Un piano de dos colas
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
A mediados de curso, tuvimos que participar en una audición (ya que contaba para la nota del trimestre) y habíamos ido todos a probar el piano una hora antes. Yo estaba sentado en una de las sillas que más tarde ocuparía el público, y a mi lado estaba uno de los chicos de clase de conjunto, que era quien tocaría conmigo. Detrás de nosotros estaban los otros, que harían lo propio.
Después de un tiempo de estar allí, llegaron otros dos chicos que iban a tocar juntos también, y después de probar el piano, se sentaron detrás de nosotros, junto a la chica de mi clase, quien ya conocía a uno de ellos porque coincidían también en clases de canto. Para mi sorpresa, él era uno que yo ya había visto el día de mi prueba de acceso, y que desde entonces no había sabido nada de él. Si ya le recordaba muy atractivo, ahora se veía aún más. Era exactamente el tipo de persona que más me atraía. Y desde que lo vi llegar, me sentía totalmente descolocado. Sentía la necesidad de mirarle discretamente de reojo, llevaba una camisa muy elegante que le quedaba muy bien. Y de vez en cuando tenía que apartar la mirada para que él no me viera, ésto me ocasionaba una molesta sensación en las mejillas, teniendo que reprimir algún que otro suspiro. Días antes, en clase de francés en el instituto habíamos visto la película de Amelie, habiendo una escena en la que ella se derretía literalmente al ver a quien le gustaba. Yo me sentía exactamente igual, como si me estuviera derritiendo. A pesar de mi estado agitado, me pude controlar y hacer una buena audición.
Un par de meses más tarde, mi compañero de conjunto tuvo que dejar de ir por motivos personales que nunca llegué a conocer, dejándome sin pareja para el examen de fin de curso, aunque mi profesora me había dicho que encontraría la solución. Aquel día, ella no había podido ir a darme clase, pero como yo tenía permiso, mis compañeros habían aprovechado la situación para no venir tampoco, y de todos modos tenía que quedarme para la clase siguiente, fui a recepción a pedir la llave del aula y entré para ponerme a estudiar el repertorio.
Después de 5 ó 10 minutos estudiando por mi cuenta, llamaron a la puerta. Le vi entrar; era él. Me saludó y me explicó que iba a sustituir a mi otro compañero, y que venía a comenzar a estudiar las obras del examen. Yo no podía creer lo que me estaba sucediendo. Probablemente se me quedó cara de idiota, pero hice mi mejor esfuerzo para controlar mis emociones y le dije:
—Guay, pasa y estudiamos.
Era la primera vez que hablaba con él directamente. Cerró la puerta tras de sí y mientras se colocaba y sacaba sus cosas de la mochila nos presentamos el uno al otro, yo muerto de nervios. Una vez listos los dos, comenzamos a tocar un Nocturne de Chopin (compositor que a mí especialmente me encanta). Fue un alivio comprobar que ya se sabía su parte, aunque no esperaba nada menos de él. Cuando tocábamos, le empezó a temblar la mano. Al principio no mucho, pero luego tuvimos que dejar de tocar. Le pregunté si se encontraba bien o quería que llamara a alguien, a lo que él contestó que no me preocupara, que todo estaba bien. Parecía nervioso, cuando quien tenía que estarlo era yo, pero ya me había relajado al entrar en confianza. Intentamos empezar de nuevo, pero tuvimos que volver a parar. Se disculpó diciendo que no podía concentrarse. Yo le dije que no se preocupara, que ya estudiaríamos en otro momento.
Fue entonces cuando reparé en el enorme bulto en su pantalón (y cuando digo enorme, quiero decir ENORME). Creo que fui demasiado obvio, porque él se dio cuenta y con una sonrisa nerviosa se disculpó otra vez y me dijo que eso le pasaba con frecuencia y que en situaciones comprometidas llegaba a ser una molestia. Yo traté de quitarle importancia al asunto diciendo que eso nos pasaba a todos, aunque mi erección era ya inminente. Él pareció tranquilizarse un poco al ver que mi reacción no fue incómoda en absoluto.
Llegados a este punto ambos nos sentíamos ya en confianza y poco a poco la conversación se centró en el sexo y este particular problema suyo. Ni qué decir tiene que yo ya estaba completamente prendido. Mientras él me hablaba, le miraba de arriba abajo. Empezando por su pelo castaño, cortado de forma elegante, su cara, sus ojos, su piel clara, sus hombros ligeramente anchos, sus brazos definidos; en general, ese aspecto de hombre juvenil de 17 años (yo era un año menor). Todo en él era perfecto.
