Un cristal roto cambió mi sexualidad – I
-«La letra con sangre entra», y/o «Quien la hace la paga»..
Los dos dichos anteriores eran válidos 100% para mis padres. O quizá 100% para mi madre y el 1000% para mi padre, maestros de pueblo en la época tardo-franquista. Recibí pues una educación católica y con ella, los dos dichos con los que he empezado este relato. No es que me molieran todos los días a golpes, simplemente procuraba, como fuese, que nunca se enteraran de mis gamberradas, porque todos las hacemos.
Me llamo Salvador (Salva) y hoy día mido sobre 190 cm, tengo un cuerpo musculado creado en gimnasio, con bastantes tatuajes, varios piercings (nunca en el rostro) y una hermosa y potente polla de 25 cm que uso constantemente. Vivo en la parte oscura de la sexualidad y hago que centenares de personas disfruten del sexo a tope, casi sin límites, en los varios clubs y locales adecuados que pongo a su disposición.
Toda esta historia, la de mi vida, empezó por un cristal roto. Cuando salíamos de clase, nos íbamos a jugar al futbol un pequeño grupo de amigos, a una discreta pradera cercana al pueblo pero tapada por una pinada y unos algarrobos muy, pero que muy discretos. El único problema es que en esa pradera, había una pequeña cabaña-almacén de trastos, del tío Blas (ya sabéis que en los pueblos todos los hombres mayores son tíos), pero en la parte del campo donde jugábamos había una sola ventana y a esas horas, el tío Blas no estaba nunca y no nos vería.
Hasta que una maldita tarde, un compañero mío lanzó un penalti, lo falló a lo bestia y el gol se lo llevó la maldita ventana, y esa maldita tarde, el tío Blas sí estaba. Mis compañeros corrieron como locos, pero yo no podía, porque mientras preparaban el penalti, discutían, lo tiraban y todo eso, yo me fui detrás de un algarrobo a defecar. Y cuando salió el tío Blas, con un cabreo de cojones para ver quién le había roto la ventana, me pillo a mí, con los pantalones y los calzoncillos de mis piernas al suelo, la polla al aire y el culo al aire. El tío Blas era un neandertal superior (de los primeros primates), Había vivido muchos años por Alemania y Holanda, robusto, ya jubilado y con la fama de tener la peor mala leche de la comarca. Me miró y me dijo:
– Vaya, vaya, si se trata de Salvador, el hijo de mi maestro ¿sabías que tu padre daba clases nocturnas a adultos cuando tú aún no habías nacido? Se burlaba de mi ignorancia y juré vengarme de todos sus menosprecios. Y nunca me ha felicitado por todo lo que he conseguido después. Por cierto ¿todavía sigue diciendo tu padre que el que la hace la paga? Porque ahora nos vamos tú y yo a tu casa y le diré que ya estoy harto de que me rompas los cristales dos o tres veces al mes ¡verás la que te va a caer!
– Pero tío Blas -le dije casi sollozando- ¿si solo le hemos roto el cristal hoy? Mire, yo le prometo que esta noche rompo mi hucha y mañana se lo pago, aquí o en el bar, donde me diga. Pero por favor ¡no le diga nada a mi padre o me mata!
– Bien, ya que te veo con los pantalones bajados y el culo al aire, te hago una propuesta. Tú me has roto el cristal y yo a cambio de mi silencio, te rompo el culo ¿de acuerdo?
– El cristal no lo he roto yo y por favor, ¡no me la meta por el culo que dicen que sangra mucho y te duele muchos días, y no puedes sentarte bien!
El tío Blas se rio, me dijo que cogiese los pantalones con las manos y entrase detrás de él. Y yo, en lugar de salir corriendo, le seguí como perrita faldera. Cerró la puerta y allí, en un rincón detrás de unas sucísimas cortinas, había un camastro, quitó de él una raída manta y apareció un manchadísimo y viejo colchón. Me dijo que me quitara la ropa y mientras lo hacía con alguna lagrimita que otra, él hizo lo mismo, y cuando se quitó los pantalones, si que me acojoné del todo ¡su polla no era humana, era de caballo! Cuando ya estábamos los dos desnudos, se acercó a mí y mirándome a los ojos, me dijo:
– ¿Pero por qué lloras si lo estás deseando, mira como tu polla está de tiesa?
