TODO ES EVENTUAL: La Casa De Los Fenómenos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Eventualmente_Sexual.
No podía verlo tanto tiempo, porque asco me provocaba.
Siempre estaba sentado en una silla de mimbre y mecedora.
Era alto, obeso y aguado y su cara bobalicona era de fenómeno extraño, a veces cuando reía, veía al techo como si tuviera viendo algo que le causaba mucha risa.
Otras veces solo estaba en silencio, un silencio que mucho miedo me hacía sentir.
Por eso no podía verlo tanto tiempo.
Mi tío nació enfermo, era él que más dependía de mi abuela, y mi abuela era a él quien más quería.
No solo era porque miedo y asco me daba, sino que si le veía tan fijo y por largo rato, abuela me daba un pellizco, un palmazo en el hombro o, incluso hasta un jalón de oreja.
Hace rato que había aprendido la lección.
A veces lo detallaba, su entrepierna muy abultada, era tan rara, y asco sentía.
Todo él me era repulsión.
Tío Juan era otro fenómeno de la familia, un negro alto con varias tajaduras en su cuerpo.
Dio tanto al clavo en meterse en riñas, hasta que una vez, por andar a las carreras montado en un caballo tuvo un accidente cayendo al vacío, y por esto tuvieron que amputarle la pierna izquierda.
Era alto y yo lo veía altísimo, su musculatura era perfecta, esas pequeñas cicatrices abultadas, solo eran adornos en una piel que tan oscura era, pero bella bajo el sol, o en la oscuridad lo era.
Mamá murió en mi parto.
Mi tía en un accidente y dejo a un niño enfermo, era mi primo José.
Mi casa…
La casa de la abuela era amarga, tanto como eran sus fenómenos.
Si existiera un retrato, solo mi abuela y yo seriamos “los normales”.
Una vieja raquítica y de baja estatura, sin dientes que su boca fruncida ya arrugas no le cabían, unos ojos oscuro que guardaban tantos secretos, tanta malicia, tanto dolor, tantas penas.
Y yo era un fenómeno también, mi cara cubierta de muchas pecas, tan pálido que bajo el sol mis venas se veían fluir, mi cabello como zanahoria marchita, mis piernas muy picadas de mosquitos, harapiento que en el colegio no tenía amigos.
Una tarde, abuela había bajado al pueblo, tuve un rato en el patio jugando con mi primo José, pero como era “gafo” sus ojos achinados, su boca abierta y babeante, no entendía lo que le decía.
Agarraba una hoja seca y con ella jugaba dando vueltas y vueltas sobre la tierra.
Entré a la casa, una sombra oscura se contrajo hacía la cocina.
Esa tarde estaba gris y dentro se veía igual, pase por el pasillo, de soslayo miré a mi tío enfermo, y cuando salgo al patío está mi tío parado con su solo pie.
Un negro alto dando la espalda, denudo completo, sus glúteos marcados, su espalda ancha.
Estaba cerca del pipote, con una mano sostenía algo, y con la otra echaba tazadas de aguas, luego a todo su cuerpo y cuando termino, se volteó y ahora lo vi de frente.
Que cosa tan gorda tenía entre sus piernas, colgaba como un chorizo.
Estaba cubierto de pelos hirsutos muy pequeños, era negro como todo el resto de su piel, y asomaba una cabeza morada, tan pálida, muy distinta a lo que yo tengo cuando me veo orinar.
Desde que tío Juan cayó en desgracia, estaba mucho más amargo que antes, y cavilaba en sus pensamientos, a veces estaba totalmente ausente, mirando como al horizonte imaginario, tan mudo, que su silencio era igual de tenebroso como el de mi tío enfermo.
Apenas vio mis ojos, y camino hacia la puerta donde estaba yo viendo y paso por mi lado y en todo momento mis ojos tuvieron fijos en su verga gorda y cubierta de pelos.