Cuando quise darme cuenta, nuestros rostros se encontraban muy cerca el uno del otro, tanto que podía respirar su aliento con olor a menta. Colocó una mano en mi mejilla y me besó. Mis ojos se abrieron como platos para luego cerrarse lentamente. Me besaba cálidamente, despacio. Volví a sentir que me derretía, esta vez más intensamente. Y entonces, se separó. Parecía nervioso otra vez, sin dejar de repetir que lo sentía, que no pensaba en lo que hacía y que se había dejado llevar. No le culpé. ¿Cómo iba a hacerlo? Me costó lo suyo pronunciar una palabra, pero conseguí decir que daba igual, que yo ya estaba prendido desde hacía ya rato.
Me quise tapar la boca cuando me oí a mí mismo decir ésto. Él estuvo unos segundos en silencio y rió. Con su risa se escapó toda la tensión de la situación, yo sonreí. Titubeando, dijo:
—Aún tenemos 40 minutos más o menos, y yo no puedo salir ahí fuera así.
Yo, que normalmente siempre he sido algo inocente a la hora de pillar los dobles sentidos, no tuve problemas para ver sus intenciones. "Blanco y en botella, leche", pensé. Para ser honesto, los dos estábamos realmente excitados.
—Lo siento, no aguanto más. Si me la dejo dentro por más tiempo, se me va a romper el pantalón. ¿Te molesta si…?
Qué me iba a molestar, yo estaba encantado con lo surrealista de la situación. Se mordió el labio (esto me prendió muchísimo), después desabrochó su pantalón, lo estiró un poco hacia delante e inmediatamente, como un resorte, su miembro salió lanzado y se estrelló sonoramente contra su abdomen. ¿Es que este chico no tenía defectos? A pesar de tener más de la mitad de su miembro bajo el pantalón, la parte que sobresalía visible era enorme. Pude entender que antes tuviera semejante bulto, y que le fuera tan incómodo tenerlo apretado bajo la ropa.
—Me estaba hasta doliendo de tenerlo dentro.
Yo no salía de mi asombro, y no era para menos. Hice un par de comentarios al respecto (ya no controlaba lo que decía) y él bromeó. Seguidamente, me explicó que desde pequeño, sus padres observaron que esa parte de su cuerpo estaba ya muy desarrollada para su edad. Le diagnosticaron un curioso síndrome llamado "síndrome de genitales masculinos de gran tamaño" (OMG: oversized male genitalia, por sus siglas en inglés, otra curiosidad añadida). Cuando me dijo esto no pude evitar reírme y pensar que me estaba tomando el pelo, al menos tenía sentido del humor. Pero cuando llegué a mi casa lo busqué por internet, y era real. La descripción que encontré fue exactamente la misma que él me dio: un síndrome que por una anomalía genética hace crecer en gran medida el miembro masculino, por lo general, sin efectos perjudiciales (salvo problemas de erecciones en público y dificultad de encontrar ropa interior adecuada). Sinceramente, no me importaría padecer dicho síndrome.
Le pregunté por las medidas porque sentía la necesidad de conocerlas. Pero él no supo contestarme. Hacía más de un año que no se medía, y según él, naturalmente, el tamaño no era el mismo.
—No necesitamos centímetros.
—¿A qué te refieres?
—Para algo tiene que servir analizar intervalos, ¿no?
Acto seguido, se levantó de la doble butaca en la que habíamos estado sentados hasta ese momento y se bajó los pantalones y los boxers que traía hasta la altura de las rodillas. Yo siempre había tenido (y tengo) el concepto de mí mismo de que, dentro de lo normal, tengo un buen tamaño. Desde los 12 años siempre quise un miembro que me llegara por encima del ombligo, y con el tiempo lo tuve. Pero eso no era nada comparado con lo que estaba viendo. Bromeó diciendo que no se la mirara tanto o se la iba a gastar. Podía notar que estaba un poco nervioso por tenerme mirando. Entonces él se pegó al piano, y colocó su miembro junto a las teclas, colocando la base en el do. Rondaba las 2 octavas (16 teclas).
¿En qué momento había acabado yo en una situación así? Su polla era enorme, ligeramente más oscura que el resto de su piel y muy tersa, con una forma perfecta. Debajo estaban sus huevos, grandes y redondos, con apariencia esponjosa. Dudé de que los dos pudieran caber en sólo una mano. No tenía vello, otro punto más. Aún con todo lo que debía pesar, tenía la fuerza suficiente para erguirse y apuntar hacia arriba. Me hablaba, pero no recuerdo lo que me decía. Solo sé que respondía mecánicamente. Le dije que definitivamente, él no podía salir de la clase con eso así en el pantalón.
