Vacaciones con mi padre (3)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cenamos tranquilamente y después pasamos a tomarnos un café al salón. Mi padre se quejó de su eterno dolor de hombros y de espalda. Me levanté, me situé detrás del sofá y empecé a masajearle el cuello, la nuca y pasé a los hombros.
– No sabía que tenías tan buenas manos…
– Sí. Se me da bien.
– ¿Te importa seguir un rato más? Me alivias bastante.
Le dije que no y seguí dándole el masaje. Entonces propuso que siguiéramos en la cama, porque estaba muy cansado y así, si se relajaba, se quedaba durmiendo allí mismo. ¡Él, que no necesita ningún estímulo para dormir!
Por otro lado, me gustó la idea del masaje. ¡Cómo no había caído yo antes en esa posibilidad!
Llegamos a su habitación. Me estremecí nada más pensar en el espectáculo que presencié la noche anterior y una ligera ráfaga de placer sacudió mi bajovientre.
Sin ningún tipo de pudor mi padre se desvistió y quedó en calzoncillos. Unos calzoncillos negros, tipo bóxer pero ajustados a su piel. Se tendió boca abajo en la cama y yo me senté en un lateral. Apagué la luz porque dije que con la que entraba de la luna era suficiente. Y lo era. La luna ofrecía una luz cálida y lo suficientemente apagada como para vislumbrar e imaginar un cuerpo casi perfecto.
Empecé a masajearlo los dedos de los pies, con firmeza y pasó lentamente a sus pantorrillas, fuertes y duras. Mis dedos siguieron recorriendo la pierna hasta que llegué a los muslos y me encontré con la barrera de la tela negra del bóxer, que llegaba demasiado bajo, a medio muslo casi. Me entretuve un buen rato en esa zona hasta que decidí pasar a la espalda. Recorrí sus fuertes brazos, sus anchos hombros, su atractiva nuca, su poderosa cintura, su espléndida espalda de arriba abajo hasta que, bajando hasta los riñones, me tropecé de nuevo con esa barreta de tela negra.
Mientras masajeaba la espalda, ni qué decir tiene que mis ojos estaban fijos en su culo. Esos glúteos duros, perfectos, sugerentes, irresistibles… ¡Ay, quién pudiera sobarlos, tocarlos, acariciarlos, besarlos, olerlos…!
Estaba ya casi una hora con el masaje y, por mí, hubiese permanecido toda la noche. Mi padre se movía sospechosamente de vez en cuando y yo imaginaba que estaba disfrutando de una erección tremenda. A veces movía sus muslos y su culo para ajustarse la polla, enredada entre su peso y las sábanas; apresada y deseosa de libertad. En cuanto a mí, ya imagináis que estaba todo el rato con otra erección tremenda. A escasos centímetros de un cuerpo tan seductor y sin poder hacer nada de lo que yo quería. Era un suplicio.
-Estarás ya cansado. Déjalo. Muchas gracias. Buenas noches,- dijo mi padre despidiéndome.
-Ok. Espero que estés mejor de tu dolor.
-Claro que lo estoy, pero sufro por ti. Venga. Gracias y descansa.
Me levanté lentamente y me atreví a darle un cachete en el culo a modo de finalización del masaje. Fue breve pero noté que le gustaba tanto como a mí. No dijimos nada.
Me despedí y salí de la habitación. Fui al aseo a lavarme las manos y a orinar. Al pasar frente a su habitación, ya le oí su respiración pausada y varonil típica de cuando ya estaba durmiendo como un ángel.
La confianza me estaba dando temeridad así que, entré arrastrándome de rodillas, sin hacer ruido y me coloqué detrás del sillón, en el lugar más oscuro de la habitación para dedicarme a su contemplación.
Me senté cómodamente y empecé a toquetearme puesto que mi erección seguía en pie. Mi padre se volvió boca arriba y de nuevo apareció su tremenda erección, tirando hacia arriba la tela, a punto de hacer estallar sus bonitos calzoncillos negros. Medio en sueños se tocó el paquete y lentamente se deslizó los calzoncillos muslos abajo.
MMMMMMM. Su polla apareció enérgica, poderosa, fuerte, como un mástil. Sus cojones saltaron alegres y redondos, cubiertos de un vello suave y tierno. Casi gimo de placer al verlos.
Terminó de quitarse los calzoncillos y los lanzó ¿casualmente? hacia mi dirección. Cayeron a un paso de donde yo estaba y casi estoy seguro de que se oía mi corazón. Mi padre miró durante unos segundos hacia donde yo estaba pero después volvió a cerrar los ojos. Quedó un rato boca arriba mientras su fiera se apaciguaba, bajaba lentamente y quedaba reposada sobre sus cojones. Abrió sus muslos y el espectáculo que ofrecía era regio. Un polla caída levemente sobre dos hermosos cojones.
Pasaron unos segundos y oí la respiración tranquila de mi padre, que volvía al sueño… pero lentamente su polla se fue despertando de nuevo hasta que alcanzó las alturas máximas. Aquello era un árbol gigantesco, un obelisco de granito, una fiera temible…
Pero me extrañó que ante tamaña erección las manos de mi padre no hubiesen llegado ya a ese lugar maravilloso para poner en marcha aquella maquinaria perfecta de placer. Pasaron los minutos y aquella erección estaba aislada, sola, terriblemente sola. Los brazos Demi padre descansaba a su costado mientras sus piernas se agitaban de terrible dolor por no encontrar el placer que buscaba.
¿Y si fuera una invitación?
¿Me habrá visto entre sombras? ¿Por qué no se pajea?
Decidí arriesgarme y creer en lo que yo quería creer, que mi padre me estaba llamando sin llamarme. Lentamente me acerqué reptando hasta llegar al lateral de su cama, sin hacer ruido fui levantando mi cabeza hasta que estuve a escasos centímetros de la entrepierna de mi padre y… sin pensarlo más, saqué mi lengua y rocé aquella polla a punto de estallar. Hubo un silencio cósmico. Mi padre no abrió los ojos pero noté un movimiento de muslos, una abertura de muslos para presentarme el pastel que parecía indicarme: pruébalo ya.
Y eso hice. Abrí mi boca y comencé a lamer aquella polla poderosa.
(¿Queréis que siga…?)
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