Después de ponerse un short corto fue a la sala y se acostó en un chinchorro que ahí colgaba, yo fui hasta allá y me senté hacía la ventana, viendo primero al frente de la casa.
Apreciando el aire de lluvia que se aproximaba, mirando como el cielo se ponía oscuro, la casa se opacaba más.
Luego volteo hacía donde está tío Juan acostado, que ubicado frente a mí estaba.
Lo miré con aprensión, para deducir que estaba haciendo con su mano puesta encima de su entrepierna.
Se tocaba con ahínco ahí donde estaba su verga, pronto fui testigo como se abultaba su short, notándose como una carpa muy envarada, ya con la mano se asió todo el tronco, y por el costado de la pierna mocha, ahí se estiró el short y con ello saco todita su verga parada.
Se la jalaba en silencio, pausado, tanto que veía como ese trozo de mambo negro se dilataba.
Envarado con mucha fuerza, la cabeza ya no era morada pálida, ahora estaba toda lustrada, brillante como el color oscuro de una berenjena.
De esa cabeza salía una gotita que tío Juan se exprime con ímpetu, ahora si ve a mis ojos, y moviendo más rápido la mano, empieza a curvarse y como si un ataque tuviera, jadeó y entornó los ojos, chorros y chorros blancos, cayeron todos al piso, daba él un gritito chillido, luego se postró acostado al chinchorro, agotado y respirando muy seguido, vio a mis ojos de nuevo y luego apartó la mirada, como si ahora quisiera estar solo en la sala.
Cuando las mañanas eran demasiadas frías, yo iba a la casa de Don Simón.
Entraba por la cocina y veía María Elena haciendo las arepas, hablando con ella me metía bajo un mesón muy cerca del fogón.
Ahí cogía bastante calor, luego de rato hablar con María Elena salía y haciendo que me iba para la casa, terminaba era bajando hacía rio donde estaban los muchachos.
Me encontraba siempre a Félix, él era un criado de Don Simón, ya era mucho más grande que yo, laboraba con trabajos pesados en la agricultura, siempre andaba tan harapiento como yo, era de color café con leche, tan marroncito como sus cabellos y ojos también.
Cuando se metía al río yo veía como se le notaba la verga marcada en el pantalón de lino, luego él se lo sacaba, y lavándolo contra una piedra, se quedaba desnudo y tendía el pantalón al sol.
Pero esa mañana era fría y no estaba haciendo eso, sino que estaba dando calor a su trozo de carne, haciéndose la paja como tío Juan lo hace.
Lo que me gustaba de ver a Félix era que él me hacía seña para ayudarlo, bastante que me gustaba tener ese trozo de carne dura, tiesa como palo, tan blando y caliente, cuando ya empezaba a quejarse, me pedía que abriera la boca, y todo eso blanco que expulsaba, en mi lengua la echaba.
Una vez puso tan cerca su cabeza en mis labios, que sin pensarlo le lamí terminando de limpiarle resto de su semen.
Pero me vio raro, como si eso no lo podía hacer — ¿A caso no era suficiente beber su leche? —.
Al regresar a la casa, me iba con una sensación de querer hacer algo más, algo que sabía mi cuerpo estaba incompleto, me detenía a medio camino, sacaba mi pene extraño y me hacía también la paja que tanto tío Juan se hacía como también Félix.
Esa mañana supe que también blanquito me salía, aguadito pero salía…
Estando sentado en la sala, tío enfermo comienza reír viendo a la techo, detrás suyo una sombra muy oscura se formaba.
Toda mi piel se ponía de gallina, por ello salía de ahí lo más rápido posible.
Y cuando voy al cuarto donde duermo con tío Juan, él estaba de nuevo jalándose la verga.
Me detuve ahí en la puerta y lo vi sin cuidado alguno, ya otras veces lo hacía y como él nunca me espantaba, quedaba embobado viendo como su trozo negro escupía blanco grueso al suelo.
También ya me había dado cuenta, que tío Juan no hacía eso cuando abuela estaba en casa, pero solos casi siempre lo hacía.