Volvió a reír. Su risa tímida me hacía recobrar el sentido y darme cuenta de que la situación se me iba de las manos, pero yo tampoco podía salir de la clase así. Al estar él de pie y yo sentado, su polla quedaba a la altura de mi cara y yo ya no podía más. Me sorprendí a mí mismo agarrándola con mis dos manos. Ni de lejos podían cubrir las dos juntas la mitad de su longitud. Hizo un par de sonidos, como para decirme algo, pero no lo logró. Empecé a lamer la cabeza, y luego deslizaba mi lengua de un extremo a otro. No tenía nada que envidiarle a los actores porno que yo había visto. Cuando llegaba a sus huevos, los lamía y me los metía en la boca. Eran enormes y su inmensa polla quedaba por encima aplastándome la frente. Entonces miré hacia arriba y le vi cerrar los ojos a la vez que se mordía el labio. Gemía tímidamente, incitándome a seguir con mi tarea. Cómo me ponía…
Me la metí a la boca y comencé a mamarla aplicando las técnicas que había aprendido viendo vídeos porno. Usaba la lengua, succionaba, giraba la cabeza, le masturbaba a la vez, me agarraba a sus nalgas y hacía fuerza con los brazos para llegar lo más lejos posible, etc. Le salía una barbaridad de precum, que mezclado con mi saliva, le dejaba la polla empapada y brillante, haciendo que sonaran los típicos ruidos del sexo oral.
Entonces, apartó mi mano y me la sacó de la boca. Él mismo se la agarró y la empezó a restregar por toda mi cara, dejando el rastro de fluidos. Me daba golpes en la cara con ella y volvió a metérsela en mi boca, poniéndome la mano en el pelo y llevando así el ritmo de la mamada. Yo me aferré a sus muslos y cerré los ojos, sintiendo mis gemidos ser apagados en mi garganta. Él movía sus caderas y mi cabeza al mismo ritmo que gemía, follándome la cara. De esta forma, sentía que llegaba realmente profundo, hasta que en una embestida, noté mi garganta arder y expandirse. Tuve que hacer un esfuerzo enorme para reprimir las arcadas y sentía el precum bajar por mi garganta. Él gimió muy fuerte y me dejó con su polla en mi garganta varios segundos. Abrí los ojos y vi que estaba más cerca de la base de lo que pensaba. Me estaba ahogando y me costaba respirar. Elevé la vista y le observé quitarse su camiseta, descubriendo su torso marcado y definido, algo húmedo y brillante por el sudor. Entonces sentí que me iba, tosí con su polla en mi garganta y él se apresuró en retirarla.
Me pidió disculpas y me preguntó si estaba bien. Le respondí jadeando con una leve risa de satisfacción. Le ayudé a quitarse los zapatos y los pantalones que aún llevaba puestos mientras recuperaba el aliento, y me levanté yo también para besarle. Le tenía desnudo únicamente con sus calcetines, todo para mí. Pensar en esto me excitaba. Él me besaba pegándome contra su cuerpo y recorriendo mi espalda con sus brazos, bajando hasta llegar a mi cintura y mis nalgas. Las estrujaba mientras me mordía la oreja y el cuello. Yo estaba por pensar que me encontraba con un ángel expresamente diseñado para mí. Jamás hubiera podido imaginar que me pasara algo así… con él. Yo estaba dispuesto a dar un paso más e intuí que él también.
Así que me separé y me dirigí hacia la puerta para echar el cerrojo. Como las clases del conservatorio están insonorizadas, podía gemir tranquilamente todo lo que me apeteciera. Al darme la vuelta y verle desnudo, de pie, con sus músculos juveniles y toda su perfección, sonriéndome, me creí el tío más afortunado del universo. Al acercarme de nuevo a él no tuve que decirle nada, enseguida me quitó la ropa, entre besos y caricias. Me desnudó.
Yo era más bajo, y delgado que él, menos marcado, y con la piel tan o más clara que la suya. Tenía una figura bonita, con el pelo castaño y sin vello. Riendo, me agarró la polla diciéndome que la tenía bien bonita, aunque era evidente cuál de las dos lo era más. Me masturbaba y me besaba al mismo tiempo, lo hizo durante unos minutos hasta que me hizo sentarme sobre las teclas del piano, aplastándolas con mi peso, lo cual hizo que las cuerdas del piano sonaran estridentemente, arrancándonos unas risas. Se agachó entre mis piernas, las cuales colocó sobre sus hombros; me hizo alzarme sobre mis brazos dejando mis nalgas disponibles y hundió su cara en ellas. Me las separaba con sus manos, estrujándolas para darme un delicioso beso negro. Entonces todo mi cuerpo temblaba, me sentía incapaz de controlar mis gemidos. Miré hacia bajo y divisé mi precum resbalar y caer sobre su frente. Alternaba su lengua con su dedo, y luego le sumaba más dedos mientras me masturbaba con la otra mano. El calor me sofocaba.
