UN EPISODIO DE MI VIDA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mis primeras experiencias se remontan a mi temprana niñez, cuando retozando con mis amiguitos preescolares, descubrí por decirlo así, los secretos del sexo y la posibilidad de satisfacer entre nosotros los deseos que ya empezaban a surgir.
En esta época aprendí que era posible relacionarme sexualmente con otro niño y tuve mis primeras experiencias. Realmente no recuerdo que tipo de actos ejecuté, pero de todas maneras estoy consciente que tuve contacto sexual con otro chico, exploré todos los contornos de la masculinidad, no se si llegué a la penetración, pero de lo que estoy seguro es que se despertó en mi la preferencia por el sexo con otra persona de mi mismo género, comprendí que podía derivar placer insertando mi pene en el ano de un varón y también permitiendo que me penetraran. Entendí con meridiana claridad la versatilidad sexual del hombre y este descubrimiento marcó para siempre mi orientación homosexual
En la hacienda de mi padre, donde pasaba largos periodos de tiempo antes de ingresar por primera vez al colegio, tenía un amigo inseparable, el hijo de uno de los trabajadores de mi papá que se llamaba Cesar, con quien jugaba, conversaba, hacíamos pilatunas infantiles y sobre todo montábamos a caballo para explorar el campo y disfrutar de las delicias de las áreas rurales, además era mi confidente y el fiel guardián de todos mis secretos. Nuestro lugar preferido era la Laguna Azul, donde con el pretexto de zambullirnos en sus cristalinas aguas, nos desnudábamos y así permanecíamos mientras pescábamos, navegábamos en balsas que nosotros mismos construíamos y después agotados nos tumbábamos en el fresco prado, explorábamos nuestro cuerpo infantil y frecuentemente nos masturbábamos individualmente; durante un tiempo evitamos manosearnos
Un día de tantos que pasé con Cesar en la Laguna Azul, después de nadar, estábamos como solíamos hacerlo acostados el uno al lado del otro sobre el verde césped a la orilla de la laguna. Acariciándome lascivamente mis genitales le conté sobre mis actividades y revelaciones sexuales en la ciudad y le narré descarnada y detalladamente mis relaciones con otros chicos, subrayando de la posibilidad de tener sexo con otro muchacho intercambiando el rol en la penetración. Le aseguré que era mucho mas satisfactorio que masturbarse. A Cesar le llamó la atención la idea y me preguntó como lo podíamos hacer. Le expliqué con detalle el procedimiento y sin mas se colocó en posición apoyando sus extremidades en el suelo, abrió sus piernas y yo me coloqué detrás de él, con la mano dirigí mi pequeño pene para insertarlo en su ano.
A estas horas de mi vida, no se a ciencia cierta si lo logré o fueron simplemente sesiones de sexo intercrural, de todas maneras resultó muy gratificante y entonces cada vez que íbamos a la laguna practi-cábamos nuestro juego erótico favorito. No recuerdo si Cesar me penetraba también, supongo que si o por lo menos como yo, pretendía hacerlo. Sospecho que por el tamaño de nuestros penes nunca fue posible que el suyo o el mío ingresaran francamente en nuestros anos, pero las sensaciones resultaban sumamente gratas y lográbamos deliciosos orgasmos que después comentábamos y nos regodeábamos por todo lo que hacíamos.
A los 6 años ingresé al colegio y desde entonces hasta cuando presté el servicio militar a los 18 años no tuve mas relación sexual que frecuentes masturbaciones y un par de episodios con la empleada domestica con la que perdí mi virginidad, que no dejaron huella en mi vida.
Al terminar la secundaria fui seleccionado para prestar el servicio militar. Conmigo fueron llamados dos condiscípulos muy amigos míos por muchos años, Alberto Urrego y Rodolfo de la Puerta. En esta circunstancia nuestra amistad se estrechó considerablemente
Una tarde después de la cena Alberto Urrego me contó que un grupo de soldados se reunían en las noches antes de pasar al dormitorio en el ático de uno de los alejamientos de la tropa y que tenían sesiones de sexo en-tre ellos, que fuéramos a fisgonearlos. A mi me llamó poderosamente la atención esta información y despertó mi reprimido instinto sexual, sin vaci-lar acepté la invitación y esa misma noche Alberto y yo tomamos parte en la libidinosa sesión.
