Una noche con Arturo, lejos de casa – parte 2
Y paso lo que tenia que pasar.
Segunda parte.
Un silencio total se apoderó de esa habitación, interrumpido solamente por los comentaristas deportivos del partido que estaba a punto de reiniciar en su segundo tiempo. Yo sentía cierta paz inquietante después de haber develado ese secreto tan delicado a otro hombre.
No, esta vez no se trataba de un fulano de tal anónimo, escondido tras el escrito de un chat con el que sabes de antemano que no te vas a ver nunca, ni sabrá cuál es tu nombre verdadero, no. Esta vez yo hablaba con un hombre, real, de carne y hueso a quien miraba de frente a sus ojos, que sabía mi nombre, que estaba allí, sentado a mi lado, tan tangible que podía tocar con mi mano, que me tenía abrazado como consolándome. Como hace un amigo de siempre muy a pesar de lo recién conocidos. Eso lo cambiaba todo.
Arturo se fue a orinar al baño cuya puerta quedaba al extremo de la habitación. Se podía escuchar chorro de sus orines caer en la taza mientras yo miraba la tv un poco distraído. El celular que había dejado justo en la cama, a mi lado, comenzó a sonar. En la pantalla se podía leer en dos líneas “ClaudiAmor está llamando”. Arturo gritó.
A: Oye, que pena, ¡me pasas el celu por favor! Es mi mujer.
Tomé el celular, me levanté y se lo llevé con diligencia. La puerta estaba apenas entreabierta. Podía divisar desde afuera a Arturo que estaba de pie y de espaldas frente a la taza que ya casi no sonaba. Al parecer, estaba ya en las últimas de su micción.
R: Toma – le dije tímidamente desde afuera y medio empujando la puerta.
Me dijo que pasara porque desde afuera era cierto que mi mano no alcanzaba a entrar tanto como para que él pudiera tomar el móvil. Abrí completamente entonces y me ubiqué bajo el vano de la puerta. El teléfono sonaba todavía y él se daba las sacudidas finales habituales de después de mear. Extendí mi mano para que el pudiera tomarlo, pero la llamada se perdió. Él, de todos modos, se giró entonces para tomar el celular. No pude evitar ver lo que vi. Todo fue muy rápido. Por unos segundos su pene nítido, desnudo, colgando inerte entre su calzoncillo acomodado debajo de sus bolas, lucia ante mis ojos con una potencia arrolladora. Un vello púbico bien arreglado de hilos finos encima de su piel clara coronaba con decoro ese miembro liberado de las ropas.
Un golpe de pudor me hizo alzar la mirada torpemente que se estrelló con la de Arturo. El, con gesto sereno, se había dado cuenta que mi mirada acababa de explorar con interés la geografía de su sexo. Me sentí incómodo, delatado, pillado, a pesar de que fue él quien se giró de forma total y deliberada. Simplemente le quité la mirada y salí disparado del baño hacia la cama y continuar viendo el juego. Después de todo, yo había ido al baño a llevarle su celular.
Me senté en la cama, algo ofuscado, nervioso y a la vez estimulado. Procesando en ese instante lo sucedido en el baño. ¿Porque se giró así para tomar el celular? ¿Era necesario eso? ¿No le bastaba acaso con extender su mano izquierda, tomar el móvil y con la otra seguir sosteniendo su pene si acaso lo requería? ¿Fue una torpeza de su parte o bien buscaba adrede que yo le viera su miembro? Arturo hablaba con su mujer en el baño, al parecer ella volvió a llamar o tal vez el devolvió la llamada. El punto es que, a más de toda la incomodidad que me invadía, la imagen viva de su pene rosado colgando se había fijado en mi mente como una luz potente que erotizaba mis pensamientos.
A los pocos minutos Arturo salió del baño, se despedía de su mujer al venir andando hacia la cama. No dijo nada. Solo se sentó nuevamente a mi lado, justo donde estaba antes de irse al baño. Yo me puse tenso. No quería mirarlo a la cara. Me sentía como un pedazo de tonto. Me hice el concentrado en el juego, pero no lo estaba en absoluto. Las cervezas me tenían algo mareado. Hubo un silencio glacial por unos pocos, pero eternos minutos.
