Yo Heterodoxo Capítulo 2 Pecador
Nuevos recuerdos que vienen a mi desordenadamente.
Era otra noche calurosa en la ciudad, o más bien el atardecer, la hora de la misa vespertina. Estaba caliente, ansioso, mi adolescencia alborotada salió de cacería por la plaza buscando una víctima del placer, hasta que me encontré con un chico de la escuela que cursaba el mismo año que yo pero en otra aula. Lo conocía, era tímido y sé que él era consciente de mi oculta homosexualidad, en estos pueblos chicos se guardan los secretos a voces para denostarnos a espaldas de uno.
Él estaba yendo a la iglesia, pero apenas me vio se quedó a hablar conmigo, la gente pasaba, sonaba la última campana para entrar a misa y le pregunté si no iba a asistir; me respondió vagamente mostrando más interés en mí que en cumplir con su rutina.
Listo, ya estaba, él era la víctima perfecta y yo la diabla, el demonio de la tentación, cuando empiezo a pensar en mí como hembra no puedo parar. Seguimos charlando quien sabe qué, hasta que decidí encararlo
– No estoy borracho, ni loco, ni drogado. Estoy caliente. Quiero que me cojas – le dije y disimuladamente lo roce con mi mano.
Él se puso incómodo, miró para todos lados nervioso, en ese instante me arrepentí, tuve un segundo de duda; se iba a enojar? me iba a insultar? La diabla quería correr a la iglesia.
– A dónde vamos a ir? – respondió tímidamente
En la cuadra de atrás de la iglesia había una casona antigua, abandonada desde quien sabe cuándo, en una calle oscura y poco transitada con un árbol que permitía trepar y alcanzar el muro para descolgarse hacia adentro. Entramos buscando un lugar donde pudiéramos estar cómodos entre el yuyaral, él aún seguía intranquilo, inquieto, asustado ante cada ruido extraño.
Acaricié su bulto por encima del pantalón, puse mi cola en movimiento sobre él, pero a pesar del calor mi compañero estaba frío, duro, sin saber que hacer; era mi deber despertarlo. Bajé su pantalón, su slip; su vello púbico ocultaba su pene dormido, era evidente que lo superaba el miedo. Comencé lamiendo sus huevos, agarré con dos dedos su pequeña pija mientras lo miraba lascivamente desde abajo, a cuclillas; en mi boca aún no había reacción de su miembro por lo que corrí la piel del prepucio hacia atrás jugando más con mi lengua, con mis manos, con mis ojos de puta complaciente.
Me costó trabajo pero al fin logró despertarse, su pene se estiraba lentamente, como saliendo de un largo letargo, no era grande pero mi calentura aceptaba eso. Mojé bien su palo y puse saliva en mi agujero, todo el trabajo lo hacía yo, ya que el apenas reaccionaba; con una mano agarré su pija y me la fui metiendo despacio, buscando que el sienta el placer de entrar en mi culo, el honor de ser el sirviente elegido por su ama para gozar como nunca antes había gozado.
Me movía como experta – Agarrame por la cintura – le dije apoyando mis manos sobre la pared, era hora de que él también pusiera algo más que el pene de su parte. Se movía más rápido, más fuerte, era evidente que quería acabar cuanto antes pero creo que ese nerviosismo causó lo contrario. Me daba más duro cada vez, haciendo que mi cuerpo entero entrara en un ardor total, ahí estaba la perra, ahí estaba la puta, estaba abochornada, toda sudada, ya me había sacado mi remera, mi pantalón, estaba toda desnuda y el seguía dándole al vaivén como si fuera una máquina sin freno.
No sé cuánto pasó hasta que al fin pudo acabar, me dio su semen en mi culo mojado, transpirado, agitado
– Que lindo papi – le dije, toda desinhibida acostada boca abajo sobre mi ropa en el suelo. Él se subió el pantalón y balbuceó que ya era tarde, que se tenía que ir y que iba a salir el primero para que no nos vieran juntos, por las dudas.
Y sin más se fue.
Yo quedé tirado, con su leche saliendo de mi culo, acariciando mi ano con mi dedo, imaginando en lo hermoso que sería que alguien me encontrara así y me diera más placer que disfrutar. Ronroneaba como una gata, una gata caliente y abandonada… miau
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