Un niño llamado Antonio III
Tercera parte, de éste, el mejor culito que haya devorado, y que poco a poco me comenzaba a enloquecer.
La noche del sábado había transcurrido, y con ella, los mil sueños que tuve con Antonio. En mis alucinaciones, podía disponer de él en todas las posiciones posibles, y en cualquier lugar de fantasía, y al menos en dos oportunidades desperté producto de la excitación con mi bóxer empapado en semen. Antonio poco a poco comenzaba a hacerme perder la cabeza, la eterna espera para perderme en su culo se tornaba tortuosa, quería verlo ya, dormir con él desnudo, penetrarlo en todos los ángulos posibles, y colmarlo de mi libido cada vez más creciente. El amanecer daba inicio al mejor día de mi vida hasta ese entonces, y concurrí hasta el mercado central para desayunar un jardín de mariscos que pudiese contribuir de buena forma a mi organismo, como mi mejor afrodisíaco.
Salí a correr durante la tarde, para calmar mis energías, y al volver a casa un poco antes de las siete el niño y sus padres se aprontaban a tocar la puerta. Mi erección asomaba sin que pudiese impedirlo, al ver al muchacho desde atrás vestido con un polo sin mangas, ajustado y unos diminutos shorts de azul marino, con sus pies revestidos de unas zapatillas de piscina. Llevaba entre sus cosas, una mochila y un bolso de mano.
-Profesor buenas tardes, nos hemos tenido que venir antes dado que el vuelo sufrió cambios en su itinerario- se justificó su padre. Lo estuvimos llamando, pero dado que nos fue imposible comunicarnos decidimos venir hasta acá-
-Miles de disculpas profesor- interrumpió su madre- pensamos en llevarnos a Antonio con nosotros, pero usted sabe como es de terco, e insistió en venirse antes- agregó.
Mi corazón dio un vuelo cuando el chico me abrazó con tanta fuerza, apretando mi pubis contra su cuerpo esbelto para asegurarse de mi eventual aceptación a la anticipada cita:
-No es problema, llegas justo a tiempo Toñito, voy a encargar un par de pizzas- le indiqué.
-Qué gran ser humano es usted profesor- dijo ella – pues mire, antes de que perdamos el vuelo, le dejo las cosas de Antonio, mañana sale a las cuatro de la tarde en punto de su colegio, y bueno, después de eso iría con usted al entrenamiento. Sólo le pido ayudarlo en sus tareas y velar para que se duerma temprano, tenga algo de dinero para los gastos- agregó extendiéndome un sobre.
-De ninguna manera, Antonio es casi como mi sobrino, y de sus gastos me ocupo yo- le indiqué.
-No, no, no profesor- irrumpió el padre- permítame que…
-No se diga más- insistí- que tengan un excelente viaje, vamos Toñito, despídete.
-Nos vemos en cinco días más corazón- le besó ella- y recuerda hacer todo lo que profesor te diga.
-Así lo haré mamá- le contestó él, mirándome con esa condenada complicidad, la cual provocaba que ríos de sangre inundaran mi glande como poderoso torrente.
Los despedimos desde la puerta agitando los brazos, y para cuando subían al taxi mi mano izquierda comenzaba a acariciar sus deliciosas nalgas. Una vez emprendida la ruta al aeropuerto, y tras cerrar la puerta, el niño brincó a mi cuerpo buscando ser devorado, era como si nos hubiesen tenido amarrados contra nuestra voluntad en plena estación de celo, nuestros dientes chocaban cada vez que buscábamos besarnos con desesperada impetuosidad, mis manos amasaban su culo apretándolo con fuerza y nuestras lenguas se fusionaban como no queriendo separarse. Después de aquel excitante saludo de bienvenida, y sin dejar de besarnos, me senté en una silla del comedor con él entronado sobre mí piernas abiertas, le quité su apretada playera para tener a la vista su espectacular pectoral pronunciado, con sus aureolos pezones de grandiosas proporciones, me desprendí de mi sudada polera de ejercicios, y una vez que el niño me quitó el buzo y los bóxers, le correspondí arrancándole de un tirón su diminuto short sin slips, para disfrutar del calor de su total desnudez que yacía sobre mí.
