Luz remota
Año: 1977.
Li y Yun llevan semanas varados allí.
Dentro, el suelo está cubierto de papeles húmedos y rotos. Un viejo pizarrón conserva fórmulas escritas en tiza azul, casi borradas. Instrumentos oxidados cuelgan de ganchos herrumbrosos como insectos muertos.
—Alguien nos encontrará. Lo sé.
(sin mirarlo)
—No he visto ni barcos ni aviones desde que llegamos.
—Eso también lo sé. Pero tengo fe. Solo necesitamos encontrar una forma de que alguien nos escuche.
Li se abalanza sobre el aparato. Manipula los cables con manos temblorosas. Una lámpara de aceite parpadea a su lado, proyectando sombras vacilantes en las paredes hinchadas por la humedad.
(susurrando)
—Estas baterías no aguantan…
(pausa)
—Ni siquiera sé si la antena está completa…
(suavemente)
—No fue tu culpa.
(casi en un susurro)
—Fue el piloto…
—¿Qué dijiste?
(bajo)
—Que fue el piloto.
—¿Y eso qué importa ahora?
—Importa. Si no hubiera insistido en desviarse por su cuenta…
(se detiene, respira hondo)
—…esto no estaría pasando.
—Tú eras el superior en ese vuelo.
—¿Cuántas veces dijiste que “todo estaba bajo control”? ¿Eh?
(gira hacia él)
—¿Cuántas veces?
Li se agacha otra vez sobre ella, como si pudiera canalizar su rabia en hacerla funcionar.
(más para sí que para él)
—Si no conseguimos señal, jamás nos encontrarán.
Seca el sudor de su frente. Se incorpora.
—Voy a buscar más ramas secas. No podemos dejar que la lámpara se apague esta noche.
—No vayas lejos.
(sin mirarlo)
—Siempre dices lo mismo. Pero nunca sales a buscarme.
—Tenía calor.
—¿Está todo bien allá fuera?
—¿Por qué no me hablas?
—Estamos juntos en esto, al menos intentemos llevarnos bien
—Precisamente.
—La antena está rota en dos partes. Pero si logro fijarla en la copa de un árbol… tal vez tengamos un alcance mínimo.
—No debemos esperar.
(pausa)
—¿Me ayudas?
(pausa)
—Además… estás empapada.
(suavemente)
—No tienes de que avergonzarte.
(bajo, con la voz contenida)
—La razón por la que subí a ese vuelo… no fue por trabajo.
(frunce el ceño)
—¿Entonces?
—Fue por ti.
—No lo sabías, ¿cierto?
(sonríe apenas, con tristeza)
—Tú y yo… en Bangkok fue solo una noche. Para ti. Para mí… no.
—Lo supe cuando me desperté sola.
(pausa)
—Quería entender por qué. (se encoge de hombros, con amargura)
—Así que pretendía tener un momento. Solo para tener… una maldita conversación contigo.
(susurra)
—Li…
—Y entonces… el accidente. Y esta isla.
—¿Sabes qué es lo peor?
(pausa)
—Que ni siquiera me arrepiento.
Un cambio en la presión del aire.
Un leve crujido en la madera del suelo detrás de ella.
(sin moverse)
—¿Qué haces?
—Yo…
(pausa)
—Lo de Bangkok fue algo que disfrute mucho.
—No te interesaste más en mí.
—No lo viví como tú.
(pausa)
—Pero esta isla… tú…
(baja la mirada)
—Lo siento.
—¿Y qué quieres hacer con eso?
Da otro paso. Ahora están pecho a pecho.
Li no se aparta. Tampoco lo invita. Solo espera.
—Si muero aquí…
(pausa)
—No quiero que sea sin tenerte nuevamente.
Luego, nada.
(susurrando)
—Aún no morimos.
(bajo)
—Entonces vivamos.
—Hazme nuevamente tuya.
Li cierra los ojos. Toma su rostro con ambas manos. Lo guía.
(entre jadeos, casi sin voz)
—Me habrías podido tener las veces que quisieras…
Se gira despacio, dándole la espalda. Sus caderas dibujan la curva de su decisión.
Durante un segundo, solo la observa.
Luego, con una mano firme, le cubre la boca.
Gime, pero no lucha.
Se arquea hacia él, y en ese gesto hay más poder que en cualquier palabra.
No importa.
Solo rendirse.
No la arranca. La baja con lentitud, como quien descubre un altar.
La tela húmeda se desliza por sus muslos hasta quedar a la altura de las rodillas.
