Viaje a Antalya (Turquía)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por elalcalde.
Hay algo que me gusta de estar sin trabajo: la libertad que tienes para hacer cosas cuando quieres.
Por ejemplo, viajar.
Al estar sin trabajo y con Jesús jubilado, nos hemos podido ir a Turquía del 28 de noviembre al 5 de diciembre.
Antalya.
Salimos el martes por la tarde, a las cinco.
Como tenemos que estar antes, comemos en el aeropuerto.
En el aeropuerto de Antalya nos espera un autocar que nos lleva hasta el hotel, que se encuentra en una de las playas.
Llegamos al aeropuerto a las 10 de la noche y tardamos como media hora en llegar al hotel.
Pero allí son dos horas más que en Madrid, así que el reloj de recepción marca las doce y media de la noche.
El hotel parece bastante nuevo y las habitaciones son espaciosas y con dos camas unidas muy amplias.
Hace una temperatura muy agradable, sin calor ni frío, que nos permite ir con un simple jersey.
Tenemos varias excursiones programadas, por lo que solamente tenemos libres el viernes y el sábado.
El jueves, después de la cena (que la realizan pronto, sobre las ocho y media), paseamos por el hotel.
Me gusta el hamman, todo enlosado de cerámica a cuadros azules y blancos alrededor de una especie de pileta o piscina en el centro.
Nos dejan pasar porque no hay clientes, pero al rato un muchacho de unos veinte años, que solo lleva una toalla alrededor de la cintura, nos pide que nos vayamos porque tiene que dar un masaje.
Nos cruzamos con la mujer que llega al masaje, una alemana alta y de no menos de cincuenta años, envuelta en un albornoz blanco y con una toalla en la cabeza tapando su pelo.
Aproximadamente hora y media después la vemos salir del hamman, el pelo rubio suelto y mojado y el albornoz.
Detrás de ella, el muchacho, que nos sonríe.
Sigue con la toalla alrededor de la cintura y me parece ver, según pasa por delante de nosotros, que no lleva nada debajo.
Mi mente calenturienta se pone en marcha y me excito inventando lo que ha pasado en el hamman.
Le digo a Jesús que me gustaría que nos dieran un masaje.
Antes de subir a la habitación, le veo hablando con la persona de recepción.
Me dice que ha contratado un masaje para el viernes.
Las excursiones del miércoles y del jueves han sido cansadas y el viernes nos levantamos tarde.
El masaje lo tenemos por la tarde noche, así que nos dedicamos a nadar en la piscina y a andar por la playa.
El hotel está bastante lleno.
Cuando subimos a la habitación después de comer, nos encontramos un papel encima de la cama: es un aviso del hamman recordándonos la hora del masaje y con instrucciones: hay que ir con el albornoz y un bañador no muy amplio.
Como siempre, mi albornoz apenas me llega para envolverme.
Cuando bajamos al hamman, nos están esperando dos muchachos.
Uno es el del otro día.
Ambos llevan una toalla a la cintura.
Pasamos y cierran la puerta.
Hay un ambiente de mucha humedad y hace calor.
Nos ayudan a quitarnos el albornoz y lo cuelgan en unos clavos en la pared.
Uno de los muchachos le indica a Jesús con la mano el irse con él hacia el otro lado de la piscinita de en medio.
Allí, le indica una especie de cama de piedra.
Se ha ido poniendo una especie de niebla que me impide verles bien.
Con una gran sonrisa, el muchacho del otro día me hace gestos de que me quite el bañador.
Como me ve dudar, se quita él la toalla.
Como me parecía, no lleva nada debajo.
Tiene una polla alargada, más oscura que el resto de su piel, sin pelo.
No me parece pequeña: la tiene en reposo y es como mi dedo corazón de larga, aunque, evidentemente, más ancha.
Le hago caso y me quito el bañador.
Me indica que me tumbe en otra cama de piedra.
Antes de que me acueste, la moja varias veces con agua de la piscina.
Cuando me tumbo, noto el calor del agua en mi espalda.
