Un catesismo muy partícular
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por robertojrz.
El Padre Paco es un párroco muy vivaz y animoso.
A sus 45 años se ve muy bien conservado, solo unas sutiles franjas grises en sus sienes delatan su edad, pero le van muy bien, ya que lo hacen parecer actor de cine interpretando el papel de un sacerdote.
Es un secreto a voces que la mayoría de las feligresas lanzan uno q otro suspiro por él, pero lo toma con humor y nunca comenta nada al respecto, él esta muy bien definido.
Muy seguido organiza actividades para ayudar a la comunidad, ha formado un pequeño dispensario medico, en el que atiende a los mas necesitados de su comunidad, aun que si le preguntáramos cual es su actividad favorita, seguro que contestaría que el dar catequesis a los pequeños.
Claro que tienen un grupo de parroquianos que se encargan de esta tarea, sin embargo, cada temporada el brinda algo de su tiempo para impartir personalmente el catecismo a uno o dos niños que él haya visto destaquen en el grupo.
"Siempre hay q estar con los ojos muy abiertos, nunca se sabe cual de estos niños pueda en un futuro entregar su vida a dios, hay q alentarlos", dice él cuando le preguntan el por que de estas clases privadas.
Como cada domingo, Luisito toco a la puerta de la casa parroquial en donde lo esperaba el Padre Paco para la clase de ese día.
—Pasa Luisito—le invitó el Padre desde dentro.
Luisito empujó la puerta que se encontraba solo entrecerrada y entró con su libreta bajo el brazo.
El pequeño de 13 años demostró ser muy disciplinado en el grupo y mostró mucho interés por las clases que le eran impartidas, y así fue como se ganó el privilegio de recibir el catecismo por el propio Padre.
Es un niño delgado y de piel blanca, de lacios cabellos claros de un tono rubio oscuro.
Luisito se sentó enseguida en la silla que estaba dispuesta al centro de la habitación.
El lugar era acogedor, si siempre pulcramente limpio, gracias a la intervención de una de las fieles que se encargaba de la limpieza así como de la alimentación del Padre.
—¿Trajiste tu tarea Luisito?—preguntó desde la otra habitación el sacerdote.
—Si, Padre—contesta el pequeño con su voz de soprano.
—Muy bien, es siempre un gusto ver el empeño que pones en tu catecismo—lo alentó el Padre mientras entraba en la estancia, con una charola en la que descansaba un vaso con leche y unas cuantas galletas—.
Después de la clase de hoy, tomaremos un refrigerio.
Tu mamá me dijo q estas galletas son tus favoritas, y después de todo lo que has trabajado, creo q te lo mereces.
—Gracias—dijo el niño con una sonrisa tímida.
El Padre Paco dejó la charola en una mesa a un lado de ellos y después caminó hacia el niño, con su larga sotana negra ondeando tras de él.
—Muy bien Luisito, hay q comenzar.
Primero hay q dar gracias por estar aquí hoy y pedirle a Dios que abra tu corazón para recibir su enseñanza—diciendo esto el Padre, de pie frente al niño, se persigno para comenzar la oración, a su vez que el niño se hincaba haciendo la señal de la cruz en su pequeño pecho.
—Muy bien Luisito, ya sabes cual es la mejor manera de honrar al Señor.
—Si Padre—asintió el pequeño—, honrarlo a través de usted.
—Así es Luisito, por que yo soy Su siervo—dijo el Padre dando por buena su respuesta, al tiempo que comenzaba a subir su sotana, mostrando sus fuertes piernas desnudas y continuando hasta descubrir su ingle, mostrando, como cada domingo, que no llevaba absolutamente nada debajo de esa sagrada prenda.
Justo frente al niño estaba la verga semierecta del sacerdote, con un par de huevos grandes que colgaban pesadamente.
—Muy bien, Luisito, comencemos la oración—le indicó el Padre al niño, poniendo una de sus manos en la cabeza del pequeño y acercándolo hacía su verga que comenzaba a ponerse dura.
El niño se santiguó una vez más antes de abrir la boca para engullir el pene del santo hombre.
—Señor—comenzó a oral el Padre—, complácete en mi, tu fiel siervo y en este tu pequeño hijo, que esta hoy aquí, postrado ante ti con devoción…
Luisito chupaba fervientemente la verga del sacerdote, mientras con sus dos manos acariciaba los grandes huevos.
«Diosito quiero recibir tu bendición para aprender tu Palabra» oraba el niño con sus ojos cerrados mientras pasaba su lengua por la hinchada cabeza de la verga.
