Vampiros
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Cuentero.
Corría el año del Señor 1411 y en una apartada aldea de Rumanía, la vida se desarrollaba como en tantísimas otras de la Europa Medieval. Años antes había comenzado la epidemia más mortífera que conociera la humanidad y cerca del 60% de la población europea había sucumbido ante aquella terrible dolencia, transmitida por las pulgas que infectaban a las ratas, en una población que se bañaba una o dos veces al año y donde la higiene era totalmente desconocida, a tal punto que la esperanza de vida fuera de 25 años. Aunque en algunas zonas (como en esta zona de Rumanía) la epidemia no había sido tan severa y la mortalidad había sido mucho menor que en otras partes, muchos eran también los muertos a lo largo de todos los años que duró la fatal enfermedad.
La población del sexo femenino era mucho menor que la de hombres, pues además de las enfermedades propias de la época, abundaban los vampiros Moroi, los cuales en casi todos los casos preferían chuparle la sangre a las féminas que a los hombres, por lo que la cantidad de mujeres había mermado en forma alarmante y quienes conseguían una en matrimonio, podían considerarse sumamente afortunados. Esta situación hacía que las relaciones entre hombres, fuera cada vez más abundante, pero también sumamente peligroso, pues la Inquisición perseguía sin piedad a los que realizaban esas prácticas, consideradas por la Iglesia como cosas del diablo, y los que eran sorprendidos en hechos homosexuales, eran quemados en la hoguera sin piedad, y los que lo hacían, tomaban toda clase de precauciones para que nadie supiera que se dedicaban a esos menesteres.
Los vampiros poseían dos herramientas con las cuales se alimentaban: la principal era una especie de aguijón situado debajo de la lengua, o en algunas especies, parte integral de la lengua. En segundo lugar, poseían dos pequeños y agudos incisivos, unidos en la parte frontal de la boca, y cuya función consistía en penetrar la piel de la víctima en una superficie abarcable para la succión posterior. Al contrario de los colmillos literarios, los incisivos permitían al vampiro, abarcar con la boca la superficie lacerada, facilitando no sólo la succión, sino la reapertura de las heridas sin apartar los labios de la fuente de alimentación.
Al parecer, al Moroi le fascina el sexo en todas sus variantes, incluso las más alocadas. Puede realizar proezas amatorias que deberían catalogarse como épicas, razón por la cual, sospechamos que no todas las damas de Rumania lo consideraban un ser indeseable.
Lamentablemente, los héroes siempre encuentran un antagonista al que no pueden vencer, y el Moroi no está exento de esta regla. Es sabido en Rumania que lo único que espanta a un vampiro Moroi es la visión de una vagina. Lo curioso es que este vampiro es un adicto a dicho órgano, y lo que puede ser contradictorio a simple vista, en realidad no lo es, ya que el Moroi se destaca en sus artes amatorias de manera antinatural, el decir, vía analis, per upites, per colectorum, etc.
El aguijón de la lengua tenía dos funciones; desgarrar la piel y el músculo de la víctima, ya que los vampiros no sólo sacian su apetito con sangre. El aspecto sexual del aguijón reside en la zona en la que éste era utilizado. Los vampiros masculinos, acaso los únicos que se mencionan en los anales de la edad media, gustaban de las piernas femeninas, especialmente de la zona interna de los muslos.
Es de imaginar el terror que existía al pensar en la imagen de un ser grotesco salido de la tumba, aferrado a un delicado cuerpo femenino, desgarrando una zona cercana a los genitales con un aguijón, y chupando ávidamente la sangre de la misma, logrando al cabo de varios días de repetir lo mismo, que la infeliz muriera por desangramiento.
