Adán y Eva
Una historia de amor. .
Conocí a mi esposo cuando a la edad de 8 años y el tenía 12.
Era un chico que había venido a veranear a la casa de un tío de él que era mi padrino de bautizo.
Cuando me lo presentaro me gustó, había algo en él, en sus ojos, en su cuerpo, en su aroma, no sé qué, que me hizo tener confianza en él desde el primer día.
Lo presenté a mis amigas como un primo lejano, para que no se malinterpretara que anduvieramos de la mano todo el día.
Vivía en ése tiempo en una ciudad puerto, en uno de los cerros, en una población de trabajadores portuarios.
Mi tío, que vivía cerca y dónde se alojaba Adán, también era trabajador portuario al igual que mi papá.
Adán vivía también en una ciudad puerto pero a más de 12 horas de viaje en bus.
En las mañanas, después del desayuno iba a la casa de mi tío a buscarlo para salir a conocer el puerto, para ir al plan, para ir a la playa, etcétera. Después volvíamos a almorzar y salíamos en las tardes a juntarme con mis amigas orgullosa de él. Además de que andábamos de la mano para todos lados, incluso si íbamos aún cine, durante toda la función tomados de la mano.
Todos los días hacíamos algo nuevo, todo era felicidad, hasta que me dijo que tenía que irse. Ya lo sabía, sabía que eso iba a ocurrir, pero me dio una angustia que casi me pongo a llorar. El se dió cuenta y me abrazó, siempre anduvimos de la mano, algunas veces me abrazaba por los hombros, yo por la cintura.
Ahora estábamos abrazados de frente, fuertemente, sentía su calor como un refugio para mi. Estábamos en un mirador, de noche, viendo las luces de la ciudad y corría un viento fresco.
No se cuanto tiempo estuvimos abrazados, no quería soltarlo para que no se me fuera.
– No te puedes quedar? – le pregunté.
– No, tengo que volver a mi casa con mis padres y después tengo que ir al colegio –
– Por favor, te voy a echar mucho de menos – dije mirándolo a los ojos.
– Yo también te voy a echar de menos, te quiero mucho – dijo.
– Yo también te quiero mucho – lo besé en los labios y él me besó a mi. Fue un beso inocente, mi primer beso. Ése momento marcó un antes y un después, él era mi novio sin necesidad de que me lo dijera. Los días que siguieron, no sólo andábamos de la mano, nos íbamos al mirador en las noches a besarnos, era mi primer amor.
La última noche, en el mirador, lloré como una niña en sus brazos.
– Te voy a escribir todos los días y voy a volver el próximo año – me prometió.
Al día siguiente, después del desayuno, fui a mi pieza y me acosté. Lloré hasta que me quedé dormida. Cada mañana, después del desayuno me iba a acostar y no me levantaba hasta el almuerzo y después me acostaba de nuevo.
– Pero hija, sale a jugar con tus amigas, qué sacas con quedarte encerrada aquí dentro. Así fue que poco a poco fui volviendo a la normalidad y después al colegio.
Las cartas diarias se fueron espaciando poco a poco, hasta llegar a una al mes y yo le escribía todos los días.
El verano llegó y mis esperanzas se renovaron. Pero el no llegó y todo el mundo se derrumbó. Lo di por perdido y el recuerdo del año pasado lo iba a guardar en el baúl de los recuerdos, mi primer amor.
Una mañana, después del desayuno, sentada en el sofá viendo televisión, escuché que alguien golpeaba la puerta.
– Hija, abra la puerta! No escucha que están golpeando? – me gritó mi mamá.
De mala gana me levanté y abrí la puerta. Era él, con una gran sonrisa, más alto y más guapo, casi pegué un grito. Pero era asunto olvidado, cerré la puerta sin decir nada y me fui a sentar al sofá. Me dolía el corazón y no quería seguir sufriendo. Los golpes en la puerta se reanudaron, pero yo había cerrado la puerta de mi corazón.
– Pero hija, no escucha que están golpeando? – dice mi madre caminando hasta la puerta de calle y la abre.
– Hola, mi niño, pasa, pasa –
– Hola tía, cómo está? – le decía tía a mi mamá.
– Mira Eva quien vino a verte – dice cerrando la puerta y se va a la cocina.
– Hola – me dice tímidamente.
– Hola – le respondí bajando la cabeza.
– Perdóname – dice sentándose a mi lado.
Levanté la cara y lo miré a los ojos, esos ojos profundos que atravesaban mi alma.
– Te amo – me dijo tomando mi mano y besándola.
Ya no podía más, no podía hablar, él, el hombre que era mío, estaba diciendo que me amaba. Lo abracé y me puse a llorar en sus brazos. Me abrazó con cariño y me besó en la cabeza. Di vuelta la cara y me besó en los labios. Le devolví el beso con mucho amor.
– Tenemos que conversar – me dijo.
– Mamá, voy a salir un rato – grité.
Caminamos de la mano en silencio hasta el mirador. Sentía el calor de su mano como una corriente que recorría todo mi cuerpo.
En el mirador nos abrazamos y nos besamos. El había pegado un estirón, como se dice y estaba muy alto. Se apoyó de espaldas en la baranda doblando un poco las piernas. Me metí entre ellas y llegué casi a su altura. Nos abrazamos y sentí su pelvis contra la mía, sentí nuevamente el calor de su cuerpo que me brindaba refugio, pero además sentí el calor de su pelvis, un calor que no había sentido antes, que subía por mi cuerpo hasta mi cabeza. Era su sexo, duro y cálido contra mi vulva, pero no me asustó, era su sexo que también era mío, como todo su cuerpo era mío. Estuvimos mucho rato, en realidad parecieron segundos, abrazados, en silencio, sin emitir ningún sonido. Tampoco hubiera podido, Mi garganta estaba apretada, su boca mojaba la mia, su lengua humedecida mi garganta.
– Nunca te olvidé, cuándo me fui en el bus ése día, lloré todo el viaje, me prometí volver algún día venir a buscarte y llevarte conmigo –
– Yo también lloré todo el día pensando en ti –
Desde ése día ya no lo presenté como mi primo, era mi novio. Era la envidia de mis amigas, la única que tenía novio.
– Pero no puede ser tu novio si es tu primo – dijo una amiga.
– Porqué no? Además no somos primos de verdad, le dije primo por cariño, porque así lo sentía – respondí.
– Oye, me prestsrias a tu primo un ratito? – dijo una amiga maliciosamente.
– No le gustan las niñas chicas – le respondí burlona.
– Y tú? – me dijo otra.
En realidad yo era una niña aún, de dónde venía éste amor por mi primo? Bueno, no importa, lo amo y el me ama.
Ése verano me pasaron cosas, muchas cosas, como el despertar del deseo sexual. Talvez lo sentí un par de años antes, pero no me di cuenta.
Ahora lo sentía muy potente, cuando estaba con él y me abrazaba, cuando me besaba y sentía la dureza de su miembro contra mi vulva.
Una noche bajé mi mano de la cintura hasta su pelvis, acaricié su dureza por encima del pantalón. El me tapaba de miradas indiscretas con su parka. Puso la palma de su mano entre mis piernas, sentí su calidez y mi corazón latía a mil por hora.
Cada noche cuando me acostaba, ponía mi mano en mi vulva imaginando que era su mano.
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