A: Oye, que pena lo del baño, te soy honesto, no sé bien porque, pero quería que me la vieras.
Rompió el silencio así no más. Muy a su estilo, certero y directo que lograba sorprenderme e inquietarme.
R: ¿Ah sí? ¿Y eso? ¿Porque querías mostrármela? – respondí con creciente interrogante y susto en el cuerpo.
A: Es que no sé, tal vez porque estábamos hablando de esas cosas y no sé, no sé, realmente no lo sé. Creo que estoy ya medio borracho.
No dije nada. Simplemente quería saber si él iba a agregar algo más. Y así fue.
A: Dime ¿Te molestó cuando me la viste?
Otra vez me supo descolocar con una de esas preguntas incomodas que no dejaban salida y que yo no sabía cómo responder. Pero esta vez, el alcohol ya jugaba a favor de la desinhibición. Además, a estas alturas, la confesión más difícil ya yo la había hecho. Responder abiertamente ahora, me resultó más fluido y natural. Yo mismo me sorprendí de sentirlo así.
R: Pues, ¿qué te digo? Creo que no me molestó.
A: Está bien. Tranquilo. Me encanta tu franqueza. Ya sabemos cómo es esto. No tiene nada de malo.
Sentí un miedo aterrador, pero quería ser honesto. No quería que él pensara lo contrario cuando en el fondo, sí me había gustado mirar su pene y más aún, me gustaba hallarme en esta situación, a pesar del nervio. Arturo continuó.
A: ¿Te digo algo?
R: Dime – dije con voz nerviosa.
A: Con todo lo que he aprendido, visto y vivido. Yo puedo estar seguro, sin miedo a equivocarme, que, a ti, las vergas te gustan.
Fue una sentencia certera. Me sentí desnudo frente al mundo cuando me dijo eso. Extrañamente, experimenté un alivio al escuchar eso. Al saber que no era yo quien tenía que decir esa afirmación, sino que era él mismo quien lo había deducido a manera de conclusión con la certeza de un científico después de haber probado sus hipótesis.
Por vez primera vez desde que salí disparado del baño, le miré a los ojos. Su mirada era serena y transmitía el brillo de extraviado que da el trago, pero también mucha bondad.
R: Como tú dices. Uno es curioso.
Otra vez se arrimó y me abrazó con la misma afabilidad de viejo amigo con la que lo había hecho minutos antes.
A: No pasa nada, hombre. Si te gustan, es totalmente normal y ventajoso.
R: ¿Como ventajoso?
A: Pues, hombre, ponte a pensar. Eso quiere decir que sexualmente encuentras placer no solo viendo conchas y tetas, que son bien ricas, por cierto, sino también pingas. Acabas de multiplicar por dos el número de personas con las que puedes darte gusto, ja, ja.
Me reí con él. Era tontamente cierto lo que decía. Estando así juntos, abrazados, desinhibidos, hablando de sexo prohibido, lejos de mujeres, solos en esa habitación de hotel barato, todo eso, produjo una atmósfera de complicidad que animaba los espíritus del morbo. Morbo de hombre. Morbo básico y animal. Morbo sin sensualidad. Morbo desbocado simplemente.
Él se puso de pie frente a mi entre risas. Se bajo su pijama hasta sus muslos gruesos, bloqueando mi visión del juego que estaba bien aburrido. Me dijo que verle a él era mucho más emocionante que el partido malo que estaban pasando. Su calzoncillo breve, oscuro con la marca “Bench” escrita en letras blancas se reveló ante mi mirada. Yo solo sonreía nerviosamente viendo cada detalle de su bulto. Era la primera vez en toda mi vida que tan cerca tenia a un hombre en actitud erótica para mí. El nervio seguía allí acompañándome, pero no me impedía disfrutar. Era algo extrañamente encantador.
A: Mira, a ti que te gustan los bultos.
Yo no atinaba a decir nada. El regocijo y el morbo me abrumaban, pero el nervio se desvanecía. Pero si, si, si quería estar allí y quería que todo eso estuviera pasando. Si, sí, me gustaba definitivamente eso. El bulto agreste que crecía con cada segundo. Todo era tan erótico. Tan masculinamente erótico.
A: ¿Puedo ver el tuyo?
R: ¿Mi bulto?
A: Si, pero más tus bultos ja, ja.