La obscuridad del recinto no me permitió identificar a los participantes pe-ro, tan pronto ingresamos, fuimos abordados por dos soldados que empe-zaron a manosearnos, nos separaron, a mi me llevó mi ocasional pareja a un rincón, se tumbó boca abajo y sin quitarnos la ropa me invitó para que lo montara y me moviera sobre el hasta eyacularme, después lo haría el. Procedí tal como el hombre me indicó y evidentemente después de unos cuantos minutos tuve un orgasmo y copiosa eyaculación, luego se cambiaron los papeles, yo me coloqué boca abajo con la cabeza apoyada en mis antebrazos y él se trepó sobre mi y sin decirnos una sola palabra dio inicio a una serie de movimientos, refregándome su pene con vehemencia sobre mi trasero, mientras bramaba enloquecido hasta que dio un grito ronco y se desmayó sobre mi. Así terminó todo, busqué a Alberto y cuan-do lo encontré nos contamos la experiencia, me dijo que eso era lo peor que había hecho en su vida y nunca mas lo repetiría. Yo guardé prudente silencio, pero tampoco fue de mi agrado semejante orgia y nunca mas participé en otra. Particularmente me molestó la posición que tuve que tomar para complacer a mi pareja ocasional, realmente me sentí humillado, aplastado y convertido en un instrumento sexual sin vida. Durante todo el tiempo permanecí inmóvil, soportando la incomodidad del peso de el hombre que me montaba y cabalgaba sobre mi frenéticamente.
Sin embargo con esta actuación se despertaron nuevamente mis instintos homosexuales y me dediqué a buscar una pareja para satisfacer mi deseos. Entonces me empeñé en identificar a quienes concurrían a las or-gías con el propósito de identificar los gay que tomaban parte y así, en otras circunstancias, aproximarme con seguridad y proponerle tener sexo real, no la pantomima en la que había participado.
Mi presa favorita era Rodolfo de la Puerta, mi gran amigo, un hombre muy apuesto que despertaba en mi un deseo insoportable por su apariencia física, pero mas por el calibre de su pene descomunal que todas las ma-ñanas en las duchas lo podía observar en todos sus detalles. Es un miembro de 22 centímetros largos casi 23 (9 pulgada) 13 centímetros (5 pulgada) de espesor, artísticamente esculpido que permite detallar cada una de sus partes a primera vista. Un enorme glande rosado pálido, siempre descubierto por efectos de la circuncisión lo corona majestuosamente; en el tallo de piel morena oscuro se identifican con claridad las tres protuberancias que forman los dos cuerpos cavernosos y el esponjoso, una intrincada red de venas azules se enrosca en toda su longitud para desvanecerse en el surco donde surge el bálano; dos bolas firmes, macizas, rayadas y cubiertas de fina pelusa, oscilan cadenciosamente cada vez que Rodolfo hace cualquier movimiento; de contera, un espeso, abundante y negro vello púbico complementa este espectacular panorama, que cada mañana cautivaba mi absorta mirada.
El impacto que causó en mi este aparato genital fue tan grande, que ni el paso de los años ha podido borrarlo de mi mente. Al escribir esta líneas cierro los ojos y aparece la dotación masculina de Rodolfo con toda clari-dad como si se tratara de una fotografía en tercera dimensión a todo color.
Cada vez que alternaba con Rodolfo sentía enormes deseos de hacer el amor con tan atractivo joven, sin embargo era un persona muy seria y no permitía que lo abordara, eludiendo cualquier conversación sobre temas erótico sexuales. No obstante, frecuentemente advertía que frecuentemente observaba su miembro y quizás notaba la complacencia que me causaba hacerlo pero, no me hacia comentario alguno en nuestras frecuentes tertulias, durante las cuales, en cada ocasión que tenía la oportunidad, fijaba mi mirada en el paquete que formaba sus abultados genitales en el pantalón del uniforme.
