Tradiciones de un colegio pupilo (capítulo 1)
Boston, 1970. Clint, un niño de 13 años, quiere seguir sus estudios en un prestigioso colegio pupilo: Ulster Hall. .
Mi llegada al colegio pupilo fue voluntaria. Mis padres habían decidido hacer un largo viaje a Europa para celebrar su vigésimo aniversario de casados (también estaban tratando de salvar su matrimonio, pero eso lo supe después) y yo había visto publicidad de un colegio pupilo solo para varones que me había fascinado. Las fotos del lugar eran increíbles. Además, me hacía sentir mayor.
Ya había cumplido trece y la idea de pasarme ese año en lo de mi tía Rachel, yendo a un colegio de Utah, no me interesaba en absoluto. Sabía lo estricta que era mi tía y deseaba mayor independencia.
Mis padres quisieron conocer personalmente la Academia Ulster antes de darme permiso. El director, el Sr. Stuart, los atendió amablemente. Les explicó el plan de estudios, las actividades deportivas y culturales. Paseamos por la academia y de verdad era un lugar espectacular. Tenía un bosque, un lago con botes, canchas de baseball, de básquet, un gimnasio enorme y las casas donde se alojaban los estudiantes y profesores eran simpáticas. Parecía un pequeño pueblo, con sus canteros de flores cuidados. No había un solo papel en el suelo.
Me entusiasmé todavía más al conocer las aulas, bibliotecas, comedor. El colegio no tenía muchos alumnos. “Es un ambiente muy familiar”, dijo Stuart. Les entregó a mis padres una lista con toda la ropa necesaria. Los libros y útiles escolares los entregaba la Academia.
La despedida fue emotiva y cuando el auto de mis padres se alejó, me sentí un poco desdichado. El señor Stuart me llevó a una de las casas para estudiantes y me presentó a mi compañero de habitación: Matt. Me cayó muy bien.
Matt era simpático y tranquilo. Había perdido a sus padres unos años atrás y sus abuelos habían decidido enviarlo a Ulster para que hiciera el secundario. Él no tenía ganas de venir, pero no quiso oponerse a sus parientes. Ya estaban mayores y tenían sus propios proyectos. Criar un niño no estaba en los planes. Se lo sacaron de encima. Pero Matt nunca habló mal de ellos.
En el comedor, los alumnos de primer año nos sentábamos juntos en una mesa. Éramos quince, entre ellos dos chicos venezolanos. Esa noche el cocinero nos trajo de comer platos con carne de cerdo y papas fritas. Sin embargo, a Matt le trajeron puré de papas.
– ¿No te gustan las papas fritas, Matt? – le pregunté.
– ¡Claro que sí! ¿Por qué a mí me dan puré?
El cocinero, un afroamericano corpulento que se llamaba Thomas, le dijo que había calculado mal.
-Me dijeron que eran catorce.
Le ofrecí las mías, pero Matt, que no se hacía problemas por nada, sonrió y dijo: -No te preocupes, Clint. Me encanta el puré.
Cuando terminamos de comer, el señor Stuart nos leyó el horario de actividades. Era difícil acordarse de todo, pero me tranquilicé cuando dijo que en cada habitación había una copia. “La puntualidad es una tradición en Ulster”, afirmó.
Tradición, esa palabra.
Matt y yo estábamos agotados por el viaje y teníamos sueño. Apenas hablamos mientras nos desvestíamos.
– Se me cierran los ojos- dijo Matt.
– Vamos a dormir muy bien esta noche.
Cada uno se metió en su cama, nos dimos las buenas noches y apagamos la lámpara de la mesa de luz.
—————–
No los escuché entrar a la habitación. Estaba durmiendo profundamente cuando sentí que me sacudían el brazo. Me desperté y vi a dos figuras altas con máscaras de las que se usan en Halloween. Una mano me cubrió la boca antes de que pudiese gritar de miedo.
-Shhh- dijo uno de ellos- No te preocupes. Somos alumnos del último año.
Yo no entendía nada.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué entraron a nuestra habitación?
-Tranquilo. Siéntate y te explicaremos.
Hice lo que me dijeron.
– Vendrás con nosotros a una pequeña… ceremonia de iniciación. Es tradición en el colegio darle la bienvenida a los más pequeños. Es un honor especial.
– ¿No podemos dejar ese honor especial para mañana? ¡Tengo mucho sueño!
– No, la tradición es a la medianoche.
Mi compañero de habitación dormía profundamente.
– ¿Y qué pasa con él?
– Esta ceremonia es solo para ti. Te hemos elegido para formar parte del grupo.
– ¿De qué grupo? ¿Para qué?
– ¡Vamos! Se hace tarde
Quise buscar mis pantalones, pero ellos me dijeron que no lo hiciera.
