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Heterosexual

Luz remota

Año: 1977.

Una isla remota, perdida en algún punto del Pacífico. Selva espesa, niebla perpetua, sin coordenadas precisas.
Li y Yun llevan semanas varados allí.
En lo profundo del bosque húmedo, descubrieron una cabaña deteriorada. Vieja, carcomida por el moho, con estructuras metálicas incrustadas en la madera como parásitos oxidados.
Dentro, el suelo está cubierto de papeles húmedos y rotos. Un viejo pizarrón conserva fórmulas escritas en tiza azul, casi borradas. Instrumentos oxidados cuelgan de ganchos herrumbrosos como insectos muertos.
Li entra, exhausta, cargando una caja pesada. Dentro: baterías de coche, una radio de onda corta, cintas magnéticas. La deja en el suelo con esfuerzo y se deja caer junto a Yun.
Yun, recostado contra una pared, apenas sonríe.
YUN
—Alguien nos encontrará. Lo sé.
LI
(sin mirarlo)
—No he visto ni barcos ni aviones desde que llegamos.
YUN
—Eso también lo sé. Pero tengo fe. Solo necesitamos encontrar una forma de que alguien nos escuche.
Afuera, la lluvia golpea el techo con un ritmo constante y monótono.
De pronto, un chasquido eléctrico. La radio emite un zumbido estático y luego se apaga.
Li se abalanza sobre el aparato. Manipula los cables con manos temblorosas. Una lámpara de aceite parpadea a su lado, proyectando sombras vacilantes en las paredes hinchadas por la humedad.
Yun la observa desde su rincón.
LI
(susurrando)
—Estas baterías no aguantan…
(pausa)
—Ni siquiera sé si la antena está completa…
YUN
(suavemente)
—No fue tu culpa.
Li frunce el ceño, pero guarda silencio.
YUN
(casi en un susurro)
—Fue el piloto…
La radio emite otra ráfaga de estática. Li la golpea. Silencio.
LI
—¿Qué dijiste?
YUN
(bajo)
—Que fue el piloto.
LI
—¿Y eso qué importa ahora?
YUN
—Importa. Si no hubiera insistido en desviarse por su cuenta…
(se detiene, respira hondo)
—…esto no estaría pasando.
Li se incorpora. Le da la espalda.
LI
—Tú eras el superior en ese vuelo.
Yun no responde. Se queda inmóvil, como si cada palabra que no dice lo mantuviera entero.
LI
—¿Cuántas veces dijiste que “todo estaba bajo control”? ¿Eh?
(gira hacia él)
—¿Cuántas veces?
Li se acerca lentamente, con la furia contenida en cada paso.
La lluvia arrecia. La radio suelta un zumbido breve y vuelve al silencio.
Li se agacha otra vez sobre ella, como si pudiera canalizar su rabia en hacerla funcionar.
LI
(más para sí que para él)
—Si no conseguimos señal, jamás nos encontrarán.
Se detiene. Mira la radio. Luego a Yun.
Seca el sudor de su frente. Se incorpora.
LI
—Voy a buscar más ramas secas. No podemos dejar que la lámpara se apague esta noche.
YUN
—No vayas lejos.
LI
(sin mirarlo)
—Siempre dices lo mismo. Pero nunca sales a buscarme.
Li se marcha, tragada por la lluvia. Yun se queda solo, bajo la luz temblorosa.
Unos minutos después, la puerta de la cabaña se abre con un chirrido suave. Li entra, con los brazos llenos de ramas húmedas. Su ropa empapada se le pega al cuerpo. Se detiene en seco al ver a Yun.
Él está sin camisa. Sentado en el mismo lugar, la espalda contra la pared, la mirada perdida en el techo. El torso marcado por viejas cicatrices y por el sudor que brilla con la luz oscilante de la lámpara.
Li lo observa. No dice nada.
Yun lo nota. Tarda en hablar, como si midiera sus palabras.
YUN
—Tenía calor.
Li asiente apenas, sin moverse. Sus ojos no bajan. La intensidad del momento no está en lo que se dicen, sino en lo que no.
Finalmente, Li deja caer las ramas en un rincón. Se agacha junto a la lámpara y comienza a alimentar la llama con los trozos más secos. Sus manos tiemblan un poco, pero no es por el frío.
Yun se incorpora ligeramente, la observa trabajar.
YUN
—¿Está todo bien allá fuera?
Silencio. Solo el crepitar leve de la llama que revive.
YUN
—¿Por qué no me hablas?
Li se detiene. Lo mira directamente.
YUN
—Estamos juntos en esto, al menos intentemos llevarnos bien
LI
—Precisamente.
Yun baja la mirada. Se vuelve a recostar, los ojos cerrados. Como si quisiera desaparecer.
LI
—La antena está rota en dos partes. Pero si logro fijarla en la copa de un árbol… tal vez tengamos un alcance mínimo.
Li se incorpora. Cruza la habitación. Pone su mano sobre el aparato de radio, luego sobre las baterías. Respira hondo.
LI
—No debemos esperar.
(pausa)
—¿Me ayudas?