Esta vez que lo miraba, ya mi cuerpo sentía la necesidad de acercarme, unirme también en jalarme mi pene.
Mi piel se ponía caliente, mis sentidos estaban a flor de piel, unos nervios que controlaba todo mi ser, mi lengua se ponía gruesa —o al menos era esto lo que sentía yo— como palpitando al ritmo de mi corazón, mi pene, mi hueco y toda mi pulsación.
Él estaba fijo viendo cómo se jalaba su verga negra, con pasos lentos fui acercándome, y como no me decía nada, tuve tan cerca de él, que estando acotado en su cama, yo estaba a su lado de pie.
Y ningún momento había dejado de ver su verga, como tampoco paraba de jalarse.
Cuando fui suspendiendo mi mano a tocarlo él, aun movimiento, posé mi mano en su glande lustrado y a la vez en su mano.
Dejó de moverse.
Su respiración cambió, ahora lenta y temblorosa, profunda y muy queda.
Cogí el miembro viril por el tronco, cerrando fuerte e imitando como lo hacía.
Bajé lento, y templé fuerte, el glande se lustro con una hermosura, tan provocativo, mi boca caliente, mi saliva a punto de correrse por mis labios, mi mirada fija…
Cerré los ojos, me agaché y lo chupé.
— Ahhh
El olor era tenue.
— Ufff
Un sabor que no sabría cómo identificar.
Quizás orine, cebo, ese líquido viscoso tan rico…
— Ohhh
Lo cogí y como chupeta lo lamía.
Luego su mano sobre mi cabeza y empuja y todo parece ir adentro de en mi garganta.
— Ahhh
Su pene me escupió.
El sabor de su blanco líquido, quedo por muy largo rato en mi paladar.
Yo lo provocaba cuando ya perdía el sabor, me pegaba la lengua y de nuevo ese sabor se formaba en mi boca.
Pase el resto de la tarde, recordando la textura de ese trozo de carne negra.
Que caliente era, tan suave y dura, que sabor tan gustoso, que aroma tan divino.
Quería de nuevo oler sus pelos de la pelvis, ansiaba tomar de nuevo su leche.
DOS
Nunca me dirigía una palabra, tío Juan siempre estaba ausente, cavilado y taciturno.
Eran largos ratos que pasaba en la misma.
A veces cuando tenía ganas de probar su leche, iba a verlo y me quedaba rato tiempo esperando que se la sacara, pero no sucedía nada.
Como otras veces, que llegando a buscarlo, ya era porque estaba con la verga afuera, toda parada, bien erguida, esperando mi boca que la saciara.
Inclusive siempre sucedía así, solo en las noches, era yo quien primero actuaba.
Primero tocaba su única pierna, luego le metía la mano por el costado del short, agarraba su verga aguada.
Unas veces se ponía duro así de rápido, pero otras veces tardaba mucho.
Nunca me apartaba para dejarlo quieto, era hasta que yo me cansaba, y solito me regresaba a mi cama, no habiendo encontrado lo que buscaba.
Una noche mi deseo estaba tan caliente y sofocante.
Mis pensamientos cada vez estaban más lúcidos, y me inducían a algo que yo pudiera hacer más.
Eran mis entrañas que lo pedía, ya no querían mis dedos cuando me bañaba, deseaba algo grande, grueso y con solo imaginarlo, en mi cama me revolvía.
Me acosté entre su pierna y la otra mocha, al subir la manga del short, roce su muñón y sentí muy extraño.
Le saco la verga dormida y con mucha gula me la llevo a la boca.
Era la única forma, para yo tener toda su virilidad dentro de mi boca, chupe con ahínco buscando que se pusiera dura, le lamía las bolas, el tronco se lo chupaba, la cabecita se la mamaba.
De nuevo la introducía en mi boca y sus pelos los olía.