Y efectivamente la miré y era cierto, estaba tiesa. La cogió con una mano y dijo:
– Para tu edad la tienes muy grande (en tres meses cumpliría 16 años). Ya verás, voy a hacer de ti un buen maricón, mi chapero privado, y cuando estés bien entrenado, te entregaré a mis amigos íntimos, los más viciosos. No llores y relájate, o cerrarás el esfínter interior y sufrirás. Y no te enfades conmigo, enfádate con tu padre que es a quién odio.
Empezó a masturbarme lentamente mientras sonreía y qué narices ¡aquello me gustó! Me la estaba meneando una mano enorme que la abarcaba toda, pero lo que no me gustó nada, era el tamaño que estaba cogiendo la suya ¡mi brazo era más pequeño! Al final me corrí en su mano y él recogió el semen, me hizo girarme, me hizo agacharme y empezó a untar mi ano con mi propio semen. Metió uno de sus gruesos dedos y me dolió, pero no fue nada comparado con el dolor que sentí al meter otro dedo. Lloré y moqueé como lo que era, un crío. Intentó meter un tercer dedo, pero yo ya no lloraba, yo gritaba a lo bestia, así que no se anduvo con chiquitas, me tiró sobre el camastro, la almohada la puso bajo mi estómago y a pesar de mis ruegos, lloros y mocos colgando, apoyó su enorme glande sobre mi ano y se dispuso a penetrarme, a violarme.
Dado que mis gritos se oían en París, cogió un trapo de algún sitio, me lo puso de mordaza en la boca, lo anudó a la nuca y noté, cómo la enorme fuerza de empuje de Blas, sumada a su propio peso, iba metiendo aquel inmenso capullo dentro de mi separando mis músculos anales como nunca pude imaginar. Jamás pensé que nada pudiese doler tanto, es más, empecé a rezar para desmayarme y así no enterarme de nada, me hiciese lo que me hiciese, pero me enteré de todo. Me cogió de las caderas y con un salvaje empujón, me metió toda su cabezota dentro de mi culo mientras decía:
– ¡Qué espectáculo más maravilloso Salva! Te he roto de verdad el culo, está sangrando, pero no te asustes, no es mucho y la cabezota ya está dentro. El resto, es coser y cantar.
Pero como yo no sabía coser y cantaba muy mal, de eso nada. Su polla invadía muy lentamente mi intestino y la dilatación que notaba era extraordinaria, brutal, es como si de todas las partes de mi culo, miles de pares de manos tiraran fuertemente hacia el exterior y un cuchillo, afilado y ardiendo, penetrara en mis carnes. No solo estaba enormemente dolorido, sino mareado, con la cabeza como súper-hinchada, pero era plenamente consciente de cómo aquella enorme masa de carne durísima, iba penetrando dentro de mí.
No podía preguntarle siquiera si quedaba mucho, porque estaba amordazado, pero en más de una ocasión, también yo estaba impresionado que todo aquello entrase dentro de mi culo, y aunque os riais, los que esto leéis, pensé que con un culo así de abierto, nunca más iría estreñido. Llegó un momento que mi cuerpo ya no pudo más, estaba muy mareado y me entregué totalmente. Dejé de pensar y casi, casi, dejé de sentir. Blas lo notó inmediatamente y aprovechó mi estado, con un enorme grito suyo y una gran presión, me clavó totalmente su polla:
– ¡No me lo puedo creer Salva, te la he metido toda! Eres el primer jovencito virgen que se la traga toda entera. Dios ¡qué buen puto voy a hacer de ti!