Yun duda un instante. Luego asiente y se pone de pie.
—Tal vez deberíamos esperar. El agua sigue fuerte.
(pausa)
—Además… estás empapada.
Li se detiene, como si recién tomara conciencia. Baja la vista lentamente. La blusa pegada a su piel revela más de lo que quisiera. El contorno de sus pechos, la curva suave de sus pezones marcados por el frío.
Inhala. Apenas perceptible. No dice nada. Da medio paso atrás, buscando recomponerse.
Yun la observa, pero su mirada no es invasiva. Es cuidadosa, casi culpable.
Li cruza los brazos sobre su pecho, torpemente, y gira un poco el cuerpo, pero no puede evitar que sus ojos vuelvan, brevemente, al torso desnudo de Yun. Las cicatrices. El sudor. El peso de los días.
Yun lo nota. No habla. Solo parpadea, lentamente, como si eso bastara para cubrir su propia desnudez.
Silencio.
Li vuelve junto a la lámpara. Se agacha para ajustar la mecha, quizás solo para ocupar las manos. El fuego reavivado lanza destellos anaranjados que bailan sobre las paredes húmedas.
YUN
(suavemente)
—No tienes de que avergonzarte.
Li lo mira. Esta vez, sin escudo. Respira hondo. Luego se incorpora lentamente, camina hacia él. Se detiene a un paso.
LI
(bajo, con la voz contenida)
—La razón por la que subí a ese vuelo… no fue por trabajo.
YUN
(frunce el ceño)
—¿Entonces?
LI
—Fue por ti.
Silencio. El crepitar del fuego parece ahogarse por un instante.
LI
—No lo sabías, ¿cierto?
(sonríe apenas, con tristeza)
—Tú y yo… en Bangkok fue solo una noche. Para ti. Para mí… no.
Yun aparta la mirada. No responde. Pero se le tensan los hombros.
LI
—Lo supe cuando me desperté sola.
(pausa)
—Quería entender por qué. (se encoge de hombros, con amargura)
—Así que pretendía tener un momento. Solo para tener… una maldita conversación contigo.
YUN
(susurra)
—Li…
LI
—Y entonces… el accidente. Y esta isla.
Ella da un paso atrás. La emoción la desborda, pero se la traga.
LI
—¿Sabes qué es lo peor?
(pausa)
—Que ni siquiera me arrepiento.
Yun levanta la mirada hacia ella. No hay rabia. Solo culpa. Dolor. Y algo que se parece demasiado al reconocimiento.
La radio, olvidada entre ambos, emite de pronto un leve clic. Nada más.
Yun se pone de pie. Se acerca, muy despacio. Está a medio metro de ella.
La radio yace inerte. Li permanece agachada frente a ella, los dedos rozando con torpeza los cables, como si aún pudiera arreglarla con la pura fuerza de voluntad.
Siente algo.
Un cambio en la presión del aire.
Un leve crujido en la madera del suelo detrás de ella.
YUN se está acercando.
Demasiado.
Li no se gira, pero su respiración se vuelve más lenta, más pesada. Lo sabe ahí. Lo siente.
LI
(sin moverse)
—¿Qué haces?
YUN no responde. Su sombra se proyecta sobre ella, larga y temblorosa con la luz de la lámpara.
Entonces, su voz. Baja. Cuidada. Como si temiera que cualquier palabra lo rompa todo.
YUN
—Yo…
(pausa)
—Lo de Bangkok fue algo que disfrute mucho.
Li cierra los ojos un momento. Solo un segundo. Se endereza un poco, pero sigue sin volverse.
LI
—No te interesaste más en mí.
Yun da un paso más. Ahora está a escasos centímetros de ella. Li se pone de pie, despacio, todavía sin girarse del todo.
Entonces lo hace.
Se encuentran, a medio suspiro.
YUN tiene la mirada baja, en ella.
YUN
—No lo viví como tú.
(pausa)
—Pero esta isla… tú…
(baja la mirada)
—Lo siento.
Li lo mira. Sus ojos ya no acusan. Solo observan.
LI
—¿Y qué quieres hacer con eso?
Yun la mira con firmeza.
Da otro paso. Ahora están pecho a pecho.
La mano de Yun se alza, pero se detiene a mitad de camino. No toca. Solo flota junto a la mejilla de Li. Dudosa.
Li no se aparta. Tampoco lo invita. Solo espera.
YUN respira hondo.
YUN
—Si muero aquí…
(pausa)
—No quiero que sea sin tenerte nuevamente.
Silencio. Profundo.
La radio emite un leve crujido.
Luego, nada.
Li cierra los ojos. Como si algo dentro de ella también hiciera clic.
Y entonces, como un reflejo, lo besa.
Un roce apenas. Un gesto mínimo.
LI
(susurrando)
—Aún no morimos.
YUN
(bajo)
—Entonces vivamos.
Se miran.
Li extiende la mano hacia él. Sus dedos se entrelazan con el cabello de él, torpes, temblorosos.
LI
—Hazme nuevamente tuya.
Yun asiente. Lentamente. Le besa el hombro. El cuello. Con una ternura extraña, como quien no sabe si se le permite aún querer.
Li cierra los ojos. Toma su rostro con ambas manos. Lo guía.