Mi esfuerzo empezó a dar fruto, al ritmo que iba levantándose, mis nervios más volátiles se hacían.
Una compresión en mi abdomen, temblaba de pies a cabeza, ya su verga estaba erguida, durísima como piedra, tan sabrosa que la relamía como paleta de dulce.
Cogió mis cabellos, embestía con su cadera, todo ese trozo de carne me la metía con fuerza.
Agitaba tanto su movimiento y su respiración se hizo pesada, creía yo que iba acabarme.
Me le zafé y aparto mi boca de su glande.
Lo oía respirar…
Desde hace mucho que me pregunto por mi sexo.
Tengo un pene, pero no es igual al resto que he visto en los hombres.
Nunca lo he visto en alguien de mi edad, nadie quisiera sus hijos jugaran conmigo, yo también pertenezco a la casa de los fenómenos… “pero si aparentemente soy normal”
Al lavarme abuela decía que debía lavar ahí dentro.
Cuando sentía ganas de hacer lo indebido, se me ponía hinchado, tanto como mi pene y como lo otro, introducía mis dedos, y estaba baboso por dentro y, cuando quise saber hasta dónde llegaba esa profundidad, me causé dolor y bote sangre.
Cada noche que un pensamiento perverso tenía, metía mi mano por dentro de mi short, tocaba mi penecito, más abajo donde estaban mis “bolas” simplemente era como una bolsita vacía, y que en el medio se me abre, ahí tengo el hoyito, introducía mis dedos, y todo esto me gustaba y lo repetía.
Me desnudé, y sentándome encima de él, mi raja abultada quedo sobre el tronco palpitante de tío Juan.
Afinco con presión y chillo con todo mi cuerpo estremecer, me estaba rozando contra esa vara, luego al sentir las manos de tío Juan en mi cadera, con más fuerzas encorvaban mi cuerpo, y pronto siento como mi entrepierna escurre líquido, pero aun no paraba de apretarme a su verga.
Cogí su verga muy dura, también escurría líquido viscoso, apuntando su glande gordo, lo puse en mi hueco, entre los labios de mi sexo extraño, hice presión y un leve dolor me hizo retroceder, pero ya mis entrañas ansiaban sentir ese falo adentro.
Estaba muy caliente esa zona mía, y babosa muy babosa la tenía.
Tío Juan se quedó inerte, ya no me tocaba.
Me fui sentando de nuevo, el glande gordo penetró con mucho ardor, pero al paso que iba engullendo ese mástil, era una corriente que todo en mi cuerpo corría, mi sexo se dilataba, mi pequeño pene estaba erguido, tanto que creía a punto de reventar.
Me fui sentado más, y ya sentía que estaba muy abierto.
Por dentro sentía un cosquilleo con ardor, y cuando ya por fin hice desaparecer la verga de tío Juan, descansé un poco, y luego al sentir sus pelos en mis pene, al rozarme y mientras ese trozo de carne estaba dentro de mí, las cosquillas de placer en mi cuerpo incrementaron.
De nuevo mi cuerpo estaba encorvado, yo mismo dándome duro contra esa verga, pegando muy fuerte mi pene contra su pelvis cubierta de pelos…
Tío Juan se quejó, levantó su pelvis y un chorro caliente corrió por todo mi interior… ahhh.
TRES
Sobando muy fuerte mi sexo, sentí como me corría, como mi pene escupía también lo blanco, pero agüita a penas.
Una tarde estaba con ganas de apretarme con tío Juan, pero abuela estaba en la casa.
Andaba en el patio encimada en sus pensamientos, también en el patio estaba mi primo José, jugando con su hojita seca de siempre, dando giros y babeando como tío enfermo.
Tío juan debía estar en la habitación, yo estaba en la cocina, y miraba por la ventana hacía al patio.
Aparece la abuela y se le acerca a mi primo José.
Ella que era muy bajita, fue poco lo que se inclina para hablarle al oído a mi primo que debía tener 12 años.
