Una tarde en un cine de barrio.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Manolito.
Era sábado en la tarde, un viejo y semi derruido cine de la capital, el último reducto de los que buscan un poco de sexo, crudo y rápido. Me acerco al lugar atravesando las callejuelas de la ciudad antigua, y en cuanto entro siento el conocido olor a humedad, orine y semen por todas partes. Aun no ha empezado la función, unos 20 hombres sentados o parados esperan, y me siento en una de las butacas de la última fila. No tardo en sentir detrás de mí el roce de alguien, un pantalón que esconde una pinga, y una mano que acaricia mi cuello y mi cara, buscando que me vuelva de algún modo y empiece a mamar. En cuanto comienza la función y apagan la luz, eso acabo haciendo, porque estoy lleno de deseos. Busco con la boca lo que se me ofrece, y mamo con ganas, mientras un viejo sentado a mi lado disfruta el espectáculo: empezamos bien. Al rato el viejo se suma y comparte conmigo a chupadas la misma pinga, mientras desabotona mi camisa y acaricia mis tetillas, apretándolas suavemente. Mamar una pinga entre dos me da mucho morbo, nuestras bocas se juntan por momentos y se besan, para luego discutir amigablemente la cabeza redonda y caliente que se nos ofrece.
Cuando me canso, me levanto y subo al baño buscando otra experiencia: allí encuentro a un negro, que se la come a otro negro; este último es delgado, más bien pequeño, pero tiene el tipo de los que, sin ser gay, viven medio en la calle y disfrutan con lo que venga. Es mi tipo. Me fijo en su pinga, mis ojos delatan mis deseos y él se da cuenta y me mira también. Aparece otro negro gordo, se pone al lado, y yo le empiezo a mamar la pinga, que no está nada mal tampoco. Así poco a poco las dos parejas se van integrando, y yo puedo mamar la pinga de los tres. Aparecen otros por el baño, y miran, y algunos me tocan la pinga, maman un poco o me la menean, pero yo no quiero correrme, para no interrumpir el impulso interior, y poder llegar al tipo que me gusta. De alguna manera doy la espalda a los negros para mamar un rabo blanco, y entonces el negrito aprovecha para agarrarme por la cintura y atraerme hacia sí. Me enciendo enseguida de deseos, porque es lo que he estado esperando; con su boca me muerde el lóbulo de la oreja, y me besa el cuello; con sus dedos me humedece el ojo del culo y lo dilata un poco, pero no obstante la primera embestida de su pinga me causa un fuerte dolor. Me retiro, y estoy unos minutos para conseguir relajarme, pero luego los que nos rodean nos animan a volverlo a intentar, ahora más suavemente: dale, dale, despacito, que tú puedes. Así me va clavando poco a poco hasta tenerla toda dentro, y es bastante larga.; cuando la mete hasta los cojones me causa algo de dolor, y gimo, y eso calienta a todos, que se miran entre si y sonríen con complicidad.
Así estamos un buen rato, y alguno se corre, pero nosotros dos no tenemos apuro; disfruto teniéndola adentro, y él también, pues me abraza, y me dice cosas al oído, y yo vuelvo la cabeza y le beso. Entonces alguno avisa que está cerca la señora del servicio, y salimos del baño.
En la sala oscura el negrito encuentra una esquina apropiada y me dice que vaya con él, y allí me hace mamar un poco, y luego me vuelve a clavar como antes, y esta vez su pinga entra en mi culo sin dificultad. Me pide que me mueva, adelante y atrás, y en circulo; y otra vez nos rodean algunos y nos animan, y me tocan el culo a ver si estoy bien clavado, y expresan admiración ante mi aguante (Este no se cansa, qué puta es), pues llevamos un buen rato en esto. Supongo que el negrito se vendría varias veces, porque al acabar tengo el culo lleno de leche y muy abierto. Le ofrezco un pedazo de papel para que se limpie, y me limpio yo también el culo, que rezuma la leche, y antes de irse a sentar me vuelve a besar y me da una nalgada.
El calor es fuerte, estoy sudando a mares después de tanto rato singando, y necesito salir un rato a refrescar, pero aun hay tiempo, antes de que termine la función, para volver al baño y encontrar otro negro al que mamarle el rabo un rato, mientras me acaricia la cabeza con ternura y me pregunta si quiero que sea mi marido. Con el me corro, y salimos juntos del cine hablando de una posible cita, en otro lugar menos concurrido. Pero a mí lo que me gusta es esto, el sexo público, delante de otros. Mientras caminamos buscando salir a una de las avenidas más concurridas su mano se posa a veces sobre mis nalgas y las acaricia. Creo que tuve una buena noche.
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