La aparente apatía sexual de Rodolfo me hizo descartarlo y concentré mi esfuerzo en localizar alguien con quien pudiera aplacar la pasión que me consumía. Tenía conocimiento que por lo menos el 10% de los hombres somos gay, entonces en mi compañía de 150 soldados, oficiales y clases, 15 eran homosexuales. Mi tarea era encontrarlos
Transcurrieron varios días y mi empresa no tuvo éxito. Una noche ya de-silusionado por el fracaso de mi cometido, observé que Luis González de mi misma compañía entraba al ático de marras. Mi corazón dio un salto y y empecé a diseñar el plan que pondría en ejecución para conquistar a Luis y convertirlo en mi pareja sexual. Esperé hasta que salió y entonces le dejé saber que lo había visto, él trató de esquivarme pero yo le sonreí con malicia y le guiñé un ojo indicándole tácitamente que estábamos en la misma orilla.
Esa noche me desvelé pensando como lo iba a abordar y de que manera le propondría tener sexo conmigo… ¿cual será su reacción…? Era el gran interrogante sin respuesta. Para sorpresa mía, al día siguiente, en la hora de descanso después del almuerzo, se acercó a mi y me dijo
– ¿Anoche estabas espiando…?
– No – le respondí – sin titubear. ¿Espiar qué…? – agregué
– Tu sabes… no te hagas el tonto…
– ¿Se,,, qué…?
– Sobre las reuniones en el ático
– Algo he oído, pero no se con claridad lo que pasa allá.
– Entonces… ¿Por qué sonreíste cuando me viste salir?
– Sencillamente porque tu me gustas – me aventuré a responderle descaradamente.
– ¿Me estás proponiendo algo?
– ¡Claro!
– ¿Qué?
– Que tengamos sexo, pero sexo real, no lo que hacen ustedes en el ático que me parece grotesco, despreciable, insípido…
– ¿Qué tipo de sexo?
– Me extraña tu pregunta. Sexo gay.
– ¿Eres gay?
– Creo que si… ¿Y tu?…
– No se, solo he tomado parte en las orgías del ático.
– ¿Te gusta hacerlo?
– Pues no me disgusta… al fin y al cabo me permite aliviar la tensión que me causa estar encerrado en un cuartel, tu sabes.
– Pero que le encuentras a ese simulacro que todas las noches realizan, para mi no pasa de se una idiotez, es simplemente masturbarse sobre el cuerpo de otro
– Entonces, ¿tu también vas…?
– Una vez, pero no vuelvo
– ¿Quieres tener sexo conmigo?
– Si – respondí sin dudarlo – pero sexo de verdad, que involucre la penetración real
– ¿Dónde y cuando?… me respondió Luis
– Esta noche en los corrales, allá hay una pesebrera que podemos utilizar
– OK. ¿ A que hora?
– Inmediatamente después de cenar.
– OK. Nos vemos.
Esa tarde no pude concentrarme en nada, estuve ausente de todo, pensando en mi encuentro, en mí primera cita sexual con otro hombre mas o menos de mí misma edad para tener sexo y convertir en realidad todos mi sueños.
Tan pronto terminó la cena y rompimos la formación, me dirigí nervioso a los corrales protegido por la obscuridad de la noche. Mis deseos eran tan intensos que a medida que me acercaba al lugar acordado, mi pene se endurecía a reventar. Al fin llegué a la pesebrera y a los pocos minutos llegó Luis
– ¡Hola! … eres muy cumplido – me dijo en voz baja
– ¡Hola! – le respondí
– OK… ¿vamos a lo que vinimos?… o ¿qué?
– Esta bien
– Bájate los pantalones y los calzoncillos – me dijo fríamente
Así lo hice en silencio, mientras el procedía a hacer lo mismo. Nuestros penes estaban erectos y jadeante, le observé detenidamente su dotación, un miembro de unas 6 pulgadas, un poco grueso no guardaba proporción con la longitud, circuncidado lo que le permitía lucir el glande como una fresca fresa que se destacaba muy provocativa y adornaba armoniosamente el pene erecto.
– ¿Te gusta? – me dijo con cierto grado de sarcasmo
– Si – le respondí sin mas comentarios
– Entonces yo te lo meto primero y tu después… ¿de acuerdo?
