Todo tiene su precio
Tercer episodio. Mi amigo me advirtió: «Mejor no te acerques al Chino. Da buenos masajes, pero le gustan demasiado los chicos». Tenía razón. .
Episodios anteriores: «La suerte de una buena carta» / «Los juegos que la gente juega».
Uno de mis compañeros de clase me invitó a probarme en un equipo de futbol. Se trataba de un club del ascenso. Pero me interesó y fui. Cuando llegamos al lugar, había varios entrenadores, pero uno de ellos estaba rodeado por los padres que habían acompañado a sus hijos. Mi amigo me dijo que ese hombre había jugado en primera división y era bastante famoso.
Durante la práctica jugué en mi puesto natural: de cinco, en la mitad de la cancha. Tuve buenos quites y acerté en los pases. El entrenador fue reemplazando a los demás niños pero a mí me mantuvo en el juego. Eso me dio confianza. Al terminar la práctica, se me acercó:
-Buen trabajo, pibe. ¿Cómo te llamás?
Se lo dije. Quiso conocer a mis padres. Le expliqué que mi mamá trabajaba (no le dije que era prostituta).
-Nos hace falta un jugador como vos y creo que podés tener un gran futuro en este deporte. Hay que mejorar algunas cosas, por supuesto, pero para eso están los entrenamientos. ¿Ya tenés trece años?
Contesté que sí.
Lamentablemente a mi amigo le dijeron que volviera a intentarlo el próximo año. En realidad, solo quedamos en el equipo tres chicos de todos los que nos probamos ese día.
Ya en el club, fui conociendo nuevos personajes. En general, los demás chicos y los entrenadores eran gente sana. Los mejores amigos que tengo los hice en el club. Con el más habilidoso del equipo tuve una especial conexión desde el primer día. Él jugaba de diez y hoy está en un equipo de Primera. Seguimos siendo muy cercanos.
Todos teníamos apodos. A él le decían “Piojo”, porque era de baja estatura. A mí, “Rusito”, por mi pelo rubio. Con el Piojo nos entendíamos muy bien dentro y fuera de la cancha. Hablábamos de todo. Una tarde, al salir del vestuario, vi que en una habitación estaba uno de los chicos mayores acostado en una camilla y un hombre de aspecto oriental le estaba dando masajes.
-Eso me gustaría – le dije al Piojo.
-Mejor no te acerques al Chino. Da buenos masajes, pero le gustan demasiado los chicos.
-¿Cómo sabés eso? ¿Te hizo algo?
-A mí no, pero a otros sí.
Desde entonces me crucé varias veces con el Chino. Por mi aspecto, ya estaba acostumbrado a que me miraran. Como conté en el primer episodio, la genética me dio buenas cartas. El Chino iba seguido a vernos. Aunque no me decía una palabra, yo me daba cuenta de que estaba más interesado en mí que en el partido.
Una mañana, después de un encuentro muy exigente, terminé con un tirón detrás de la pantorrilla. Me bañé con dificultad, tratando de que el agua caliente me aliviara. Pero la molestia seguía. Se lo comenté al entrenador.
-¿Por qué no le pedís al Chino que te haga un masaje? Decile que vas de parte mía.
El Piojo me miró alarmado, pero yo estaba dolorido y acepté. Con una toalla alrededor de la cintura, fui rengueando hasta el sector de masajes. El Chino estaba allí y si se emocionó al verme, lo disimuló muy bien.
-El entrenador me mandó.
-Ya guardé todo.
La respuesta me desconcertó. Yo solo veía una camilla y un armario cerrado.
-Si necesita un masaje tendremos que ir a otro consultorio.
Me llegaban las voces de mis amigos desde el vestuario. Además, tenía mi ropa y mi bolso allí. Le dije que no entendía.
-Venga conmigo.
Caminamos por un largo pasillo y llegamos a una puerta. Entramos. El Chino encendió la luz. Era otro consultorio. Me indicó que me acostara boca abajo en la camilla y me quitó la toalla, que colgó en un perchero. Cuando acarició mi gemelo derecho no pude evitar quejarme. Me dolía.