La radio vuelve a emitir un leve clic. Nadie la escucha esta vez.
LI
(entre jadeos, casi sin voz)
—Me habrías podido tener las veces que quisieras…
Ella se da la vuelta. Sin dramatismo. Sin pudor.
Se gira despacio, dándole la espalda. Sus caderas dibujan la curva de su decisión.
No dice más. No tiene que hacerlo.
Yun se acerca por detrás.
Durante un segundo, solo la observa.
Luego, con una mano firme, le cubre la boca.
Li respira hondo bajo su palma. Su cuerpo vibra.
Gime, pero no lucha.
Se arquea hacia él, y en ese gesto hay más poder que en cualquier palabra.
Yun libera su miembro, roza su cola.
Li cierra los ojos.
La radio emite un leve clic.
No importa.
Las sombras de la lámpara se alargan, dibujando dos figuras enlazadas que no pelean el control, porque ya no hay nada que probar.
Solo respirar.
Solo rendirse.
Yun la toma de la cintura, la ropa entre sus dedos.
No la arranca. La baja con lentitud, como quien descubre un altar.
La tela húmeda se desliza por sus muslos hasta quedar a la altura de las rodillas.
Li tiembla. De anticipación.
De saber que está exactamente dónde quiere estar.
Li curvea más su espalda, abierta a él.
El cuerpo tenso y disponible, como un arco que por fin encuentra su flecha.
Yun se acomoda detrás, la punta de su verga rozando su vagina.
La encuentra tibia, húmeda, palpitante.
La presión es suave al principio, pero firme.
La punta empuja. La carne cede.
Li emite un jadeo ahogado, que queda atrapado entre sus labios.
Su cuerpo reacciona bien a la intrusión: se adapta, lo acoge, lo envuelve.
Se abre sin dolor, como si su deseo hubiese preparado cada pliegue, cada fibra, para este momento.
Yun se adentra más, despacio, con una reverencia contenida.
Siente cómo ella lo envuelve, cómo lo recibe hasta el fondo.
La conexión es total, cruda, inevitable.
Li aprieta los dientes. No por incomodidad, sino por intensidad.
El cuerpo le tiembla, pero no se repliega. Se arquea más. Se ofrece más.
Está llena de él. Y, en ese lleno, está completa.
Yun la sujeta de las caderas, encajándole la verga con gusto.
Lento al principio. Medido.
Como si cada empuje fuera una respuesta a cada día en silencio. A cada palabra no dicha.
El sonido húmedo de sus cuerpos mezclándose se confunde con el goteo de la lluvia y el crepitar débil de la lámpara.
Li jadea con más fuerza ahora. Ya no hay vergüenza.
Se mueve con él. Lo guía sin hablar.
Su espalda suda. Sus muslos tiemblan.
Yun se inclina sobre ella, su pecho contra su espalda, el aliento caliente en su cuello.
YUN
(bajo, firme, casi una orden)
—Quédate quieta… así. Buena chica.
Li gime con fuerza, como si esas palabras hubieran abierto una puerta que no podía cerrar.
Su cuerpo responde aún más, se entrega aún más.
YUN
(más duro)
—Mírate. Sometida para mí. Como la puta hermosa que eres.
(pausa breve)
—Toda mía. ¿Lo sabes?
Ella asiente con un movimiento breve, tembloroso, sus manos clavadas en sus propios muslos.
La palabra no la hiere. La eleva.
Le pertenece porque ella lo decide.
LI
(ahogada, extasiada)
—Sí… soy tuya…
YUN
—Dilo fuerte.
LI
(gritando entre gemidos)
—¡Soy tuya! ¡Tu puta! ¡Tuya!
Yun gruñe, y su ritmo se intensifica.
Cada embestida la hace más suya. Más libre.
Su cuerpo se desarma, se rompe y se rehace bajo él.
Y entonces, cuando ella se quiebra —temblando, convulsionando de placer, rendida bajo sus palabras y su cuerpo—, Yun no termina.
La toma por la cintura con ambas manos y, con una fuerza medida, la levanta.
Li emite un jadeo corto, pero no de sorpresa.
Sus piernas tiemblan, sus manos buscan sostén.
Yun la conduce hasta una mesa de trabajo vieja, de madera astillada, junto a la lámpara.
Allí la echa boca arriba, con decisión.
Los papeles húmedos crujen bajo su espalda. Las sombras oscilan sobre su rostro.
Ella lo mira. La respiración agitada, los ojos entrecerrados, el cuerpo abierto de nuevo.
No hay resistencia. Solo hambre.
Yun se inclina sobre ella, los músculos tensos, el rostro oscuro por la luz lateral.
La vuelve a penetrar de frente, de una sola embestida firme, profunda.
Li arquea la espalda y lanza un gemido ahogado. No hay espacio para el pudor.
YUN
(mirándola, con voz grave)
—Mírame cuando te follo.
(pausa)
—Mírame cuando te rompes por mí.
Li lo hace. Sus ojos no se apartan, incluso cuando las lágrimas brotan sin dolor.
Son lágrimas limpias. De rendición. De plenitud.
