Un niño llamado Antonio
El inicio de la historia del mejor culito que jamás, lease bien, jamás nunca en la vida había tenido oportunidad de disfrutar.
Hace muchísimo tiempo que guardo conmigo esta historia, quizás motivado por el celo de querer ser dueño de este niño inclusive hasta en lo secreto, y probablemente contar los acontecimientos ocurridos me llevará más de algún relato. En aquellos años era entrenador de fútbol, decenas de niños jugaban para mi equipo, y si bien encontraba atractivos a varios de ellos nunca me animé a concretar nada con ninguno, hasta ese entonces, aquel día, en que sobre las polvorientas canchas de tierra un niño de no más de once años ingresaba al recinto acompañado de sus padres.
-Profesor buenas tardes, él es mi hijo Antonio, y pues bueno, me habían hablado que en este club todos los chicos son bienvenidos- saludó su padre con entusiasmo.
-Pues efectivamente, todos pueden participar- le indiqué -¿Qué edad tienes muchacho?- pregunté
-Diez profesor, pero en enero cumplo once- contestó con dulce tono de niño impúber.
-Bueno, bienvenido Antonio, quítate el polerón y ponte una remera de color verde, estamos a punto de iniciar la práctica.
Cuando el niño se quitó la prenda, pude contemplar lo descomunal de su culito curvo y perfecto, que sobresalía en demasía de su buzo apretado. Sin perjuicio de su polera ajustada, podía dejar a la imaginación la perfección de su pecho y sus pronunciados pezones levantados, a sus ojos oscuros le acompañaban un par de cejas en perfecta armonía angular, su boca permanecía húmeda y entreabierta, con gruesos labios carnosos, y sus ondulados cabellos medianamente largos tentaban a cogerlo asido de ellos como soporte para el acto del coito. Tuve que cerrar mi chaqueta, para ocultar la erección que comenzaba a nacer en mi entrepierna.
El muchacho no jugaba mucho, pero conforme pasaban los entrenamientos mejoraba poco a poco, y me encantaba darle instrucciones, pues siempre solía darle una nalgada clandestina antes de enviarlo de vuelta a la cancha. “¡Pero qué tremendo culo!”- murmuraba para mí sin dejar de mirarlo. Como era costumbre, no podía aguantar el lívido contenido en mis rebasados testículos, y llegado a casa liberaba en intensas masturbaciones la leche acumulada, esa que Antonio me generaba con su sola presencia. Los meses pasaron, el niño consolidó el natural aprecio hacia su entrenador, su mamá depositaba su confianza plena en mi calidad de cuidador, y habida ocurrencia de que su casa quedaba camino hacia la mía, comencé a ir a buscar y dejar al chico tras cada entrenamiento en mi automóvil. Aún recuerdo aquella bendita tarde, en que pasé por él como cada día jueves, Antonio bajaba las escaleras de su departamento con algo de dificultad y un poco de cojera, acompañado de su madre quien me advirtió:
-Cómo está profesor, mire, Antonio dice que le duele un poco su pierna, justo a la altura de su muslo. El kinesiólogo indicó que puede jugar, pero siempre y cuando se aplique éste gel antiinflamatorio antes y después de la práctica, si fuese tan amable y vendarlo después de la pomada, se lo agradecería- rogó, pasándome el tubo del fármaco.
Si se hubiese tratado de otro niño, simplemente le habría indicado que guardara reposo, pero la tentación de recorrer a Antonio con mis manos en sus provocadoras piernas deliciosas me resultaba algo irresistible. Conduje hacia las canchas con leve desconcentración, el niño iba a mi lado mirando hacia afuera, mi vista se perdía en sus lampiñas piernas pronunciadas, y sin poder evitarlo puse mi mano sobre su muslo para acariciarlo –“¿es éste el que te duele Antonio?”- pregunté, afirmando el chico con su cabeza. Durante diez minutos de eterno trayecto, acariciaba su pierna, dándome la impresión de una suave seda incorruptible, estaba tan cerca de su bulto, pero me contuve.
Llegamos casi veinte minutos anticipados a la hora de la práctica, y tras ubicarnos en el asiento trasero, Antonio se recostó sobre el cuero tapiz, quitó sus shorts para la aplicación de la pomada, quedando sólo en polera y unos diminutos y apretados slips de color gris. Me parecía en extremo hermoso, e inocente, especialmente cuando no dejaba de mirarme con esos rojizos labios entreabiertos, puse una cantidad generosa de gel sobre mis manos, y comencé a recorrer su muslo derecho en suaves movimientos circulares, luego de arriba abajo, mirándolo fijamente, el niño no decía una sola palabra, y un silencio tentador se abría paso en medio de los masajes. Por cada recorrido, mi miembro emitía estruendosas palpitaciones atrapadas en mi bóxer, podía escuchar la respiración del muchacho, y lo invité a voltearse para seguir con nuestra sesión del otro lado de su pierna desnuda. Al dorso, contemplé la magnificencia de su culito virgen, unas nalgas de ensueño, como si hubiesen sido amasadas por algún escultor de barro, hermosas, de generoso volumen, y sin perjuicio de encontrarse cubiertas con el slip podía hacerme una idea de aquel agujero escondido y secreto que aguardaba por ser recorrido. Masajee con sutil delicadeza su muslo posterior, pasados los minutos, sin poder evitarlo, me encontraba fregando ambas piernas, ocupándome de acariciarlas y disfrutarlas tanto como pudiese, y sin entender aún cómo fue que ocurrió, comencé el proceso de amasado de sus nalgas por sobre su ropa interior.