En una casa de esa aldea, una pareja de jóvenes hacía el amor como todas las noches, mientras que desde la oscuridad del jergón donde duerme, un jovencito de 16 años (cuya madre falleció con su nacimiento), observa ávidamente la escena que se desarrolla ante sus ojos, pues la luna llena penetra por una ventana enrejada (sobre la que cuelga una ristra de ajos para alejar los vampiros) y su luz da directamente sobre la pareja. La jovencita, solamente un año mayor que su hermano está arrodillada totalmente desnuda junto a su esposo, un agricultor de 18 años y le acarica con fruicción el enhiesto miembro. Suaves quejidos salen de los labios del muchacho mientras ella hace que el glande se cubra y se descubra mientras le sube y le baja el prepucio observando las pequeñas gotas que salen del orificio de la punta. Es un miembro grande y grueso y apunta hacia el techo como un poste clavado en el suelo. Después de un rato de ese juego, ella se levanta un poco, se agacha a horcajadas sobre él y se coloca la cabeza del miembro del joven a la entrada de su húmeda e hinchada vagina y comienza a bajar lentamente, haciendo que vaya penetrando poco a poco, sintiendo como se va abriendo paso a medida que ella desciende. Él por su parte va subiendo su región pélvica para tratar de acelerar su entrada en ella, y haciendo contracciones que hacen que, si esto es posible, se le ponga aún más rígida su arma viril. Ella también comenza a quejarse débilmente, echando su cuerpo hacia atrás, y con esto hace que sus pequeños pero bien formados senos se eleven y su silueta, de color plateado por la luz de la Luna, llegue con total claridad a los ojos de su hermano. Luego de subir y bajar unas cuantas veces, metiéndose completamente aquel tremendo miembro, su esposo comienza a acariciarle los senos, pellizcándole tiernamente los pezones, los que se ponen enhiestos. Con estas caricias, ella comienza a moverse cada vez más rápido, y él responde también acelerando sus movimientos al ritmo de ella, lo que hace que un sonido como de shup, shup, shup, se sienta cada vez más alto en aquella remota cabaña. Ellos tres vivían solos en esa cabaña, pues el padre de la pareja de hermanos, había fallecido hacía pocos años producto de la bien llamada "peste negra".
Mientras, en la soledad de su jergón, el jovencito ha comenzado a manosear también su bien parado miembro, aunque las dimensiones del mismo no son ni remotamente parecidas a las de su cuñado. Trata de no hacer ningún ruido para que la pareja no se entere de su juego, pero esto es innecesario, pues ellos ni aunque derribaran la puerta de la cabaña se enterarían de nada. Ya no emiten suaves quejidos, sino que son pequeños gritos que cada vez van aumentando en intensidad. El labrador se ha sentado y ella le ha pasado las piernas por la espalda y así, abrazados, entre gritos y jadeos, aumentan el ritmo de sus movimientos. Entonces el joven, sin sacar su miembro del interior de su compañera, la coloca con la espalda sobre el jergón y hace que las piernas de ella pasan por sobre sus hombros, haciendo que su formidable tranca penetre hasta lo más profundo de la joven y sus gordos testìculos se apoyan sobre el ano de la muchacha. En esa posición los gritos aumentan de frecuencia e intensidad, el ruido que hace el pene al penetrar y salir de la vagina cada vez es también mayor y entonces con un formidable quejido de ambos muchachos, terminan en un gran orgasmo, siendo secundados casi al unísono por el jovencito que dispara un gran chorro de semen que va a parar a la paja de la que está confeccionado su lecho, imaginando que es él y no su hermana quien recibe las embestidas de su fogoso y bien dotado cuñado.
Esta escena se repetía todas la noches, y a veces el jovencito podía observar lo que ocurrìa en el jergón vecino y otras veces, cuando no habìa Luna o su luz no daba sobre ellos, solamente con el sonido que emitìan, era suficiente para que se masturbara rabiosamente una y otra vez, pensando siempre que era él el objeto de la lujuria del joven labrador con su más que bien dotado miembro. El chico tenía un amigo de su misma edad que vivía con su familia, la cual era más numerosa, pero al igual que éste, la casa era de una sola pieza y en ella se realizaban todas las actividades familiares, desde comer a dormir. Sus padres que aún vivían, una hermana con su pareja, un hermano también casado y su hermano mellizo, se hacinaban en la pequeña cabaña y cuando alguna de las parejas comenzaba a practicar el sexo, todos los que estaban despiertos sentían los movimientos, quejidos, suspiros y el infaltable shup, chup, del miembro viril entrando y saliendo del sexo de la mujer. Los dos hermanos, que tenía que pernoctar en el mismo jergón y sin ningún tipo de vergüenza entre ellos, sacaban también sus penes e impulsados por los sonidos que llegaban hasta ellos, se hacían sendas masturbaciones, echando el semen hacia donde estuvieran apuntando en ese momento, cayendo el mismo muchas veces sobre el cuerpo del hermano, pero ellos simplemente se lo quitaban de encima con la ropa con la que dormían.
El más alto de estos jimaguas y el jovencito de la otra cabaña, solían reunirse mientras trabajaban en el campo del señor feudal para ayudar al sostén de sus respectivas familias y conversaban sobre lo que oían por las noches en sus casas y los deseos que les producían los mismos y, cuando tenían oportunidad, iban a descansar a un bosquecillo cercano y una vez allí se dedicaban a masturbarse uno al otro y alguna que otra vez se atrevían a tocarse sus traseros, aunque nunca habían intentado penetrarse con sus penes por miedo a que alguien se acercara y pudiera verlos en esa posición, lo que conllevaría a morir en la hoguera condenados por la cruel Inquisición. Pero como el deseo muchas veces puede más que la precaución, se pusieron de acuerdo para salir cada uno de su cabaña como si fueran a hacer sus necesidades en medio de la noche y reunirse en el bosquicillo para poder realizar completo el acto sexual sin tener que sufrir las consecuencias por ello. El miedo a los vampiros que rodeaban la zona les había impedido antes hacer algo así, pero el hecho de que nunca hubieran oído que un vampiro atacara a los miembros del sexo masculino, los alentó a reunirse esa noche para terminar de quitarse de encima los deseos de gozar de la penetración en otro cuerpo y ser penetrados y no eyacular solamente en las manos de ellos mismos o las de su amigo.
