amplia y confortable. Los dos se metieron sin ponerse más ropa que la que ya tenía puesta cada uno.
Una vez adentro de la bolsa, Tito subió el cierre hasta casi cerrarla por completo. Pablito se deslizó hacia adentro buscando estar cerca de su tesoro tan preciado.
– Hey, si te vas para abajo te vas a asfixiar – dijo el cuñado
– Tengo frío – dijo el chico
– Está bien cuando se te pase el frío subí.
Se quedaron en silencio. Solo se oía el ulular del viento que golpeaba con la lluvia el costado del camión. El temporal arreciaba.
Cuando la respiración de Tito volvió a ser rítmica y tranquila, Pablito se puso de costado y tendió su brazo sobre el vientre plano del hombre acostado de espaldas. A la altura del ombligo había profusión de pelos. Como un colchón, pensó Pablito.
Pasado un momento la mano se abrió plena sobre el vientre y comenzó a descender. El borde del calzoncillo la detuvo un instante que aprovechó para reorientarse. Se desplazó hacia el centro guiada por la pretina de la prenda hasta encontrar dos botones. Ahí comenzaba la abertura que buscaba.
En los oídos sentía los violentos latidos de su corazón. Otra vez los labios y la boca seca.
Mientras tanto la mano, que no pensaba y actuaba sola, se introdujo por la abertura que no opuso resistencia. Volvió a encontrar la selva suave y espesa. Se abrió camino entre ella hasta encontrarse con la dureza que, aunque desplegada en toda su longitud, descansaba tendida hacia la derecha. La tomó desde la base y la recorrió casi hasta la mitad. No alcanzaba a llegar hasta el extremo por lo que la atrajo suavemente hacia así debiendo sortear los pliegues del calzoncillo.
Ahora sí. Con toda la palma rodeó la protuberancia esponjosa y notó que por la punta salía un líquido espeso. Curioso mojó en él sus dedos y los acercó a su nariz. No tenía un olor definido y llevó sus dedos inquietos a la boca y se tocó la lengua. Un sabor apenas salado. No le pareció desagradable.
Volvió con su mano a acariciar aquel objeto tibio y suave. Lo recorrió en toda su longitud palpando sus gruesas venas. En la base apreció la diferencia de piel, más rugosa y llena de pelos. Sintió que era como una bolsita pero más suave y deslizante. Pudo sopesar lo que esa bolsita contenía y al hacerlo notó que su cuñado separaba un poco las piernas. Se quedó quieto sosteniendo en su mano desbordada los enormes testículos.
Cuando reinició su movimiento sintió que la mano grande y fuerte de su cuñado se cerraba en su muñeca.
– Que estás haciendo, Pablito?- Preguntó el hombre con cierto tono de enojo y él solo pudo responder
– Nada- con voz temblorosa
– Cómo nada si tenés en tu mano mi pichula?…
– Estaba jugando, no se enoje…
– Ah… te gusta jugar con la “cosa” de otro? Mirá si se entera tu padre…
– ¡No le diga por favor!…-rogó
– Si no querés que se lo diga me vas a tener que decir de qué manera te gusta jugar con el pito de otro. ¿A qué jugas?
– No se, Tito…
– Cómo que no sabes si me estabas manoseando todo. ¿A que jugas?
– …….
– Si no me contás se lo voy a decir… ¿A quien más le tocas el pito?
– …A…
– Decime…
– A usted nomás
Tito cerró la bolsa de dormir y encendió la linterna. Pablito seguía en el mismo lugar y posición. De costado, vuelto hacia el cuñado que estaba de espaldas. La amplitud de la bolsa de dormir le permitió al hombre dirigir el haz de luz de la linterna hacia abajo. Los ojos de Pablito enfrentaron a pocos centímetros de ellos la ancha cabeza del objeto de sus desvelos que seguía en posición de firmes asomándose por la abertura de la prenda íntima. Por primera vez vió esa parte de la humanidad de su cuñado y le pareció enorme.