Antonio soltó un leve gemido, acompañado de suspiros que no podía evitar, y así estuvimos durante algunos minutos, con mi pene duro haciéndome doler el cuerpo al no poder liberarlo. Como poseído por fuerzas ajenas a mi voluntad, bajé suavemente sus calzoncillos hasta un poco más debajo de la zona de sus glúteos sin que el chico opusiese resistencia, y disfruté de la agraciada curvatura de sus desnudas pompas, me atreví a acercar las fauces de mi boca sobre ellas para besarlas, una a una alternadamente, separé levemente sus cachetes exquisitos para un primer plano de su rosado ano apretado, y finalmente me atreví a besar su botón prohibido, en sonora succión, haciéndolo gimotear mientras advertía que sus dientes mordían el cuero del asiento. Mi lengua comenzaba a revolotear sus pliegues en circulares movimientos, para luego invadir con ella su apretadísimo anillo anal jamás antes explorado, el niño comenzó a emitir sonidos que claramente anunciaban la llegada de un orgasmo, el cual se vio interrumpido con la llegada de otros vehículos y niños a las dependencias del recinto. Rápidamente le subí sus calzoncillos y ayudé a colocar sus shorts negros, terminé de vendar su pierna tal como me había indicado su madre, y nos encaminamos a la cancha, en silenciosa procesión cómplice.
Al llegar junto a los muchachos, uno de los apoderados exclamó –“Vaya que hace calor el día de hoy profesor, por favor permita que los niños se refresquen un poco antes de comenzar, mire a Antonio como viene de sudado”- propuso, a lo cual no pude negarme, y cuando los chicos emprendieron rumbo hacia la llave de agua que se encontraba del otro lado de la cancha, tomé a Antonio del brazo y le susurré:
-¿Estás bien?
– Sí profesor, ya no me duele-
– ¿A qué te refieres?- pregunté
– Mi pierna, ya no me duele para caminar-
– Pero…
– Cuando termine el entrenamiento, me friega otra vez el muslo, y podré jugar mejor- señaló, yéndose junto al resto del plantel para iniciar la práctica.
Algo era claro, el niño no entendía absolutamente nada de aquello que minutos antes había experimentado, virgen en todo el sentido de la expresión, con una inocencia pura que me tentaba en una intensidad mayor que antes. No pude dirigir el entrenamiento con la coherencia requerida, mientras los chicos corrían tras el balón, me perdía en su culito saltante, tenía unos deseos enormes de masturbarme, y tras dos horas de eterno suplicio la clase de fútbol finalmente concluía, di a los chicos una última instrucción y los despaché a sus casas. Nos subimos al auto, y cuando me aseguré que todos los vehículos emprendieran ruta hacia sus moradas y el nuestro era el único estacionado en las dependencias, nos instalamos nuevamente en la parte posterior para continuar con aquello que nos había sido interrumpido. Mientras el niño se echaba nuevamente boca arriba sobre la butaca, le ayudé a quitar sus pantaloncillos, su slip gris con prisa, y su vendaje, en tanto que él se despojaba de sus medias de fútbol dejando al aire sus hermosos pies, y obviando la pomada que a esa altura no importaba levanté sus hermosas piernas al aire, y me hundí con desespero en su agujero caliente sin más trámite, proporcionándole sendas embestidas con mi lengua, profundas y sonoras, arrancándole gemidos de hembrita en celo que me calentaban mucho más de lo que había podido imaginar.
Subí por sus piernas besando sus muslos interiores, libres de todo vello, hasta llegar a chupar los dedos de sus pies que reposaban sobre mis hombros, cual granos de uvas dulces, Antonio se desprendió de su playera exhibiendo una total desnudez, en tanto acariciaba incesantemente sus piernas sin dejar de besar pies, pantorrillas, y volver a su ano virgen para perderme en él, suspirando ambos a la par y sin censura alguna. Su pene pequeño y duro asomaba en brillante ascenso con su cabecita, pude ver que unas cuantas pelusillas oscuras nacían de su pubis como anunciando hormonas en vías de maduración, lo masturbaba con mis dedos mientras seguía succionando su esfínter e introduciendo mi lengua en él, minutos más tarde besaba su ingle, pubis, agarraba a lengüetazos su diminuto falo y todo lo que a mi paso encontraba.