Su cuerpo lo recibe una y otra vez, con el temblor dulce de quien no quiere que termine.
LI
(entrecortada, entre gemidos)
—Hazlo…
—Hazlo más fuerte…
Yun le toma los muslos, los abre más. La embiste sin pausa.
Cada golpe es un decreto. Cada jadeo de ella, una afirmación.
La radio vuelve a emitir un clic.
Ni uno de los dos lo nota.
La cabaña está llena de sonidos húmedos, respiraciones entrecortadas y el crujir de la madera vencida.
Yun se acerca más, su torso contra el de ella, y susurra entre dientes:
YUN
—Así me gusta verte…
—Tuya. Rota para mí. Entera en mi poder.
Li lo rodea con las piernas.
Lo aprieta dentro.
Su cuerpo respondía de manera honesta,
retorciéndose de gusto.
Del gusto más erótico.
Del de Bangkok.
De ese mismo:
cargado de sudor, de piel, de deseo sin palabras,
de aquella noche que nunca olvidó y que ahora parecía repetirse —más intensa, más suya.
Li empezaba a correrse de forma continua, incontrolable,
como una ola tras otra, arrastrando todo su control con un ritmo que solo conocía en sueños.
Sus gemidos se entrecortaban con jadeos húmedos,
las manos aferradas a los bordes de la mesa,
las piernas temblando al compás de cada embestida.
El placer la cruzaba en oleadas sucesivas,
profundas, completas,
casi imposibles de contener.
YUN
(mirándola, con la voz quebrada por la contención)
—Eso… así…
—Te ves tan jodidamente hermosa cuando te vienes así para mí…
Li no podía responder con palabras.
Su cuerpo era un grito contenido.
Su vientre se contraía una y otra vez alrededor de él,
jalándolo, sosteniéndolo dentro mientras su orgasmo se estiraba, interminable,
como si cada contracción dijera gracias,
como si fuera una forma más de rendirse y gobernar al mismo tiempo.
Yun sentía que ya no podía sostenerse mucho más.
La tensión le recorría la espalda, el abdomen, los muslos.
La forma en que ella lo apretaba, la mirada encendida, su entrega desbordada…
LI
(entrecortada, con voz ronca, empapada de gozo)
—Córrete dentro…
—No pares…
—Lléname…
Eso lo quebró.
Yun la sujetó con ambas manos por las caderas,
la hundió contra él una última vez —firme, definitiva—
y se corrió con fuerza,
entero, con un gemido ronco que nació en el pecho y terminó en su boca contra el cuello de Li.
Ambos quedaron quietos un momento, suspendidos, todavía enlazados.
Sus cuerpos sudaban, latían.
El aire entre ellos era húmedo y denso, cargado de sexo, de sal, de historia.
La lámpara titilaba.
La radio, olvidada, zumbaba suavemente en el fondo.
Y entonces, Li exhaló.
Lenta.
Casi aliviada.
Sus labios, húmedos y entreabiertos, esbozaron una sonrisa apenas visible.
LI
(susurrando)
—Así quería recordarte…
El silencio se volvió espeso, pero no incómodo.
Solo quedaban los latidos.
El roce de la piel húmeda.
El sonido lejano de la lluvia contra el techo oxidado.
Li fue la primera en moverse.
Aún respirando con profundidad, se incorporó lentamente sobre la mesa,
el cabello pegado a la frente, la piel perlada de sudor.
Bajó los pies al suelo.
Sus piernas temblaban apenas, pero no vaciló.
Se inclinó a recoger su ropa interior, la sacudió con un gesto distraído,
y comenzó a vestirse sin prisa, como si supiera que estaba siendo mirada.
Y lo estaba.
Yun seguía de pie junto a la mesa, aún desnudo, sin moverse.
Sus ojos la seguían,
sin pudor ni ansiedad.
Solo atención.
Devoción, tal vez.
Li lo sintió.
Sin girarse, sonrió de lado.
Se subió la ropa interior con un tirón sutil,
tomó su blusa húmeda y la pasó por su torso con lentitud deliberada.
LI
(sin mirarlo aún)
—¿Te gusta ese juego…?
Yun no respondió de inmediato.
Se acercó un paso, apenas, pero no la tocó.
YUN
—Me gusta cuando tú mandas… fingiendo que no mandas.
Li se dio la vuelta al oír eso.
Ya con la blusa medio abrochada.
Lo observó de frente, el torso desnudo, la respiración más tranquila pero los ojos aún cargados de lo anterior.
LI
—¿Y cuándo he fingido?
Yun sonrió apenas.
YUN
—Nunca.
(pausa)
—Por eso me gustas.
Li terminó de abotonarse. Se acercó a él, descalza, con los pies mojados sobre la madera.
Le pasó los dedos por el pecho, bajando lentamente hasta su abdomen, sin mirar su mano.
Solo sus ojos en los de él.
LI
—Entonces mírame bien, Yun.
—Porque no pienso fingir nada.
Él asintió, sin apartar la mirada.
YUN
—Prometo no olvidarlo.
A lo lejos, la radio volvió a emitir un zumbido.
Esta vez más largo. Más claro.