El muchacho me indica que me dé la vuelta y me ponga boca abajo.
Me ayuda.
Tiene unas manos más bien ásperas, pero es agradable su contacto.
Veo a los dos muchachos agacharse en la piscina, cada uno a un lado, y empiezan a hacer movimientos extraños con una tela.
No tardan en tener entre las manos una enorme bola de espuma que se aprestan a extender por nuestros cuerpos (me imagino que también a Jesús, porque no puedo verle en la postura en la que estoy).
El muchacho empieza a restregarme el cuerpo con energía.
De vez en cuando, se desplaza de nuevo a la piscina para volver con otra bola de espuma que extiende sobre mi cuerpo.
Sus manos se deslizan con rapidez sobre mi piel.
Me frota la espalda, los brazos, las piernas.
Luego me abre las piernas y me frota el culo sin ningún miramiento.
Me noto lleno de espuma.
No puedo evitar empezar a sentir sus manos de una manera especial.
Noto mi erección.
El muchacho también.
Sus manos profundizan entre mis muslos y frotan mi polla.
Alzo mi cintura para dejarle llegar con más facilidad.
Pero el muchacho deja mi pene y vuelve a frotarme la espalda, los brazos, las piernas… y luego vuelve a mi culo.
De vez en cuando, vuelve a empujar mis piernas para abrirlas.
En un momento, tira de mis caderas hacia arriba.
Pienso que va a volver a coger mi polla y acompaño sus manos para subir mi cintura y dejarle pasar.
Pero no es eso lo que busca.
Sujeta mis ingles con sus manos para echar mi culo hacia atrás y me empieza a penetrar.
Cuando mete la cabeza, se para.
Me imagino que está esperando mi reacción.
Me aprieto suavemente hacia atrás, invitándole a seguir.
No hace falta que se lo repita: se entierra en mi culo y me empieza a follar mientras sus manos recorren mis flancos.
Solo en ese momento me doy cuenta de que no estamos solos y busco con la mirada a Jesús: no le veo.
La neblina ya ha desaparecido y aunque mira alrededor por todo el hamman, no le encuentro.
El muchacho se da cuenta y se para, saliéndose de mí.
Me hace señas para indicarme que se fueron.
Afirmo con la cabeza para indicarle que le entiendo.
Me sonríe y sujeta mi culo para volverme a colocar mientras me dice algo que entiendo que es como una pregunta de si continúa.
Le devuelvo la sonrisa y vuelvo a afirmar con la cabeza mientras me dejo colocar y me entrego.
Termina dentro de mí un buen rato después de que yo me haya corrido.
Me invita a entrar en la piscina y me lava cuidadosamente.
Luego me seca con unos trapos que parecen sábanas más que toallas.
Cuando estoy bien seco, me acaricia todo el cuerpo suavemente antes de ponerme el bañador y el albornoz y atarse él una toalla a la cintura.
Salimos.
Jesús está en una mesa bebiendo un té.
El muchacho me acompaña a la mesa y me separa la silla para que me siente.
Luego se despide con una amplia sonrisa.
– No te he visto salir.
Habéis tardado poco.
– Contraté un masaje de media hora para mí y uno de una hora para ti, pero has tardado casi hora y media.
¿Te ha gustado el masaje?
– Sí.
¿Y a ti?
– Bueno.
Tanta parafernalia con los trapos para sacar espuma tampoco me parece impresionante.
Ha sido un masaje normal.
– Ya.
A mí sí me ha gustado.
– ¿Quieres que te contrate otro para mañana?
– No me importaría.
¿Tú quieres?
– Te lo contrato para ti.
Yo paso.
– Vale.
Se va directamente hacia recepción.
Al día siguiente, sábado, vuelvo solo al hamman.
Me recibe el otro muchacho.
Pasamos al hamman y me desnudo.
Veo que él no se quita la toalla.
Le pregunto por el otro muchacho por señas.
Al principio no parece entenderme, pero luego abre los ojos, me indica que me tumbe y que espere con la mano y desaparece.
