Tres historias de Fernando
En el sexo siempre estaremos a merced de que alguien nos vea, sorprenda o conozca de nuestros secretos actos..
1.-RUFINA Y JOHN JAIRO. Cuando estaba en la primaria en una escuela muy popular del barrio, era usual que por falta de unos baños adecuados y aseados les dieran permiso a los alumnos de ir a hacer sus necesidades fisiológicas a los baños de sus casas.
Una mañana me comentaba un compañero de salón, visiblemente turbado y sudoroso por un dolor de estómago, que le dijera a la profesora que tenía necesidad de ir al baño.
La maestra le tocó la frente fría y comprobó que era un cólico que pedía ser evacuado con urgencia, y le dio el permiso para llegar a su casa a descargar, y me mandó a mí, su vecino de pupitre que le acompañara.
Yo lo llevaba sostenido del brazo y se quejaba con las manos en la barriga, caminaba con dificultad como apretando el orto para no soltar la diarrea que se le venía.
Cruzamos bordeando el parque porque no podía ni subir la calzada y logramos entrar en su calle, al llegar a su casa, empujó, la puerta estaba abierta y corrió en busca del baño que estaba muy cerca de la salita, en medio de dos cuartos.
Corrí junto a él, y de un golpazo abrió la puerta, dejado ver en la penumbra dos cuerpos que jadeaban en la posición de perrito que tenían.
-¿John Jairo que haces aquí encerrado con Rufina? –Dijo mi amigo con voz entrecortada.
-¿Qué hacen ustedes aquí, pregunto yo? -Jadeante y sin desprenderse de la niña, susurró el hermano mayor de mi amigo, un mozalbete de unos doce años, que ese día no había ido al colegio.
Supe por mi amigo días después, que su prima Rufina no tenía más de 10 minutos de haber llegado por un encargo, cuando su tía, es decir la mamá de mi amigo, ya había salido a comprar las cosas del almuerzo al mercado público, encontrando sólo a su hermano, que le mostró el pipi, la besó, la puso a chupar y la desnudo, la introdujo en el baño y se la comió por todas sus partes, en un santiamén.
-Vine a cagar, tengo mal de estómago y necesito el baño, dijo mi amigo malhumorado.
Prendió el foco y entró rápido buscando el inodoro, fue cuando el hermano reaccionó y se desprendió del trasero de la niña, que no podía tener más de ocho años. Se puso de pie y pudimos ver un pene moreno de unos 14 cm, largo y brillante, que apuntaba a nosotros.
Ella, una niña de tez blanca bañada completamente por el sudor y los cabellos negros alborotados, estaba como en trance, dejaba ver la raya de un chocho gordo, rojo y húmedo, que se tapó con las manos; a mí me miraba sin pánico, pero con ganas de llorar.
Mi amigo se bajó su pantalón saltando su pene erecto como el mío excitado por la escena, y de una se sentó para iniciar la evacuación de sus entrañas.
En eso observo que viene llegando la mamá de mi amigo apurada con las bolsas del mercado.
-¿Ajá Fernando y que pasa aquí, por qué no estás en clases? –Dice acalorada doña Lola, una mujer robusta y menuda de unos cuarenta y cinco años.
-Es que Alfredo, se sintió mal del estómago y lo acompañé a que hiciera sus necesidades aquí.
El fuerte olor del daño estomacal estaba por toda la sala. La mamá caminó y puso las compras frente a la puerta y la abrió, fue cuando vio todo. Me ordenó que cerrara la puerta de la calle, y corrí enseguida.
Los sacó desnudos a los primos, dejando a mi amigo pujando sus tripas.
-¡Entonces John Jairo, ya quieres mujer!, gritó doña Lola. -¿¡No ves que esta es una niña y es familia tuya!?
El muchacho se tapaba el pene y con la cabeza gacha escuchaba a la mamá. La niña Rufina empezó a llorar y decir que no le dijera nada a su mamá ni a su papá.
