Virginidad anal en manos de un gay experto
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
A pesar de ser más bien delgado y no tan alto, siempre fui un gran futbolista, por lo que con 19 años recién cumplidos ya integraba la selección de futbol de mi Universidad.
Una vez, luego de una práctica, me quedé efectuando tiros libres, ya que a pesar de que eran mi fuerte, quería hacerlo mejor. Siempre nos quedábamos de a tres, pero esta vez uno de los chicos no asistió por enfermedad, y el otro tenía deberes universitarios, así que se retiró, y yo me quedé sólo.
Cuando empezaba a oscurecer me fui a las duchas, me bañé pero con la intranquilidad de sentir que alguien me espiaba, luego me sequé, me amarré la toalla en la cintura, me senté en el taburete y me dediqué a masajear mi muslo posterior derecho con una crema analgésica, ya que padecía de una ligera lesión. Me eché de espaldas en aquella banca para descansar un ratito, y presa del cansancio me quedé dormido.
Me desperté sobresaltado cuando mencionaron mi nombre aunque no me levanté. Era el entrenador que venía a bañarse, estaba parado frente a mí desnudo con una minúscula toalla en la cintura, con su pecho amplio lleno de vellos y dejando ver sus poderosas piernas. Había rumores de que era gay por lo que me sentí muy incómodo, ya que a mí me gustaban las mujeres. Me preguntó por qué olía a crema analgésica, y le respondí. Entonces me dijo que una lesión de ese tipo no era cosa de juego, me dijo que no me levantara y se dedicó a examinar mi muslo. Luego me agarró del tobillo con una mano y con la otra mi muslo y empezó a flexionar suavemente.
– Duele? – me dijo.
– Sólo un poco – le respondí.
Para esto, los ligeros toques que me daba me despertaron una inquietud, se me erizó la piel y mis vellos, pero no sabía a qué atribuirlo.
Luego estiró mi pierna y puso mi pantorrilla en su hombro y se recostó hacia mí, flexionándola, lo cual era una práctica normal de estiramiento.
– Duele? – dijo de nuevo.
– No, creo que no. – le repliqué.
Ahora se recostó más, y pude sentir que me pegaba su bulto, apenas cubierto por su toalla, justo por mi zona anal desnuda, ya que mi toalla se había recogido hacia mi cintura.
– Y ahora? – dijo, balanceándose hacia adelante y hacia atrás.
No pude responder de la impresión de sentir cómo restregaba su paquete, que parecía pugnar por entrar en mi virginal orificio, tratando de atravesar la toalla, seguro que estaba en su máxima expresión por el dolor que me causó.
– Duele un poco más – le dije al fin, aunque no me refería a mi muslo.
Y siguió en la faena, con lo que instintivamente me comenzó a crecer la polla y mi ano se contrajo, al tiempo que se deshizo el nudo de mi toalla y se cayó abrazando la banca.
– Aaaaay – me quejé, ya que su glande había encontrado mi esfínter anal, sólo separado por su toalla.
– Ya ves que sí duele – me dijo con la mayor naturalidad del mundo, pero con una sonrisa de doble sentido y mirando con descaro mi agujero cerrado.
– Esto hay que tratarlo ya mismo – me dijo – después de lo que haré, ya no te dolerá más.
Dudé pensando a lo que se refería. Se levantó, me dijo que siguiera ahí, en posición como si fuera a dar a luz, y con el falo apuntando al techo, buscó en su bolso una crema y me comenzó a frotar el muslo. Era una crema muy suave, parecía una crema de manos, por el olor. Cuando estaba con las manos embadurnadas de crema se le cayó la toalla, y pude ver de reojo la más monstruosa polla que he visto en mi vida: de unos 22 cm., recta, muy gruesa en la base y disminuyendo justo hasta antes del lustroso glande, el cual era voluminoso, tanto como la base, parecía el hongo de la bomba atómica, y el tronco estaba adornado de venas que lo surcaban como ríos de lava a punto de erupcionar. No pude evitar seguir mirándola, un rayo eléctrico bajó de mi nuca hasta mis pies, no supe qué me pasaba.
