Una apoyada increíble
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Sebastián es su nombre y tiene 23 años. Mide 1.70 de estatura aproximadamente, y es de contextura fibrosa ya que trabaja como obrero. Confieso que por lo general no me llaman la atención los obreros: pero con Sebastián es diferente…
Es morocho de tez, y la estructura de su rostro es bastante "autóctona" pero tiene un par de ojos azules que contrastan hermosamente con el color de su piel.
Sebastián ingresó al tren de golpe, empujado por una estampida de pasajeros en la estación siguiente a Once, Caballito. Yo estaba de pie y próximo a la puerta de ingreso, así que cuando él ingresó quedamos muy juntos. Yo tenía mi espalda apoyada sobre el respaldo de un asiento y Sebastián quedó -luego de varios empujones y codazos- dándome la espalda.
Sí, entendieron bien… terminé apoyando a Sebastián sin haberlo buscado.
La verdad es que de entrada el pibe me había calentado… mucho más bajito que yo (mido 1.90), fibroso, con actitud masculina e indumentaria deportiva. Fue la gloria que su culito, vestido por un pantalón largo de fútbol, terminase tan próximo a mi pija.
Claro que yo al comienzo no hice nada. No pensé que Sebastián hizo ese movimiento intencionalmente; pensé que era un pibe de barrio, súper común y que ni siquiera se había dado cuenta que me estaba apuntando con la cola. Yo al comienzo, como dije, no hice nada. Pero luego empecé a sentir que Sebastián tal vez podía estar disfrutando como yo de esa situación… y ahí fue cuando inevitablemente se me paró "el amigo".
No quiero presumir, pero nací por suerte bien dotado (21×6, para ser exactos). A pesar de que no quería excitarme, por temor a que el pibe pudiera darse cuenta, fue inevitable. Llegamos a la estación Floresta y yo tenía la pija como roca, y Sebastián seguía apoyándome la cola.
Yo no podía creerlo. Era obvio que se había dado cuenta que la tenía dura. Aún así, actuaba como si nada.
Con esa tensión viajamos durante casi 40 minutos; por momentos el movimiento de los pasajeros hacía que Sebastián se corra un poco de lugar… pero siempre terminaba dándome la colita. Yo estaba para ese entonces re caliente, fantaseaba con lo hermoso que sería abrir esa cola y demostrarle al pendejo lo que es bueno.
Pero bueno, soy bastante tímido después de todo y no hice ni dije nada. Cuando llegamos a Castelar tuve que bajarme; le pedí permiso y se me escapó un "gracias". "Gracias por ser tan lindo y apoyarte en mi pija", pensé por dentro, bastante desilusionado porque probablemente no lo iba a volver a ver nunca más. Yo sentí que él también estaba un poco decepcionado porque tenía que descender, pero en ese contexto no se podía hacer nada más. Si hubiera sucedido sólo hasta ahí ya hubiera sido material suficiente como para una buena "paja"… pero esto no termina acá.
2 días más tarde me lo vuelvo a encontrar en el tren. Las tardes anteriores había estado escogiendo el vagón y el lugar donde "lo conocí" para ayudar a un posible reencuentro. Miren lo caliente que estaba con el pibe, que descarté las posibilidades de sentarme por la posibilidad remota, casi ínfima, de volver a apoyarlo. Pero por suerte las cosas se dieron como fantaseé. Nuevamente el tren se llena de gente, nuevamente Sebastián ingresa al tren y elige quedarse próximo a mi. Nuevamente mi pija se me para, contentísima, llena de sangre en la cabeza. Ésta vez, ya descartando el temor de que hubiera sido una "fantasía" en mi cabeza y que el pibe en verdad no me quería apoyar, me animé a un poco.
Lentamente le acaricié un poco uno de los cachetes de su cola.
Fue increíble hacer eso, noté que tenía una cola firme y redonda. Me excitaba que tenga su pantalón deportivo, tan suave.
Él me respondió con otro gesto: lentamente corrió su mano hasta mi bulto, y tanteó un poco "mi paquete".
Creo que se sorprendió un poco, porque noté que se puso colorado y un poco nervioso.
Estábamos por llegar a Castelar, y yo me moría por tener la posibilidad de perforarle su colita.
Fue entonces que, segundos antes de llegar a la estación, le dije "¿venís?".
Me salió casi un "venís", casi autoritario; él no me dijo nada pero sentí que iba a bajar conmigo. Estaba en lo cierto, cuando las puertas se abren nos dirigimos los dos para la salida.