R: Me da vergüenza.
A: Ven, ponte de pie. Yo te ayudo.
Me levanté sonriendo. Arturo, mismo, deshizo el botón de mi pantalón y bajo mi corredera con sutileza hablándome cerca de mi cara con su rostro morboso y aliento a cerveza – Vamos a ver que tienes por aquí. Bajó mi pantalón que cayó hecho un trapo encima de mis calcetines. Su mano pasó ligeramente por mi bulto delantero, sin tocar mucho y tomo mis caderas con cada mano. Me giró hasta yo quedar de espaldas hacia él. Me encantaba la sensación de dejarme llevar. Emitió un silbido.
A: Pero si eres nalgón, nalgón. Tienes mejor culo que mi mujer.
R: No exageres.
A: No exagero. Que culo que te gastas.
R: Ya, en serio. Dime la verdad. ¿Tú has estado con hombres? ¿Porque te gustan tantos los culos de hombres?
A: No sé, no sé. Es un gusto adquirido. ¿A ti porque te gustan los bultos? ¿Sabes por qué? Te aseguro que no. Y sí, yo ya he cogido hombres. Varias veces y desde joven. Ya después te cuento. Es una larga historia.
Esa revelación, produjo en mí un morbo profundo, intensamente nuevo y extraño que venció por fin los nervios a tal punto que fui consciente de que mi pene se abultaba irremediablemente. Me sentía excitado y seducido. Era todo tan raro y placentero a la vez.
El acariciaba mis nalgas por encima de mi bóxer y eso era muy excitante e irresistible. Su aliento chocaba en mi nuca y por vez primera experimenté la seducción masculina. Su pene duro bajo el algodón de su prenda se pegaba entre mis nalgas y esa sensación me daba un cosquilleo agradable en todo mi cuerpo. Arturo bajó mi prenda un poco y miró mi culo al desnudo.
A: Dios mío, y velludito lo tienes. Mis preferidos. Amigo, tú eres un encanto.
R: ¿En serio? ¿Te gustan así?
A: Uf, pero no sabes cuanto, hm
Yo sabía que no habría marcha atrás. Que yo me estaba entregando a los abismos de una experiencia sexual profundamente magnética. De pie, allí junto a la cama, de espaldas a la TV, Arturo me respiraba al oído. Su mano derecha hurgaba y manoseaba mi pene endurecido que él mismo se encargó de liberar de mi ropa mientras su mano izquierda apretujaba con ganas y de forma algo ansiosa mis nalgas. Sentirlo allí, detrás de mí, en actitud de macho era tremendamente erótico.
A: La tienes dura, papi. Eso quiere decir que te gusta esto. ¿Verdad? – me preguntaba al oído con voz baja y desgarrada.
R: Si, sí, sí, me gusta – le respondí arqueando mi cuello hacia detrás casi pegando mis orejas a sus labios cálidos.
A: Que rico que te guste. Yo sabía que te gustaba esto. Voy a ser tu macho.
Cuando dijo eso, un placer inesperado, femenizante me invadió y la erección se me hizo aún más tensa. Erección que él ayudaba a mantener viva al no dejar de tocar mi verga.
A: Dime. ¿Me dejas que sea tu macho esta noche? – me lo preguntó entre jadeos casi besando mis oídos.
R: Si-i-i-i, por favor. Tu eres, eres, eres mi macho.
No sé porque sentirme así era tan morboso. Oírle decir eso, que él era mi macho, me sacaba un profundo placer desconocido. Algo de mi esencia animal más escondida y necesaria.
Me desnudó sin prisas. Me quito mi franela entre caricias y tumbo al suelo mi prenda interior. Yo me hallé así, desnudo, completamente desnudo ante un hombre. Esa sensación que pasa como algo banal en las escenas porno, no lo es en absoluto en el mundo real. Las sensaciones que produce sentirte libre de tus ropas y que otro semejante te mire tu desnudez con deseo animal es placentera, muy placentera.
