Yo de 35, mi estudiante de 14
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por alej97.
Su nombre es Daniel pero en el liceo le dicen Danny o Danielito.
Tiene 14 años y está en noveno grado, o lo que es lo mismo a tercer año.
Si me siguen en ig @alfrestrada verán mi color de piel, bueno, él es más blanquito, no es totalmente flaquito sino que aunque no es gordo, tiene su cuerpito con carnita.
Cabello liso con corte de mariquito.
Todo comenzó cuando una vez estaba orinando algo lejos de la cancha y Danielito me estaba viendo a lo lejos.
No lo vi nada raro, hasta le hice una seña con la cabeza, como saludándolo, pero el acontecimiento me dejó pensando que tal vez gustaba de mi.
Porque yo ya sabía que era marico, se le notaba.
Un día hice el mismo acto de orinar adrede y también se me quedaba viendo, luego en la cancha cuando hacíamos actividades se me acercaba diciéndome que se cansaba.
—Pero si tus otros compañeros pueden, tú también, Daniel.
—No, ellos son más fuertes que yo, igual que usted.
— ¿Igual que yo? —Pregunté con curiosidad.
—Sí, mírese esos brazotes que tiene.
—Dijo viendo fijamente los brazos míos.
— ¿Te gustan? —Pregunté con toda la seriedad del mundo, como si nada.
—Bueno, ¿a quién no? —Me respondió y no supe qué decir.
Dejé el acontecimiento morir ahí y le ordené que siguiera con los ejercicios.
Otro día, sucedió algo parecido.
— ¿Otra vez cansado y sin energía?
—Sí profe, yo no tengo las piernas que tiene usted.
— ¿Y eso qué?
—Bueno, yo necesito tomar algo para tener fuerzas.
Me fui demasiado y con lo caliente que me estaba poniendo, le pregunté:
— ¿Leche? —Se quedó como asimilando lo que dije.
—Bueno, sí.
¿Usted trajo?
—Siempre la llevo conmigo.
—Se rió.
Al final todo quedó ahí pero ahora no dejaba de imaginármelo desnudo y como podía cogérmelo.
Hasta que un día sucedió algo.
En una de las actividades, se cayó y se raspó la rodilla.
Fuimos al baño de profesores, el que casi nadie usa y le comencé a lavar la rodilla.
Yo ni siquiera había pensando nada malo, pero él me encendió.
— ¿Me quito el mono, profe? —El mono era como el pantalón de deporte.
Acepté.
— Si te sientes más cómodo así.
Se lo comenzaba a quitar y ya yo sentía que estaba comenzando a erectarme.
No sabía qué hacer para disimularlo.
Comencé a secarle la rodilla y noté que también tenía una erección y no lo pude dejar pasar por alto.
— ¿Lo tienes parado, Danielito? —Él se apenaba pero asintió.
—Qué pena profe.
—Tranquilo.
Eso es normal.
— ¿Si?
—Claro, Dani.
—Bueno, menos mal, porque yo ya me sentía culpable y todo.
— ¿Culpable por qué?
—Por las cosas que me imagino profe.
— ¿Qué cosas?
—No se vaya a asustar o algo profe.
— ¿Por qué me asustaría?
—Es que… No sé por qué pero no puedo dejar de verlo a usted, a su cuerpo pues.
—Ahhh, pero eso es normal, Daniel.
— ¿Sí, profe?
— Claro, y, dime algo, ¿te gusta como se ve mi cuerpo?
—Sí.
— ¿Tengo los brazos grandes, cierto?
—Sí, sí, sí.
Y tiene cuadritos.
— ¿Los quieres tocar?
— ¿Y si viene alguien, profe?
—No vale, tranquilo, aquí no entra nadie.
Aunque si no quieres…
—No, sí, sí quiero profe.
—Toca lo que tú quieras.
Y después yo toco lo que yo quiera, ¿va?
—Ok.
Comencé a levantarme un poco la franela y me empezó a tocar el pecho.
Se veía en su carita que estaba excitado, y en parte yo también, pero no tanto como él, lo cual era un punto a mi favor: él haría lo que yo quisiera.
— ¿Te gusta? —le pregunté.
—Sí, profe, claro.
¿Le puedo tocar los brazos?
—Claro, Danielito.
Toca.
Le puse una de sus manos en uno de mis brazos, y apretaba fuerte, acariciaba y después se me encimó a darme un beso y lo frené.
— ¿Qué pasa profe? ¿No le gusto?
—No, bueno, Danielito, primero tienes que mamarmelo un ratico a ver qué tal lo haces, y te doy el beso que quieres, ¿va?
—Si va.
Cuando iba a bajarme los monos, entré en razón del tiempo que llevábamos ahí y de que sería muy extraño si tardábamos mucho más.
