Visita a mi hermano mayor: La precuela
Bryan de 42 se despierta desnudo al lado de su hijo de seis y su hermano de treinta. Va hacia el living con su pichula colgando, se sienta en el sillón, abre una cerveza y comienza a recordar como inicio a su pequeño hermano..
Disclaimer: El relato es largo y comienza lento, pero les prometo que valdrá la pena seguir leyendo si les han gustado mis otros escritos o si gustan del sexo bdsm rudo incestuoso entre personas con una gran diferencia de edad.
Desperté por la luz del sol que se filtraba por la ventana del patio interior. A mi izquierda tenía a mi pequeño hijo de seis blanquito, fibrado y culoncito desnudito pegado a mi pezón. A mi derecha a mi hermano menor, ya de treinta, musculoso y velludo como yo con su cara en mi entrepierna. Al contemplar la imagen sonreí, estaba en el paraíso.
Me levante con cuidado de no despertar a ninguno de mis putitos, fui al baño desnudo y tire un gran chorro de meado. Luego fui directo al living, agarre una chela, me hice dos rayas de jale y me quedé sentado en el sillón con las piernas abiertas acariciando mi verga de 20cm. Mi trío de la noche anterior me trajo a la mente aquellos gloriosos años en los que entré a mi hermano como mi putito personal.
Todo comenzó cuándo tenía 10 años y mi mamá se emparejó con el Jorge. Un auxiliar de aseo que trabajaba en el mismo hospital donde ella se desempeñaba como TENS. El weón era alto, medio rusio, ojos verdes, musculoso y wena onda. Cuando se fue a vivir a nuestra casa al tiro nos llevamos bien y rápidamente se convirtió en la figura paterna que nunca tuve. El me motivo a jugar más a la pelota, a hacer ejercicio, a ponerme perfume y a ser canchero con las minas. Así paso un tiempo hasta que mi mamá quedó embarazada. Al principio fue alegría en la casa, pero al poco tiempo el embarazo se complicó y ella quedó hospitalizada por un par de meses, así que me quede a cargo del Jorge.
Un viernes después de unas semanas de que mi mamá estuviera en el hospital, el Jorge me llamo a su pieza en la noche y me dijo que era hora de enseñarme a ser hombre. El weón estaba en pelota con su tula parada -no tan grande pero si super gruesa- mirando porno, tomando chelas y jalando coca. Me invitó a sentarme al lado de él.
-Ya cabro chico, es tiempo de que aprendai como se tratan a las maracas, todas las minas se hacen las princesas, pero en el fondo les encanta que uno sea un animal con ellas. Pero antes deja cachar como andai de pico. Yo tenía 11 años, casi doce y ahí estaba con la pareja de mi mamá al lado sacándome el short que traía. Recién me estaban saliendo los primero vellos, pero ya tenía una verga de unos 13cm bien gorda para mí edad. El Jorge la tomo con las manos como sopesándola, lo que hizo que se me pusiera durísima. Después de un rato la soltó y me dijo:
-Bien cabro chico, vay a tener la media pichula weón, además eri alto y si seguí haciendo ejercicio vay a ser el medio weón, toas las maracas van a querer contigo, así que es mejor que aprendai desde ya como tratarlas -dicho eso tomó el plato con merca, inhalo una raya, me acercó el plato a mí- Ya campeón inhala una línea que hoy tengo hartas weas que enseñarte.
Tímidamente inhale esa línea de coca que me dejó eufórico y ese día inició mi entrenamiento de como ser un buen macho. Las bases, como ya les comenté, las tenía, ahora el Jorge me enseñó la parte sexual. Durante noches vimos todo tipo de porno, hombres pichulones pegando bofetadas a rubias imberbes antes de obligarlas a mamar, gigantes musculosos ahogando por la garganta a asiáticas menudas, negros ensartando sin piedad por el culo y la vagina a latinas culonas y más. Mientras veíamos esas películas el Jorge me daba indicaciones de como proceder en las conquistas para luego someter a las minas en el sexo.
Así pasaron dos meses hasta que mi mamá dio a luz a mi hermano. Cómo ella volvió a la casa con el Jorge paramos nuestras noches de entrenamiento, pero yo ya estaba listo para debutar. Por desgracia, si bien tuve varias pololas (novias) ninguna me dejó avanzar más allá de darles besos y tocarles un poco las tetas.
Así fue por tres años, hasta mi cumpleaños número quince. Gracias a los consejos del Jorge y la buena genética, a esa edad ya media mi metro ochenta y cinco, tenía grandes bíceps, piernas, espalda y pectorales, una fina capa de pelo cubría mi cuerpo y mi pichula ya estaba en su esplendor de veinte por ocho centímetros. Pero aún así seguía siendo virgen.