– Con esa camiseta y los calzoncillos es suficiente. Solo ponte unas sandalias.
– ¿Voy a salir en ropa interior?
– ¡Vamos que se hace tarde! ¡Los demás te están esperando!
Salimos de la casa al parque.
– ¿Y ahora qué?
– Tenemos que taparte los ojos. Vas a pertenecer a una sociedad secreta, pero todavía no estás dentro.
Me cubrieron los ojos con unas antiparras para dormir. Uno de ellos me tomó suavemente la nuca y me dijo que caminara, que él me guiaría.
Unos minutos después el otro dijo: – Ahora tenemos que atarte las manos.
– ¡No, eso no!
– No te preocupes, Clint – me sorprendió que el que me sostenía por la nuca supiese mi nombre- Es parte del juego. Sigue la corriente.
Su voz amigable me tranquilizó un poco.
El otro me dijo que pusiera las manos juntas frente a mí y me ató las muñecas con una soga. No apretó demasiado.
El que me sostenía, me acarició el pelo mientras me decía: -Es parte de la tradición, Clint. Confía en nosotros. Si hay algo que no te guste hacer, no tendrás que hacerlo, ¿Ok?
– Ok.
Todavía no me ubicaba bien en el colegio. El suelo era de material, así que me imaginé que andábamos por las canchas de básquetbol, pero no podía estar seguro.
Abrieron una puerta y entramos a un lugar cubierto. Allí había más gente. Escuché murmullos y risitas.
– ¡Por fin llegaron! – dijo alguien. – ¡Bienvenido, Clint!
Estaba confundido, no sabía qué decir. ¿Cuántas personas me estaban observando? Era humillante.
– Puedes llamarme “El líder” . Es un placer tenerte aquí, con nosotros. ¿Sabes por qué estás aquí?
– Ellos dijeron que es algo así como una iniciación…
– Es una buena manera de definirlo. Una iniciación.
– Y me aseguraron que, si había algo que no quisiera hacer, no tendría que hacerlo – me apuré a decir.
Eso provocó un estallido de carcajadas.
– Bueno, Clint- dijo el Líder –Lo siento, pero te mintieron. No tienes elección aquí. Vas a formar parte de un grupo selecto. A partir de ahora, harás todo lo que te ordenemos.
– No entiendo…
Sentí un escalofrío. Esto se estaba poniendo muy desagradable.
– Lo entenderás en un momento. Bueno, muchachos… ¡Desnúdenlo!
En cuanto sentí unas manos sobre mí, empecé a dar patadas como un loco. Alguno gritó de dolor, pero rápidamente me sometieron. Era como si un pulpo me hubiese atrapado.
– ¡Vamos! Hagan su trabajo de una vez- ordenó el Líder. Estaba enojado.
Me sacaron las sogas, me desnudaron, y volvieron a atar mis manos (esta vez las cuerdas apretaron fuertemente mis muñecas). Estar desnudo ya era el colmo de la miseria.
– ¿Vas a ser un buen chico? – me gritó el Líder.
Y como no respondí, porque no sabía qué decir, me dio una bofetada. Me dolió.
– ¿Vas a ser un buen chico, sí o no?
– Sí – dije aterrorizado.
Me dio un puñetazo en el estómago.
– Sí, ¿qué?
– Sí, señor – dije. No pude evitarlo, pero las lágrimas corrían por mis mejillas.
– ¡Llévenlo a la ducha!
Una vez allí, el Líder me tomó de la nuca. A diferencia del que me había traído, él me atenazó el pescuezo: – A partir de ahora vas a hacer exactamente lo que te digamos que hagas. Una vez que terminemos, volverás a tu habitación. ¿Entendido?
-Sí, señor.
Alguien abrió la ducha. El agua fría me estremeció. Ajustaron la temperatura para que estuviese agradable.
Sentí que alguien me enjabonaba. La espalda, las axilas, las nalgas….
– ¿Qué haces? – me quejé, cuando sentí sus dedos dentro de mi trasero.
– Tranquilo, solo estoy limpiando. Es necesario para la ceremonia que estés impecable.
Dejaron que el agua se llevara todo el jabón. Me hicieron girar (yo estaba totalmente desorientado):
– Te voy a desatar las manos. Ni se te ocurra sacarte el antifaz. Hay una pequeña silla delante de ti.
Estiré mis manos y toqué la silla.
– Ahora inclínate y agarra el respaldo de la silla con ambas manos. Luego deja que la parte superior de tu cabeza descanse contra la pared.
La silla era muy baja, como la que se usa en las clases de los niños de cuatro años. Así que mi posición era extraña. Mis caderas quedaron más altas que mi cabeza.
El agua tibia seguía corriendo por mi espalda.
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