Un niño llamado Antonio V
Quinto capítulo de éste, el mejor culito que jamás en la vida haya podido devorar.
Que tal amigos lectores, por motivos de fuerza mayor pospuse en demasía la continuación de éste relato, y cuya narración proseguiré para ustedes, a la espera de vuestro dulce deleite.
Aquí les va.
Aquella noche, aquella bendita noche de lujuria desbocada en que finalmente pude recorrer con mi miembro las entrañas de Antonio hasta llegar a lo más hondo de su infantil esencia, nos había dejado rendidos al extremo de perdernos en un sueño profundo. El niño yacía sobre mi pecho, derramando sus calientes babas mientras dormía con la boca abierta, y aunque sentía la tentación de besarlo, el letargo del cuerpo me impidió hacerlo. Me había dormido feliz a su lado, junto al calor de su cuerpo, dichoso de haber sido el primer hombre en su vida, el único en desvirgarlo, el único capaz de hacerlo gritar de dolor y gemir de placer a la vez, y colmado de expectativas para nuestras futuras sesiones amatorias que sin lugar a dudas ocurrirían los días siguientes.
Cuando los primeras lumbres del alba se escurrían entre el cortinaje, sentí nacer desde mi ombligo olas de cosquillas y golpes de involuntaria electricidad. Solía amanecer con esas sensaciones cada mañana, las cuales siempre satisfacía con una buena masturbada, sin embargo, la creciente excitación que anunciaba mi ingle me fueron sacando poco a poco de mi letargo, para abrir los ojos y descubrir a mi pequeño novio engullendo mi verga en profunda deglución, lento, suave, pausado, apretando con su mano el miembro desde la base para asegurar la constante erección, y para cuando fijó sus ojos en las míos advirtiendo mi despertar engulló de una todo mi parado pene desde su cabeza hasta el tronco, tocando con sus labios y nariz mis vellos pubianos, arrancándome un grito de inevitable placer abundante:
-¡Mierda Antonio, pero que delicia!-
El muchacho animado por mi expresiva calentura, comenzó a acelerar el ritmo, chupaba casi como si quisiera desprenderme el falo del cuerpo, sus salivas se derramaban por el tronco junto a mi precum que iniciaba su aparición como buen condimento de la exquisita felación que Antonio me estaba brindando. Sus manos contribuían a la masturbación en armonioso acople, y justo cuando creí que estallaría en su paladar advirtiéndole “me vengo Antonio, me vengo”, se detuvo en seco para respirar con agitación, se echó sobre mi cuerpo y comenzó a besarme con un frenetismo que no le había visto antes, con alocado desespero mientras mis manos recorrían su cuerpo y sus pomposas nalgas, esas que me volvían loco, esas que siempre había deseado desde el primer día que lo vi entrar en las polvorientas canchas de tierra, y que poco a poco comenzaban a descender sobre mi erectísimo pene a punto de estallar.
El chico aún conservaba una generosa cantidad de lubricante dentro del hueco de su culo, y con sus salivas tras la chupada y mi precum en la punta se sentó en mi verga ensartándose sobre ella hasta el fondo, dando un agudo grito de placer, en donde el dolor de su desvirgue ya era cosa del pasado, estaba poseído sólo por el infinito placer de sentir una buena pichula dentro de sus tripas estimulando su pequeña próstata, lo que resultaba para él un exquisito masaje anal. Sus sedosas piernas se acomodaban apretando mis caderas, y mis manos por un salvaje instinto se posaron en su cintura para asirlo de ella con fuerza, con Antonio brincando en rabioso ritmo, mientras el “splash, splash, splash” ocasionado con motivo del choque de mi pubis y su culo emitían sonoros estruendos que llenaban toda la habitación. Definitivamente Antonio ya no era el mismo niño inocente del día anterior, llevaba consigo una lujuria desbocada imposible de canalizar, montaba mi cuerpo como pequeño jinete ninfo, gimiendo con locura, con desespero, echando su cabeza hacia atrás para repetir incesantemente “métamelo, métamelo, métamelo”, mientras sus rosados pezones se erizaban al punto de querer salir disparados de su pecho. No aguanté mucho más, prácticamente un deseo imposible, y el estallé finalmente dentro de mi niño amado, mi Antonio, mi putito delicioso, ese que me volvía loco, contando a lo menos unos siete potentes chorros de mi mejor semen; y el chico al sentirse inundado en todas las entrañas terminó brindando un soberbio espectáculo eyaculatorio, que para sus 11 años fue algo único, la primera vez en su vida que soltaba tan magno manantial de leche prepúber, cual fuegos artificiales que terminaban su estallido en mi pecho, para finalmente rendirse a mi cuerpo y disfrutar de mi abrazo protector, con nuestros instintos salvajemente satisfechos.