Li y Yun se giraron al mismo tiempo.

La estática se sostuvo apenas unos segundos,
hasta que una voz —lejísimos, distorsionada, irrumpió como una grieta en el silencio de la isla.
VOZ (RADIO)
(entrecortada, metálica)
—…Repito… coordenadas… sector… Alfa… cuarenta y siete… estamos sobrevolando…
La radio chispeó, un segundo más de estática…
y luego, la voz regresó, esta vez más limpia. Casi nítida.
VOZ (RADIO)
—…aquí escuadrón de reconocimiento Némesis. Buscamos restos del vuelo 05-2.
—¿Hay alguien ahí? ¿Alguien copia?
Yun se acercó a toda prisa, y cayó de rodillas junto a ella.
Ambos se miraron, como si aún dudaran si aquello era posible.
Li se lanzó sobre el micrófono de transmisión.
LI
(gritando, con la voz quebrada)
—¡Aquí! ¡Aquí! ¡Estamos vivos! ¡Repito: estamos vivos!
Hubo una pausa.
Luego, una voz diferente —más firme, más cercana.
VOZ 2 (RADIO)
—Copiado. Recibido fuerte y claro.
—Identifíquense.
Yun le apoyó la mano en la espalda, aún sin hablar.
Li respiró hondo. Su voz se estabilizó, aunque aún temblaba de emoción.
LI
—Capitán Yun y técnico de comunicaciones Li Zhang.
—Varados. En isla sin coordenadas precisas.
—Llevamos… semanas.
Silencio.
Luego, una última respuesta.
VOZ (RADIO)
—Los tenemos.
—No se muevan.
—Volveremos a contactar en treinta minutos.
Un chasquido.
Silencio otra vez.
Pero ya no era el mismo silencio.
Li se quedó quieta, aún inclinada sobre la radio.
Yun, detrás, la envolvió con los brazos por la espalda.
Apoyó la frente en su nuca.
Ambos respiraban con dificultad.
No por miedo.
Sino porque sabían que todo acababa de cambiar.
LI
(bajo)
—¿Y si esta es la última noche?
YUN
—Entonces… la hicimos valer.