La dejó quieta unos momentos y luego, cogiéndome fuertemente de mis caderas, empezó a meterla y sacarla. Adentro y afuera, abajo y arriba. Unos momentos lentamente, otros con más violencia. Yo era como una muñeca hinchable para él. Había dejado de ejercer ninguna función, estaba roto y en sus poderosas manos. Lo que si notaba, era un inmenso calor que llenaba mi cabeza con ráfagas de dolor y de placer. Luego supe que era el roce constante de la polla de Blas con mis esfínteres.
De la misma manera, que la materia al rozarse produce calor (el motor de un coche, por ejemplo) la polla produce calor, dolor y placer, y una vez ya dilatados los esfínteres, el dolor desaparece y una enorme satisfacción le sustituye, llenando tu cerebro de un calor sexual deseado. Un gran grito gutural suyo y la enorme presión de sus manazas en mis caderas, predijo que aquello podía estar acabando y así fue. De repente, note una serie de descargas de un líquido viscoso y cálido en mi intestino y unos leves movimientos de la polla de Blas ¡estaba dejando dentro de mi hasta la última gota de su semen!
Me quitó la mordaza, sacó su polla que se limpió con el mismo trapo, y vi que de un botijo cercano, llenaba un vaso de agua que me ofreció. Estaba yo tan cansado, mareado y abatido, que él mismo me incorporó y me dio de beber, y al terminar de beberme ese vaso de agua, Blas aplastó sus labios contra los míos y me dio así el primer beso de un hombre. Me lavó el culo, me puso un poco de crema, y me dijo que al día siguiente fuese a su casa (que no es esta cabaña) al salir de clase a mediodía, que él me limpiaría bien el ano, me lo cuidaría poniéndome una crema antiinflamatoria y curativa, y nos iríamos haciendo unos buenos amigos. Un rato más tarde ya me encontraba casi bien, me levanté, me vestí y me fui a casa y Blas me dijo riéndose:
– ¡Serás maricón! Mira la mancha que has dejado en el colchón, te has corrido varias veces ¡te gusta que te follen! Y escucha Salva, me quedo con la pelota y ya sabes, o haces desde ahora lo que te diga, o hablo con tu padre. Y si te preguntan que te pasa por andar así, dices que jugando al futbol te has caído sentado y te duele el culo ¡y no vayas al médico o se enterara al ver tu culo de lo que has hecho! Y yo tengo amigos que dirán que mientes, porque yo estaba jugando a las cartas con ellos.
No preguntéis cómo, pero llegué a mi casa. Al andar me daba la impresión de que mi culo era un enorme agujero abierto, y cómo tenía miedo que se quedase así para siempre, de vez en cuando lo intentaba cerrar apretándolo, pero me dolía tanto que al final lo dejé. Subí por la puerta de la escalera para que no me viesen así mis padres, fui directamente a mi dormitorio y me dejé caer en la cama. Cuando me llamó mi madre para cenar, me quité los pantalones y calzoncillos para ver si tenían sangre y no había ni una sola gota.
Me alegré, me los volví a poner y bajé como pude las escaleras y lógicamente me preguntaron el por qué andaba así y tenía esa cara. Dije lo previsto, mi madre me palpó algunas zonas de la cadera y glúteos por si había algo roto, y sus manos me producían enorme dolor que yo aguantaba, quedamos que solo serían unos días de dolor, a lo que mi padre añadió eso de: justo castigo de los cielos por jugar con los zapatos al futbol con lo caros que son.
La vivienda del tío Blas, era un caserón muy bien rehabilitado, bastante grande en las afueras del pueblo, pero relativamente cerca de mi escuela, en un terreno vallado y con abundante arboleda, y que se compró cuando regresó jubilado del extranjero hacia pocos años. Su antigua casa familiar la derribó, para que nadie, ni él mismo, recordase su pasado muy humilde. A pesar del estado de mi culo, llegué en unos minutos y como la puerta de la valla y la pequeña de la casa estaban abiertas, entré, y al entrar en la casa, me paré y llamé al tío Blas. Me dijo que esperase un momento y bajó con un maletín que era un botiquín.
