Yaciendo…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Bustello.
A mis cuatro años descubrí el sexo sin siquiera darme cuenta, pensando que era simplemente un juego y que no podía decírselo a nadie. Concretamente no recuerdo la razón por la que callaba, pero algo dentro de mí me impedía abrir la boca cuando me decía que me bajara los pantalones, el mismo algo que me hacía no decir nada al respecto frente a nadie.
Mi papá solía ir a cortarse el cabello en un lugar que estaba muy lejos de nuestra casa, no tengo idea por qué no se lo cortaba con la señora que presumían que cortaba el cabello de manera impecable, y que tenía su estética a dos calles. Pero creo que los senos prominentes, la corta edad, el cabello rubio y los labios regordetes de la chica que cortaba el cabello terriblemente, en algo influían en la desición de mi papá por ir tan lejos, tan apartado de mi mamá, y cortarse el pelo del asco.
Solía llevarme con él para que mi mamá no refunfuñara o se ideara cosas que, lo más probable, pasaron o pasaban. Mi papá no era tonto, me llevaba con él, pero después de salir de casa en la camioneta, pasábamos a la casa de su amigo, un joven de tal vez veinte o veintitrés años por aquel entonces. Mi papá tenía veinticinco. El muchacho subía a la camioneta y charlaba vívidamente con mi papá. Eran muy buenos amigos. Cuando llegábamos a la estética que, fácil, estaba a trinta kilometros de casa, mi papá sin pensar dos veces le decía a su amigo (de cuyo nombre no me acuerdo) que me llevara al parque que estaba a una calle arriba mientras ‘ se cortaba el cabello ‘. No recuerdo cómo sucedió exactamente la primera vez, sólo me dijo que si quería subir a la camioneta. Simplemente me dijo que qué tenía bajo mis calzoncillos, tal vez pretendía que me riera y amistara con él. Yo le miré extrañado, sin expresividad, y él reía. Mis pantalones deportivos bajaron lenta y suavemente como tela de seda sin yo desclavarle la mirada de asombro que me provocó.
Su lengua se deslizó por mi pene erecto por primera vez a causa de una exitación infundada, no como cuanto tenía erecciones y, sin saber por qué se sentía bien, me acostaba de pansa en la cama y me movía sobre él. No era la misma sensación, se sentía mucho mejor, se sentía tan bien que me saltaba la risa por ser tan pequeño. Él se movía demasiado y yo no paraba la risa. Sólo le decía que se sentían cosquillas. Y estaba feliz…
Estaba feliz…
Sucedió las siguientes tres veces que acompañé a mi papá. Sucedió…. Sucedió también cuando fui con mi madre a el cumleaños de su amiga. Sin saberlo, el amigo de mi padre, de algún modo, también era conocido por alguien que fue a la misma fiesta. La fista fue en un edificio de departamentos, de modo que sólo me vio y me llamó. Lo seguí hasta la azotea sin pensarlo. Ahí, a la luz de la luna, con tanta gente abajo… tanta gente que ni se imaginaba lo que el muchacho de veintitantos años estaba haciéndole al nene de cuatro ahí arriba, bajo las estrellas, tanta que que no se daba cuenta, no les corría por la mente que el muchacho y el nene colaboraban fuerzas para bajar el zipper del pantalón que no cedía, que la desesperación y la exitación le hicieron sacarle el miembro minúsculo através de la apertura del mismo tras no tener más paciencia para desabrochar ahora el cinturón y bajar el pantalón y los calzoncillos y que cayeran hasta los tobillos del chiquito que solo actuaba por sensaciones que no podía controlar, y cuyo pene fue mamado aquella noche arduamente, ágilmente, desesperadamente…
Cuando cayó en cuenta que había más gente, succionó con más fuerza y comenzó a masturbarse. Terminó rápido y me asustó por primera vez. Me ordenó que me abrochara el pantalón y me acomodara la camisa. Lo hice, asustado. Bajamos las escaleras para reunirnos de nuevo con la gente de la fiesta. Él volvería con sus amigos, que probablemente le preguntarían por qué subió con tanta desesperación allá arriba con aquel nene. Yo en cambio, me iría a buscar a mi madre y a pretender que nunca pasó lo que pasó, como lo hice todas las veces. Pero Él intervino cuando solo faltaban dos pisos para llegar abajo y ya se escuchaba el barullo y la música fuertes.
Se voloteó hacia mí, se inclinó y me sujetó por los hombros sacudiéndome.
–Más te vale que no vayas a decir nada –auyó.
Le miré con los ojos vidriosos y como platos, no sabía qué responder. No sabía a qué se refería con decir nada. Si a lo que se refería era a no contar lo que hacíamos, lo que hizo específicamente esa noche y que me manchó de algo en mi zapatito blanco y que era de color blanco, camuflándose. No tenía por qué decirlo, yo no pensaba contar algo, nunca lo había hecho… nunca lo hice… Lloré al concluir que definitivamente no sabía qué responderle porque, además, después de haberme sujetado así, ya no le diría que no me atrevía a decirlo, pues, ahora sí me aterraba hacerlo.
–¡ No llores ! ¿Me oyes?, ¡No llores! –Me estrujó de nuevo y asentí con la cabeza — ¿Sí? Sí qué ¡No le contarás a nadie! — Asentí de nuevo, sollozando, y me tranquilizé.
Me indicó que él bajaría primero y que yo debía esperar un rato y bajar después de él, y que cuando bajara no lo mirara ni lo saludara, ni nada por el estilo. Después de esperar un rato bajé como me lo había dicho, intenté no mirarlo pero lo hice, y él me miró con la cara que más me ha aterrado en toda mi vida, mientras sostenía una cerveza con la mano derecha.
La siguiente vez que fui con mi papá a cortarse el cabello, él nos acompañaba de nuevo. No le hice caso, no lo miré… no le dirijí la palabra nunca más.
Hasta hace poco cuando tenía catorce años me pareció escuchar que el sujeto murió en un accidente automovilístico. Llevaba a una chica en el regazo e iba en el asiento de copiloto. Se estrellaron a más de ciento ochenta kilómetros por hora y al impactar, su cuerpo se aplastó contra el cuerpo de la chica y el de ella se partió en dos, la parte de arriba del tronco salió volando atravezando el parabrisas y quedó irreconocible al caerle el auntomovil encima tras volcarse. El cuerpo de él quedó prensado junto con las piernas de la chica y tuvieron que liberarlo con maquinaria pesada. Mi padre tuvo que ir a la morgue a reconocer el cuerpo porque la familia se lo había pedido, y contó que los ojos de su amigo se le habían saltado de las cuencas oculares por la presión que se le ejerció tras el impacto.
Mi padre no lo soportó y lloró por mucho tiempo. Lo que no soportaba yo era que nunca hablé con el tipo de lo que sucedió, y que no podré hacerlo nunca más aunque lo desee.
Realmente quería…
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