Por el orificio del glande salía el espeso y viscoso fluido lubricante que caía como una gran gota de lluvia sobre el vientre peludo, un poco más arriba del ombligo del hombre
– ¿A quien más Pablito?
– A usted nomás- dijo casi al borde del llanto.
Un instante de silencio que se prolongó, para Pablito, hasta la eternidad. Creía ser aplastado por el mundo. Era enorme el peso que sentía sobre su esmirriada humanidad.
Al fin el cuñado habló.
– A ver. Agarralo como recién, dale agárralo.
Con vacilación la mano se extendió hasta el pene y lo sostuvo casi a la mitad sin alcanzar a rodearlo por completo debido al grosor. El hombre apagó la luz de la linterna pero siguió hablándole al chico
– ¿Te gusta?
– Si
– ¿Te gusta hacerle mimitos, acariciarlo?
– Si
– A que te gustaría darle besitos -primero lo dijo como afirmación y luego preguntó- ¿O no? Pablito…
– …
– Dale, mostrame como le das besitos a mi amiguito…
Un largo momento que a Pablito le significó un cambio drástico, fuerte y hasta violento de su mundo, hasta entonces mágico. Iba a decidir su vida he iba a concretar lo que siempre deseo
A lo largo de los años del noviazgo de su hermana con Tito y desde aquella noche de cine se había instituido una relación silenciosa, sensual, erótica y hasta sexual entre él y su cuñado limitada por dos prendas: un pantalón, diferente cada vez, y un calzoncillo.
Esa relación dio esta noche un salto cualitativo en la soledad del campo, a muchos kilómetros de distancia de su hogar, en medio de una torrencial lluvia, para convertirse en crucial y definitoria.
Dudó un momento ante la insistencia del hombre. Después decidió.
Lentamente fue incorporando su torso para apoyar la cabeza sobre el cuerpo del cuñado. Su mejilla izquierda descansó sobre el peludo vientre de Tito y sus fosas nasales aspiraron por primera vez el olor del hombre. Un olor que nunca encontraría en otros cuerpos. Un olor entre suave y agresivo; entre ácido y dulzón. Un olor que lo marcaría para siempre.
Abrió grande los ojos pero nada vió en la oscuridad. La mano derecha atrajo hasta su boca el órgano cuyo hinchado glande quedó sobre sus labios entreabiertos mojándolos con el liquido que manaba del orificio.
Fue el primer beso. Un beso prolongado, eterno. Nunca jamás supo describirse para sí las sensaciones que invadieron su cuerpo. Una mezcla entre emoción, alegría desbordante que henchía su corazón y lo hacía palpitar enloquecido. Era sentir por primera vez lo que muchos años después sabría que era el amor.
El miembro erecto, con su duro y a la vez suave glande, quedó sobre los labios de Pablito.
Bastó una leve presión ejercida por la pelvis para que los labios se abrieran y dejaran entrar a la boca el bálano hinchado. La estrecha cavidad apenas lo contenía y los dientes lo rosaron.
– Huyyy!!!… Con los dientitos no, Pablito… Hacé como si fuera un chupetín pero sin morderlo. Como cuando te chupás el dedo…
Bastaron apenas unas pocas orientaciones de parte del cuñado para que Pablito aprendiera y pusiera en práctica las enseñanzas.
Tenía total y absoluta libertad para explorar aquel campo desconocido para él hasta sólo un momento antes. Acarició, palpó, tocó, besó todo lo que el hombre puso a su disposición. En su boca se acumuló el fluido expelido por el gordo pene y como no supo que hacer se le ocurrió beberlo y como no le supo mal siguió bebiéndolo a medida que fluía.