Los gemidos del muchacho anunciaban ganas enormes de alcanzar su clímax, sin saberlo, sus manos sobaban sus aureolos y pronunciados pezones rosados como calmando una enorme picazón ardiente, y mientras el chico iniciaba su ascendente armonía de sollozos placenteros y su estómago se convertía en olas que ascendían y bajaban, mi teléfono celular sonó interrumpiendo la soñada cópula: era la mamá de Antonio:
-Hola, ¿ya vienen en camino?- preguntó
-Sí estimada, estamos en el auto- le contesté
-¿Todo bien con Antonio, su pierna?
-Me parece que sí, lo veo mucho mejor-
-Pues bueno, nos vemos entonces, muchísimas gracias por todo profesor- concluyó.
Lo ayudé a vestirse con cierto grado de prisa, pues según pude darme cuenta habíamos perdido la noción del tiempo y era tarde. Ya en el asiento del copiloto, Antonio aún proseguía con agitada respiración, la que demoró algunos instantes en volver a su curso normal, de vez en cuando aún llevaba sus manos a sus tetillas para sobarlas y acomodaba su culito refregándolo en el asiento suavemente. Encendí el motor del vehículo, y emprendí ruta hacia su casa, en el trayecto no dijimos una sola palabra, al llegar nos esperaba su mamá, y cuando el chico corrió hacia ella para abrazarla un miedo pavoroso comenzó a apoderarse de mí.
-Que tal Toñito, ¿todo bien?- le interrogó
-Sí mamá, todo bien- le respondió mirándome fijamente con sus aceitunados ojos.
– ¿Te duele la pierna aún?- consultó
-Menos que antes mamá, el profesor me puso la crema y me vendó- contestó el niño.
-Bueno, muchísimas gracias nuevamente profesor, me alegra mucho poder contar con usted…Antonio feliz yendo a entrenar a su lado- me agradeció.
-Es un buen muchacho- le respondí
-Bueno Antonio, ahora ve y despídete del profesor- le exhortó
Antonio me miró otra vez, se contuvo un instante y se despidió de mano sin abrazarme, cosa que aumentó mi incertidumbre. Cuando me dirigía a mi auto, pude escuchar la voz de Antonio que se dirigió con firmeza a su madre:
-Mamá, el profesor me invitó a almorzar a su casa para pasado mañana, que es sábado, ¿habría algún problema?- mintió el chico
-No lo sé Antonio, eso depende del profesor, ¿habría algún problema con ello?- preguntó.
Dudé un par de segundos, que parecieron eternos, pero finalmente le contesté:
-Ninguno señora Ximena, si gusta durante la tarde puedo llevarlo a los juegos electrónicos del mall después de almuerzo, si le parece bien.
-Vaya que tienes suerte Antonio, como si no tuvieses invitaciones suficientes ahora encima te ganas al profesor- dijo ella.
– Es que él es un niño especial, muy especial- le respondí.
-Bueno, nos ponemos de acuerdo profesor, es usted muy bueno. A bañarse y a dormir Antonio- le mandó su madre.
El niño que se dirigía junto a ella al interior de su hogar, se devolvió corriendo un poco antes de llegar al umbral de la puerta, para brincar sobre mí dándome un abrazo colgado de mu cuello, con sus piernas rodeando mis caderas, mientras mis manos se posaban un poco más debajo de su última vértebra:
-Nos vemos Antonio- le susurré al oído.
-Métamela- dijo con el mismo nivel de susurro
-¿Qué has dicho?- le pregunté
-Métamela- repitió una vez más.
El muchacho se bajó de mi regazo, se reunió con su madre en la puerta, y se despidieron a la par, mientras el chico devoraba un plátano que ella le había pelado, con sus rojizos labios chupeteando la banana mirándome en traviesa complicidad, como si pretendiese sellar una promesa de lo que habría de venirse después. Cuando mordió la fruta nuevamente, encendí el motor del auto, para llegar lo más pronto posible a mi casa, y liberar la acumulación de libido que nuevamente se acrecentaba en mis testículos, cúmulo que por naturaleza resultaría imposible de contener, para ningún hombre.
-Nos vemos el sábado, Toñito- susurré para mí.
CONTINUARÁ
Que ricura de relato , me imagine esas escenas del beso negro con lengua y todo uuuffff me dejaste caliente!! > Esperando mas…
No manches amigo te pasas, Que buen relato amigo y ya estoy esperando el segundo no tarde que me estaras matando a pajas y saludos amigo…:) 😉
Muy buen relato, ojala continues………saludos
Muy buen relato espero la segunda parte….
Wow amigo que buen relato me quedé con ganas.
Gracias a todos quienes lo han leido y disfrutado, les dejo el link del capítulo II
https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/un-nino-llamado-antonio-ii/
No sabes cuánto extrañaba tus escritos.
Wow tus relatos son de lo mejor, Te pude imaginar haciéndole todo eso al nn. Felicitaciones……