De saber que está exactamente dónde quiere estar.
El cuerpo tenso y disponible, como un arco que por fin encuentra su flecha.
La encuentra tibia, húmeda, palpitante.
La presión es suave al principio, pero firme.
La punta empuja. La carne cede.
Su cuerpo reacciona bien a la intrusión: se adapta, lo acoge, lo envuelve.
Se abre sin dolor, como si su deseo hubiese preparado cada pliegue, cada fibra, para este momento.
Siente cómo ella lo envuelve, cómo lo recibe hasta el fondo.
La conexión es total, cruda, inevitable.
El cuerpo le tiembla, pero no se repliega. Se arquea más. Se ofrece más.
Está llena de él. Y, en ese lleno, está completa.
Lento al principio. Medido.
Como si cada empuje fuera una respuesta a cada día en silencio. A cada palabra no dicha.
El sonido húmedo de sus cuerpos mezclándose se confunde con el goteo de la lluvia y el crepitar débil de la lámpara.
Se mueve con él. Lo guía sin hablar.
Su espalda suda. Sus muslos tiemblan.
Yun se inclina sobre ella, su pecho contra su espalda, el aliento caliente en su cuello.
(bajo, firme, casi una orden)
—Quédate quieta… así. Buena chica.
Su cuerpo responde aún más, se entrega aún más.
(más duro)
—Mírate. Sometida para mí. Como la puta hermosa que eres.
(pausa breve)
—Toda mía. ¿Lo sabes?
La palabra no la hiere. La eleva.
Le pertenece porque ella lo decide.
(ahogada, extasiada)
—Sí… soy tuya…
—Dilo fuerte.
(gritando entre gemidos)
—¡Soy tuya! ¡Tu puta! ¡Tuya!
Cada embestida la hace más suya. Más libre.
Su cuerpo se desarma, se rompe y se rehace bajo él.
Li emite un jadeo corto, pero no de sorpresa.
Sus piernas tiemblan, sus manos buscan sostén.
Allí la echa boca arriba, con decisión.
Los papeles húmedos crujen bajo su espalda. Las sombras oscilan sobre su rostro.
No hay resistencia. Solo hambre.
La vuelve a penetrar de frente, de una sola embestida firme, profunda.
Li arquea la espalda y lanza un gemido ahogado. No hay espacio para el pudor.
(mirándola, con voz grave)
—Mírame cuando te follo.
(pausa)
—Mírame cuando te rompes por mí.
Son lágrimas limpias. De rendición. De plenitud.
Su cuerpo lo recibe una y otra vez, con el temblor dulce de quien no quiere que termine.
(entrecortada, entre gemidos)
—Hazlo…
—Hazlo más fuerte…
Cada golpe es un decreto. Cada jadeo de ella, una afirmación.
Ni uno de los dos lo nota.
—Así me gusta verte…
—Tuya. Rota para mí. Entera en mi poder.
Lo aprieta dentro.
retorciéndose de gusto.
Del gusto más erótico.
Del de Bangkok.
De ese mismo:
cargado de sudor, de piel, de deseo sin palabras,
de aquella noche que nunca olvidó y que ahora parecía repetirse —más intensa, más suya.
como una ola tras otra, arrastrando todo su control con un ritmo que solo conocía en sueños.
Sus gemidos se entrecortaban con jadeos húmedos,
las manos aferradas a los bordes de la mesa,
las piernas temblando al compás de cada embestida.
profundas, completas,
casi imposibles de contener.
(mirándola, con la voz quebrada por la contención)
—Eso… así…
—Te ves tan jodidamente hermosa cuando te vienes así para mí…
Su cuerpo era un grito contenido.
Su vientre se contraía una y otra vez alrededor de él,
jalándolo, sosteniéndolo dentro mientras su orgasmo se estiraba, interminable,
como si cada contracción dijera gracias,
como si fuera una forma más de rendirse y gobernar al mismo tiempo.
La tensión le recorría la espalda, el abdomen, los muslos.
La forma en que ella lo apretaba, la mirada encendida, su entrega desbordada…
(entrecortada, con voz ronca, empapada de gozo)
—Córrete dentro…
—No pares…
—Lléname…
Yun la sujetó con ambas manos por las caderas,
la hundió contra él una última vez —firme, definitiva—
y se corrió con fuerza,
entero, con un gemido ronco que nació en el pecho y terminó en su boca contra el cuello de Li.
Sus cuerpos sudaban, latían.