—Seños, mira a tu pequeño hijo entregado fielmente a ti—continuaba su oración el sacerdote, alzado levemente la voz, y gimiendo dada vez que el pequeño metía su verga en la boca—.
Sigue así Luisito, estas haciendo muy feliz al Señor, el pronto mandara su bendición para ti.
El niño sonrió sin dejar de lamer la verga, grande y gruesa.
Lamiendo desde sus huevos hasta terminar en la punta que chorreaba percum.
El pene del Padre era tan largo como la carita del pequeño y tan gruesa que le era un poco difícil meterla en su boquita, pero su gran fe le ayudaba.
—Así hijo mió, muestra a Dios cuanto lo amas.
El Padre tenia ambas manos sobre la cabeza del pequeño, haciendo una leve presión para q tragara la mayor parte posible de su enorme verga.
«Diosito, dame tu bendición, dame tu bendición» repetía en su mente el pequeño.
—Señor, derrama sobre este pequeño tu bendición—comenzó a decir el sacerdote con voz entre cortada y fuerte, estremeciéndose cada vez mas y el niño, contento redoblo esfuerzos para honrrar a Dios, alegre al saber que estaba próximo a recibir su bendición—Vierte sobre él tu Gracia y llénalo con tu paz.
¡Hijo recibe la bendición de Dios! —Gritó el sacerdote mientras de su verga salían dos gruesos disparos directamente a la garganta de Luisito, quien contento trató de tragarlo todo.
«Gracias, Señor» oraba el niño.
—Que tu bendición abra la mente de este pequeño para recibir tu palabra—decía el sacerdote para finalizar la oración, mientras suspiraba con los últimos espasmos cada vez que el pequeño Luis deslizaba su lengua sobre el glande para recoger hasta la última gota del elixir bendito.
—Gracias, Señor—dijo el niño en voz alta mientras se santiguaba.
—El Señor esta complacido contigo, Luisito.
Él ha vertido sobre ti su bendición para que su Palabra entre en tu corazón—Sentenció el sacerdote mientras dejaba caer su sotana, cubriendo su desnudes.
El niño volvió a tomar asiento y abrió su libreta listo para el inicio de la clase.
Media hora después, si alguien hubiese entrado no encontraría nada mas que un pequeño recibiendo la instrucción religiosa, repasando oraciones y pasajes bíblicos.
Y esto fue justo lo q encontró Rodrigo al entrar en la habitación.
—Perdón, Padre, lamento llegar tan tarde.
—Descuida Rodrigo—lo excusó el sacerdote y luego se dirigió al niño—: Luisito, ya debes conocer a Rodrigo, nuestro diacono.
Rodrigo prestaba su servicio como diacono casi desde el mismo tiempo que el Padre Paco.
Era un hombre de 36 años, tan atractivo como el sacerdote.
—Si lo conozco—asintió el pequeño.
—Rodrigo que bueno que ya estas aquí.
Este es Luisito, el pequeño del que tanto te he halado.
—Me dice el Padre—se dirigió el diacono al niño—, que eres muy aplicado en tus lecciones de catecismo.
Tal vez un día llegues a ser sacerdote como él, o diacono como yo.
Rodrigo pasó su mano sobre los lacios cabellos del niño, despeinándolo.
—Rodrigo, pasa a la otra habitación y prepárate—le indicó el sacerdote con voz calmada y natural, pero con cierto brillo en los ojos que pudo haber pasado desapercibido para cualquiera, excepto para Rodrigo.
El diacono desapareció detrás de una puerta.
—Luisito, como debes saber, Rodrigo también es un siervo de Dios y le he pedido que viniera hoy para conocerte, por que me gustaría que él también pudiera honrar a Dios por medio tuyo y que él derrame la bendición de Dios sobre ti.
El niño no decía nada.
Se sentía contento ante la idea de volver a servir a Dios y sobre todo feliz por tener la oportunidad de recibir nuevamente su bendición.
—Acompáñame, Luisito—invitó el padre poniéndose de pie.
El niño lo imitó y luego caminó frente al sacerdote, quien le indicó el camino en dirección a la habitación contigua.
Era la habitación del Padre, sobria, sin mucho mobiliario, solo una cama, un escritorio, un librero repleto de ejemplares de temática religiosa.
Luisito no se sorprendió al ver al diacono acostado en la cama, completamente desnudo, con su verga dura entre sus manos apuntando al techo.
El pequeño sólo volteo hacia el Padre, como pidiendo indicaciones.
—Luisito, hoy haremos una ceremonia mas completa que cuando hacemos oración.
