Tres amigos 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
´Todo comenzó hace 19 años, cuando una compañera de trabajo y vecina del edificio donde yo tenía mi apartamento de soltero, se me acercó y me preguntó si yo podría ayudarla con el hijo 14 años de una prima, que últimamente estaba obteniendo resultados bastante deficientes en la escuela, además de estarse volviendo díscolo y contestón.
Yo le pregunté a mi vez que cómo podría ayudar al jovencito y me dijo que tratando de atraerlo hacia las ciencias, pues como yo tenía tan buenas relaciones con los jóvenes y además tenía un telescopio y un par de computadores personales (que en esa época casi ni se conocían, eran dos LTel que ni disco duro tenían, había que ponerles discos flexibles para iniciarlas) propiedad de la universidad en que estudiaba y en las que procesaba los datos de mi tesis, era posible que él también se sintiera atraido por esos asuntos. Yo le dije que sin dudas la ayudaría con su primito, pero que tendría que ser por las noches, pues por el día tenía que ir a la universidad, y tampoco todas las noches, pues tenía mucho que estudiar.
Ella me respondió que con avisarle con tiempo los días en que podría venir Juan (que así se llamaba el muchacho), ella le diría que viniera y se pasara el tiempo conmigo y luego dormiría en su casa. Yo acepté, pues siempre me ha gustado ayudar a los que necesitan de mí.
Juan comenzó a asistir sin falta a la casa los días que yo tenía libres y comenzó a aprender los rudimentos de la programación, además de subir a la azotea para que le enseñara los astros a través de las lentes del telescopio. A veces estábamos cada uno en una computadora, las cuales estaban en una pequeña habitación que en otra época debió de haber sido un baño o algo así y estaban colocadas una frente a la otra, de manera que los que las manejaban quedaban de espaldas entre sí, pues no había espacio para colocarlas de otra manera. No pasaron muchos días hasta que el chiquillo me preguntó si podría traer a sus dos mejores amigos, Oscar y Santiago, pues estaban juntos en la misma aula y cuando les contó enseguida quisieron participar de las observaciones astronómicas y las programaciones y juegos en las computadoras. Los dos amigos de Juan resultaron ser bien agradables y entre los cuatro se entabló una relación de amistad bien fuerte.
Una vez, estaba yo mirando unos libros mientras los muchachos se entretenían en las PC, cuando me doy cuenta los tres estaban mirando la misma computadora y era que habían puesto unas fotos pornográficas que traían en un disco que se habían conseguido y como es natural a esa edad, los tres estaban "con el circo armado" y cuchicheando entre ellos. Me les acerqué y apagaron el monitor para que yo no viera lo que miraban, pero les dije que yo también era hombre y esas cosas me encantaban al igual que a ellos, así que al rato, ya éramos cuatro los que estábamos con tremenda erección. Después que vimos varias veces todas las fotos, les dije que si querían ir a la azotea, pues no había Luna y en esos días Saturno estaba en muy buena posición para poder sus anillos a través de un pequeño telescopio. Subimos los cuatro y coloqué el aparato apuntando para el astro en cuestión, pero constantemente tenía que irle haciendo pequeños movimientos al equipo para que quedara en apuntando para el planeta.
Sin querer, rocé a uno de ellos por delante y noté que tuvo una erección inmediata y como quien no quiere la cosa, volví a tocarlo y a rozarlo cada vez que me acercaba a ajustar el equipo óptico y me daba cuenta que le había encantado el toqueteo, pero tenía cara de asombro, pues me daba cuenta que no entendía lo que estaba sucediendo. Así mismo hice con Juan y Santiago y al rato los cuatro estábamos más que exitados, aunque aparentando que los demás no sabían lo que pasaba. Cuando le tocó el turno de mirar a Oscar, me acerqué a ajustar el instrumento para que viera con claridad los anillos de Saturno y en ese momento Juanito y Santiago me dijeron – Oye Raúl, vamos a ir hasta el borde de la azotea para mirar cómo se ve la ciudad desde aquí- y entonces ya con más confianza, comencé a tocarle y apretarle el miembro a Oscar a través de la ropa hasta que sentí que había eyaculado en el calzoncillo. Él se quedó mudo de sorpresa y cuando los cuatro regresamos al apartamento, pude notar una mancha húmeda en la parte delantera de su pantalón. En esos días tuve la suerte de encontrar más fotos porno y cuando llegaban, en dúo o trío, las ponía para ir caldeando el ambiente. Con Juan adopté la técnica de tocarlo cuando estábamos sentados uno junto al otro en una de las computadoras y los otros estaban en la que nos quedaba detrás, así que no podían ver lo que estaba haciendo. Lo mismo hice con Santiago y él no tardó en tocarme también a mí por encima del pantalón. Una vez que Oscar no vino, me senté alternativamente con ellos y sacándoles el endurecido miembro, le hice una paja primero a uno y luego al otro, así que ya los tres amigos habían eyaculado gracias a mis habilidades manuales.