a radio volvió al silencio.
Pero no era el mismo.

Li permanecía quieta, inclinada sobre el aparato, como si temiera que si se movía, todo desaparecería.
Yun la envolvía por la espalda, sin decir nada.
Solo su respiración cálida en la nuca.

LI
(bajo, casi sin voz)
—Treinta minutos…

YUN
—Treinta minutos.

Li se incorporó. Se giró lentamente y lo miró.
El rostro aún iluminado por la lámpara que titilaba.
Él la miraba con algo nuevo: ternura, quizás. Culpa, también.

Pero ella tenía otra inquietud.

LI
(dudando)
—Cuando vengan…
(pausa)
—Cuando estemos otra vez allá afuera…

YUN
—¿Qué?

Li tragó saliva.
Sus labios temblaban apenas, pero no por frío.

LI
—¿Voy a seguir siéndolo?

YUN
(frunciendo el ceño)
—¿Qué cosa?

Ella dio un paso hacia él.
Ya no había ropa entre ellos que importara.
Solo esa tensión cruda, emocional.

LI
—¿Tu puta?
—¿Después de esto… seguiré siéndolo?

No había ironía en su voz.
Tampoco sumisión vacía.
Había ilusión. Una esperanza temblorosa, desesperadamente honesta.

52 Lecturas/24 julio, 2025/0 Comentarios/por Ericl
Etiquetas: bosque, chica, metro, orgasmo, puta, sexo, vagina, verga
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