– Está bien – le respondí tímidamente, si quería tener sexo tenía que aceptar la propuesta, de todas maneras estaba ansioso por penetrar y ser penetrado
– Ponte en posición…
Sin mas comentarios me coloqué de rodillas, estiré los brazos, abrí mis piernas tanto como me fue posible y esperé la que sería la primera embestida de la cual tengo memoria. Estaba bastante nervioso, lo deseaba fervorosamente, pero tenia temor que otro hombre me metiera su pene, no sabía cual sería mi reacción al sentir encajado en mi ano un trozo de car-ne, tampoco si la penetración me ocasionaría dolor, en fin me asaltaba dudas que fue preciso superar sin dilación, el hecho en que estaba involucrado era impostergable y yo, solamente yo, lo había buscado. Voluntaria o involuntariamente había llegado al punto de no retorno
Luis puso una rodilla y apoyó la planta del otro pie en el suelo entre mis piernas, luego se untó la mano con abundante saliva y separándome los glúteos me lubricó profusamente el ano y sus alrededores. Con la otra mano tomó su pene y friccionó con el glande toda mi hendidura repetidamente. Me sentía en la gloria, era la primera vez que experimentaba la sensaciones que me producía el pene de un hombre en mi ano y sentí arrebatadores deseos para que me encajara de un solo golpe ese pedazo rígido y palpitante de carne viva. Luego para completar su tarea de lubri-carme, me insertó el dedo índice y masajeó profusamente mi orificio y canal, para facilitar el ingreso de nuevo visitante.
Cuando Luis detectó que había logrado la dilatación apropiada de mi ano, colocó el glande en el orificio, al sentirlo en contacto, me asaltó el temor de ser penetrado y apreté cuanto pude mis esfínteres para impedir el in-greso. Luis forzaba en vano acceder friccionándome reiteradamente el glande en el ano y diciéndome que me relajara porque estaba muy tenso. Súbitamente perdí la voluntad y aflojé, Luis lo advirtió, entonces, vigorosamente empujó, para aprovechar la ocasión y que su pene entrara en mi orificio. Sentí que mi ano se desgarraba y un intenso dolor me hizo soltar un sentido lamento, apreté con fuerza los glúteo y contraje los esfínteres para detener la penetración.
– ¡Para… para…! – le grité desesperado
– ¿Te esta doliendo? – me preguntó mientras asesaba de pasión
– ¡SSSSiiiiii…! – le respondí traumatizado por el ingreso del grueso pene… En ese momento pude apreciar con exactitud la corpulencia del instrumento – pero… ¡mmmmm…! no me lo… ahhh… saques – agregué tartamudeando.
Luis detuvo el empuje, pero no me lo sacó, tenía adentro por los menos una cuarta parte de su verga; permaneció inmóvil, sujetándome con ambas manos por mis nalgas. Yo me quejaba lastimosamente por la laceración que me había causado el ingreso de la verga de mi compañero y sentía claramente mi canal rectal completamente lleno, colmado “hasta las banderas”, como se dice en la jerga taurina, lo cual me ocasionó indudablemente la gratísima sensación que durante mucho tiempo pacientemente esperé.
Me subyuga la sensación que me provoca sentir el recto invadido, totalmente relleno, gratamente atosigado con un pene duro o desgonzado, no me importa el tamaño porque el canal se adapta fácilmente al volumen y la sensación es la misma sea grande, grueso o delgado, lo importante es que sea lo suficientemente largo para ocupar todo el espacio y mantenerse insertado por lar-gos periodos de tiempo sin consideración al grado de rigidez, erecto o fláccido
– ¡Aguanta un poco por favor! – le suplique a Luis – pero no me lo saques…
– No te preocupes – me dijo, mientras respiraba aceleradamente y detenía el empuje inicial
Pasaron unos minutos y cuando el dolor se desvaneció un poco, hice un movimiento con la cadera para indicarle que podía continuar. Luis me dio una estocada a fondo y me encajó en paro las seis pulgadas hasta la raíz, produciéndome mucho dolor pero simultáneamente gratísimas sensaciones que me hicieron gemir reiteradamente de placer, olvidando el trauma.
