UNA NOCHE DIFÍCIL
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Manolito.
Tanto fue que vino la policía, nos pidió identificación, y yo descubrí entonces que la habia dejado en casa. Sin importar razones y suplicas me montaron en el auto y me llevaron a la estación, donde luego de sentarme en un banco con un montón de gente rara y llenarme unos papeles me dijeron que tendría que pasar la noche allí y que me dejarían ir al día siguiente por la mañana. Un guardia me condujo a través de pasillos oscuros hasta una celda de mediano tamaño, medio oscura, en la que solo habia en una esquina un agujero donde cagar y mear si lo necesitabas, sin la mas mínima privacidad. Y lo peor, no estaba solo: pude distinguir enseguida que allí habían unos cuantos mas como yo.
En cuanto entre y me senté en el suelo mire alrededor y conté unos seis o siete, casi todos de piel oscura y mas edad que yo, con caras poco amigables, y tal vez no muy en su juicio, quizá a causa del alcohol o la droga. Estaba nervioso y tenso, pero mis compañeros de infortunio guardaban silencio y también yo, cansado, empecé a dormitar. No se que tiempo llevaba así cuando sentí una mano que recorría mi espalda; me quede tranquilo pensando que era casual, pero luego enseguida esa mano bajo y trato de entrar a través del pantalón para tocarme el culo. Salte y trate de protestar, pero el grito fue ahogado en mi boca por una mano que la cubrió.
Una voz me dijo en voz baja y ronca: tranquilo, chama, o te pincho. Y sentí una punta filosa hincando mi costado. No pude hablar mas, el terror se apodero de mi, y empecé a temblar, mientras en la semioscuridad unas manos comenzaron a desatar mi pantalón y luego a bajarlo. Cuando me vine a dar cuenta estaba desnudo, solo las medias puestas y mi ropa estaba hecha un bulto en un costado. Me pusieron boca abajo, y mis nalgas al aire comenzaron a ser tocadas, acariciadas, y mi culo hurgado por unos dedos fuertes y ásperos. Mientras, mi cara vino a caer sobre las piernas de otro que sin dilaciones desabotono su porteñuela y dejo al descubierto un rabo grueso sobre el que mi boca se vio obligada a descender y tragar. Si bien eran solo dos los que empezaron el juego, los otros se fueron espabilando en cuanto sintieron el forcejeo, los jadeos y mis gemidos de protesta. Todos pidieron su derecho a participar, y tuve que gatear sobre todos aquellos tipos dejándome tocar y chupando cada pinga hasta ponerla dura. En un determinado momento sentí acercarse a un policía y creí que seria mi salvación, pero este se acerco con una linterna, nos alumbro y riéndose solo dijo: Estan pasando bien la noche, eh cabrones; no hagan mucho ruido o se acaba la fiesta, y se alejo.
Comprendí entonces que no habia remedio, que tendría que asumir la tarea de aliviar la frustración de aquellos tipos durante la noche, y así fue. Los seis me singaron, y se vinieron no una, sino varias veces, ya en mi culo o en mi cara. El ver a los otros los excitaba de nuevo, y me hacían sentarme sobre cada uno de ellos y cabalgar con fuerza, mientras aquellas pingas, ninguna era pequeña, bombeaban mi culo, dilatándolo y dejándolo abierto e irritado. Cuando ya no tuve fuerzas, me tumbaron boca abajo sobre el suelo duro y sucio, y siguieron pasando sobre mí, hasta que casi perdí el sentido de lo que sucedía, y me dormí. Cuando volví en mí, ya estaba solo en la celda, desnudo acostado sobre el suelo, y el policía, tal vez el de anoche, me miraba entre burlón y lujurioso. Vamos, dale, me dijo, se acabo la gozadera, puedes irte, vístete. Me levanté con trabajo, tenia todo el cuerpo adolorido, y busqué mis ropas; estaban allí, pero mis bolsillos habían sido saqueados. Trate de protestar, pero el guardia me mando callar: se lo darías a uno de tus maridos de anoche.
Tremendamente avergonzado de lo sucedido, sin poder explicar la verdad de todo aquello, me vestí y abandone la estación, sin poder contar a nadie lo que habia pasado, porque esta historia, de boca en boca, no me habría beneficiado lo mas mínimo.
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