Ya habíamos recuperado el aliento, nos mirábamos fijamente sin dejar de sonreírnos, y aun me encontraba dentro de él cuando advierto del reloj lo tarde que se nos había hecho aquel lunes por la mañana:
-Antonio, es tardísimo, debemos irnos a la escuela ahora ya-
-No quiero ir, prefiero quedarme todo el día contigo-
-Pero Toñito, si tu mamá se entera de que no te mandé al colegio, nos mata, y jamás te volverá a dejar a mi cuidado-
-Pero es que yo quiero que me la vuelvas a meter- se justificó
-Ya habrá tiempo Antonio, tú a la escuela, yo al trabajo, y paso por ti a la salida-
Y aunque fue difícil convencerlo, nos dimos rápidamente un baño no exento de sus toqueteos y breves felaciones, me costaba alejarlo y volverlo a la realidad, quería sexo a cada minuto, segundo e instante, conduje con torpeza hasta su escuela pues luchó con mis bragas hasta liberar mi pene para chuparlo, “mierda, pero que exquisito chupa este condenado” pensaba mientras iba al volante, y tuve que alejarlo sin acabar cuando me estacioné a pocos metros de la entrada de su escuela, muchos niños ingresaban a sus clases y Antonio insistía en terminar:
-Porfa, déjame tomar tu leche- insistió
-No Antonio, acá es peligroso, nos pueden ver-
-Pasémonos al asiento trasero- pidió
-No Antonio, no insistas más por favor- exclamé, aunque con mi verga en durísimo estado.
-Vamos, vamos, vamos- decía mientras me empujaba para pasar finalmente al asiento posterior.
Se quitó de una su short azul, que era parte de su uniforme, y también sus calzoncillos, mientras me bajaba mis pantalones de terno con un terror indescriptible, pero con una excitación aún mayor. Puso sus manos en mis hombros para apoyarse, y ensartando su culo sobre mi verga tomó posición de tarántula, para colocar sus pies en el cuero tapiz del asiento, apoyándose ahora con sus manitos sobre mis desnudas rodillas mientras las mías sobaban su pronunciado pecho, para empezar el mete saca con acelerado estruendo al son de nuestros nacientes gemidos:
-Ahhh, ahhh, ahhh, ahhh Antonio, Antonio, Antonio-
-Profe, profe, mi profe, ahhh, ahhh, ahhh-
-Antonio, no alcanzaremos, debes entrar ya a clases, ahhh, ahhh-
-¡Métamelo, métamelo, métamelo profe, métamelo…!-
-¿Tanto te gusta esto Antonio? Ahhh, ahhh, ahhh-
-Me gustas tú, me gustas tú, ahhh, ahhh, ahhh-
-Antonio, Antonio, eres mío, eres mío, ahhh, ahhh-
-Me vengo, me vengo, me vengo profe, córrase conmigo por favor-
-Antonio, ahí viene, ahí te viene, ahí va, ahí va, ¡ahí vaaaaaaaa!-
-Profe, profe ahhh, ahhh, ahhh, ¡aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhh!-
Nunca supe en que parte de mis testículos brotaba tanta cantidad de semen como para haberlo inundado tanto otra vez, litros y litros dentro de mi pequeño Antonio lo habrían de acompañar durante esa jornada escolar, y con mi camisa manchada de su infantil polución me abrazó para despedirse antes de vestir nuevamente su short azul, no sin antes advertir que dirigía triunfante, sonriente su vista hacia afuera del auto hacia un pequeño niño rubio de mieles ojos que vestía su mismo uniforme, quien nos miraba atónito a la escena sin moverse.
-Mierda Antonio, ese chico nos vio- exclamé con miedo
-No pasa nada- me dijo dándome un último beso sin ningún pudor –te espero a la salida de la escuela.
Se dirigió a la entrada saludando a la inspectora, quien le acomodó sus desordenados cabellos y su arrugada playera, para ingresar al establecimiento moviendo su culito en exquisita procesión, despidiéndose de mi con su manito, esa misma que me había masturbado horas antes. Mientras que el niño rubio, ese que la impavidez le había impedido moverse al convertirse en un forzoso testigo de nuestra secreta lujuria, cruzaba la calzada a pasos lentos, mirándome de reojo en la palidez de su rostro, para entrar finalmente a sus clases detrás de Antonio.
Aquel testigo no deseado me tuvo aterrado gran parte del día, pues sabía que si llegase a hablar estaría en un gravísimo problema, y la culpa lentamente hacía lo suyo. Pasaron las horas, y cerca de las tres de la tarde recibí un mensaje de texto de Antonio, con una imprevista sorpresa:
“Ya terminé mis clases, puedes venir por mí. Invité a un compañero a comer con nosotros porque su nana no estará para recibirlo ésta tarde. Sus papás dicen que no habrá problema. Nos vemos en casa para divertirnos. Un beso, Antonio”
CONTINUARÁ…
Capitulo I
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