El Jorge, mi figura paterna y modelo a seguir, estaba al tanto de la situación, así que ese día -con la excusa que iríamos a celebrar mi cumpleaños acampando- me llevo a un puterío dónde pude poner en práctica todo lo que mi padrastro me había enseñado en teoría. Me culie a cuatro putas con el Jorge mirando y supervisando que hiciese bien mi trabajo. Esa es una de mis noches más preciadas.
Después de ese día mi confianza aumentó y empecé a tener todas las minas que quería, eso sí, ninguna duraba mucho conmigo por mi lado salvaje y porque mi pichula, según ellas, las dañaba. Con el Jorge seguíamos teniendo harta confianza y yo le contaba todas mis aventuras.
Así fue hasta que cumplí 17 y mi mamá echó al Jorge porque lo pilló cagandosela con otra mina, antes de irse, el Jorge apenado, me pidió que me hiciera cargo de mi hermano chico, que ya tenía cinco años. Y vaya que me hice cargo de él.
Antes de continuar tengo que contarles como es la estructura de nuestra casa. Nosotros vivimos en la periferia de nuestra ciudad, en una casa antigua con un gran terreno. Las paredes de la casa son de adobe, buenas para aislar el sonido, al entrar hay que atravesar un gran pasillo que tiene varias habitaciones clausuradas por su mal estado y la casa está rodeada de patio por los cuatro costados. Cómo en la casa solo vivíamos mi mamá, mi hermano y yo, desde que se fue el Jorge mi hermano comenzó a dormir en mi misma habitación, mientras se juntaba plata para habilitar alguna de las habitaciones clausuradas.
Dicho esto, continuemos con la historia. Me bajonie mucho desde que el Jorge se fue, al principio nos juntábamos, pero después encontró otra mina y se olvidó de nosotros. Pero yo quede con el compromiso de hacerme cargo de mi hermano. A pesar de tener cinco años lo llevaba a trotar y hacíamos ejercicios juntos, le instaba a actuar como un pequeño machito, le convidaba perfume, lo metí a jugar a la pelota. Él tenía que ser todo un macho, como su padre y su hermano.
Bajo esa misma lógica, yo solía andar en pelota en la pieza con el pico colgando, me masturbaba al lado de él y a veces cuándo llevaba minas lo dejaba ver. Pensaba que así aprendería como culea un macho de verdad, pero de a poco comencé a notar algunas cosas extrañas, como que me miraba mucho la pichula o que a veces se ponía a oler mis bóxers usados. Yo me hacía el weón pensando que era pura curiosidad.
Pasaron así dos años, yo tenía una polola por ese entonces con la que ya llevábamos medio año saliendo y que aguantaba bien mi forma de culiar. Mi hermano por su lado ya tenía siete años, media un metro cincuenta, tenía unas piernas gruesas de puro musculo, unos brazos fuertes, pectorales incipientes y unos abdominales marcados. Me sentía orgulloso del pequeños adonis que estaba creando.
Yo tenía 19, mis únicas ocupaciones eran hacer deporte, encargarme de la casa, bacilar y culiar. Gracias al esfuerzo de mi vieja, más unas platas que había recibido de herencia, teníamos un par de departamentos que arrendábamos así que no teníamos problemas de plata. Mi vieja seguía trabajando porque en realidad le gustaba y no por necesidad. Me ofreció más de una vez estudiar algo, pero yo así estaba feliz.
Uno de esos días con mi polola íbamos a ir un motel para culiar tranquilos después de un carrete al que nos habían invitado. Yo me vestí con una polera sin mangas negras que resaltaba todos mis músculos, un pantalón de camuflaje y unos bototos. Tenía ganas de humillar y darle duro a la maraca de mi polola. Durante el carrete de pegue sus cuatro rayas de merca y me tomé un par de piscolas. Ya a esos de las dos estaba súper caliente y le dije a mi mina que nos fuéramos, pero la weona le dio color, con que se quería quedar y que en realidad, ya no quería culiar más conmigo. Casi le doy una cachetada delante de todos, pero me contuve, salí del carrete, tome mi moto y me dirigí a mi casa.
Llegue todo enojado, por suerte esa noche mi mamá tenía turno así que podía estar a mis anchas. Fui al refri por unas chelas, me arme un par de rayas, me saque toda la ropa menos mi bóxer negro apretado. Tenía intenciones de llamar una puta que, aunque me cobraba caro, soportaba todo lo que le hacía. Aspiré la cocaína para ponerme a tope y me disponía a llamar a esta loca, pero me di cuenta que había eliminado su número por si mi polola me revisaba el teléfono. Entré en desesperación por un momento, pero recordé que tenía su tarjeta guardada en mi velador.
