UNA TARDE DE SAUNA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Pedro, un chico de veinte años estaba solo en casa. Aburrido, entró en Internet para pasar un “buen rato”, pero harto de ver los mismos vídeos X, se le ocurrió que podría probar algo nuevo. Así, se dispuso a buscar por su navegador “saunas gay por la zona” y encontró una que estaba a un cuarto de hora de su casa. Lleno de valor, metió un bañador, sandalias y una toalla en la mochila de la universidad y emprendió la marcha hacia aquel supuesto paraíso.
Cuando llegó, le atendió un recepcionista apuesto pero algo amanerado. Pedro, con la voz temblorosa y una mirada insegura, le preguntó que si estaba en una sauna gay. Rafael, el recepcionista, le dijo que en un principio, sí lo era, pero por falta de clientela homosexual, convirtieron la sauna en unisex: tanto para hombres como para mujeres, de la orientación que sean. Pedro, se sintió algo disgustado, pero ya que era la primera vez que hacía una locura como esta y que estaba allí, compró un ticket y entró. Rafael, gentilmente, le explicó dónde estaban los vestuarios, las piscinas y las salas de sauna. Atendiendo a estas últimas, le dijo que, aunque todas por dentro eran iguales, no iban el mismo tipo de personas a cada una. Al final, le mostró que la última a la derecha era la frecuentada por hombres, guiñándole el ojo mientras termina la frase.
Pedro, fue al primer vestuario que vio. Estaba vacío. Se desvistió, se puso un bañador algo holgado, pues le da vergüenza ir marcando paquete y salió a la zona de la piscina. Nuestro adolescente, a pesar de su timidez, era un chico atlético, con músculos marcados y con vello corporal de un centímetro. En la piscina había de todo tipo de personas. Él se lanzó a una calle y se hizo unos cuantos largos para aliviar tensiones. Sin embargo, poco tiempo tardó en buscar la tentación. Salió de la piscina, se ató la toalla a las caderas y sin pensárselo dos veces fue directo a la última sala de sauna, a la derecha. Abrió la puerta y los primeros vapores no le dejaron ver con claridad, pero poco a poco su vista se fue despejando. Había cinco hombres, algunos de mediana edad y otros más viejos.
Dos de ellos estaban desnudos y los otros tres con sus respectivas toallas. Pedro, se sentó y lanzó al aire un saludo general. Todos los hombres, le contestaron y empezaron a interesarse por el muchacho. Le hicieron preguntas del estilo que si era la primera vez que venía, sus años, si era gay… Pedro, acalorado, dijo que si les molestaba que se quitará la toalla. Los hombres se rieron, dando a entender que no les importaba. Pedro se quedó en bañador. El hombre que tenía al lado, le dijo que cómo podía ir en bañador, que entre hombre no tenía que haber vergüenza. Pedro, algo pícaro, asintió y lentamente, se desabrochó el bañador y se lo quitó, dejando al descubierto su polla flácida y peluda, a la par que un culo digno de llamarlo oso. Los hombres se asombraron y se acercaron más a Pedro. Pedro, estaba demasiado caliente, pero él era virgen y de repente, empezó a temblar de manera exagerada, miedoso. Los hombres se miraron entre ellos y dejaron de acosarle. Pedro, en el fondo lo agradeció. La tarde transcurrió sin que pasara nada conversaciones amenas. El reloj marcaba las ocho de la tarde, y todos los presentes en aquella sala se empezaron a ir, junto con nuestro protagonista, pues se habían hecho amigos. Pedro se paró en su vestuario, y los hombres se extrañaron, pues ese vestuario era de hombres heterosexuales. En efecto, Pedro no lo sabía, pero como ya tenía las cosas dentro, les dijo que se quedaba. Los hombres de la sauna se despidieron de él y se fueron a su vestuario.
Pedro entró, pero no escuchó ningún ruido, por lo que entendió que no había nadie. Fue a su mochila, se desprendió de la toalla y, desnudo, se dirigió a las duchas, cuando a mitad de camino escucha salir el agua. No estaba solo. En la parcela de las duchas colectivas había un hombre, más que hombre, la fantasía de cualquiera. Grande, alto, musculoso, con un culo apretado, melena negra, barba, guapo y de sus genitales mejor no hablar, porque no hay palabras para describir algo tan largo. Pedro, saludó al hombre y Juan, así se llamaba, le dijo “hola” un tanto cortante. El agua de las duchas corría, pero las palabras no. Pero cuando Juan se fijó en Pedro, más que en él, en su vello, exclamó:
– Juan: ¡por fin un muchacho hecho y derecho! Así me gusta, con pelo en los huevos, sin tanta mariconada de hoy en día.
– Pedro: jajajaja. Ya ves, ahora todo el mundo se depila. ¡Qué asco! – Siguiéndole la corriente.