Cuando me creyó listo para continuar, se irguió y, mirándome a los ojos, colocó la punta de su miembro en mi entrada. Yo ya sentía mi ano algo dilatado, sin embargo, tardó en ceder. Entraba muy despacio, y voy a ser sincero. Jamás en toda mi vida me había dolido tanto ninguna parte de mi cuerpo. Mi respiración se agitaba y se me escapó un alarido que él calló con un beso. Surtió efecto, puesto que el dolor se hizo más llevadero. No sé cuánto tiempo pasó hasta que sentí sus huevos pegados a mis nalgas, señal de que ya había entrado entera. Mi ano se contraía involuntariamente, estrujando la gran polla que había dentro.
Enredé mis piernas alrededor de su cintura y él me rodeó con sus brazos, comenzando a moverse. Incliné mi cabeza hacia atrás, gimiendo. Aún dolía, pero por alguna razón me gustaba, era como si me llenase el estómago. La intensidad aumentaba progresivamente, sus embestidas eran más fuertes y profundas al mismo tiempo que sonoras. Yo estaba fuera de mí. Era más placer del que podía soportar y difícilmente podía sostener mi cuerpo con mis brazos apoyados en las teclas del piano. Aquella enorme mole entrando y saliendo de mí hacía que todo mi cuerpo se estremeciera y mi polla, aprisionada entre nuestros cuerpos, impregnaba nuestros abdómenes con sus fluidos. Cuando nuestras miradas coincidían, parecía que me penetraba más profundo y podía alcanzar a ver cómo sus músculos se tensaban y se marcaban más.
Estuvimos así lo que me pareció una eternidad. Cuando volvió a besarme, lo hizo tan apasionadamente, que perdí el control de mí mismo. Gemí en su boca, mi espalda se arqueó y sentí calambrazos por todo mi cuerpo. Supe que me estaba corriendo en un enorme orgasmo anal. Se me nubló la vista y perdí la fuerza de mis músculos, por lo que se me resbalaron los brazos en los que me apoyaba y mis piernas no pudieron seguir aferradas a su cintura. Me deslicé un poco, dando un golpe a las teclas y haciendo que el piano sonara otra vez, pero él me agarró por la espalda y evitó que me cayera. Entonces, casi gritando de placer, y con su boca junto a mi oreja, me embistió como no lo había hecho antes y pude escuchar el semen ser disparado con violencia dentro de mí. Lo que sentí en ese momento fue tan intenso que volví a tener otro orgasmo que me dejó aún más descolocado. Fue indescriptible.
Permanecimos inmóviles unos minutos, yo totalmente sostenido por él. Cuando volví en mí y él sacó su miembro de mí, mi ano se cerró con fuerza y se sentía vacío. Entonces reparé en el reloj de la pared, marcaba las ocho y cuarto. Me había olvidado de ir a mi otra clase, lo que quería decir que habíamos estado dos horas así, e incluso tenía 10 minutos para llegar corriendo a la estación para no perder el bus que me llevaba a casa. Saqué fuerzas de donde no las tenía para sostenerme por mí mismo y le miré. Su rostro hablaba por sí solo, y no hizo falta ni una palabra para expresar lo mucho que habíamos disfrutado.
Ya no estábamos nerviosos. Entre risas nos limpiamos los vientres manchados por mis dos corridas con pañuelos. Le expliqué mientras me vestía que tenía que llegar ya a la estación, y él con su encantadora sonrisa me dijo que saliera con mis cosas, que ya se encargaría él de adecentar el aula para no dejar rastro de nuestra actividad. Antes de irme apunté mi número de teléfono en su partitura y salí corriendo hacia la estación. Por el camino tuve que apretar mucho mi ano para que no se me escurriese todo ese semen que llevaba dentro. Conseguí retenerlo hasta que llegué a casa y me metí en la ducha. Entonces lo vi resbalar por mis piernas con rastros de sangre. Aquella había sido mi primera vez y no podía creer que lo hubiera hecho con la persona más atractiva de la tierra.
Como dije al principio del relato, durante mi primer año en el conservatorio hice muchos nuevos amigos.
Gracias por leer.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!