-Y a ti, tan calladita y bobita, te estás metiendo la picha de John Jairo, que ya tiene una verga desarrollada y te puede hacer un daño, ¡muchacha! -Dijo eso, mientras los empujó al cuarto.
Con mi amigo que ya había salido del baño, nos quedamos detrás de la cortina para ver qué pasaba. Parece que el idilio amoroso había empezado en ese cuarto, allí estaba el traje, las chanclas y el vestido de la niña; el suéter, el interior y la pantaloneta de John Jairo.
-Ven acá Rufina, déjame verte ese chocho. ¡Y tu vístete, puerco!, le grito al hijo. -Ahora me ocupo de ti. Y este salió como un rayo de la habitación.
La niña se acercó, y temblorosa se dejó ver sus partes por su tía, quien le abrió la vagina recostada de espalda a la cama, y comprobó que ya tenía un hueco profundo. Luego le dio vuelta abriéndole el trasero y reparó el irritado y rasgado esfínter. – ¿Y cuantas veces han hecho esto hija?, pregunto ofuscada.
Rufina le contestó entre lágrimas, que era la primera vez, y que no le había dolido, ni le había salido sangre.
-¿Te gusto?, yo también hice esos juegos de niña. Te pido el favor y no se lo digas a nadie.
Desde ese día tengo la teoría que el incesto es más tolerado por la línea materna que la paterna de nuestras familias. La mamá de mi amigo es hermana con la mamá de Rufina, eso le permitió no provocar escáldalo y encubrir todo, como un juego de niños
-Si tía, John Jairo no tiene la culpa, yo quería verle su pipi.
Salió con la niña al baño, le pude ver las téticas hinchadas y rojas, y rojos chupones en las nalgas y las piernas. Nos miró con preocupación y ordenó que volviéramos a la escuela, sin ningún comentario sobre los visto, pelando sus ojos casi grises a mí.
Cuando íbamos a cerrar el portón, escuchamos un grito de la tía, que a pasos acelerados caminaba a la casa con sus bolsas del supermercado.
-¡Alfre… Déjenla abierta que voy por Rufina!
2.-FERNANDO Y EDUARDO. Recuerdo que cuando tenía unos siete u ocho años había un vecinito al frente de mí casa de nombre Eduardo, era hijo único.
La mamá le pedía a mi madre que me dejara jugar con él. Era blanco y de buena cara, no le vi ninguna señal de afeminado ni nada, pero no lo dejaban salir jugar con los otros muchachos, todos en esa época usábamos pantalones cortos.
En los juegos él siempre se me tiraba y luchaba conmigo. Esos juegos nunca me gustaron, pura fuerza y sudor sin ningún sentido. Un día ya de noche me dice que juguemos en el cuarto. En la sala esta la mamá hablando.
Y me dice, hagamos un cuarto con las camas plegables que eran unas cuatro e hicimos uno y lo topamos con las sábanas. Ya adentro el pequeño cuadrado de camas se baja el pantalón, no se podía ver casi nada, y me susurra: -Mételo, mételo Fernando aquí rápido…
Yo lo vi de espalda y toqué sus gordas nalgas, olía bien. Y me bajé el pantalón y comencé a buscar su recto, estaba seco, y hacíamos un sonido de fricción, mi pene con las tapas de sus nalgas.
Él comenzó abrirse las nalgas, insistiendo, que lo penetrara rápido. Debajo de esas sabanas se concentraba su olor a sudor y el mío, su olor de ano virgen y el cebo de mi huevo de ocho años.
Él tomaba mi pene para direccionarlo a su esfínter. Yo estaba incómodo en medio de esas camas juntas y él ansioso de ser penetrado por mi pichita, me arrimaba bruscamente su culo que no alcanza puntear.
Cuando con pericia y maña logré penetrarlo unos centímetros, él soltó quejidos ahogados de ardor como el que yo sentía, y me dijo:-Ya está adentro, muévete… muévete rápido.
