Verano de mi infancia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
—Ayer mi mamá me llevó a rentar películas al vídeocentro de aquí cerca —les dije a mis amigos. Prestaban mucha atención—, y mientras ella estaba ocupada pagando y platicando con la señora encargada (ella y mamá se conocían), entré al cuartito que tiene una cortina negra…
—¿Ése que tiene el letrero arriba que dice equis, equis, equis (XXX)? —dijo Román—, porque cuando mi papá me lleva a rentar películas, se mete a ese cuarto y dura muchos minutos y aparte no me deja entrar con él. Después sale con dos o tres películas que yo nunca veo, porque papá y yo vemos todas las películas juntos, pero esas jamás me las ense…
—¡Te irás a callar ya! Román —espetó Ramón, (siempre me pareció gracioso que si intercambiaban el lugar vocales de sus nombres, cada cual podría tener el nombre del otro.)—, deja que Neto siga —así me decían todos mis conocidos, como un apocope de Ernesto, que es mi nombre.
—Ah —continué—, y entonces entré y lo primero que vi fue una foto bien grande de un señora con el pipi de un señor en la boca.
Todos mis amigos emitieron una coreada exclamación de asombro, todos menos Ramón, que, no tan disimuladamente, se llevaba una mano a su entrepierna, estrujando su pequeño bulto, haciéndolo crecer al instante. Ramón era el mayor del grupo, ese mismo mes cumpliría los trece años.
—¡Que asco! —emitió Manuel, que solo tenia seis años.
—No, no es asqueroso, —dijo Ramón —eso es lo que todos los adultos hacen.
En la casita del árbol se hizo un instante de silencio mientras meditábamos el hecho de un pene en la boca. José, se rascaba la cabeza; Manuel, se sacaba un moco y lo embarraba en un tronco; Román, miraba distraídamente un pájaro que se posó en una rama, pero al ver la amenaza que nosotros representábamos, huyó volando; Ramón, seguía con la mano en la paquete, sobando, acariciando, mientras yo lo miraba de reojo un poco desconcertado.
—El pipi del señor era muy grande y gordo —expresé—… y con muchos pelos. Le llenaba la boca entera.
—¿Sabrá rico? —preguntó José, que al igual que Manuel tenía seis años.
—Pues yo creo que sí —contesté—, porque la señora sonreía.
—¿Cómo va a poder sonreír si el pipi era tan grandote como dices? — cuestionó Román.
—¿Yo qué sé? —respondí.
Decidí no contarles más a mis amigos, pero eso no fue todo lo que vi ese día.
Tan rápido había entrado, escapando de la vista de mamá que después de ver la fotografía, y la cantidad de películas con señoras sin ropa en la portada, me di cuenta de que no estaba solo en ese cuarto. Un señor se encontraba de espaldas, volteó al oír mis pasos y abrió un poco los ojos cuando se dio cuenta que era un niño el que acababa de entrar. Él se veía como de cuarenta y cinco años y tenía barba y bigote.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Me escondo de mi mamá, quiero darle un susto —mentí.
—Éste no es un lugar para un niño —dijo, aunque yo ya lo sabía, porque mi mamá nunca me dejaba entrar—. ¿Cuántos años tienes?
—Recién cumplí los siete —respondí.
—¿Y cómo te llamas chaval? —me preguntó mirándome de pies a cabeza.
—Neto —le contesté echando miraditas a la fotografía.
—Veo que te gusta mucho esa foto.
—No es eso —dije—, es que el pipi de ese señor es muy grande, yo lo tengo muy pequeño —diciendo esto me baje el pantaloncillo mostrándole mi diminuta verga, al tener siente años no conocía la vergüenza—, además no se por qué la señora lo tiene dentro de su boca.
—No te preocupes, ya crecerá —me dijo riéndose —, yo tengo el pene así de grande también, y la señora lo tiene en su boca porque mamar un pipi, como le dices tú, se siente muy rico. ¿Dónde dices que esta tu mamá? —me interrogó con una sonrisa en sus labios.
—Con la señora que cobra —le respondí. A lo lejos se escuchaban carcajadas—. La que se está riendo es ella. Siempre que venimos aquí mi mama se tarda mucho platicando con ella.
El señor fue a la cortina y sacó la cabeza dejando su cuerpo dentro. Regresándola al cuarto me dijo:
—Si me prometes que no le dirás a nadie te muestro el mío.
—Prometido —no veía nada malo en que dos hombres se mostraran sus partes privadas. Lo veía como cosa normal, como una cosa de hombres.
Se bajo el cierre, y rebuscando entre sus interiores saco una gran verga flácida, que, a mis ojos de niño, se veía más pequeña que la del póster. También se sacó los testículos.
—No es igual de grande —repuse.
—Es que no está dura Netito, mira, ven.