Me dio un beso en la boca y me dijo que siempre que entrase allí, cerrase la puerta de la calle y la de la casa, cosa que hice. Con el dorso de la mano me limpié los labios del beso y él, dándose cuenta, me cogió con sus manazas y empezó a besarme intensamente, e incluso me metió toda su lengua y sus babas con el asqueroso sabor de los gruesos y fuertes puros que fumaba. Yo tenía la respiración muy agitada y cuando se separó de mí, me dijo:
– No sé porque no te gustan mis besos. Te juro que en pocos días serás tú quién los busque y me los des. Tócate la polla y verás lo dura que la tienes maricón. Y ahora desnúdate que voy a curarte.
Y yo no pensé en absoluto lo incongruente de desnudarse totalmente para curarme el culo, pero lo hice, y realmente mi polla estaba a reventar. Dejó abierto el botiquín en la mesa del centro y había una pequeña jofaina con una esponja y una toalla. Se sentó en una silla y me hizo tumbar encima de sus piernas, me hizo separar las mías, y con sus manos me iba separando los glúteos mientras me limpiaba. Luego cogió una pomada que era muy fresca (mentolada) y me fue embadurnando el culo, primero me metió uno de sus gruesos dedos y luego un segundo, momento en el que lancé un ¡ay! o algo así, pero que aunque me dolió en ese momento, esa pomada y los masajes que me daba el tío Blas, me estaban dando un placer de muerte, y tanto lo notó Blas, que me dijo:
– Cógete la piel del capullo tuyo y apriétalo, no me manches los pantalones de tu leche que estás a punto de correrte.
Y verdaderamente, por pocos segundos evité mancharle. Por casualidad miré el reloj, y era ya la hora de comer en mi casa, para luego, tanto mis padres como yo, volver al colegio. Se lo dije nervioso a Blas y quedamos que al día siguiente volvería a curarme, pero por la tarde que tenía más tiempo libre. Nos despedimos con un beso de película y cuando salí de la casa, ya no me limpié los labios. Al día siguiente, ya muy mejorado de los dolores, volví a la casa de tío Blas y volvimos a lo mismo del día anterior, lo que os he contado, pero en esta ocasión, no me metió dos dedos, me metió hasta tres.
Tampoco me puso crema dos veces, sino tres o cuatro y cada vez que la ponía, me clavaba sus dedos más profundamente, hasta que los enterraba completamente en mi culo y desde allí los movía no solo en rotación, sino de diversas maneras. Pero como esta vez lo hizo él sentado en la silla y yo doblado sobre el respaldo de un sillón, cuando me corrí, lo hice sobre el suelo. Y debo confesar con sinceridad, que aquello ya no me daba miedo, ni el correrme en sus manos me daba vergüenza.
Se levantó, se limpió las manos, cogió su puro y cogiéndome de la mano me llevó a un sofá recubierto de un tejido plastificado. Como yo estaba desnudo, él hizo lo mismo y creí que me iba a follar de nuevo y aunque me asustó, no me dio el miedo atroz de dos días antes. Lo que hizo fue acariciarme, besarme metiendo lengua y saliva, jugar con mi polla que se estaba poniendo dura otra vez y decirme:
– Acaríciame, bésame tú ahora a mí, menea mi polla y ves chupándola hasta que saques toda su leche, te la bebes y ya verás que buena está. Y de vez en cuando, coges mi puro y vas fumando de él, tú tienes que ir haciéndote un hombre. Y yo te haré mujer.
Y yo me giré hacia él, le miré a los ojos, sonreí tímidamente… e hice todo lo que me estaba diciendo. Empecé a acariciar su peludo pecho que parecía una selva amazónica, me acerqué con un poco de vergüenza a su boca y le besé, y Blas me devolvió el beso. Eso me puso un poco nervioso, y él sonrió y me ofreció su puro, no muy grande, pero si grueso y masticado:
– No olvides que el humo de los cigarrillos se traga, pero el de los puros no. Deja que el humo se quede dentro de tu boca, haz que tu lengua juegue con él y luego lo tiras, unas veces por la boca, otras por la nariz, o por los dos sitios a la vez. Todos los vicios deben serte familiares.
