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Fantasías / Parodias, Gays

Un culito en la oficina 2

Un fin de semana sin reglas: besos sucios, mamadas profundas, leche corriendo entre cuerpos, y un culo que no tuvo descanso. Mario se lo cogió en la cama, la regadera, el sillón y hasta la mesa. Edwin gemía, se venía, y pedía más. Y el lunes… todavía quería repetir..
La luz del sábado entró por las rendijas de la cortina sin pedir permiso, colándose como si también quisiera ver lo que había pasado esa noche. Se deslizaba sobre las sábanas arrugadas, sobre la piel sudada de dos cuerpos aún entrelazados.

Mario ya estaba despierto. Despierto y bien jodido. Le dolía todo: las piernas temblorosas, la espalda con líneas marcadas por las uñas de Edwin, y el culo… el culo aún abierto, palpitante, caliente por dentro.
Sentía cómo, si apretaba, todavía podía escurrirle la lechita que le dejaron anoche. Una mezcla pegajosa de placer y evidencia.

A su lado, Edwin roncaba leve. Tenía una pierna pesada encima de él, el brazo cruzado sobre su torso, y la cara hundida en la almohada, babeando un poco. Medio cubierto por la sábana, pero ese culo monumental quedaba expuesto: grande, moreno, perfecto, como tallado para que lo metieran. Mario lo miraba como si fuera un manjar que apenas había probado.

Se le escapó una risita ronca, incrédula y caliente.
¿Quién lo iba a decir? El pinche gordibueno que mandaba memes cochinos por el chat del trabajo… ahora estaba roncando en su cama, con su verga aún latiendo por dentro, con su semen aún tibio en sus entrañas.

El celular de Edwin vibró.
—Tu mamá, güey —le murmuró Mario, dándole un codazo.

—Mmmnhh… —gruñó Edwin, medio dormido.

Tomó el celular sin siquiera abrir los ojos, desbloqueándolo de puro reflejo, y mandó un audio con voz ronca:

—Amá… me quedé con un compa del trabajo. Todo bien. Regreso mañana. No prenda el boiler.

Mario se rió bajito.

—¿Y tu novia? —le dijo, pellizcándole la nalga.

—¡Ah, verga! —exclamó Edwin, abriendo los ojos de golpe. Se incorporó, con la verga colgando entre las piernas, semidura y pegajosa. Miró el celular: dos mensajes.
“¿Dónde estás, mi amor?”
“¿Me dejaste en visto anoche?”

Edwin suspiró, luego respondió sin pensarlo demasiado:

—Me quedé dormido en casa de un compa, no estaba bien para manejar. Te escribo al rato, ¿va? Te amo.

—Pinche descarado —le dijo Mario, pasando la mano por su muslo, subiendo lentamente, acariciándole los huevos con descaro.

—Usted cállese, que me tiene aquí como tamal envuelto —le contestó Edwin, tirándose encima de él, aplastándolo, clavándole el peso, el calor, y esa verga que ya volvía a ponerse dura.

Mario sintió cómo le rozaba el muslo.
Ya estaba tiesa otra vez. Gorda, morena, con la cabeza brillante.
Se la agarró sin permiso, sintiéndola crecer en su mano, venosa, caliente como una barra de metal al rojo vivo. Le dio unos jalones lentos, saboreando el momento.

—¿Otra vez?

—¿Y qué más vamos a hacer todo el pinche sábado, jefe?

Edwin bajó y le besó la boca, esta vez con más hambre.
Le chupó los labios, se los mordió, le metió la lengua como si le quisiera tragar el alma. Mario respondió igual, hambriento, desesperado, agarrándolo del cuello con una mano mientras con la otra ya le estaba tocando el culo.

Se besaron así un rato, puro ruido húmedo, puros gemidos bajos. Y luego Edwin bajó más. Le lamió el pecho, los pezones, le mordió la barriga, hasta que llegó a la verga.

Se la tragó de una.
Sin aviso. Hasta el fondo.
Mario soltó un gemido, arqueando la espalda.