Me agarró por los hombros, me inmovilizó y dio comienzo a una ardorosa faena metiendo y sacando su polla de mi adolorido ano que a pesar de las molestias, también disfrutaba la ardiente fajina. Sus embestidas eran vigorosas … largas… profundas y cada vez que me lo empotraba a fondo, sus bolas se estrellaban estrepitosamente contra mis glúteos produciendo un ruido peculiar que rompía el silencio de la noche
– ¡ahhh… ahhh… que ricooo! … bramaba el hombre mientras arreme-tía con fortaleza y bríos incomparable
– ¡mmmmm… mmmmm!… Musitaba yo completamente inmóvil, a merced de Luis que me empalaba como le venía en gana, sin ha-cerme una sola caricia… darme un beso… decirme una palabra…
A pesar de haber esperado tanto este momento, me sentía como en la noche del ático, humillado y utilizado por la posición que adopté. Es realmente una postura que le resta valor al esplendoroso acto de hacer el amor con otro hombre, uno queda reducido a la total impotencia y se convierte en sujeto totalmente pasivo en el coito. Desde entonces evito tener sexo dándole abiertamente la espalda a mi pareja. Sin embargo, mientras presté el servicio militar, tuve que aceptarla en varias ocasiones por las circunstancia de lugar
De pronto Luis sacó en paro toda su verga, la tomó con una mano y colocando el glande en la hendidura de mis glúteos, me regaló un estupendo masaje que me hacía gritar y tenía que taparme la boca para no delatar nuestra presencia en los corrales, Luego, habilidosamente me azotó repetidamente los glúteos con su polla dura y sin previo aviso de nuevo me la ensartó de un solo golpe, que me hizo trepidar mientras me sujetaba con fortaleza para mantenerme inmóvil mientras el aceleraba sus movimientos, buscando afanosamente un vigoroso orgasmo.
El peso de la humanidad de Luis me fatigaba y entonces decidí apoyar todo mi cuerpo en el suelo … él se reacomodó … abrí mis piernas con la finalidad de darle cabida a las de él … y me abandoné para que actuara a su antojo… Sin dilación reanudó sus potentes estocadas metiendo y sacado su verga de mi ano completamente dilatado y húmedo por efectos de la intensa acción. Mi pene apachurrado contra el suelo palpitaba con dificultad.
Pocos minutos después advertí por la frecuencia de las empitonadas y la respiración agitada de Luis, que estaba al borde del orgasmo, orgasmo que llegó acompañado de un poderoso cintarazo, cadenciosas convulsio-nes y potentes chorros de leche espesa y viscosa que inundaron todo mi interior, tan abundantes que cuando me sacó el pene, el semen chorreaba por mi ano y se despeñaba por mis piernas.
Luis estaba exhausto y cuando le dije que era mi turno con mi verga erecta a punta de estallar, cínicamente me dijo…
– Otro día… hoy estoy agotado, dejémoslo para después
– ¿Cómo?… nuestro compromiso era el de alternar, me estoy reventando de las ganas, no me puedes dejar así
– ¡Mastúrbate! – me dijo impávido, mientras terminaba de acomodarse el uniforme.
Yo todavía sin pantalones con mis nalgas al aire y mi verga completamente rígida, quedé plantado, mientras Luis salía de la pesebrera y presurosamente se marchaba alejándose dejándome excitado y sin posibilidades para sobreponerme a la desilusión que me atormentaba. Sentí deseos de llorar. Mi frustración era total, fui utilizado nuevamente como un instrumento sexual, humillado y despreciado.
No niego que experimente un enorme placer al sentir el grueso pene de un hombre alojado en mi ano, indudablemente me produjo inenarrables sensaciones de placer, es algo que desde entonces me subyuga y me produce oleadas insoportables de ansiedad. Mi frustración fue por la forma, mas no por la esencia, pues quedé satisfecho de haber tenido un pene metido entre mi ano y haber recibido los torrentes de semen que Luis deposito en mi canal rectal
Esa noche descubrí algo realmente maravilloso … como hombre tengo la capacidad de disfrutar, tanto como si estuviera penetrando cuando un hombre me inserta su verga en el ano para deleitarse sexualmente; que no dejo de ser hombre si otro me accede por el ano; que la masculinidad se puede ejercer dando y recibiendo, no solamente metiendo el pene en un orificio; que por el hecho de ser penetrado no pierdo mis características de un hombre cabal y completo; que los hombres tenemos el privilegio de actuar de una y otra manera, y que de las dos formas derivamos inmenso placer sexual sin menoscabo de nuestra virilidad
De esta manera termino mi relato y espero sinceramente que sea del agrado de mis lectores.
NOTA. LE PIDO ENCARECIDAMENTE A MIS LECTORES QUE EVALUEN CON OJO CRITICO MI RELATO Y ME PERMITAN CONOCER SU CONCEPTO, CON EL PROPOSITO DE MEJORAR
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