No tenía experiencias con el mismo sexo, y no le veía la gracia, solo sentía el dolor en la cabeza de mi pene irritada por el cerrado ano de Eduardo, cuyo calor me sofocaba por completo, mientras que con dificultada trataba de meter y sacar y él de moverse como loco contra mí.
En eso se escuchó la voz del papá que venía de la calle, sin detenerse en la sala lo pudimos ver frente a las camas en la oscuridad, arrancó las sábanas de tirón y nos descubrió, a mí me echo de un sólo grito:-¡Para fuera hijo de puta maricón, no quiero verte más nunca con este marica!
Y afuera, en la calle se escuchaban los gritos del amigo castigado a punta de correazos y malas palabras.
A la semana siguiente se mudaron para siempre.
3.- ALFREDO Y FERNANDO: Luego de ese incidente en casa de mi amigo Alfredo, yo me la pasaba pensando en el cuerpo desnudo de su prima Rufina, su coño gordito y sus botoncitos rojos de los chupones, y enseguida aparecía la imagen del pene erecto de su hermano John Jairo, gordo y largo casi del mismo tamaño que el de mi amigo Alfredo, dos años menor.
No perdía oportunidad de acompañarlo al baño y verle de reojo como salía el chorro grueso de su uretra por esa cabeza fina y roja que se pelaba y la zarandeaba tres veces para volver a su pantalón.
Él parecía no percibir esa curiosidad que en algunos niños y hombres se hacen evidentes: ver de reojo la entrepierna de los amigos, en los baños o en cualquier lugar.
En una ocasión lo invité a mi casa que quedaba a un par de cuadras de la suya, y fuimos por el permiso de su madre, ella complacida lo animó a que pasara la tarde y además, elogió esa amistad franca y sincera que veía entre nosotros.
Mi casa era más cómoda y grande, en ella vivía con mis padres y mi hermana mayor, un año más que nosotros, era una flaca de tez trigueña y con las téticas apenas en capullo y lindas piernas y unas nalgas bien paradas, que no siendo mellos, nos llamaban así, por el parecido y el porte.
Allí estaba ella y una vecina de un año menor, era una chica muy linda de cabello castaño claro y los ojos de ensueño y un cuerpo un poco más desarrollado que el de mi hermana, con unas lindas téticas como dos limones blancos y de aureolas rosada que había podido ver cuando ellas se bañaban y las espiaba por debajo de la puerta.
Al parecer mis padres habían salido y las habían dejado solas hasta que yo llegara, pero nadie sabía de la invitación hecha a Alfredo. Mi hermana abrió la puerta, estaba completamente mojada y el fino algodón de su vestido de dormir marcaba sus téticas en punta y todo su cuerpo silueteado de lo que iba ser una hembra perfecta. Detrás estaba su amiga Estefany no menos linda con sus téticas de botones rosados que brotaban poderosos sobre su camisa de dormir, igualmente empapada por el agua.
-Llegas temprano, no te esperaba hasta más tarde, me dijo con cierto dejo mi hermana.
-Invité a mi amigo Alfredo a pasar la tarde aquí y cenar.
Ellas miraron a Alfredo, un mozalbete de diez años que se le marcaba ya el cuerpo de un hombrecito de hombros anchos y cintura angosta y desnalgado, contenido en el Polo rojo y pantalón Jeans. Se secretearon y corrieron riéndose al patio donde se disparaban agua con una manguera.
Caminamos a mi cuarto por el amplio pasillo que iba a la cocina y el patio. A penas que entró busco la cama y se tiró de cuerpo entero, y tomó una revista que yo tenía en la mesita de noche. Era una Mecánica Popular que mi papá coleccionaba y que a mí me gustaban mucho.