Nunca olvidaría el momento en que, tras un tiempo extenso, la mano del hombre acarició su cabeza a la vez que la pelvis comenzaba un meneo que fue increscendo hasta que la mano sostuvo la cabeza desde la nuca, la pelvis se impulsó un poco sin violencia, el pene latió con fuerza y hasta su garganta llegaron espesos goterones de un líquido tibio y suave. Pablito tragó instintivamente al sentir que se ahogaba, sintió nauseas, pero luego siguió bebiendo hasta el final todo lo que salió del miembro de su cuñado.
El cuerpo del hombre quedó inmóvil aunque su respiración era agitada. El miembro, aún en la boca de Pablo, fue perdiendo dureza y se redujo hasta salirse. Pablo lo acarició hasta sentir que las manos del hombre lo subían desde su posición hasta acercar las caras.
El hombre extendió una caricia por su mejilla y con la palma limpió la boca del cuñado. Notó que no tenía humedad y preguntó:
-Pablito escupiste en la bolsa lo que me salió?…
-No… Me lo tragué
-¿Te tomaste mi leche?- pregunto sorprendido
-¡Qué! ¿Cómo leche?… ¿No era su pis?
-No, tontito… Eso es mi leche
-¡Oh!… ¿Y le sale por el pito?…
– -Claro… A todos los hombres nos sale…
-¿Cuándo yo sea grande y haga pis me va a salir igual que a usted?…
-Cuando hagas pis, no. Cuando te hagan lo que vos me hiciste con la boca… o cuando la metas por el chochito de las mujeres o por el potito, te da tanto gustito que te sale la leche
-Oh… ¿La pichula se mete por el potito?
El hombre no contestó pero ya la inquietud había nacido en Pablito y ese sería su próximo objetivo. Lograr que su cuñado lo poseyera de esa manera también. No había plazos estipulados. Existía mucho tiempo por delante.
No hablaron más. Los dos se durmieron. Como decía la mujer de la película que Pablito vió en el cine: “Mañana será otro día”.
Y el otro día amaneció tan frío y lluvioso que invitaba a quedarse en la bolsa de dormir.
Lo hicieron. Se quedaron en la bolsa hasta la media mañana en que el hombre se levantó y preparó el desayuno para los dos.
El día transcurrió, en apariencia, como si ni hubiese sucedido nada. La lluvia que por momentos era copiosa los obligaba a permanecer en el camión, bajo la carpa. Pasó el día sin noticias del padre de Pablito. A unos sesenta kilómetros del lugar el camino estaba cortado por la creciente y no se podía llegar. La noche volvió a pasar por el lugar y, como un calco, ocurrió todo otra vez.
Esta vez hubo menos rodeo.
Una vez dentro de la bolsa de dormir, Pablito, se deslizó hacia el interior y apoyó su cara en el vientre de Tito. El hombre simplemente bajó su mano, quitó el botón que sujetaba el calzoncillo y lo deslizó por sus piernas hasta quitarlo. Pablito lo imitó.
Los juegos, besos y caricias se prolongaron. Guiado por la sapiencia de su cuñado Pablito conoció con sus labios todo rincón de aquel cuerpo por oculto que estuviese, oculto a la luz del día, mientras que las manos grandes y sabias fueron preparando el camino estrecho por donde avanzaría el endurecido y experimentado trozo tibio que brinda siempre placer, complemento del desproporcionado dolor de la primera vez.
Los dos se entregaron completamente y se brindaron placer.
Pablito aceptó cuando Tito le propuso probara por la cola lo que había probado con la boca y se dispuso al cruento sacrificio permitiendo que los dedos enormes lo prepararan dilatando su orificio.
Se dejó guiar tendiéndose de bruces. Las piernas peludas del hombre ejercieron una leve presión entre las suyas para que las separara. Lo hizo y sintió el cuerpo adulto que se acomodaba sobre el suyo. Apreció como el grueso pene se ubicaba entre sus glúteos separándolos y cómo los enormes y pesados testículos aún mojados por su saliva quedaban un poquito más abajo de su orificio anal.