Por su parte, Santiago también me hizo una a mí ese día, sin importarle si Juan se daba cuenta o no, pues yo emitía quejidos de placer, más para que Juan los oyera que porque no me pudiera contener, pues así los involucraba a los dos en el asunto, sabiendo que el otro también hacía lo que él. Otro día en que asistieron ellos dos nada más, nos volvimos a sentar de la misma forma y además de sacarle el rabo del pantalón, les dí una buena mamada, y también haciendo que sonara el chupeteo para que el otro se volviera loco porque se lo hiciera a él también. Un día en que no asistió Santiago, hice lo mismo con Juan, haciendo bastante ruido con la boca para entusiasmar a Oscar y luego pasé a su lado y comencé por pasarle la mano por la picha, luego se la saqué y también le dí una mamada histórica, metiéndomela todo lo que podía en la boca, pasándole la lengua por el frenillo, chupando su glande y volviendo de nuevo a tratar de meterla completa en mi boca, pero sin lograrlo, porque en esa época era el que la tenía más larga de los tres.
Así estuve hasta que le saqué toda la leche, pero no con la boca, sino que lo terminamos con una paja. Una vez que estaban jugando en una de las máquinas Juan y Oscar y Santiago estaba conmigo, cuando se la saqué del pantalón, él me la sacó a mí, y sin que mediara una palabra, comenzó a mamármela y eso sí que me volvió loco, pues no pensaba que se decidiera a hacerlo si no se lo solicitaba. Luego se la mamé a él, tratando de darle todo el placer que me era posible, chupando suave la cabeza de su más que endurecida picha, pasándole la lengua y mirándolo a los ojos sonriendo cuando lo hacía. Él disfrutó enormemente eso y me quitó y tomó la iniciativa de nuevo, haciendo que esta vez me viniera abundantemente en su boca. No dijo nada, se levantó, fue al baño y lo sentí escupir y enjuagarse la boca.
Luego nos cambiamos de lugar dos veces y al otro dúo también los hice arquearse de placer. Por los sonidos que yo hacía, los tres sabían que a los otros dos también se las mamaba. Juan no tardó en seguir el ejemplo de Santiago y sin lugar a dudas, era el que mejores dotes de mamador tenía, pues sus gruesos labios recorrían mi rabo haciéndome sentir cosas indescriptibles, su boca era más que caliente y lengua era una serpiente enrrollándose en mi enhiesto miembro. Oscar, fue el que demoró más tiempo en hacerlo. Recuerdo que ese día no vino Juan, y yo me paré detrás de Santiago con la pinga al aire y él me la mamaba girando la cabeza a un lado, yo trataba que Oscar me viera por el reflejo de la pantalla de su monitor, y entre el sonido que hacía Santiago al meterse y sacarse de la boca mi rabo y los gemidos que yo daba, pusieron al único que había entrado en la moda de mamar más que loco, así que ni corto ni perezoso se la saqué de la boca a Santiago y girando se la puse cerca de la boca de Oscar y sin pensarlo dos veces, también comenzó a mamarme.
Los premié a los dos dándoles sendas mamadas, con Santiago hasta quedarme con su leche en la boca, pues no me avisó y se vino dentro de ella y tuve que hacer un viajecito al baño para escupir y enjuagarme y luego a Oscar, con el que me demoré a propósito, alargando y extendiendo sus placeres, dejando de chupar cuando creía que estaba a punto de terminar, pasándole la lengua desde el tronco hasta la cabeza, dándole pequeños besos a todo lo largo, metiéndomela casi entera en la boca y chupando lo más cerca de la base que podía, y después de un largo rato en esos menesteres, lo concluí con la mano, pues siempre se negó a terminar en mi boca. Luego me senté de nuevo con Santiago y estuvo chupándomela por largo rato, cuando veía que yo estaba a punto de terminar, comenzaba de nuevo a atender la computadora y esperaba a que yo me calmara, para volver a comenzar su torturante mamadera.
Para concluirlo, tuve que hacerme el inocente, y sin que tuviera tiempo de nada, pues no hice ningún gesto, le pagué con la misma moneda y se la eché en la boca, pero sencillamente no se levantó a escupirla.
Él era el único de los tres que disfrutaba tragándose la leche. Esta relación entre los cuatro se extendió por años, pero eso será tema para próximos escritos.
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