El aire entre ellos era húmedo y denso, cargado de sexo, de sal, de historia.
La radio, olvidada, zumbaba suavemente en el fondo.
Lenta.
Casi aliviada.
Sus labios, húmedos y entreabiertos, esbozaron una sonrisa apenas visible.
(susurrando)
—Así quería recordarte…
Solo quedaban los latidos.
El roce de la piel húmeda.
El sonido lejano de la lluvia contra el techo oxidado.
Aún respirando con profundidad, se incorporó lentamente sobre la mesa,
el cabello pegado a la frente, la piel perlada de sudor.
Sus piernas temblaban apenas, pero no vaciló.
Se inclinó a recoger su ropa interior, la sacudió con un gesto distraído,
y comenzó a vestirse sin prisa, como si supiera que estaba siendo mirada.
Sus ojos la seguían,
sin pudor ni ansiedad.
Solo atención.
Devoción, tal vez.
Sin girarse, sonrió de lado.
Se subió la ropa interior con un tirón sutil,
tomó su blusa húmeda y la pasó por su torso con lentitud deliberada.
(sin mirarlo aún)
—¿Te gusta ese juego…?
Se acercó un paso, apenas, pero no la tocó.
—Me gusta cuando tú mandas… fingiendo que no mandas.
Ya con la blusa medio abrochada.
Lo observó de frente, el torso desnudo, la respiración más tranquila pero los ojos aún cargados de lo anterior.
—¿Y cuándo he fingido?
—Nunca.
(pausa)
—Por eso me gustas.
Le pasó los dedos por el pecho, bajando lentamente hasta su abdomen, sin mirar su mano.
Solo sus ojos en los de él.
—Entonces mírame bien, Yun.
—Porque no pienso fingir nada.
—Prometo no olvidarlo.
Esta vez más largo. Más claro.
Li y Yun se giraron al mismo tiempo.
hasta que una voz —lejísimos, distorsionada, irrumpió como una grieta en el silencio de la isla.
(entrecortada, metálica)
—…Repito… coordenadas… sector… Alfa… cuarenta y siete… estamos sobrevolando…
y luego, la voz regresó, esta vez más limpia. Casi nítida.
—…aquí escuadrón de reconocimiento Némesis. Buscamos restos del vuelo 05-2.
—¿Hay alguien ahí? ¿Alguien copia?
Ambos se miraron, como si aún dudaran si aquello era posible.
(gritando, con la voz quebrada)
—¡Aquí! ¡Aquí! ¡Estamos vivos! ¡Repito: estamos vivos!
—Copiado. Recibido fuerte y claro.
—Identifíquense.
Li respiró hondo. Su voz se estabilizó, aunque aún temblaba de emoción.
—Capitán Yun y técnico de comunicaciones Li Zhang.
—Varados. En isla sin coordenadas precisas.
—Llevamos… semanas.
—Los tenemos.
—No se muevan.
—Volveremos a contactar en treinta minutos.
Silencio otra vez.
Yun, detrás, la envolvió con los brazos por la espalda.
Apoyó la frente en su nuca.
No por miedo.
Sino porque sabían que todo acababa de cambiar.
(bajo)
—¿Y si esta es la última noche?
—Entonces… la hicimos valer.
a radio volvió al silencio.
Pero no era el mismo.
Li permanecía quieta, inclinada sobre el aparato, como si temiera que si se movía, todo desaparecería.
Yun la envolvía por la espalda, sin decir nada.
Solo su respiración cálida en la nuca.
LI
(bajo, casi sin voz)
—Treinta minutos…
YUN
—Treinta minutos.
Li se incorporó. Se giró lentamente y lo miró.
El rostro aún iluminado por la lámpara que titilaba.
Él la miraba con algo nuevo: ternura, quizás. Culpa, también.
Pero ella tenía otra inquietud.
LI
(dudando)
—Cuando vengan…
(pausa)
—Cuando estemos otra vez allá afuera…
YUN
—¿Qué?
Li tragó saliva.
Sus labios temblaban apenas, pero no por frío.
LI
—¿Voy a seguir siéndolo?
YUN
(frunciendo el ceño)
—¿Qué cosa?
Ella dio un paso hacia él.
Ya no había ropa entre ellos que importara.
Solo esa tensión cruda, emocional.
LI
—¿Tu puta?
—¿Después de esto… seguiré siéndolo?
No había ironía en su voz.
Tampoco sumisión vacía.
Había ilusión. Una esperanza temblorosa, desesperadamente honesta.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!