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Gays

Una historia de AMOR

dr salim.

En las calles ardientes de Barranquilla, donde el sol caribeño quemaba la piel y el salitre del mar se mezclaba con el bullicio, la clínica privada de Salim Abuchaibe era un refugio de aire fresco y deseos ocultos. A sus 62 años, Salim era un coloso colombo-árabe: 1.88 metros de pura presencia, piel oliva tostada que brillaba bajo el sudor, ojos oscuros tras gafas finas que desnudaban almas, y una barba canosa que enmarcaba rasgos angulosos. Su cabello negro con hilos plateados, peinado con precisión, exudaba autoridad. Pero era su cuerpo lo que hipnotizaba: piernas musculosas de futbolista, brazos venosos, espalda ancha y un pecho velludo que asomaba por la bata azul, ceñida como una segunda piel. Su barriga firme, no flácida, era un símbolo de madurez y poder, un daddy que dominaba sin esfuerzo.

El uniforme marcaba cada curva de su figura: los botones de la bata a punto de estallar, los pantalones abrazando muslos gruesos, y en la entrepierna, un paquete monumental —una verga de 25 centímetros, gruesa incluso en reposo, con bolas pesadas que abultaban la tela, una visión que aceleraba pulsos. Décadas explorando cuerpos como coloproctólogo habían encendido en Salim un morbo voraz por la juventud sumisa, un fuego que contenía tras su profesionalismo… hasta ahora. Retirado de la academia, aceptó a regañadientes guiar a tres practicantes de la Universidad del Norte en su especialidad, un arte raro en el que era maestro indiscutible.

Los tres llegaron una mañana sofocante, cada uno un anzuelo para los ojos hambrientos de Salim. Daniel, de 20 años, era un teddy bear de 1.72 metros, con cabello castaño semilargo y rostro angelical. Gruesito, con una barriguita adorable, su culo enorme y gordo rebotaba bajo el uniforme, una tentación que Salim imaginaba usando sin piedad, follándolo hasta que suplicara. Miguel, de 19 años, un trigueño de 1.65 metros, era puro gimnasio: cabello peinado con gel, carita coqueta de modelo, cuerpo compacto y un culo duro, depilado, que pedía ser azotado y abierto con rudeza. Sus ojos traicionaban su deseo al mirar el bulto de Salim, carne fresca para su arrechera.

Pero Alejandro, de 18 años, era diferente. Alto, 1.75 metros, con un cuerpo de porcelana, cabello revuelto, gafas grandes y labios rosados, era un nerd prodigio, apodado «el superdotado». Su culo, redondo y firme, parecía hecho para ser adorado, follado con ternura. Su timidez encendía en Salim no solo lujuria, sino un amor protector, un deseo de cuidarlo y corromperlo con besos lentos. Daniel y Miguel eran juguetes; Alejandro era su ángel, alguien para sexo salvaje y noches de caricias.

«Bienvenidos, muchachos», gruñó Salim, su voz grave con acento barranquillero y matices árabes, levantándose para que su paquete se marcara, palpitante. «La coloproctología no es para débiles, pero veo… potencial.» Sus ojos devoraron el culo de Daniel con hambre cruda, los brazos de Miguel con lujuria depredadora, y los labios de Alejandro con un anhelo tierno, su verga endureciéndose. Los tres se removieron, nerviosos, atrapados en la tensión sexual que cargaba el aire.

Para evaluar sus conocimientos, los llamó uno a uno. Daniel, el teddy bear, respondió con precisión, su barriguita temblando mientras Salim lo imaginaba dedeado sin misericordia. «Bien, Danielito, buen chico», dijo, palmeando su hombro, su mente en su culo gordo. Miguel, el gymboy, contestó con confianza, sus ojos fijos en el bulto de Salim, quien lo veía abierto y gritando de placer. «Excelente, Miguel, con honores», gruñó, su verga palpitando.

Alejandro, el ángel, tropezó bajo la mirada intensa de Salim, su inteligencia traicionada por los nervios. Su puntuación fue baja, y su mueca de decepción flechó a Salim, no con lujuria, sino con ternura. Tocó su hombro, su mano callosa sintiendo su suavidad. «¿Qué pasó, Alejo, no eras el más listo?», susurró, su voz paternal pero cargada de morbo. «No te preocupes, mijo, esto se arregla en privado.» Despidió a Daniel y Miguel con un gesto seco: «Revisen expedientes en recepción.» Solo con Alejandro, cerró la puerta, el clic sellando una promesa.

«No estés triste, mi ángel», murmuró, su aliento rozando la oreja de Alejandro, enviando escalofríos. «Te enseñaré todo, con cariño. Eres especial.» Alejandro levantó la vista, sus mejillas sonrojadas, una chispa de atracción en sus ojos, sin saber que este momento encendía un romance prohibido, donde la pasión salvaje y el amor tierno se entrelazarían entre el daddy dominante y su pollito frágil.

Esa noche, la clínica quedó en penumbra, el sol oculto tiñendo todo de naranja. Despachados Daniel y Miguel —juguetes para su arrechera—, Salim se quedó con Alejandro, observándolo mientras atendía pacientes, sus notas precisas volviéndolo loco. Cada roce accidental —un brazo, un susurro— cargaba el aire de electricidad. A las 7, solos, sentados cerca, Salim lo interrogó sobre los casos. Alejandro respondió con claridad, su voz suave, sus pecas pidiendo besos, su inteligencia brillando. «Bravo, Alejo», sonrió Salim, su mano en su rodilla, sintiendo su calor. «Ya ves, solo necesitabas calma.»

«Gracias, doctor… me intimidó usted», confesó Alejandro, sonrojado, ajustando sus gafas. Salim lo abrazó, su pecho velludo contra su rostro, su verga rozando su abdomen. «Pronto seremos colegas, mi ángel. Quiero hacerte el mejor.» El contacto los tensó, el deseo vibrando. No quiso apresurarlo; con Alejandro, quería amor, no solo sexo.

Salieron juntos, la noche envolviéndolos. Sus manos se rozaron, y Alejandro no se apartó, un cosquilleo endureciendo a Salim. El internado prometía más que medicina: un amor prohibido, un fuego entre el daddy y su ángel, donde el deseo por otros era crudo, pero el romance con Alejandro era puro, ardiente, eterno.

36 Lecturas/18 noviembre, 2025/0 Comentarios/por Allquilla
Etiquetas: chico, culo, follado, gordo, maestro, sexo, universidad, verga
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