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Episodio quince. El dado rojo que Miguel había hecho rodar se detuvo: “Sexo anal al otro participante”. Mi amigo se rio a carcajadas. Otra vez me había ganado.
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Episodios anteriores de esta serie: (1) La suerte de una buena carta – (2) Los juegos que la gente juega – (3) Todo tiene su precio – (4) La dorada obsesión – (5) Ojos de serpiente – (6) Ya no quiero volver a casa – (7) El as de espadas – (8) Nada que perder – (9) Un sueño dentro de otro sueño – (10) Yo robot – (11) Eclipse total – (12) El silencio y yo.– (13) Lucifer – (14) Pirámide
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(Resumen del episodio anterior «Pirámide»: la directora del colegio decide enviar a un compañero de clase del Rusito para que se pueda poner al día con los estudios. Le pide ese favor al pequeño e inocente Miguel. Todo marcha bien hasta que el ambiente saturado de marihuana hace que el chico se ponga eufórico y pierda el control. Husmeando, encuentra unos juegos eróticos de la mamá del Rusito… y los quiere jugar).
El dado rojo que Miguel había hecho rodar se detuvo: “Sexo anal al otro participante”. Mi amigo se reía a carcajadas. Otra vez me había ganado.
-¿De qué te reís, enano?
-¡De tu cara, Rusito!
-¿Sabés qué es el sexo anal?
-Ni idea, pero vos me lo vas a explicar. ¡Debe ser divertido!
Miguel, que tenía 13 años como yo pero parecía un chico de 10, estaba muy cambiado. El tufo a marihuana del dormitorio de mamá lo había puesto eufórico y atrevido.
Aunque la estábamos pasando bien, me pareció mejor que dejáramos el sexo para otro momento y él se fuera a dormir a mi habitación, con las ventanas bien abiertas para que volviera a ser el chico tímido y callado de siempre. Pero Miguel estaba desatado. No aflojó.
-Está bien -le dije- . Podemos ver algún video porno para que sepas de qué se trata.
-¡O vos me podés mostrar cómo se hace!- dijo con picardía, dejándose caer sobre la colcha.
Aunque yo tenía mucha experiencia sexual, siempre había sido pasivo. ¿Sería mi primera vez? Acostados boca arriba en la cama de mi mamá, el espejo circular del techo nos reflejaba. Parecíamos dos hermanitos desnudos e inocentes.
-¿Dónde está el baño?- quiso saber Miguel.
Se lo dije y mientras él hacia lo suyo, miré mi celular. Santiago me había enviado un mensaje tierno, pero triste. Le contesté que yo lo quería mucho, pero que lo notaba distante. Que entendía si se sentía confundido. Que yo siempre lo iba a seguir queriendo.
Miguel volvió.
-¿Y, qué hacemos?
-Para empezar, vas a hacer lo que yo te diga.
-¡No me voy a ir a dormir! ¡Mostrame cómo se hace!
-¡Qué malcriado sos! ¿En serio querés que te coja?- le dije sin vueltas.
Se rio a carcajadas como si yo le hubiese contado un chiste graciosísimo y sin previo aviso, se me vino encima. Forcejeamos pero lo dominé fácilmente. Él era el más chiquito de la clase.
-Vamos a ducharnos, Miguel.
Con esas tres palabras parodió la estrofa de una canción infantil. Seguía tomándome el pelo. Pero me acompañó.
-Qué olor, enano…- dije al abrir la puerta.
-Fue la pizza – se disculpó.
-¿Y no se te ocurrió echar desodorante de ambientes?
-Tu casa ya tiene olor raro- dijo, y era cierto.
Abrí la canilla de agua caliente y entramos a la ducha. El seguía cantando, como un borracho, mientras yo lo enjabonaba. Se interrumpió cuando sintió mis dedos entrando en su orificio.
-¿Qué hacés?
-Limpieza. Por aquí se hace el sexo anal.
Despreocupado, volvió a su canto monótono mientras yo le enjabonaba sus muslos y piernas.
-¡Ufff, me entró jabón en el ojo! –se quejó.
Hice correr agua por su cara y como lo vi tan tiernito, no me pude aguantar darle un beso en la boca. Él se dejó, pero era obvio que no tenía idea de cómo responder. Nos secamos y volvimos al dormitorio. Mi amigo se acostó boca abajo.
