Una vida simple, un momento fugaz…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Esta mañana como nunca me levanté desesperado para ir a la Universidad, como si el estar allá fuera lo más grande de este mundo o como si, simplemente, algo incierto y novedoso me esperara. ¿Quién soy? Un chico común y corriente, que le agrada la vida tranquila, sin complicaciones ni enredos, solo vivir dentro del paradigma normal de las cosas. No les miento, no soy feo y, sin hacer alarde de mi belleza, modestia aparte, muchas mujeres me miran como esperando, por lo menos que les esboce una sonrisa medio pícara y sensual para que se vayan felices. Así lo hago. Me gusta el gimnasio no para entrar en un concurso de fisicoculturismo, pero sí al menos como para mirarme en el espejo y decirme: Te ves bien, amigo, sigue así. Ese soy yo.
En la universidad paso desapercibido, a excepción de algunas chicas que esperan como un ritual haga lo mismo que les describí arriba. Eso no me importa, ni me molesta, al contrario, eleva mi ego.
Llegué al salón de clase como de costumbre, era un día para nada fuera de lo común. Era un día normal. Me senté donde suelo hacerlo todos los días de clase. Llegó el profesor, por cierto era el reemplazo del que días antes había fallecido en un accidente. Nunca, les confieso, me fijo en los hombres, esa no es mi motivación. Sin embargo, este profesor era inevitable no mirarlo: elegante, bien vestido, maduro pero atractivo (qué extraño decir esto), con una sonrisa amable y pícara a la vez, su voz recia y con cierto tono paternal, ni qué decir de su cuerpo atlético, seguramente de gym, espalda ancha, brazos fornidos, pantalones elegantes que no lograban disimular sus piernas bien formadas tal vez por el deporte, su trasero envidiable, firme y llamativo. Simplemente me llamó la atención y me parecía extraño. No obstante, mi mente me dispersó en otro mundo y todo volvió a la normalidad como todos los días del semestre de la U.
Los días han transcurrido esta semana con normalidad. El profesor, Javier, ese es su nombre, es buen profesor dentro de lo común. A veces vuelvo a admirarme de lo atractivo que es, pero sin más vuelvo a lo mío, a vivir en el anonimato de una vida simple. Sin embargo, este día, cuando teníamos una actividad de campo en un pueblo cercano a la ciudad donde vivo, algo ha sacado de lo común mi vida sencilla y escondida. Llegamos a la cabaña donde nos esperaba el mayordomo, el cual, con una sonrisa amable nos recibió y nos indicó donde podíamos realizar nuestra labor académica. Javier no llegó con nosotros, el simplemente nos esperaba vestido de granjero para hacer la actividad. En la granja nos explicó todo el movimiento de las prácticas agrícolas y para mí sorpresa me pidió lo acompañara hasta otra granja que quedaba a unos 25 m de donde estábamos. Los demás compañeros tomaban las muestras necesarias para evaluar posteriormente. Hasta aquí todo normal.
Llegamos a la otra granja en donde había algunos caballos, dos o tres, tal vez y unas cabras que tenían encerradas para inseminarlas. Mientras me explicaba todo lo que tenía que hacer, yo contemplaba su figura que no estaba demarcada por los trajes elegantes sino por unos vaqueros y camisa, cuya manga doblaba hasta tres cuartos de sus brazos. Evidentemente era un hombre atractivo, pensaba, mientras él continuaba su explicación.
Me dijo que lo esperara un momento mientras orinaba pues la granja era en clima frío. Le respondí que se tomara el tiempo que necesitara. Oh sorpresa! No sólo saco su hermoso miembro, tierno, relajado, rasurado casi frente a mí, sino que como un impulso casi animal quise contemplar cómo orinaba sobre las pajas de aquella granja… lo hice con cierto disimulo, pero sé que lo notó pues su pene cambió de tamaño y se puso semierecto. No dije nada, no dijo nada. Terminó de orinar y volvió a lo que veníamos haciendo. A veces en sus explicaciones, o tal vez por mi nerviosismo por tal situación, decía ciertos comentarios de doble sentido y esbozaba una pícara sonrisa mientras miraba mi paquete. Yo no modulaba palabra, ni siquiera le sostenía la mirada, solo escribía en mi libro de notas lo que él iba diciendo.
Ahora era mi turno de recibir los ataques del frío. Le pedí permiso para ir a orinar y me alejé considerablemente de donde él estaba para evitar posibles roces. Pero no dejaba de pensar en su paquete semierecto, me sentía extraño – aun me siento extraño al recordarlo y la sensación que produce – y empecé a masturbarme, estaba alejado, que me esperara un poco no era problema, cualquier cosa le diría. Simplemente necesitaba descargar esas energías que llevaba dentro. Lo hice. Regresé, no hubo comentario alguno. Todo dentro de lo establecido en la salida de campo. Me indicó en que consistía la inseminación de las cabras. Paró de hablar, me miró de arriba abajo, me cogió sin decir nada mi paquete y me besó. No hice nada. Me dejé llevar por el instinto. Le respondí el beso. Lo besé como nunca había besado a mi novia, como nunca había besado a nadie. Me quitó la camisa, me desvistió completamente… se inclinó y comenzó a mamar mi verga, de qué manera lo hacía. Pareciese como si hace mucho tiempo no lo hiciera porque no me quería soltar, cual niño con una chupeta que no deja que nadie le arrebate. Reaccioné. Lo levanté, le quité su ropa. Contemplé el cuerpo que la imaginación no alcanzaba a dibujar. Tal cual como lo pensaba… simplemente un macho… un hombre que inspira lujuria y pasión… un.. ufff…
No sabía por donde comenzar así que repetí su ritual. Nunca había tenido en mi boca una verga, que experiencia, que sabor, que lujuria. Me quería comer aquel descomunal miembro de 20 cm que sentía era solo mío. Nadie me lo podía quitar era su monstruo en mi boca, era su animal en mi garganta.
Me tiró hacia las pajas… me empezó a recorrer con besos mi cuerpo… desde los dedos de los pies hasta el cabello. Me hizo suyo. Giró mi cuerpo, comenzó a lamer mis nalgas, me hizo un beso negro inolvidable, excitante, majestuoso. Sin preguntarme sentí como no sus dedos, sino su animal salvaje me partía en dos, me atravesó, quise gritar pero me pudo el placer. No modulamos una palabra, solo gemidos de pasión. Él cabalgaba en mí como jinete en feria. Solo quería que aquél sabor a granja y campo, a sudor y tierra, me inundara completamente. Sentí como su líquido caliente se derramaba en mí. Paró un momento, giro hacia él mi cuerpo. Inclinó su cabeza a mi abdomen y fue bajando mientras me rozaba con la lengua, llegó a mi verga de 18 cm, la empezó a mamar, como al principio. La hizo suya. Aumentaba el ritmo de su succión, sentía que iba a estallar, que yo ya no podía más. Efectivamente, grité al tiempo en que derramaba toda mi leche en su boca. Ni una gota conoció las pajas. Todo mi semen se lo tragó como ternero al lado de la ubre de su vaca.
Me besó. Ni una palabra. Nos vestimos, terminamos lo que teníamos que hacer. Él se adelantó para recoger unas frutas de los sembrados. Y mientras se alejaba, la mano del mayordomo se posó sobre mi hombro… me preguntó que si tenía ganas de orinar…
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