Déjame prepararte.
Diciendo esto el sacerdote se hincó frente al niño y con total fluidez comenzó a desnudarlo.
Él niño por su parte no puso resistencia alguna, permaneciendo de pie, mientras mentalmente se preparaba para servir a Dios.
Mientras el niño era desnudado, el diacono recorría la extensión se u verga, que era tan grande como la del Padre, observado detenidamente como era descubierto cada centímetro de la pálida piel del pequeño.
—Como usted dijo Padre—comentó el diacono—, este niño es un hermoso instrumento del Señor.
Luisito se sintió alagado por este comentario y sonrió satisfecho.
Cuando el pequeño estuvo completamente desnudo el sacerdote le indicó que se subiera a la cama y comenzara a servir a Dios.
El niño inmediatamente se colocó entre las piernas del diacono, inclinándose, con sus rodillas flexionadas, con lo que sus nalguitas quedaban levantadas y su culito rosado muy expuesto.
—Señor, mira a tu pequeño siervo feliz de servirte, y contento de honrarte.
—Gracias Señor—comenzaba a salmodiar el diacono mientras sentía la tibia boca del niño envolviendo su verga.
La habitación se llenó de plegarias y oraciones, fluyendo de los labios del sacerdote y el diacono, acompañadas por los sonidos de succión que provenían de la boca del pequeño.
El diacono tenia sus manos sobre la cabeza del niño, indicándole el ritmo para la sagrada mamada.
Mientras el Padre Paco había levantado su sotana, dejando al descubierto tu verga completamente tiesa con la mirada fija en el arrugado culito de Luisito.
Con un rápido movimiento se deshizo de la sotana quedando completamente desnudo.
—Señor—comenzó a orar el Padre—, recibe mi adoración a través de este, tu pequeño hijo.
El sacerdote se colocó detrás del niño, y acaricio con sus dos grandes manos las nalguitas del pequeño, abriéndolas un poco para ver mucho mejor el culo.
El niño dio un brincó ante el contacto, y volteó a ver al Padre sorprendido.
—Tranquilo Luisito, yo también voy a dar alabanza al Señor a través de ti.
El niño sonrió satisfecho y continuo chupando la verga del diacono.
El Padre acercó su boca hacia el culito del niño, y sacando su lengua comenzó a lamerlo.
El pequeño instintivamente comenzó a mover sus nalgas de atrás hacia delante.
El diaconó pudo sentir como chupaba con fuerza cada vez que el niño sentía un lengüetaza en su culo.
El sacerdote lamía todo el culo, y bajaba para chupar los huevitos del Luisito.
Mientras tanto el diacono se levantó, poniéndose de rodillas frente al niño, quien tuvo que ponerse en posición de cuatro patas para tener la verga a la altura de su boca.
Rodrigo volvió a colocar sus manos sobre la cabeza del niño.
—Recibe todo el amor de este niño a través de mi, Señor.
El sacerdote se apartó del niño y fue a la otra habitación de donde volvió con un conjunto de pequeños frascos finamente decorados.
—Luisito, ¿recuerdas cuando hablamos de la unción?
—Si Padre.
—Te voy a ungir con aceite, para santificar tu cuerpo y que sea mas agradable a los ojos de Dios.
—Gracias Padre—dijo el niño muy feliz.
El sacerdote tomó uno de los frascos y al destaparlo un agradable aroma inundó la habitación.
—Que la gracia del Señor caiga en este niño, y mediante el reciba nuestra adoración—comenzó a decir el sacerdote al tiempo q derramaba unas gotas de aceite entre las nalgas del niño.
Extendió el aceite con sus manos y comenzó a masajear el culito del niño.
«Soy tu siervo Señor» pensaba el niño fervorosamente.
El pequeño dio un respingo cuando sintió que algo se abría paso en su culito.
—Voy a prepararte para recibir a Dios dentro de ti Luisito.
El diacono volvía a recostarse sobre su espalda y jalado sus rodillas hacia su pecho dejó su culo abierto y expuesto, rápido el niño comenzó a lamerle el culo.
—Recibe la alabanza de este pequeño que se humilla ante Ti, que se entrega en cuerpo y alma a tu voluntad.
El ano del pequeño ya estaba cediendo, el Padre metía tres dedos dentro con facilidad, resbalando por el aceite de unción.
—Recibe a Dios en tu cuerpo, Luisito—dijo el sacerdote para q el niño se preparara—.
Señor, usa mi cuerpo para entrar en este pequeño siervo tuyo, entra en el y cólmalo de dicha.