Caminamos el trayecto a mi casa prácticamente en silencio, con la euforia y la excitación de quien sabe todo lo que está por suceder. Llegamos después de caminar 8 cuadras, cierro la puerta rápidamente, le ofrezco algo de tomar… estoy sirviéndole un vaso con agua y no llego a dárselo que lo tengo manoseándome la pija, frotando su mano sobre mi pantalón de vestir.
Obvio que no tardé más de un minuto en tener la pija al palo. Sebastián, que parecía tan tímido y sin experiencia, se arrodilló al instante, bajó el cierre de mi pantalón y agarró mi pija con una de sus manos.
-¿te gusta putito? -le digo, esperando que se atragante con mi pija en su boca.
El no me responde, entonces yo, que me gusta ser el que maneja la situación, le agarro la cabeza desde sus orejas fuertemente y le obligo a descender con la boca abierta sobre mi pija. En un segundo se la hice meter casi toda en su boca. La cuestión es que el pobre pibe se ahogó, y yo me excité muchísimo al verlo con los ojos llorosos.
-Te pregunté si te gustaba, puto -le digo, más autoritario que antes.
-Sí -me dice él.
-Bueno entonces chupámela hasta la base, trolo -le respondo, mientras nuevamente lo agarro de la cabeza y le obligo a descender hasta la base una, y otra, y otra, y otra vez.
Así estamos unos buenos minutos, la verdad es que el pendejo la chupaba bárbaro. Incluso después de ahogarse en varias oportunidades, seguía chupando y metiéndose toda la pija en la boca.
-Así me gusta que seas, puto, así de obediente.
Le agarro un poco un cachete de la cola, para "testear" la mercadería.
El se pone como loco, evidentemente está tan caliente como yo.
La cosa no se hace esperar más.
En segundos lo tengo a Sebastián completamente desnudo frente a mi, en cuatro, esperando recibir mi pija.
Confieso que soy un poco guacho, me gusta tratar a los pasivos un poco mal… y Sebastián, mucho más chico que yo de tamaño, obrero… me despertó todos los morbos juntos.
Le meto un par de dedos con lubricante, bastante apresuradamente.
-Acostumbráte putito, que ahora se va a poner mejor -le digo, porque se queja un poco de que le metí tres dedos un poco rápido.
Entonces lo agarro de la cintura bien fuerte, y le entierro de una mis 21 centímetros de pija. Sebastián pegó un grito de dolor, pero yo le tapé la boca y se la saqué y se la volví a meter de lleno en dos oportunidades más.
Le pego una palmada en la cola y le digo:
-Me gusta coger duro, putito, acá el que manda soy yo. Me encanta coger trolitos como vos, te vas a ir con la cola deshecha puto.
Y le sigo dando, y dando. Lo pongo en todas las posiciones. Noto por la expresión de su rostro que el pibe tiene una mezcla de dolor y placer increíble. Lo pongo patitas al hombro y se la entierro lo más que puedo y se la dejo unos segundos adentro, moviéndola de un costado al otro. A Sebastián se le caen un par de lágrimas, no sé de dolor ó que.
Yo me caliento aún más y le empiezo a dar más duro. Lo agarro de los tobillos y lo penetro hasta el fondo, inclinándome sobre él y aplastándolo. Él grita de dolor y placer. Yo no doy más y acabo como nunca, todo adentro de su cola.
Sepan que siempre uso protección pero esto fue tan inesperado que no tuvimos a tiempo de usar.
La cosa es que le saco la pija de su cola, que parecía con poco uso porque la verdad es que se sentía extremadamente bien.
-Me encantan las colas estrechas putito; un par de veces conmigo y te la voy a dejar de goma.
Entonces le hago chupar mi pija, y le obligo a que trague lo que queda de mi semen.
El hace un gesto de desaprobación, tal vez le daba un poco de asco, pero yo lo sostengo de la cabeza, con mis manos sobre sus orejas y le meto toda mi pija en su boca.
Sebastián no aguanta más y acaba luego de tocarse un segundo, con mi pija en su boca.
Le doy un par de palmadas en la cola, le digo un par de guarangadas y nos vestimos.
Antes de llegar a la puerta de entrada le ofrezco nuevamente el vaso con agua que nunca llegó a tomar. Le preguntó su nombre y edad. Dijimos de reencontrarnos nuevamente en el tren, pero lamentablemente nunca más lo volví a ver.
Ya pasaron tres meses de ese episodio, pero yo sigo insistiendo en viajar en el mismo vagón.
No pierdo la fé de que en otra oportunidad vuelva a aparecerse, y me apoye su terrible cola sobre mi pija.
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