Él se le queda viendo con sus ojos achinados, pronuncia sonidos que no se entiende, pero señala al árbol de aguacate, que está al fondo de la casa.
Abuela le hace asiente con su cabeza, sonríe muy cariñosa, y cuando ella sonreía con así, yo le temía.
Algo tramaba y estaba siendo muy cariñosa con mi primo José.
Mi sexo estaba palpitando, hinchado y mojado, me apreté con mi mano y veo hacía al cuarto donde está tío Juan.
Quería seguir viendo que iba hacer abuela con José, pero las ganas que traía más bien era mi oportunidad de ir al cuarto mientras ella estaba entretenida.
Entro en el oscuro cuarto, estaba él sentado en una silla de mimbre.
Ya estaba duro porque él mismo se estaba tocando, como siempre medio veía hacía mí y ahora tenía la mirada fija hacía la ventana.
Me hice el ancho del short por donde va mi pierna izquierda, también hice a un lado mi ropa interior.
Le cojo la verga a tío Juan, y sentándome encima de él con una mano me aferro al cuello y con la otra le guío su dura verga.
Me voy sentado lento, y cuando ya me iba pasando toda, cojo el impulso, subo y bajo de nuevo.
Como estaba muy húmedo y baboso, toda su verga resbalaba en mi hueco, yo le apretaba y aferrándome fuerte a su cuello contra todo su pecho me pegaba.
Gemía en su oído, olía su sudor de hombre, sentía como su verga palpitaba dentro de mí.
Yo estaba de espalda hacía la puerta de la habitación, de frente tenía la ventana, y por ella podía ver un poco hacia el patio.
A lo lejos veía que mi abuela estaba con José cerca del árbol de aguacate, le empujaba a que subiera.
Yo dándome sentadas sin parar encima de tío Juan, mi sexo se dilataba y ya a puntico estaba por correrme.
El jadeando cerca mi oído, yo apretándome duro, mi abuela logrando que José subiera a la mata, me desconcentraba.
Tratando de ver cómo me enterraba el trozo de carne de tío Juan, me ahínco y más rápido me golpeaba con su pelvis.
De nuevo subí la mirada y miré hacía al patío.
Ya no veía a José, solo a abuela, ella con un palo largo de caña, veía hacía arriba y según su expresión buscaba tumbar algo… “Será aguacates”
Me atrincó muy fuerte, sentí toda virilidad templada dentro de mí.
— Ah, ah, ah… —jadeaba yo.
Aquello se expandía, y chorros de blanco me inundaba adentro, en el oscuro de la habitación.
— Ay, ay, ay…
Miraba por la ventana, lo que abuela buscaba tumbar cayó.
—gmmm, gmmm, gmmm… —sollozaba.
Las lágrimas corrían en su espalda negra, José yacía en el suelo, abuela lo miraba y no atendía como mi primo se temblaba.
Lloraba por José, abuela lo ha logrado.
En la tierra que vivía, era una tierra muy humedad donde mucho café se daba.
La tarde que llevaron el cuerpo de José a la casa, ya habían varias personas dando el consuelo a abuela, que bien lloraba y se lamentaba, tapando su rostro, obligando a sus ojos lagrimar y ponerse rojos.
Yo sabía que mentía, pero hasta qué punto era capaz de yo señalarla “¿O caso yo quise a José?”
Bajé hacía al rio, me solté el pantalón y bajándolo hasta los tobillos, me agacho y lavo mi sexo extraño con el agua fría, era bastante leche que me salía, también con mi propia humedad babosa.
Sin haberme dado cuenta, Rubiro me estaba viendo lavar, apareció como un espanto del otro lado de la orilla del rio.
— ¿Qué haces? —preguntó.
Nada.
— Bajate el pantalón— me indicó y en eso ya venía cruzando el rio.
Abuela me dice que nunca lo haga delante de lo demás.
— Ella no está aquí, haceme caso a mí.