No sabía yo bien que hacer, donde ponerme o que no hacer. Solo me dejaba llevar de las manos del macho. Y eso me encantaba. Me pidió entonces que me sentara al borde de la cama. Lo mire de frente por fin. Su mirada era distinta ahora, tenía un brillo fulgurante. El deseo era galopante. Su boca estaba más rojiza, relajada, como si le hubieran engrosado repentinamente los labios. Lo noté más varonil que nunca. Su franela blanca aun la tenía puesta, su pijama haciendo uno ocho, alrededor de sus pies descalzos y su bóxer negro ahora si abultado, muy abultado. Su verga estaba dura, acomodada un poco hacia un lado, se podía entrever en el relieve del algodón de su prenda interior que aun él no se había quitado. Ni me lo creía. Estaba yo con mis narices cerca, muy cerca de un pene ajeno verdadero. El corazón parecía que se iba a salir por mi boca. No supe si era susto, emoción, nervio, morbo o todo a la vez.
A: Bájamelo para que veas que ahí allí – me dijo al tiempo que se despojaba de su franela.
Su pecho, con pocos vellos estaba al desnudo. Antes nunca eso me había parecido erótico para ser honesto, pero no sé bien porque razón, verle así, todo el pecho descubierto, su abdomen aplanado por la disciplina física y su ombligo pequeño con el caminito de vellos que iba descendiendo y poniéndose más tupido, parecía enloquecerme tanto como cuando una linda mujer voluptuosa se me desnuda. El olor de jabón fresco se mezclaba con un aroma de hombre.
Por fin posee mi mano encima de su bulto. Lo tenía duro, muy duro y hasta pude detectar el palpito de su miembro.
A: Abultadita, así como te gusta, papi.
Bajé por fin el bóxer lentamente y su verga salió disparada. El pene salió de sus amarras, en absoluta erección y apuntó groseramente a mi rostro. Su punta chata de color parecido a un rosado dejaba esbozar una gota liquida que luego bajo en forma de hilillo espeso. Arturo estaba bien excitado y había ya babeado un poco. Una vena central le daba un aspecto viril que intensificaba mi deseo. Lo miré así, sin tapujos por fin, como si se tratara de una obra de arte. Y es que lo era de algún modo. Era un pene bello. Al menos a mi gusto. Recto, algo grueso y de tonos claros. Ni largo ni corto. Adornado con un pubis bien mantenido. Un olor entre jabón fresco, orines, liquido preseminal y piel de hombre, se mezclaba.
A: Dale caricias, dale besitos, dale, amor. Lo necesita.
Sus frases ocurrentes, no solo me seducían, sino que me divertían. Exploré ese falo como juguete nuevo. Lo olí como perro sabueso en un espacio nuevo. Lo acaricie resbalándola y por mi mejilla mis labios impregnándome de sus olores. Todo con calma, sentado allí en esa cama de hotel. Toqué sus testículos rosados de fino pelaje y di besitos tibios y tímidos en el glande. La acaricié despacio y poco a poco esas caricias se fueron perfilando en una paja rítmica. Era tan fascinante mirar el cuero de su verga escondiendo y revelando la carne redondeada del glande. Su liquido transparente y baboso salía entonces en mayor cantidad. Pero no aguanté más la tentación carnal. Lo miré a sus ojos encendidos de morbo y decidí consumar esa fantasía atragantada en mis deseos desde hacía mucho tiempo. Posé mi lengua en el glande, jugueteando en el frenillo y la resbalé después por toda la textura viril, agreste y potente del falo irrigado de venas. Iba saboreando cada palmo del tallo, hasta que mis narices hundidas en su pelaje púbico me impedían ir más allá. El olor a macho era absoluto y me resultaba grato.
A: Hm, así papi, así vas bien.
Sus ojos desde arriba chocaban con los míos. Nos mirábamos con complicidad. Arturo tenía una mirada de morboso enfermo que empinaba mis ganas. Entonces lo comí. Lo fui metiendo en mi boca. Centímetro a centímetro, calibrando su grosor con mis labios. Llenando lentamente mi boca de sus carnes. Identificando sus sabores. Mi lengua se ensució de su jugo espeso y pude saborearlo. Sabia a morbo, a sexo, a pecado, a ganas, a semen, a orines, a sudores, a macho, a hombre, a todo lo que es un hombre. El olor a verga me tenía anonadado. Sentir en mi lengua la lisura suave del glande y también la rugosidad del falo potente que daba pálpitos me encantaba. Yo chupaba. Si, y era verdad. Yo lo estaba chupando. Era yo por fin haciendo lo que muchas veces en pajas había fantaseado hacer. No me lo creía. Si. Era real esta vez. Era de carne y “no” hueso, pero era real. Era bella ese verga. Mas bonita que todas las que había accidentalmente visto en mi vida. Mas preciosa que la de Miguel mi primo, Augusto mi colega, Lorenzo mi vecino, Antonio mi amigo, y que la del profe de música y de algunos otros incognitos en orinales públicos y de heteros curiosos de pajas ocasionales por webcam. Mas linda que todas las vergas que en la porno miré con morbo. Mamé y mamé hasta embriagarme de él.