– Uy! Se me cayó la toalla – dijo – no puedo recogerla, no quiero mancharla – y me enseñó sus manos llenas de crema – espero que no te importe.
– No…no hay problema – alcancé a decir, mirando el techo, recriminándome por la atención que me había provocado su prieta estaca, y tratando de restarle importancia al asunto, total yo no pretendía nada con él, y si quería que se lo tiren, definitivamente no sería yo, a mí me gustaban las mujeres.
Cogió el pomo de crema de nuevo y se echó otro poco en las manos, con tan mala fortuna, que se le cayó justo en el inicio de mi raya, debajo de mis testículos hasta ir a dar a mi ano, que se empozó de ella.
– Mil disculpas! – dijo y de inmediato comenzó a limpiar con su dedo índice mi ano. En ese momento mi pene dio un brinco y mi ano se contrajo por segunda vez.
– No hagas eso! – me dijo – te estás tragando la crema!, te va a arder!.
Lo cual era cierto, un ligero ardor comenzó a cundir el ingreso de mi túnel inexplorado. Traté de aflojar el esfínter, por lo que me dijo:
– Así, así, relajado. Voy a tener que sacar la crema de adentro porque se ha metido un poco.
Y sin esperar palabra me metió un dedo, que sentí muy grueso, y me dolió, después comenzó a hacer círculos y a sacarlo, lo limpiaba con papel higiénico y de nuevo lo metía, cada vez más profundo, y así durante un minuto, con tanta amabilidad que me olvidé que me estaba dedeando. Luego me dijo que debería meter otro, ya que la crema se había esparcido, hice una mueca de desaprobación, pero no sé por qué callé, así que lo tomó como si aceptara. Estuvo un rato con dos dedos, que me pareció eterno, hasta que me dijo que ya estaba bien, yo, muy educado, le agradecí.
Luego, empezó a flexionar mi pierna nuevamente, como al inicio, pero como estaba sin toalla, su glande embocaba mi recientemente manoseado agujero, haciéndome caricias nuevas que inexplicablemente me empezaron a gustar.
– Te duele? – me preguntó.
– N…o – apenas pude decir, pero era la verdad.
– Entonces sigo – me dijo.
Cerré los ojos, y volteé mi rostro, porque con todo su peso había flexionado totalmente mi pierna que yacía en su hombro, y ya tenía su cara encima de la mía. Aprovechando esto, me comenzó a besar y meter su lengua en mi oreja, lo cual me empezó a aflojar, ¡maldita sea mi zona erógena!.
Luego me volteó mi cara hacia al frente y empezó a besar mis labios, al tiempo que yo los apretaba, para que su lengua no entrara, pero en mi vientre sentí como unas cosquillas que ascendían por mi pecho y hacían crispar a mis tetillas. Esto produjo que entreabriera la boca por instinto, resquicio que aprovechó su lengua para juguetear con la mía. La excitación se había apoderado de mí, pero sentía que aquello estaba mal. Por lo que apreté mi orificio anal, el cual hizo un leve y suave murmullo, al estar empapado por la crema.
Entonces sentí la cabeza de su tranca apretar más, de vez en cuando resbalaba sobre mi aro por la lubricación de la crema, pero recuperaba rápidamente la precisa posición de ataque. Mis fuerzas ya no me daban para mantener aquella estoica batalla, por lo que de un momento a otro, como tela que se rasga, mi pobre arandela cedió ante el invasor, ingresando todo su glande, calzando perfectamente en su corona, provocándome un dolor imposible de soportar, traté de apretar mi ano para sacar al usurpador, pero no me respondía por el dolor. Él lo sintió y se quedó quieto por unos momentos. Yo cerraba los ojos fuertemente y apretaba la banca con mis manos. No podía hablar, sólo de vez en cuando gemía de dolor y respiraba fuertemente cual parturienta.
– Qué pasa? – preguntó.
– Me…me duele – dije casi con mi último aliento, ya que sentía morirme.
Sonrió con una cara paternal y me dijo:
– Pero si me estoy quedando quietito! – me dijo, con toda dulzura, que hacía olvidar la violación.
– Gr…racias – repuse, pecando de amabilidad.