Notaba que su pantalón estaba encapado, se tocaba hacía abajo y suponía yo que era su verga parada.
Estaba triste por lo que ha pasado con José, pero no por ello, no dejaba de sentir animo en mi sexo, sobre todo cuando no pude sentir las cosquillas al estar con tío Juan.
— ¿Qué eres tú? —preguntó él…
“¿Qué soy yo?”
Estaba apoyando mis manos en una fría piedra de color gris muy oscuro, el cielo también lo estaba.
—Ya tenés pelos aquí.
Pasos sus dedos y todo mi cuerpo titiritó.
—Pareces un varón, pero tenés una cuquita donde deberían estar tus pelotas.
Abrió mi bojotico vacío, tanteo mi hoyo, y de nuevo mi cuerpo se estremece con sus caricias.
— Huy, pero si te ponés mojadita.
Me eché hacía atrás y jadee al sentir que sus dedos se metían en mi hueco.
Tío Juan pocas veces se movía, era yo quien solito me daba contra ese mástil de carne negra.
Con Rubiro fue diferente, el colocó sus dos manos en mi cintura, me la metió de golpe, y embistiéndome frenético, su verga blanca entraba y salía, entraba y salía, la hundió completa, y apretando yo su trozo, sentí como por dentro me escupía.
Mi sexo estaba caliente, y en cada espasmo contraído de Rubiro, yo acababa, botando mi blanco en la piedra verde oscura.
CUATRO
Ya eran cinco días que ha pasado después de la muerte de José.
Una noche muy negra, solo una vela alumbraba en la sala.
Abuela estaba sentada en su silla mecedora, muy cerca a la ventana que tan solo sus vidrios se veían negros, una tormenta que brillaba y cegaba.
Esa noche tenía miedo, tío enfermo estaba riendo rato largo, tío Juan parecía no estar en casa, abuela estaba muy silenciosa, fui a verla de nuevo, su silla se mecía, y cuando vi a sus pies.
Mi brazo izquierdo se encrespó y me corrió el temor hasta llegar a mi ojo izquierdo, y se aguarapó de impresión.
Estaba sus pies sin pisar suelo, pero su silla se movía como si ella fuera quien lo tuviera haciendo, cuando giró su cabeza, fue tan rechinante la madera que mis ojos quisieron cerrarse.
Sus ojos estaban negros y vidriosos, cuando veo más allá de ella, en el reflejo del vidrió oscuro, José parecía estar del lado de afuera, de pie y mirando fijo a mis ojos.
Mi grito quedo atrapado en mi garganta, mis ojos iba a explotar y solo pude moverme hacía atrás, sin ver conque podía atravesar.
Detrás de mí, choqué con algo alto, todo mi cuerpo se agrandó y mi corazón se detuvo, caí y ni cuenta me di.
Con el ruido del rio chocando en las piedras, detrás de una grande y cubierta de muchos musgos, acostado estaba con mis piernas bien abierta.
Dos manos gruesas que presionaban en ellas, veía el rostro de Rubiro todo rojo, arrecho, sudado y jadeado.
Enterraba su verga parada en mi hoyito, me golpeaba con su pelvis, gemía como animal, e hincando todo su cuerpo, me embiste y profundo en mi hueco la mete, luego siento como toda su leche la acaba, apretando y soltando, sentía su palpitar y mi sexo acababa, no solo mi verga parada, sino que en mi hueco extraño, lo apretaba y también sentía mucho ahí, tanto que lo buscaba para que tanto placer me dieran.
La tarde soleada que encontré a tío Juan colgado, estaba atado al cuello, en una de las ramas de la mata de aguacate.
Había visto tanto ya, que ya la impresión no era capaz de hacerme sentir algo, pero entendí en ese momento, que si de ahí no solía lo antes posible, el próximo muerto era yo.
Tío enfermo reía muy fuerte y le oía yo desde afuera, abuela me miraba a través de la ventana.
Los vi por última vez, les di la espalda y por el camino me fui…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!