Fue hasta el armario y lo abrió. Tomó un pote de aceite y, con manos expertas, empezó a masajear la zona. Mientras lo hacía, experimenté alivio. El tirón se iba aflojando.
Las puertas del armario quedaron entreabiertas. Entre las toallas y aceites, vi unos objetos que me recordaron a los juguetes que vendían en los sex shop y que yo no sabía qué eran. Ya no escuchaba las voces de mis compañeros y recordé la advertencia del Piojo.
-Muchas gracias, señor… -le dije, siempre acostado boca abajo- ¿Ya me puedo ir?
Puso sus manos en mi espalda.
-Tiene contractura. Vamos a hacer un servicio completo.
De inmediato experimenté el doloroso e intenso placer de un buen masaje en el cuello y las cervicales. El Chino amasaba mis músculos y yo sentía que me relajaba más y más. El aceite facilitaba su trabajo. Después de unos minutos, ya me tenía bajo su dominio.
-Dese la vuelta.
Obedecí. Allí estaba yo, completamente desnudo y expuesto a lo que él quisiera hacer conmigo.
-¿Disfruta el masaje?
-Mucho.
-Todo tiene su precio.
-¿Por qué tiene juguetes sexuales en el armario?
Apenas sonrió: -Usted es curioso.
Me echó aceite en el pecho y siguió con sus masajes. El oriental conocía a la perfección el cuerpo y sin tocar mis genitales, me reveló placeres desconocidos. Acarició mis pezones y mi cuello con tal arte que me hizo gemir de gozo. Aunque traté de evitarlo, tuve una erección.
Él fue al armario y volvió con varios juguetes. Tomó uno.
-¿Qué es eso?
-Un vibrador.
Lo encendió y empezó a rozarme el frenillo de mi pene. Fueron unos minutos de placer intolerable, hasta que eyaculé.
-¿Cómo se sintió? – preguntó, mientras limpiaba mi vientre con pañuelos de papel.
-Increíble.
-Todo tiene su precio.
Dejó el vibrador en una silla y tomó otro juguete. Parecía un picaporte de color rosado.
-Se llama plug anal. Dese vuelta, apóyese en los antebrazos y suba la colita.
Lo hice. El derramó lubricante en mi ano y me penetró con el plug. Era de un material flexible, tal vez silicona, y tenía la punta delgada. Mientras me metía el juguetito fui sintiéndolo más y más ancho.
Después el Chino se puso frente a mí, desnudo y con una potente erección. Acercó su pene a mi boca y comencé a hacerle sexo oral.
-Usted es muy bueno en la cancha y también en el sexo- observó, acariciándome.
Mientras succionaba su verga, yo sentía un extraño placer en mi ano. El plug parecía estar dilatándose cálidamente dentro de mí. Después de unos minutos interminables, el Chino se puso detrás de mí. Retiró el plug y me penetró profundamente mientras jadeaba de placer. Cuando acabó se quedó unos momentos sobre mí, como asegurándose que su semen llegara hasta el último rincón de mi cuerpo.
-Ahora debe ducharse.
Tomé la toalla y me la puse en la cintura, mientras él se vestía. En la puerta nos separamos en silencio. Yo fui caminando hasta el vestuario. Después de ducharme, me cambié y salí.
Afuera todavía estaba el Piojo, esperándome.
-¿Estás bien, Rusito?
-Sí, ya me siento mucho mejor.
Me interrogó con la mirada. Solo le respondí: -Gracias por esperarme, Piojo. Sos un buen amigo.
Y nos fuimos.
como sigue
¡Hola, barcelona22!
La serie sigue con el episodio «La dorada obsesión». Gracias por leer y comentar.
Excitante 🤤 🤤 muy placentero para, eyacule rico 😋, saludos 😁 😁 😁, seguiré leyéndote..
¡Gracias por leer y comentar, Lutarygay07!
Jejej yo de nuevo, que lindo el chino es una de las personas que me encantaría haber conocido cuando joven, espero que nueva a aparecer
Qué rico 🤤
¡Gracias por leer y comentar!