El diacono se levantó poniéndose a un lado para poder observar claramente como era bautizado ese apretadito culo.
El Padre tomaba con su mano su verga, apuntándola hacia el culito dilatado, rozó la roja cabeza en el, y presionado un poco comenzó a sentir como su verga iba entrando dentro del culo.
El niño lanzo un grito.
—Aguanta Luisito—le dijo el diacono, cubriendo su boquita con su manaza—, Cristo también sufrió por ti, este es tu sacrificio para Dios, veras como pronto pasara el dolor y sentirás la dicha de Dios.
—¡Entra en este pequeño Señor! —recitaba el padre.
Poco a poco, centímetro a centímetro, la verga del Padre se fue abriendo paso, hasta q su cuerpo quedó apoyado por completo en las nalgas del niño, y toda su tiesa verga dentro de su pequeño culito.
Luisito derramaba lágrimas, pero contenía sus deseos de gritar.
«Diosito también sufrió por mi» se repetía el niño, para apaciguar su dolor.
—Dios esta dentro de ti—le dijo el diacono, con un perverso tono en su voz, sin apartar la vista del culo ensartado del pequeño.
—Aguanta un poco mas Luisito—pidió el sacerdote—, pronto sentirás el amor de Dios.
Diciendo esto comenzó a bombear lentamente.
El diacono vertió unas gotas del aromático aceite entre las nalgas del niño, escurriendo hasta su culito lubricando mas la verga del Padre.
Poco a poco el cuerpo del niño se fue relajando, al igual que la verga entraba y salía con mas facilidad.
Ahora podía sacarla por completo y volver a meterla hasta el fondo.
—Lo siento, lo siento, siento el amor de Dios—casi gritó el niño entre gemidos—.
Gracias Señor.
Al escuchar esto el sacerdote inició un bombeo mas rápido.
Por su parte el diacono volvió a colocarse frente al niño y sin decir nada metió su verga dentro de la boquita.
—Bendice esta boca, Señor, para tu adoración—decía el diacono mientras bombeaba en la boca de Luisito—¡Derrama tu bendición!
El diacono expulso tres chorros en la boca del niño.
El semen comenzó a escurrir por su barbilla, ya que Rodrigo no dejaba de bombear y no daba oportunidad a que el niño pudiera tragar.
El padre al ver como el diacono se corría aumento frenéticamente sus embestidas.
Luisito gemía:
—Dios, que rico es tu amor, Padre déme mas del amor de Dios.
—Derramaré Su amor dentro de ti Luisito.
—Dios se complace de tu servicio Luisito—le dijo el diacono respirando trabajosamente, satisfecho, viendo como su semen escurría por la boca del niño que no dejaba de gemir.
—¡Siente el Amor Dios derramado en ti Luisito! —dijo el padre dando unas fuertes embestidas mientras se corría dentro del culito del niño.
—¡Que caliente se siente el amor de Dios! —dijo el pequeño.
—Bendito seas Señor—dijo el sacerdote desplomándose sobre el niño, dejando caer parcialmente su peso sobre el.
El niño se acostó por completo sobre su vientre sintiendo aun la tibieza dentro de su culo y sintiendo como se desbordaba y escurrirá por sus huevitos.
«Gracias Señor por darme todo este amor»
Minutos después el diacono y el padre lavaban al pequeño.
—Dios se siente contento contigo, Luisito.
—Así es—confirmó el padre—.
Solo tienes que recordar que esto es solo entre Dios y tu, nadie mas debe saberlo, tu eres especial y el te ha elegido a ti para servirle.
El niño asintió con una gran sonrisa mientras dejaba que lavaran su cuerpo con toallas húmedas.
Sintió algo de molestia cuando el Padre deslizó la toalla por su culo, pero aun así estaba contento de haber agradado a Dios.
Ya completamente vestido, y después de haber tomado el vaso con leche y las galletas, Luisito salio de la casa parroquial, con su libreta bajo el brazo y repitiendo en su mente las últimas palabras del padre: Pórtate muy bien, no cometas pecados y el próximo domingo podrás recibir mas del amor de Dios.
Dentro de la casa el diacono comentaba:
—Ha sido increíble padre.
—Lo se Rodrigo, este niño tiene mucha fe, sin duda q podría llegar a ser un excelente sacerdote.
—Yo creo q si.
Pero ahora, si me lo permite, Padre, quiero dar las gracias a Dios por esta hermosa experiencia.
Diciendo esto el diacono se arrodilló y levantó la sotana del sacerdote para engullir su verga que nuevamente estaba dura y lista para derramar sus bendiciones.
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