Fumé varias veces, jugué con su enorme polla y cuando estaba a punto de correrse, me lo dijo, abrí mi boca todo lo que pude, me tragué toda su cabezota y de repente, unas interminables descargas de semen casi me ahogan. Entró semen por la garganta, salió por la nariz, una pequeña parte por las comisuras de mis labios y el resto, todo lo que se quedó en mi boca, lo mantuve y me lo fui tragando ¡y no me dio asco! Estuvimos los dos casi dos horas, yo me corrí creo que cuatro veces en total y cuando me dijo que me marchase, que él tenía unas cosas que hacer, fui yo quien antes de levantarme del sofá, le di un fuerte beso en la boca. Y fui yo, mientras me vestía, quien le preguntó si volvía al día siguiente y él, mirándome a la cara, me lo dejó muy claro:
– Ya estás casi curado, yo si quiero que vengas, porque lo que empiezo a sentir por ti nunca lo he sentido por nadie, te la quiero meter de nuevo, pero te aseguro que mañana, si vuelves, te la meteré entera, no te dolerá tanto y cuando te la meta varias veces más, ya no te dolerá nunca más, al revés, serás tú quien la desee y quien me pida que te folle ¿quieres venir mañana para follar otra vez conmigo? Ya verás cómo te gusta ser mi nena, porque en eso te voy a convertir.
Yo me puse rojo intensísimo y con la cabeza asentí. Durante toda esa tarde y el día siguiente hasta la hora de verme con el tío Blas, estuve pensando el por qué le había dicho eso, yo no era maricón, aunque tenía dos amigos que si lo eran. Nunca había pensado en tener relaciones sexuales con hombres o mis amigos, pero lo que me pasaba con Blas era incomprensible para mi, porque no podía engañarme a mí mismo ¡me gustaba ser follado por él y estar entre sus brazos!
Pero a mí me aterraba el dolor y cuando me la metió la primera vez creí morirme, además parecía que me estaba abriendo por la mitad, sufrí bastante, pero esas horas con él, el cariño con que me trató y limpió y el placer nuevo, desconocido y gratificante que yo recibía con esa manera de correrme constantemente y desear más, me dio ánimos para acudir y que los santos del cielo tuviesen piedad de mi culo. Si mi destino era ser maricón lo sería, aunque eso de ser su nenaza…
A la hora prevista acudí, cerré las puertas, entré en la casa y oí una voz que me decía que subiese arriba, y allí me encontré a Blas totalmente desnudo y con la estaca enhiesta en su mano y preparada para ensartarme de nuevo. Al ver aquel enorme trozo de dura carne, me asusté solo unos cortos instantes ¡era tan grueso y grande!, y me acerqué a él. Cogí el mástil con mis dos manos y le pregunté:
– ¿Me juras que no me harás daño?
– No, ni yo ni nadie puede jurarte eso, pero sí te juro que te dolerá muchísimo menos y cuando te folle otras tres o cuatro veces más, ya no te dolerá. Incluso dentro de años, siempre habrá una posibilidad de dolor, pero siempre con enorme placer. Ya verás Salva, como me vas a pedir muchas veces que te folle. A mí también me pasó lo mismo que a ti y ya ves, sigo follando y siempre deseando más.
Levanté un poco mis pies para ponerme a su altura y le di un beso en la boca. Y no contento con eso, le abracé, le besé intensamente y por primera vez, fui yo quien antes metió la lengua en el paladar del otro. Su sinceridad me ganó. Blas me abrazó con fuerza, me devolvió los besos con una pasión de locos, y me dijo una cosa que tardé unas semanas en analizar:
– ¡Y te juro Salva, que voy a hacer de ti el mejor chapero de España! ¡Voy a convertirte en una nenaza y en muchas cosas más! Desde ahora serás mi nenita, mi coñito, y te dejaré preñada -mientras se reía a carcajadas-
Me desnudé, me cogió con sus fuertes brazos, y como si fuésemos unos recién casados me llevó hasta la cama. Como la otra vez en la cabaña, me puso una almohada bajo mi vientre para levantarme el culo, y una toalla doblada para que yo me corriese todo lo que quisiese sin ensuciar la cama, y esta vez, dedicó un largo rato en meterme crema en el culo junto con sus dedos, hasta tres dedos. Luego cogió de esa crema y untó toda su polla, se metió por detrás entre mis piernas y apoyó de nuevo su supergruesa cabezota en la entrada mi ano.