Cuando se hizo la noche y el joven matrimonio terminó su habitual acto sexual y quedó dormido por el trabajo del día y la lujuria de la noche, el jovencito salió en silencio de la cabaña, encaminándose con rápidos pasos hacia el cercano bosquecillo. Una vez allí, comenzó a llamar suavemente a su amigo y vio como una sombra surgía de la oscuridad y sin preámbulos comenzaba a tocarle todo el cuerpo. Esto hizo que el muchacho tuviera un rápida erección y entonces sintió que le zafaban las correas que ataban sus calzas y las mismas cayeron al piso, quedando desnudo de la cintura hacia abajo, entonces su acompañante le comenzó a acariciar el miembro y agachándose comenzó a chuparlo con fruicción. El chiquillo sentía sensaciones nunca sentidas, ni siquiera imaginadas. Entonces alguien comenzó a acariciarlo desde atrás y él pensó que era el hermano de su amigo. Luego de algunas caricias, comenzaron a sacarle el jubón y levantó los brazos para poder sacarlo por encima de su cabeza. Quien estaba detrás, comenzó a acariciarle el cuello y entonces se dio cuenta que no podía ser quien había pensado, pues era de menor tamaño que él, y aunque no podía imaginarse quien era, se dejó llevar por el placer que sentía. Comenzaron a besarlo en el cuello, a pasarle la lengua y a darle pequeños mordiscos. En algún momento le pareció que le clavaban algo puntiagudo, pero como casi no sintió dolor, no le dio ninguna importancia a ese hecho.
Mientras, quien estaba succionándole su erguido miembro, también le dio una pequeña mordida, mientras con su lengua le acariciaba el frenillo. Un torbellino de sensaciones se iban acumulando y cada vez perdía más el control de todo lo que le rodeaba. Sintió como le colocaban un miembro entre sus nalgas y que buscaba su orificio anal. Él ayudó con sus movimientos a que la penetración comenzara. Aquel miembro era tan grande o mayor que el de su cuñado, pero estaba totalmente resbaloso por la gran cantidad de un líquido baboso que salía del mismo y a pesar de que sentía cierto dolor, lo cierto es que mayor era el placer y ayudaba con sus movimientos a ser penetrado cada vez a mayor profundidad.
Quien se encontraba detrás de él, seguía chupando su cuello y el que estaba ahora sentado en el suelo delante suyo, continuaba en su labor de mamar su rígido pene. Entonces sintió que tenía una eyaculación enorme, que no se detenía, que con cada latido de su agitado corazón, salía otro poco de líquido de su interior. Mientras, el miembro que tenía metido en el ano, parecía que aumentaba de tamaño a medida que le daban chupadas en el cuello. El muchacho recordó los perros de la aldea, que cuando se la sacaban a las perras tenían sus miembros con una especie de grueso nudo que impedía se saliera de ellas y luego de mucho bregar, lograban soltarse de su pareja. Pensó que quien se la metía por atrás tenía el mismo problema que los perros.
Un dulce sopor lo iba invadiendo, las sensaciones de placer no mermaban, no sabía qué era lo que más le gustaba, si las mamadas que le daban por delante, lo que le metían por detrás o las chupadas que le daban en el cuello. Poco a poco todo fue desapareciendo de su mente, excepto el gran placer que sentía, pero que se iba fundiendo en uno solo, sin poder precisar donde. Una gran laxitud lo invadió, lentamente fue perdiendo sentido de todo lo que lo rodeaba y luego perdió completamente el conocimiento. Todavía aquellos dos seres siguieron en su labor de chupar y chupar, hasta que el mayor, sacó su enorme miembro de dentro del muchacho, separó sus labios del cuello del jovencito y con una especie de gruñido, le indicó al otro que todo se había terminado. El más pequeño soltó de su boca el ya fláccido miembro y se alejaron lentamente con sus labios llenos de sangre, dejando no uno, sino dos cuerpos juveniles uno cerca del otro, tirados en aquel claro del bosque, como si fueran dos muñecos de trapo rotos.
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