Mi quijada estaba vencida. Mi boca abierta en acto de felación sostenido también se agotaba. Arturo gemía y jadeaba. Su mano guiaba a ratos el ritmo halando con ternura mis cabellos y empujando desde atrás mi cabeza para hundir su verga en mi boca. Notó mi agotamiento. Sacó su pene mojado. Se agacho para hasta que su rostro quedó a mi altura.
A: Lo chupas rico. No sabes lo que estoy gozando. Gracias te doy. Uf.
En ese instante me asusté al oír su teléfono sonar. Otra vez era su esposa. Mi reflejo fue de alejarme y buscar mis ropas para vestirme. El me hizo un gesto con sus manos y su rostro de que me calmara. Me quedé atento. Con su dedo índice en sus labios me hizo el gesto universal de pedir silencio. Lo hice. El respondió con tranquilidad y de pie con su pene que había perdido algo de erección frente a mi habló con su mujer. Mi corazón latía de tensión. Me acarició mi cabeza y la fue empujando hacia su verga. La metí otra vez en mi boca. Se la seguí mamando despacio mientras él hablaba monosílabos con su mujer. Hasta alcance a escuchar un poco la voz femenina de ella cuando los comentaristas deportivos en la TV dejaban de hablar. Inexplicablemente, esa situación me dio mucho morbo y también a Arturo que recobró rápido su erección máxima con su verga dentro de mi boca. Colgó la llamada. Hizo un gesto de alivio y sonrió para indicar que todo estaba bajo control.
Me tomó de la mano y me levantó. Estuve de pie frente a frente. Nuestros penes erectos se chocaban cual espadas y ambos nos divertíamos mirando hacia abajo como su falo se rozaba con el mío. Me fue tornando hasta que nuevamente le di la espalda. Me daba golpecitos y apretujones en mis nalgas.
A: Acuéstate así. Boca abajo.
R: Cuidado. No tenemos condón.
A: Lo sé, lo sé, pero no me vayas a dejar con estas ganas. Te lo pido por favor.
R: Me da miedo.
Pero en ese momento yo no tenía fuerzas para resistirme. Mi alma pedía a gritos experimentar sexo con Arturo. No creo que me perdonaría no haber aprovechado ese momento. Y tampoco él estaba por la labor de dejar pasarlo. Su verga palpitaba y su ansiedad por mi culo se le salía por los poros.
R: ¿Eso duele? Me da miedo.
A: Yo se tratar bien a un culito. Tengo experiencia. Vas a ver que te va a gustar.
Me tumbé en la cama boca abajo, desnudo con mi culo al aire. No podía ver lo que Arturo hacía. Me daba tensión cuando sentí que su pene golpeaba mis nalgas, no lejos de mi ano. Me lo iba a meter. Dios. Me lo iba a meter. Pero entonces un calor tibio húmedo, y desconocido invadió mi culo regalándome un placer profundo. Me tomó un par de segundos entender que él me estaba chupando el culo. Su lengua juguetona hurgaba, lamia, revoloteaba, y mi culo lleno de nervios sensibles se dilataba. Jamás me hubiera imaginado un placer tan intenso que me hacía ver colores. Me estaba comiendo el culo con ganas, con morbo, con fuerza de macho. Me hacía vibrar una fibra interna de goce femenino. Me encantaba y creo que ni fui consciente de que empecé a gemir y gemir con lujuria. Su boca fue subiendo por mi espalda y su pecho rozaba mis nalgas hasta que detrás de mis oídos y escuché su voz vulgar jadeante y desgarrada.
A: Voltéate, tu culo está listo. Está pidiendo verga.
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