Fui caminando a mi pieza con mi pico duro babeando bajo el bóxer. Quería culiar. No, más que culiar, quería dominar y humillar a una puta, para demostrarle el macho que era. Eso tenía en mi mente cuando abrí la puerta de mi habitación y una visión me voló la cabeza:
Mi hermano, de siete años, dormía solo con un slip blanco que se le metía dentro de su culito sobre la cama. La blanca piel de su cuerpo musculado casi brillaba bajo la luz que entraba por la ventana abierta. Me quede embobado mirándolo. De repente deje de sentir que a quien tenía enfrente era mi pequeño hermano y comencé a darme cuenta que sus piernas carnudas y su culo perfectamente respingado eran los de un putito diseñado para complacer.
Así que con el diablo en el cuerpo entré a su cama y comencé a lamer su cuerpo sin vellos, de una suavidad que jamás había sentido y con un saber agridulce que hizo que mi pico saltara exigiendo que lo liberara de su prisión de tela. Como siempre complací a mi gran herramienta me desnudé completamente y volví al cuerpo de mi hermano. Aproveche de quitarle su pequeño slip y comerle su culito. Separé sus cachetes y vi allí un pequeño hoyito rosadito, limpiecito -le había enseñado a mi hermano a bañarse en las noches antes de dormir y al despertar, al igual que Jorge me enseñó a mí- metí mi lengua con desesperación, nunca había sentido tanta electricidad en mi cuerpo. Estaba extasiado en placer. Mientras devoraba su culo me di cuenta que mi hermanito estaba despertando, así que subí mi cara para comerme sus labios rosados mientras amasaba su culo con mis grandes manos. En un momento, cuando mi lengua entraba por su garganta, abrió sus ojos con una mirada de terror en ellos. Esa mirada solo hizo que me calentase más y solo atiné a decir:
-Wena cabro chico, cagaste hoy día, vay a tener que prestarme ese culito.
Dicho eso lo puse de espalda contra la cama, comencé a lamer su cuerpecito mientras el trataba de zafarse, pero nada podía hacer contra mi metro ochenta y mis noventa kilos de músculos sobre su pequeño cuerpo. Me detuve su buen rato mordiendo sus pequeños pezones que decoraban sus incipientes pectorales. Él gemía y me pedía que parara, pero vi como su verguita se puso dura mientras me lo devoraba. Yo estaba fuera de mí. Puse sus piernas detrás de su cabeza y me puse a lamer su culo nuevamente, succioné su anito, se lo mordí, lo comí con desesperación.
-Ya po Bryan, para, por fa Bryan déjame.
Su resistencia solo aumentaba mi calentura, subí a su cara, le escupí en la boca y le di una bofetada.
-Cállate pendejo culiao, desde hoy vay a ser mi puta.
Dicho eso lo di vuelta, presione su cabeza contra la cama y le obligue a levantar su culito listo para recibir. Poder manejar su pequeño cuerpo con tanta facilidad me estaba poniendo mucho, con ninguna mina había sentido el placer que estaba sintiendo. Metí nuevamente mi lengua en su hoyito rosadito mientras le tiraba del pelo a mi pequeño hermano.
-Bryan, córtala po, que se siente raro, ya po déjame.
Al escucharlo quejarse así nuevamente cuándo ya le había dicho que se callara desató mi ira. Me erguí de rodillas sobre la cama, tomé del pelo a mi hermanito indefenso dejándolo en cuatro, tomé fuerte sus caderas y de una sentada enterré mis veinte centímetros por ocho en ese hoyito cerradito. La sensación fue como abrir un fruto aún tierno que desde ese día tomaría mi forma. Mi hermanó grito e intentó salirse dándome una patada. Su resistencia me puso más salvaje, así que lo di vuelta con mi verga dentro para quedar cara a cara, le di otra bofetada, esta vez más fuerte y un escupo en todo su rostro.
-De ahora en adelante erí mi putita weón, así que tení que aguantar culiao.
Dicho eso empecé a embestirlo más fuerte, él dejó de quejarse pero seguía llorando. Eso en vez de despertar piedad en mí me motivaba a darle más fuerte. Estuve como veinte minutos reventando su culo de niño deportista hasta que deje toda mi leche adentro. Cuándo le saque el pico lo tenía manchado con sangre y mierda. Fui al baño a limpiarme y deje a mi hermano ahí sollozando. Volví a la pieza y me eché en la cama a dormir.
Al otro día ninguno de los dos dijo nada. Tenía un poco de cargo de conciencia así que unos días después le compré unos juegos para la play. Me prometí nunca más hacer algo así, pero como dos meses después, también después de un carrete la tentación me ganó y terminé repitiendo lo de aquella noche. Luego fue una tercera vez, luego una cuarta, luego una quinta, hasta que un día, cuando yo ya tenía 20 y mi hermano 8, llegue después de un carrete entré en pelota a la pieza y mi hermano me estaba esperando en cuatro con el culito parado.
-Mira como te pillo maricón, listo pa que te den pico, ¿queri pico weón? Pide si queri que te la meta.
– Ya po Bryan, méteme el pico.
-Ya weón, te lo voy a meter, pero desde mañana cambiaran las cosas entre tú y yo.
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