La mano adulta guió el órgano grueso y largo ubicando el hinchado bálano sobre el apenas dilatado upite. Pablito lo sintió mojado y deslizante y no pudo contener pequeñas contracciones de su esfínter que ansiaba engullir aquel tibio garrote. De manera inoportuna impulsó sus glúteos hacia arriba en el momento en que el hombre comenzaba a presionar con el pene. El esfínter cedió y una generosa parte del miembro entro en el chico con tanta fuerza que no pudo contener un grito que traspasó la cortina de agua y recorrió el desolado y oscuro campo siendo oído solo por Tito que siguió empujando hasta meter en el agujerito protegido por los pequeños glúteos un poco más de dos tercios de su deliciosa longitud.
Solo se oía el llanto imparable de Pablito que ahora tenía miedo.
El hombre inició un suave meneo que le produjo primero más dolor y luego fue despejando hasta sentir un cosquilleo especial centrado en la zona perianal
Dejó de llorar.
Finalmente el dolor que le provocaba el llanto lo había anestesiado y el peso que tanto lo asustaba al aplastarlo contra el piso haciéndole sentir cada detalle del terreno irregular en su cuerpo desnudo, se alivió de pronto.
El hombre, apoyándose en una de sus manos, incorporó su torso desnudo separándolo de la pequeña espalda y encendió la luz de la linterna
El hombre se irguió un poco y miro la espalda estrecha y las nalgas magras. Pensó que en ese momento él le pertenecía sin límites. Bajó su mano libre y lo obligó a abrirse un poco más. Varios centímetros de su grueso miembro estaban todavía fuera del pequeño orificio que se veía muy tenso y dilatado tratando de aceptar al intruso.
El hombre impulsó la pelvis hasta lograr que solo quedaran afuera los pelos renegridos de su pubis. Apoyó la mano con la que separó los glúteos insignificantes, en el suelo para sostenerse y retomó el meneo lento y profundo sintiendo la estrechez que lo contenía
– ¡¡¡Ayyy…no. No…noooo! –gritó…
– ¿Te duele?- preguntó
– Siiii…- respondió
– ¿Mucho?- volvió a preguntar
– Siiii
– Aguantá un cachito…
– No…no. Me hago caca. Me hago caca – suplicó
– No. Te parece. Es porque tenés a mi amiguito hasta los pelos en el upite. Aguantá
– ¡¡¡Ayyy!!! Me hago caca
– Aguantá un poquito que te doy lechita, dale
Sus movimientos se aceleraron y volvieron mas violentos reavivando el dolor
Respiración agitada y gemidos de placer en el cuerpo adulto transpirado
Quejidos de dolor y llanto en el cuerpo impúber penetrado por el ano.
Movimientos acelerados al extremo que llevan al climax al adulto.
Una paloma se posa en la copa de un árbol cercano. Desde allí se ve la espalda del cuerpo adulto conformando una figura extraña. A la altura de sus gruesos y peludos muslos, allí donde se separan las nalgas de las piernas, esas nalgas ahora apretadas fuertemente, sobresalen dos pequeñas extremidades que se agitan en una manifestación de dolor.
En el interior del cuerpo penetrado se sienten las violentas pulsaciones del pene adulto cuyo glande se agranda al ritmo de la eyaculación que es abundante.
Los cuerpos se aquietan, luego se separan lentamente.
Cuando el hombre retira el pene del interior del cuerpo pequeño dice…
-Ya está , Pablito. ¿Te gustó?
-Me hago caca…- responde.
El cuñado lo ayudó a limpiarse el ano con el agua de la lluvia.
Después se metieron en la bolsa y abrazados se durmieron.
Esa fue la primera vez
Pero no la última.
Esta es mi historia y aunque lo deseo no la puedo volver a vivir. Si alguno quiere contarme su primera vez aquí estoy para escuchar. Los quiero a todos
Chau
Pedro
Este relato es para ser leído por gente que acepta la verdad de su condición, sin histerias ni historias. Amén
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