Parecía que habíamos congelado el tiempo, o bien esa sensación exquisita de saber que nada ni nadie nos interrumpiría esta vez calmaba la ardiente impaciencia sucumbida en ambos. Nos examinábamos el uno al otro, el sobaba mis brazos fornidos, yo disfrutaba deslizando mis manos sobre sus pezones para llegar hasta sus hombros, con una de sus manos acariciaba mi paradísimo pene para frotarlo contra el suyo, el cual a sus diez años gozaba de una poderosa erección de siete centímetros, en mediano grosor, la cual contrastaba con mis diecinueve centímetros de elevado tronco.
-Métamela- rogó él.
-Es lo que más deseo Toñito- le contesté besando sus carnosos labios
-Entonces, ¿me siento sobre ella?- preguntó mientras apretaba mi falo
-No es tan sencillo Antonito, como llegaste tan temprano no me diste tiempo de pasar a la farmacia por un lubricante.
-¿Y eso para qué es?- consultó como si la inocencia no la fuese a perder jamás en la vida.
-Es para eso, para poder entrar dentro de ti- le respondí.
-¿Para metérmela?- insistió.
-Sí Toñito, para metértela-
-Y sin eso, ¿no se puede?- preguntó inocente
-No bebé, te dolería un poco- le dije
-¿Pero duele mucho?- preguntó preocupado
-Si te pongo lubricante, dolerá sólo un par de minutos, pero después olas de cosquillas recorrerán tu cuerpo como un incendio- le animé
-Guau, yo quiero eso- contesto entusiasmado –Y por cierto, ¿esto para qué sirve?- preguntó exhibiéndome un condón.
-¿De dónde lo sacaste Toñito?-
-De mi hermano, se lo pone en el pene de su amigo universitario cuando se lo mete-
-Pues, sirve para que la leche no escurra dentro del culito, ni embarace a las mujeres- le expliqué
-Ah no, prefiero hacerlo sin esto, yo quiero tu leche adentro y que me embaraces- rió divertido.
A su infantil comentario, lo besé con desespero, sosteniendo con mis manos sus suaves mejillas mientras el niño realizaba movimientos de pelvis para rozar mi verga con la suya.
-Dame eso- le dije quitándole el condón- tengo una idea, ven acércate más a mí- le indiqué, pegando sus piernas abiertas a mi pubis, y procurando fusionar mi pene junto al suyo.
Cuando nuestros falos se encontraban pegados y palpitantes, y tras dejar caer desde mi boca un chorro de saliva entre ellos, abrí el profiláctico y lo deslicé hacia abajo con cuidado, recorriendo mi tronco hasta alcanzar el inicio del pene del niño para cubrir con el látex el cuerpo de ambos falos. La presión gomosa del preservativo envolvía nuestras erecciones en perfecta fusión, y en un placer nunca antes vivido Antonio comenzó a gemir y suspirar con intensa expresión:
-Delicioso, delicioso, delicioso- gemía
-Muévete Antonito, mueve tu cuerpo como si fueses un pececillo…así Antonio, así, ahhh, ahhh- replicaba.
Sentía como mi líquido preseminal hacía su aparición contribuyendo a la lubricación existente en la frotación de nuestros penes, y mientras el niño comenzaba a elevar y descender su cuerpo como si lo estuviese penetrando, mis manos asían su cintura con firmeza para dedicarme a devorar su cuello. Me perdí en sus orejitas mientras nos seguíamos frotando, y nuestro beso se hizo intenso a la inevitable culminación del improvisado juego sexual que tanto estábamos disfrutando:
-Ahhh, ahhh, ahhh, ahhh- gemía Antonio
-Sigue así, sigue así, eso es Antonio, sigue, sigue, sigue- le pedía
-Siento comezón y cosquillas, rásqueme profesor, rásqueme con su pene- pidió
-Bésame Antonio, muérdeme con tu boca-
-Profesor, profesor, ahhh, ahhh, ahhh, estallaré igual que ayer- exclamó
-Yo también Antonio, yo también, no pares, no pares, ahhh, ahhh, ahhhh-
Para cuando la eyaculación de ambos hizo su explosión casi a la par (pues diría que acabé primero que el niño), nuestro beso profundo ahogó el grito de júbilo en nuestras bocas, como si quisiesen cómplicemente silenciarse. El condón rebosaba de leche a reventar, mientras el niño reposaba sonriente apoyando ambas manos en mis rodillas, echado levemente hacia atrás para disfrutar de la magnificencia del coito externo. Repasaba los montes de sus pezones rosados una y otra vez, como si pretendiese descubrir un secreto lenguaje de braille al tacto de la palma de mis manos sobre éstos. Antonio tomó la iniciativa, y con sus dedos liberó poco a poco el preservativo acumulado, para finalmente dejar caer en generosa cascada láctea todo su contenido sobre su boca abierta, procurando que parte del producto se deslizase también por su pecho, derecho al ombligo.