Esa presión inicial me hizo daño y cuando se lo iba a decir, noté como toda esa enorme masa de carne entraba en mi culo. Por supuesto que me dolía ¡joder si dolía!, pero notaba que una vez metida su cabezota, toda esa enorme polla se deslizaba dentro de mí, separando a lo bestia mis músculos anales y revolviendo todos mis intestinos ¡menudos movimientos de tripas!
La primera vez que me violó-folló, fue totalmente en seco, sin preparación, por cabreo y a lo bestia, pero ahora lo había preparado, lo había embadurnado todo en crema para que se deslizase y sus dedos me habían dilatado y preparado. En muy poco tiempo noté como sus grandes y peludos cojones chocaban con mis glúteos. La dilatación que yo estaba recibiendo era salvaje, pero nada similar al dolor de la anterior ocasión. Y el mete y saca de Blas, era casi una delicia, esa polla se deslizaba sin frotar demasiado y aunque mi cabeza notaba el calor sexual, no la tenía acorchada ni me estaba mareando.
Es más, cuando me corrí por primera vez, sentí tanto placer y felicidad que desee que no parara, que siguiese todo lo que él quisiese y follándome todos los días. Es maravilloso (o terrible si tienes miedo) notar toda esa masa de carne abriendo todos los músculos, dilatando extraordinariamente, ano, esfínteres, ensanchando el intestino, y forzando a abrir lo máximo las piernas para dejar que entre y que no te rompa el culo.
No sé cuánto tiempo me estuvo follando. Unas veces rápido, otras lento, unas veces me la clavaba entera, y en dos ocasiones, la sacó entera y la volvió a meter forzando mi ano con su gruesa cabezota, con ese poderoso prepucio casi más redondo que piramidal. Pero aunque me dolía y cuanto más tiempo pasaba más me dolía, sentí el deseo de seguir teniéndolo dentro, nunca me quejé, ni grité, ni le dije que parara, me tragué todo mi dolor y me lo aguanté para mí. Creo que durante estos años pasados desde entonces, posiblemente puse mi confianza en él de que me curaría como lo había hecho esos días.
Cuando yo ya me había corrido dos o tres veces, me empezó a follar intensamente y clavándola hasta el fondo, y de repente, se paró, me agarró de los pezones, me levantó hacia atrás, y una inmensa descarga de semen inundó mi intestino, se movió dos o tres veces más y en cada uno de los movimientos, unas nuevas descargas se juntaron con la anterior.
Sí recuerdo que en ese momento, lamenté que hubiese terminado. Pero yo había perdido el miedo, sabía ya que me podía follar sin hacerme tanto daño, y si realmente su juramento de que en tres o cuatro folladas más ya no me dolería, quizá valía la pena probarlo. Dejó mi cansado cuerpo sobre la cama, terminó de sacar su polla y se sentó en un silloncito. Cogió uno de los puros de la pequeña mesa de al lado, lo encendió, se levantó y desapareció. Noté como su semen se deslizaba dentro de mí y cómo empezaba a salir. El roce de ese semen con mi superfrotado anillo anal, me provocó casi una sensación de risa. De repente, Blas se sentó a mi lado, me ofreció otro vaso de agua, en esta ocasión fresquita y con bastante anís, me la bebí y le pregunté:
– ¿Me he portado bien? En muchos momentos me has hecho mucho daño pero no he gritado ¿Me curarás otra vez como lo has hecho estos días?