-¿Vas a dormir, Miguel?
-Quiero que me cojas. ¿Me va a doler?
-Si te llega a doler, me decís y paramos.
-Sos buen pibe, Rusito.
En la mesa de luz había gel lubricante. Desde mi primera experiencia sexual, yo había aprendido mucho sobre estos productos. De los que tenía mamá, elegí el mejor y más caro.
Vi a mi amigo tan quieto que pensé que se había dormido. Me acerqué: Miguel tenía los ojos cerrados y roncaba suavemente. Pero estaba fingiendo y no aguantó la risa.
Lo hice girar para abrazarlo.
-¿No me vas a…?
-Claro que sí, pero esto no es tan mecánico.
Lo estreché entre mis brazos, le besé el hombro y después, el cuello.
-Un poco mecánico debe ser, si vas a usar lubricante-comentó.
-Sos inteligente, Mike, a ver si también aprendés a besar- y mis labios buscaron los suyos. Después de unos tanteos, le tomó el gusto a besar de lengua. Lo hicimos hasta que nos quedamos sin aliento.
-¡Qué pelo tan rubio tenés!- me dijo – ¿En serio no te besaste con chicas?
-Todavía no.
-¿Con Guadalupe tampoco? Ella siempre dice que sos un bombón.
¿Qué podía decir yo? La suerte de una buena carta. Nadie elige sus genes. Le lamí el cuello, mientras mis manos acariciaban su cuerpo infantil. Él, complacido, me dejaba hacerle lo que quisiera.
La diferencia de tamaño y la sensualidad de nuestros movimientos me hizo sentir como si yo fuera una boa gigantesca y él, un venadito aprisionado entre los anillos de la serpiente. La imagen (que había visto en algún libro escolar) me excitó. Le di un último masaje a sus nalgas redondas. Ya estábamos listos.
-Bueno, amigo, ahora sí… -le susurré al oído. Puse a Mike en la posición del perrito. Esta vez fue obediente.
-Vas a sentir algo tibio en la cola.
-¿El lubricante?
-Sos un genio.
Había llegado el momento. Con delicadeza fui metiendo mi pene en su trasero, mientras me afirmaba sosteniendo sus caderas. El lubricante hizo que la penetración fuera suave.
-Mmmm…
-¿Estás bien?
-Siiii… -dijo casi ronroneando. Comencé a embestir con mucho cuidado. El cuerpo de mi amigo era tan tierno que tenía miedo de lastimarlo.
Toqué su pene: ya estaba paradito. Entonces, le acaricié los testículos. El suspiró, satisfecho.
Yo también estaba disfrutando mucho. Sentía la calidez del cuerpo de Miguel como una invitación a hacer mi penetración más y más profunda. Lo hice. Nuestros gemidos se mezclaron. Los dos gozamos intensamente un buen rato.
Finalmente, dando un gran suspiro de placer, eyaculé dentro de él.
-¡Qué rico…!- murmuró.
Me separé y contemplé su colita. El semen estaba empezando a chorrear desde su orificio rosado. Con la mano, alcancé a evitar que mojara la colcha. No quería problemas con mamá. Recogí el esperma en la palma y, como si fuera un rito de iniciación, me lo bebí.
Un rato después, estábamos otra vez en la ducha. Yo le estaba dando un masaje en la espalda (sabía cuánto lo disfrutaba) para que él durmiese bien, cuando chilló el portero eléctrico.
-¿Es tu mamá?- preguntó Miguel.
-No, debe ser un cliente de ella…
-¿Un cliente? ¿Ella vende cosas de noche?
-A toda hora…
El portero eléctrico sonó de nuevo.
-¿No lo vas a atender?
Salí de la ducha en puntas de pie, tratando de mojar lo menos posible.
-¿Quién es?
-Soy Santiago. ¿Me abrís? ¡Tengo noticias!
-Eh… Sí, claro. A ver… Pasá, Santi.
-¿Estás solo?
No le contesté. Apreté el mando del portero eléctrico para que Santi entrara al edificio. Mientras me ponía apresuradamente el slip, pensé que mi vida era un quilombo. Todo se complicaba.
Y se puso peor cuando vi acercarse a Miguel. Se estaba masturbando y sonreía de manera perversa.
-Ahora te tengo que coger yo, Rusito.
(Continuará)
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