—Puta madre…

Edwin la mamaba con maña: la lengua le daba vueltas a la cabeza mientras la metía y sacaba. Se la metía hasta la garganta y dejaba que le salieran lágrimas de los ojos. Después le lamía las bolas, luego lo abría con los dedos y se metía con lengua al culo. Lo escupía, lo lamía, lo ensuciaba. Mario ya no podía ni hablar, solo le gemía el nombre.

—Edwin… verga… Edwin…

Lo pusieron en cuatro.

Edwin le escupió directo al culo y luego lo lamió como si fuera un postre. Se lo abrió con las manos y le metió un dedo, luego dos, girando, haciéndolo gemir más alto. Y cuando ya estaba bien abierto, bien caliente, bien desesperado…

Se la metió.

Sin pausa.
De un solo empujón.
Un grito ahogado se le escapó a Mario, y Edwin no se detuvo.

Lo agarraba de la cintura y se lo cogía con furia. Cada embestida le sacudía los huesos. Le daba nalgadas que sonaban como latigazos. Le mordía la espalda. Le decía cosas al oído:

—Este culo es mío, ¿sí o no?
—Dígame que me lo va a dejar todo el pinche finde…
—Le voy a sacar toda la leche que tiene guardada, jefe…

Mario solo respondía con gemidos roncos, la frente contra la sábana, la verga goteando.

Terminaron en la regadera. Edwin no paró hasta que le volvió a llenar el culo.

Desayunaron desnudos.
Mario con la camiseta puesta y el culo rojo. Edwin con calzones flojos y la verga colgando todavía húmeda.

—Está cabrón que me guste tanto esto… —dijo Edwin, mojando el bolillo.

—¿Esto tú y yo?

—No. Que me coja mi jefe.

Después, Mario lo puso a horcajadas en el sillón. Edwin se sentó en su verga con una sonrisa sucia y empezó a cabalgarlo lento. Tenía las manos en su pecho, los ojos entrecerrados, la boca entreabierta.
Cada vez que bajaba, se lo metía hasta el fondo. Hacía ruidos húmedos, eróticos. Se tocaba él mismo mientras se lo cogía.
Mario lo agarraba del culo, lo apretaba, le gemía el nombre. Terminaron con el semen chorreando entre los muslos.

Al ponerse el sol, cogieron sobre la mesa del comedor.
Edwin boca arriba, con las piernas abiertas, dándole todo.
Mario lo empujaba con fuerza, con hambre, como si quisiera dejarlo marcado por dentro.
Los platos se movían, las sillas crujían. Edwin gritaba:

—¡Más! ¡No pares! ¡Dámelo todo, cabrón!

Terminaron sudados, exhaustos, temblando.
Comieron tacos desnudos, bebiendo del mismo vaso, lamiéndose los dedos entre broma y broma.

Durmieron abrazados.
Cogieron una vez más a medianoche.
Mario de espaldas, Edwin encima, empujando lento, con las manos enlazadas. Llenos de besos, de suspiros, de gemidos rotos.

El domingo, Edwin fue a la tienda en shorts, sin camisa.

—El de la tienda me dijo: “saliste con suerte, bro”.

—¿Por qué?

—Porque vio con quién ando.

Mario se rió y le metió la lengua hasta la garganta.

Ducha compartida al final del día.
No cogieron. Solo besos, caricias suaves, miradas largas. Como si algo ya estuviera cambiando.

Edwin se vestía despacio.
Mario le amarró los zapatos, en silencio.

—¿Y el lunes? ¿Cómo nos vamos a ver?

—Como siempre. Profesionales. Pero…

—Pero en su oficina… —dijo Edwin, con una sonrisa torcida.

—…nos encerramos un ratito —respondió Mario, con los ojos llenos de ganas.

En la puerta, se besaron una vez más.
Edwin se fue. Pero no se despidió.

Solo dijo:

—Nos vemos mañana, jefe.

Mario cerró la puerta. Apoyó la frente en la madera.
Y pensó:

“Estoy bien jodido… y me fascina.”

 

107 Lecturas/26 julio, 2025/0 Comentarios/por beachboy
Etiquetas: culito, culo, leche, madre, novia, puta, semen, verga
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