Apenas dos minutos después aparece el muchacho de ayer, sonriéndome.
Mientras se acerca, se quita la toalla.
Viene empalmado.
Le sonrío.
Le tiro un beso y me tumbo boca abajo, entregándome.
Repite el masaje del día anterior.
Me deja aún más satisfecho.
El domingo y el lunes me resulta imposible hacer un hueco para intentar un nuevo masaje.
El martes es el día de vuelta.
Tenemos que salir del hotel a las 11 de la mañana.
Le digo a Jesús que me gustaría despedirme del hamman.
Me levanto a las siete de la mañana y bajo.
Está cerrado.
Pregunto en recepción a una mujer morena.
No consigo hacerme entender y solo saco la conclusión de que el hamman está cerrado.
Estoy a punto de rendirme cuando se acerca un hombre de unos cincuenta años, calvo y sonriente.
Me resulta un poco untuoso.
Sabe algo de español.
Le digo que me gustaría que me diera un masaje el mismo muchacho que me ha dado los dos anteriores.
Me pregunta el nombre.
Como no lo conozco, mira en el ordenador y alza las cejas sonriendo.
– Ya, ya… ¿Va a querer un servicio completo?
Ha bajado la voz y me lo pregunta con un tono de confidencia.
Asiento.
Vuelve a preguntarme con voz aún más baja.
– ¿Es usted novio o novia?
Pienso en si contestarle con alguna grosería, pero al final considero que no me voy a arruinar mi última oportunidad.
– Novia.
– Entonces yo no le sirvo.
Espere un momento, por favor.
Se mete a la oficina interior y le veo llamar por teléfono.
No tarda mucho en colgar y volver a atenderme.
– Necesita diez minutos.
¿Puede esperar?
– Sí.
– Puede esperar en la mesas del té, en la entrada del hamman.
¿Necesita alguna cosa adicional?
Ha vuelto a bajar la voz para preguntar.
Niego con la cabeza mientras me dirijo hacia el hamman.
Apenas cinco minutos después le veo acercarse.
Lleva un pantalón blanco y una camiseta amplia también blanca.
La zona de entrada al hamman está totalmente vacía, así que el muchacho no se corta y me lanza un beso desde la distancia.
Miro hacia recepción y veo que el hombre que me ha atendido sonríe.
Me olvido de él y le devuelvo el beso mientras le observo acercarse.
Tiene la cara de haberse despertado ahora mismo.
Cuando llega a mi lado, me dice algo que no entiendo.
Me aprieta el culo para empujarme hacia la puerta del hamman.
Me dejo tocar y llevar.
El hamman está oscuro y frío.
Vuelve a cerrar la puerta y me lleva hacia recepción.
Habla algo con el hombre que me ha atendido.
– Me dice que el hamman está demasiado frío.
¿Quiere que le facilitemos una habitación?
Le digo que sí.
Me da una llave.
– ¿Se lo pongo en la habitación como masaje en el hamman?
– Claro.
El muchacho ha permanecido todo el rato cogiéndome la mano.
Mira el número de habitación y me lleva hacia un ascensor.
No tardamos en llegar a una habitación con una cama amplia.
Es el muchacho el que abre la puerta y el que la cierra.
Me quita el albornoz y el bañador y luego se desnuda.
Me lleva a la cama.
No se entretiene en preámbulos: me coloca y me posee.
Vuelvo a la habitación a las nueve.
No me he lavado: se me hacía excesivamente tarde.
Me he mojado el pelo y la cara y he vuelto a la habitación con el tiempo justo para vestirme, hacer la maleta, bajar a desayunar con Jesús y esperar a que nos recojan para ir al aeropuerto.
En el avión, Jesús me pregunta por el masaje de la mañana.
– Perfecto.
Me ha dejado de maravilla.
– No sé cómo te gustan tanto esos masajes.
– Yo tampoco sé cómo me gustas, pero me gustas.
Sonríe complacido.
Llegamos a Madrid a las siete de la tarde, aunque realmente son las cinco.
Aún conservo su leche en mi culo.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!