Así pasaron unos diez minutos, en los que el dolor disminuyó, sería porque mi ano se acostumbró al nuevo inquilino, o porque su boca revoloteando por mi cuello me producía placer. Aún así, sentía que su cabeza había crecido dentro de mí, sentía el palpitar de su casquete. A pesar que no lo veía, percibía que se estaba sonriendo.
– La voy a sacar – me dijo – no quiero hacerte daño, tienes que relajarte, y pujar un poquito, porque sino te va a doler más.
Me pareció algo lógico. Comencé a respirar más despacio, a tratar de relajarme y a pujar, para zafarme de aquel mástil, sentí mi ano distenderse lentamente, y aún así me apretaba el formidable ariete. Aspiraba y pujaba, aspiraba y pujaba, y el olor a sexo me mareaba, cuando me sintió totalmente relajado, y en el mayor de mis pujos aprovechó y de un solo golpe de cadera me la metió toda, quedando mi anillo pasando completamente su glande, sentí perfectamente que estaba enganchado en su forma. Si bien me dolió, no fue tanto como esperaba. Aún así me quejé:
– Mffff!…me dijiste que me la ibas a sacar! – le grité más con placer que con indignación.
– Cambié de opinión – me dijo – pero si ya no te duele!.
Lo peor de todo es que era cierto. Entonces, como no respondí a eso, comenzó a moverse de atrás hacia delante, y en cada embestida sentía que ganaba centímetros, hasta que sentí que mi anillo, había casi duplicado su diámetro, por fortuna, sentí también sus bolas golpear en mis nalgas. El hecho estaba consumado.
Ya alojado en su total extensión, y sin parar de moverse, por primera vez sentí el masaje prostático del que había escuchado alguna vez, y la verdad me encantó tanto que gotas transparentes comenzaron a salir de mi pija.
Inició lentamente una aceleración impensable para un ser humano, mientras yo gemía ahora de placer cada vez que me llegaba al fondo, arañándole sus caderas. Así transcurrieron otros diez minutos, en un vaivén avivado por las palmadas rítmicas que le daba su pubis a la mía. Me la sacaba hasta la punta de su glande y me la metía de pronto, luego en círculos, lo que resultaba en un loquerío de gritos míos y suaves palabras tranquilizadoras de él. Hasta que perdió la compostura que hasta ese momento exhibía: sentí que me la clavó con furia nueve veces, a la décima parecía que había entrado más profundo, y me la dejó ahí. Entonces experimenté algo indescriptible: su tronco comenzó a temblar desde la base, temblores se convirtieron en espasmos, espasmos que luego fueron contracciones, contracciones que se tornaron en una serie de explosiones que traían una marea caliente de eyaculación, alojándose en lo más profundo de mi ser, olas de esperma me bañaban interiormente. De nuevo la empezó a mover y yo sentía que su polla nadaba en un océano de viscoso placer.
Lo alojó en el fondo, tomó viada y me lo sacó de golpe y sentí un ¡floc! proveniente de mi ano, todo el aire comprimido salió de pronto. Sentí un alivio pero al mismo tiempo la necesidad de seguir llenando ese vacío que me había dejado tan imponente ariete.
Me alcanzó papel higiénico, me limpié lo mejor que pude, él se bañó y se fue diciéndome que en la próxima práctica continuaríamos con el masaje. Yo no respondí.
Me quedé echado, adolorido, pensando en lo que había hecho. Sentí que salían sus espesos líquidos por mi ano distendido, escurriéndose lentamente en forma continua, sin romperse, hasta el suelo, formando un pequeño charco, pero no me importó. Me quedé dormido nuevamente, pero esta vez totalmente laxo por aquel nuevo ejercicio.
Me despertó de pronto un grito:
– Te gustó como te cogió el profe?!
Era el conserje, un hombre regordete, bajo y peludo, que con su trapeador y su balde preguntaba con una sonrisa maliciosa, enseñándome al mismo tiempo su celular con una foto oscura pero inequívoca de mi primera vez. Era quien me había estado espiando desde el inicio. Y allí empieza la segunda parte.
Comentarios: aceroduro@hotmail.com (Lima, Perú)
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