– Por supuesto Salva. Ven todas las tardes que quieras y te curaré, y al mismo tiempo iremos dilatando más ese ano. Eres muy joven y a tu edad, los músculos son flexibles, solo hay que usarlos y trabajarlos para que te obedezcan ¡y te juro que van a ser muy usados! Y ya no se estrecharán, tú mismo lo evitarás follando sin parar.
Y eso estuve haciendo hasta el miércoles siguiente. Ese día, al untar bien mi culo con la crema, no solo me metió los tres dedos, sino que yo notaba que ya no hacían fuerza contra las paredes, entraban, jugaban con mi ano y se adaptaban perfectamente. Empezó a abrir esos dedos para ganar más anchura, tiraba de los músculos interiores y los esfínteres y yo casi no notaba daño. De repente, sacó sus dedos y me los dio a chupar. Habían algunas pequeñas manchas negras que yo sabía perfectamente de donde procedían y el brillo de la crema que me había puesto.
Le miré a los ojos, vi su firmeza y sin pensármelo dos veces, me metí uno de los dedos en la boca. El sabor era horrible. Bueno, en realidad no había sabor, sino un conjunto de sabores. En algún momento sentí asco y mi estómago se revolvió, pero yo intuí que muchas más cosas desagradables comería en el futuro, me aguanté y no pasó de ahí.
Se lo dejé completamente limpio, luego otro dedo y por fin el tercero, y debo reconocer, que en este ya no sentí nada. Simplemente se lo chupé y se lo limpié. Blas me cogió la cabeza entre sus manazas, me acercó a él y nuestros labios se aplastaron los unos contra los del otro y nuestras lenguas jugaron apasionadamente, y entonces me di cuenta de una cosa ¡mi lengua y mi boca tenían el sabor de lo que antes había chupado en sus dedos y por lo tanto, de la misma manera que yo estaba compartiendo en sus besos el sabor de su puro y sus espesas salivas, él estaba compartiendo ahora el sabor de las cremas y de lo que sacó de mi culo! Y me alegré intensamente, los dos estábamos compartiendo cosas que yo jamás había ni soñado, ni imaginado y sobre todo ¡era feliz entre sus brazos! Me miró un momento a la cara y me dijo:
– Quiero follarte de nuevo cariño. Pero esta vez la sacaré entera y volveré a meter mi polla varias veces en tu culo forzándolo, para ver cómo se abren esos músculos. Si te hago mucho daño me lo dices y si solo es un daño soportable, pues te callas.
Nos fuimos de nuevo a la cama y como siempre, almohada bajo el vientre, toalla doblada para mi polla para correrme sobre ella, y empezó a untar mi culo, no fue mucho, ya estaba de antes y él se untó su polla, pero no lo hizo entera, solo la cabezota y algo más. Apoyó de nuevo su enorme glande sobre la entrada de mi ano con fuerza y para mi sorpresa, noté cómo el esfínter se iba abriendo sin problemas y su polla, poco a poco, iba entrando en un ritmo constante, y antes de darme cuenta, toda esa cabezota estaba dentro de mí y el resto de la polla iba entrando con mayor velocidad y fuerza que las anteriores ocasiones.
Cierto es, que tuve al principio y en otros momentos, dolores bastante fuertes pero todos ellos soportables, y al olvidarme de los dolores intensos de los otros momentos, empecé a fijarme en la delicia de sentir aquel monstruo dentro de mí, ensanchando esfínteres, músculos e intestinos, entrando y saliendo y moviéndose de la manera que mejor la parecía a Blas.
No me preguntéis como cambié. Solo quería ser follado por él una y otra vez, quería sentir su polla, sentir sus besos, su saliva y su lengua con sabor a puro asqueroso. Si él me quería, yo haría todo lo que el desease, fuese lo que fuese. Yo sentía la necesidad ser follado constantemente por esa polla y por su dueño, el tío Blas. Sí, me estaba convirtiendo en maricón y sentía un enorme placer pensar que sería su nena, su putita.
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wow amigo buen relato saludos 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉 🙂
Buenisimo. Espero que tenga más partes.