– Juan: y con músculos. Bien, bien. A ver, déjame que toque.
Juan cogió el brazo de Pedro y apretó su bíceps, palpándolo bien.
– Juan: ¡qué fuerte estás! Se nota que vas al gimnasio.
– Pedro: los tuyos sí que son músculos. ¿Puedo?
– Juan: Claro, toca cuanto quieras. ¡Y con una buena mata de pelo en el sobaco!
Entonces, los dos empezaron a enjabonarse y volvió el silencio. Pedro miraba al frente, pero era inevitable no fijarse en aquel rabo. Estando caído era sorprendentemente grande. Su vello mojado era largo y frondoso cual selva amazónica y las joyas de la corona eran grandes a la par que peludas. Pedro no pudo controlar que su pene empezara levemente a ponerse duro. El adolescente, notándolo, se puso nervioso y tiró el champú. Juan, al escuchar el ruido de la caída se giró y lo que encontró fue a un veinteañero agachado con el culo en pompa cogiendo su jabón. Antes de que Pedro se pusiera recto, Juan alzó su gran mano sobre el culo Pedro, pasando sus dedos por su raja y un dedo sutilmente por su ano.
– Juan: Y con una buena raja peluda. Eres todo un hombre. Seguro que te empotras a cualquier mujer.
Pedro se levantó y con cara de susto, miró a Juan.
– Juan: tranquilo muchacho. Cuando dos hombres se ven la polla ya hay confianza para todo. Nosotros somos machos y podemos tocar sin que pase nada.
Pedro se rio sin decir comentario, pero él ya se había dado cuenta de cómo iba a seguir la historia.
– Juan: mira, toca tú también y fíjate en lo largo que tengo el pelo del culo. No hay problema.
Juan agachó su cadera y su culo se abrió. Pedro metió la mano entre sus nalgas, pasándola por el centro.
– Pedro: es verdad. ¡Qué envidia!
Pedro, ni corto ni perezoso, se agachó usando sus rodillas y siguió bajando la mano por sus piernas, tocando sus gemelos marcados. Juan se dio la vuelta, poniéndole todo su trabuco en la cara de Pedro, pero a una distancia de 15 cm.
– Juan: chaval, agarra los de mis huevos. Por lo menos 6 cm.
Pedro, con una de sus manos agarró la mata de vello que rodeaba el nabo mojado de su compañero. Y no resistiéndose llevó su otra mano libre a su polla, y su boca al rabo de Juan.
– Juan: ¿¡pero qué haces!?
– Pedro: déjame.
Volviendo a introducir ese trozo de carne flácido y delicioso en su boca.
La polla de Pedro asombraba de cómo le había agrandando. El ritmo de su mamada aumentaba por segundos. Juan se dejaba hacer, mientras su pene conseguía que las paredes de la boca de Pedro cediesen. Su cara era de éxtasis, incluso dio algunos gemidos de placer. Pero pronto, Pedro dejó de liderar, para pasar el testigo a Juan. El hombre de cuarenta y dos años, inmovilizó la cabeza de Pedro, y empezó a follarse su boca. Sus ojos chocaban con su selva. Sus huevos rebotaban salvajemente sobre su barbilla y su glande sobrepasaba la campanilla de Pedro. El hombre cogió al adolescente de sus pelos, levantándolo. Lo besó apasionadamente. Pedro no sabía en dónde se había metido. Su fantasía sexual se estaba cumpliendo. Juan, de un tirón, dio la vuelta al cuerpo de Pedro, enfrentándolo contra la pared de las duchas. El hombre, abrió el grifo y entre el ruido del agua, separó las nalgas del culo virgen de Pedro e introdujo su enorme polla en su ano, desgarrándolo del gusto.
Pedro ardía por dentro. Dolor y placer se juntaban en uno, pero el resultado de aquella mezcla explosiva era apoteósico. Juan, la metía y la sacaba a ritmos inconstantes. Mientras tanto, Pedro, agitaba su manubrio con decisión, llegando a correrse hasta en dos ocasiones. El aguante de Juan era sorprendente. Media hora sin parar. Por lo menos, los gritos de Pedro se tendrían que escuchar desde fuera de los vestuarios. Al fin, Juan sacó su polla y le dijo, cómemela. Cuatro chupadas fueron suficientes para dejarle totalmente la cara blanca a Pedro.
Ambos, volvieron a ducharse. Luego se vistieron, y Juan, sin despedirse, salió antes del vestuario. Cuando Pedro salió, era la hora del cierre de la sauna. Rafael, que seguía ahí, le preguntó cómo le había ido la tarde, volviéndole a guiñar el ojo. El adolescente, sin poder articular palabra, lo miró y se fue de aquel local.
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