Con los fluidos compartidos reposando en su lengua, se fundió a mi beso profundo una vez más, feliz y sonriente a las nuevas experiencias vividas junto a su amado profesor. Sus piernas suaves, aterciopeladas y exquisitas sucumbían al masaje de mis manos, y concluido el sexual juego de bienvenida, lo invité a la ducha para asearnos, en donde procuró devorar con vil impetuosidad mi verga hasta lo más profundo de su garganta, con infinita maestría pese a sus breves lecciones de sexo, la cual había mejorado al incorporar con sus manos masajes a mis glúteos por cada engullida certera, asegurándose de que hasta la última gota de mi semen fuese para él una vez ocurrida la inminente polución de mis fluidos en su paladar.
Tras el baño lujurioso, en el cual deslicé mi pene reiteradamente en la raya de sus nalgas sin penetrarlo, nos secamos, vestimos y sentamos en el living para disfrutar de la pizza que por fin había llegado. El niño seguía sobando mi verga a modo de cariño, mientras que de vez en cuando lo besaba hasta quedar con los labios entumidos.
-Hay que irnos- propuso Antonio
-¿Irnos? Pero si estamos en casa bebé- le dije
-Quiero que me la metas- arguyó
-Calma Toñito, tenemos cinco días para nosotros solos- le expliqué
-Quiero que sea hoy, ésta noche- exhortó
-Será esta noche entonces Toñito- le contesté besándolo
-Llévame allá, al departamento en donde estuvimos ayer- pidió – y yo te daré una sorpresa.
A la solicitud del niño no pude negarme, pues el bendito inmueble que mi jefa me había encargado para la venta gozaba de las más deliciosas comodidades, vista al mar, y una excelsa cama matrimonial de enormes dimensiones, revestida de blancas pieles, ideal para hacer el amor.
-De acuerdo Toñito- le contesté animado- toma tus cosas, pasaremos la noche allá
-¿Hoy será el día?- preguntó
-Hoy bebé, hoy serás sólo mío- le respondí
-¿Me la meterá?- consultó impaciente
-Hasta el fondo amor- le prometí besando aquellos carnosos e irresistibles labios.
Nos costó muchísimo emprender la ruta, pues en el auto no dejábamos de manosearnos, parecía que el juego de bienvenida se tornaba insuficiente, y ante sus requerimientos, mi miembro sentía unas ganas enormes de penetrar. Antonio dio inicio a la mejor noche de nuestras vidas, con una exquisita felación jugosa como buen copiloto. Ya en el estacionamiento subterráneo del bendito departamento, lo miré fijamente a sus hermosos ojos aceitunados y acaricié sus ondulados cabellos, para concretar el trato:
-¿Estás seguro de que esto es lo que quieres?- pregunté
-Métamela- rogó por infinita vez
-¿Estás listo?- insistí
-Desde luego- afirmó mientras sobaba mis testículos
-Entonces, subamos.
CONTINUARÁ…
wow sigue contando amigo me gusto y saludos amigo
Absolutamente candente, me hierve la leche con solo leerte, tienes algún blog?
Esquisito relato me gustó mucho espero el momento de la clavada con unas ganas brutales.
Escribe pronto la continuación
Que rico¡¡¡¡
Gracias a todos por vuestras lecturas y apreciaciones…contarles que la cuarta parte ya ha sido enviada para su publicación, saludos!