Se cruzó de piernas y dejo ver el bulto de su miembro en el enjuto pantalón, yo lo observaba mientras me sentaba en un banco que uso a veces como escritorio; y se me fue la vista a esa parte de su cuerpo, sin un porqué y sin explicación. Él me sacó de mi distracción cuando me preguntó desde atrás de la revista: ¿Fer…, qué te gustaría estudiar cuando seas grande?
-Me gustaría ser mecánico de aviones, de cohetes de la NASA… Me gustan las herramientas, estar armando y desarmando cosas. ¿Y a ti?
Colocó la revista sobre su pecho y miró al cielorraso y suspiro, para decir: Me gustan mucho las mujeres y desharía tener un negocio donde tenga a muchas y culiar con todas. Me gusta dar huevo a las mujeres, en eso sueño cada momento. Mientras decía esto, se agarró el paquete que parecía vivo dentro de jeans y se lo apretó varias veces de arriba abajo.
-¿Y te has comido alguna, te comiste a tu prima Rufina?
Me miró como asombrado y con ojos de sinvergüenza, para decir: Eso solamente lo vas a saber tú, ella y me hermano. A ella me la vengo comiendo desde hace dos años y fui quien le partió el chiquito y su cuquita. Mi hermano nos descubrió y la amenazó, es por eso que ella se lo da. Si no nunca se lo daría porque dice que mi picha es más grande y más bonita que la de él.
-Le diste por detrás, ¿y no le dolió?
Entonces se sentó en la cama. -Afuera se oían los gritos de mi hermana y su amiga. Y se quitó el suéter, y dijo: A mí me gusta mucho la colita de las niñas. A Rufy la cogí de primero por ahí, y le gusta mucho, después me la comí por delante… Se lo metí todo hasta las bolas. Ella nada más gozaba, y me decía más, más…primito. Y te voy a decir otra cosa –Continuo-. A las mujeres les gusta la maldad, ellas están esperando eso, que uno se las coma por todos lados. Aquí nosotros hablamos de ellas, y ellas allá afuera, tu hermana bonita y su amiga linda: están hablando de nosotros.
-¿Y dónde aprendiste tanto de mujeres Alfre…?
-Escuchando en la esquina a los mayores, me meto entre ellos y escucho sus cuentos, y eso me excita mucho, y enseguida deseo metérselo en una raja, voy y me hago la paja. Y también escucho lo que dicen las mujeres de los hombres…en el mercado público.
-¿Y Has tenido otras mujeres fuera de tu prima?
-Siiii, unas tres más, después te cuento. Ajá!, ¿y tú a quien te has comido?
Me quedé pensando y no quería mentir y salir superior a mi amigo, y le conté que dos años atrás había tenido dos experiencias, una con una empleada que me bañaba y me chupaba el pipi para limpiarlo, me decía, y esa experiencia con Eduardito el vecino que le había cogido la cola el mismo día que su papá nos descubrió.
Se paró, y me tocó el hombro diciendo:- Mira que no tengo experiencias con mujeres adultas y tampoco con otros niños. En eso me vas ganando, amigo. Ahora vamos a ver si jugamos con tu hermana y su amiga. Vamos a salir y nos bañamos con ellas, ¿qué dices?
Pero antes cuenta, ¿con quién y cómo?
Se volvió a sentar y recordó que una tarde de hace dos años estaba sentado en la ventana de su casa, viendo pasar a la gente, y al frente había un grupo de muchachos mayores hablando y riendo mientras veían una revista. Uno de ellos que tenía mayor confianza conmigo, me dijo que saliera, y yo sí en el acto. Entonces fue cuando por primera vez vi una revista de pornografía…eso me encendió y se me paro el pipi y ellos, me mostraban, mira como se la entierra, esto y aquello; esas imágenes se quedaron en mi por muchos días y deseaba tener una cuca para satisfacer mi verga. Un día que llegué de clases, en el patio estaba la hija de una amiga de mi mamá en una bañera, era una nena como de 4 años.
Continuará…
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