Yo me acerque mirando fijamente el órgano colgante. La piel de su polla y sus bolas era mucho más oscura que la piel de su cuerpo. Por las aberturas del cierre se escapaban traviesos vellos púbicos que coronaban el pene, y la bolsa que cubría sus huevos estaba llena de pelos.
—Si lo tocas un poquito se va a poner así de grande —su dedo índice apuntaba al miembro de la fotografía.
Me agarro las dos maños y las coloco en su pene. Mis manos apretaron ese pedazo de carne que se sentía tan suave y caliente al tacto. Después de unos segundos, mis pequeñas manos ya no abarcaban su grosor. Estaba durísima. El tomó mis manos con las suyas, grandes y peludas, y guiándome, recorría todo su palo moviendo adelante y atrás, adelante y atrás, adelante (mis manos tocaba su púbicos) y atrás (mis manos llegaban a la punta). A mi me gustaba ir mas hacia delante que atrás, porque cuando recorría todo su prepucio podía ver su cabezota, que ya empezaba a escupir un líquido transparente.
—Así, así. Sigue jugando —murmuraba. Soltó mis manos, y yo seguía solo.
Miré hacía arriba y me fijé en sus ojos cerrados y su boca abierta que jadeaba silenciosa, exhalando aliento caliente y agradable, mientras tanto yo jugaba y jugaba. Abrió los ojos y mirándome fijamente dijo:
—Te dije que la tenía como el de la foto.
—Si, ya me di cuenta —solté su pene.
—No, pero sigue —me dijo—, si la sigues tocando se pondrá mas grande.
—Está bien —en mi ingenua infancia no sabia que eso era imposible.
Seguía tocándoselo cuando él me interrumpió. Tapándose la verga con sus dos manos fue de nuevo a sacar la cabeza por la cortina. Yo no sabía que lo que hacía era ver si alguien venía. Su cabeza regreso con una sonrisa más pronunciada, hacía que sus dientes blancos relucieran. Dando unos pasos llego hasta donde estaba.
—Ya sé —dijo—, tú querías saber lo que era chupar un pipi, ¿no?, como la señora de la foto. Pues ven y mételo en tu boca.
—No sé —respondí —, es muy grande, no creo que me quepa y a demás por ahí orinamos.
—Anda, verás que si te cabe y sabe muy rico. Aparte esta puede ser tu única oportunidad, después nadie te va a dejar chuparle el pipi.
—Está bien —me convenció—, pero solo un poquito.
Me acerque a él y tomé su miembro con los dedos de mi mano derecha para después abarcarlo con toda la palma. Sentía su tubo de carne caliente y palpitante, venosa y peluda. Deslicé su prepucio hasta que mi mano toco su velluda base, y ahí estaba su cabeza húmedamente babeante, colorada. Sus manos se posaron rápidamente detrás de mi cabeza, aferrándose con un poco de fuerza a mi cabello corto. Formé con mis labios una “O” abriendo la boca lo más que pude. Sus manos empujaban lentamente deshaciendo los centímetros que separaban mi boca de su verga.
—NETOOOOO —gritaron desde lejos.
El hombre dio un brinco de susto y metió desesperado su pene dentro de su pantalón. Subió la cremallera tan rápido que casi se pellizca el prepucio.
—Creo que te llaman —dijo jadeante y con una leve mueca de dolor..
—Si —dije—, es mi mamá. Será mejor que me vaya, pero antes déjame probarlo —señale su entrepierna.
—No, no, no, no —emitió casi ahogándose y moviendo el dedo índice a los lados como un veloz parabrisas de coche. El sudor perlaba su frente—, si te portas bien y no le dices a nadie lo que hicimos, la próxima vez que te vea te lo doy a probar.
—Está bien —dije con una sonrisa pintada en el rostro. Sacudí un adiós con mi mano y me retiré del cuarto de pornografía.
Mi madre seguía platicando distraídamente que no vio que había salido de dicha habitación. Supuse que ella creía que yo estaba mirando el estante con películas animadas así que me dirigí hacia allá.
Mamá gritó mi nombre de nuevo y decidí no hacerla esperar más. Se despidió de la señora y se encamino a la salida, yo la seguía unos pasos atrás. Cuando pasé al lado de las cortinas del salón de pornografía, el señor asomo la cabeza y posando su dedo sobre los labios, emitió un inaudible Shhhhhh.
—Tengo sed —se quejó Román—, quiero una soda de naranja.
—Yo tengo hambre —dijo José.
—A mi se me antoja un poco de goma de mascar — expresó Manuel—. Vamos a la tienda.
—Vamos —dijeron los otros dos.
—¿Ustedes no van? —preguntó Manuel.
—Yo no —Ramón y yo respondimos de la misma manera al unísono.
SEGUNDA PARTE ESCRIBIENDOSE.
Hoy por casualidad entró en este sitio y al leer tu historia veo que muy similar a un evento de mi infancia un encuentro que recuerdo con cariño ya que fue una agradable experiencia pese a mi corta edad era un niño muy precos