Cambié de idea.
—No, Danielito, mejor déjame verte el culito y salimos, porque cualquiera puede venir y se dará cuenta de algo.
Notarán.
—Como usted quiera profe.
No tardó cinco segundos cuando tenía sus pantalones abajo.
Ahí sí terminaron de encendérseme las hormonas que estaban dormidas.
Tenía un culito carnoso, como el resto de su cuerpo.
Y eran blanquitas y lampiñas.
Era un culito virgo.
No pude aguantar y me agaché a mamarselo.
Cuando sintió mi lengua en su culo soltó un gemido de placer que me excitaba más.
Con mis dos manos le abría las nalgas, y con mi lengua hacía un círculo alrededor de su culito antes de pasarle la lengua en ese capullo virgo que me había ganado.
Cuando abría mucho más las nalgas para intentar meterle la lengua lo más que podía, me agarraba de las manos y me apretaba.
Entonces comencé a chupárselo como si me estuviese comiendo un pedazo de carne, fue ahí donde me agarraba del cabello e intentaba meter mi cabeza más en su culo.
Yo estaba claro de que no podía pasar nada más y que de ahí no pasaría, hasta que lo escuché hablar:
—Quiero que me coja, profe.
— ¿Cómo dijiste, Daniel?
—Métamelo, profe.
Me han dicho que duele, pero yo aguanto.
— No, Daniel.
No tenemos tiempo para tanto.
—Anda profe —me rogaba, mientras intentaba tocarme el guebo.
—Si va.
¿Guebo es lo que tú quieres? Guebo te voy a dar, marico.
Se extrañó un poco de mi nuevo tono de voz, pero no le presté atención alguna, y en su lugar, me saqué el guebo y comencé a ensalivármelo, le escupí el culito una vez más y comencé a meterle la cabeza.
Al principio se resistía, yo sabía que le iba a doler, pero ya había decido cogérmelo, así que ahora se aguantaría.
—Me duele, profe.
—Bueno, pues se aguanta, mariconsito, ¿tú no querías guebo pues? Ahí tienes tu guebo pues.
—Pero me arde.
—Nada.
Aguántese.
—respondía yo, mientras seguía metiéndoselo.
De segundos se lo sacaba para echarle más saliva porque se le secaba muy rápido, pero ya después de unos dos minutos, se lo metí hasta la pata y le dolió bastante.
—Sácamelo, profe.
Me duele.
—No te lo voy a sacar.
Aguanta, putica.
Y así le comencé a dar embestidas, una, dos, se las daba de golpe y él solo gemía, después con mis dos manos lo tomé por el cuello y lo empecé a ahorcar.
Eso le gustaba.
Después lo agarré por el pelo.
—No.
Mejor ahórqueme prof.
— ¿Te gusta, no, putica?
—Me gusta.
Sí.
Deme más prof.
Seguí dándole así en cuatro por unos minutos más hasta que comencé a acabarle adentro, sin avisarle.
Y mientras le acababa, le mordía la espalda.
Eso le gustaba más.
—A nadie de esto, ¿entiendes?
Ya había llegado la sensación de arrepentimiento, pero como sabia que solo tardaba unos minutos, no le presté mucha atención.
—Claro —respondió mientras se subía el pantalón.
—Eso espero.
— ¿Y mi beso? —preguntó.
Obvio que no lo iba a besar, pero tampoco quería que se sintiera tan mal.
Le dije que me esperara a la salida del liceo en una heladería cercana, que yo lo pasaría buscando por ahí.
Y así hice.
Cuando subió al carro no tardé en decirle que me mamara el guebo.
—Pero bésame primero.
—No, o me lo mamas o no hay beso y te dejo aquí mismo.
Se resignó y me lo comenzó a tocar.
— ¿Yo me metí todo esto en el culo?
—Así es, Danielito.
Se lo metía lo más que podía a la boca, pero no sabía mucho cómo hacerlo.
No me importaba mucho, que se metiera mi guebo en su boca era más placentero para mí.
Estuvimos ahí un rato, hasta que antes de llegar a su casa no aguanté más y le acabé en la boca.
Al principio se resistía pero no pudo escapar.
Se lo tragó todo, hasta lo lamió como chupeta hasta dejarlo limpio.
— ¿Ahora sí me besará, profe?
—Con la boca llena de leche no, estás loco.
—Pero…
—Otro día, ya bájate del carro y ve a tu casa que se hace tarde.
No respondió, simplemente, como buen estudiante, obedeció.
Y estando en casa no dejaba de imaginar las maneras en las que unos cuantos colegas y yo podríamos cogernos a Danielito.
PD: COMENTEN QUÉ LES PARECIÓ EL RELATO PARA VER SI CONTINUO ESTA HISTORIA O NO.
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