Adrián, Julia y Carlos: Verdad o reto 1
Tres amigos en su primer año de secundaria descubren cosas juntos. .
Adrián, Julia y Carlos habían empezado primero de secundaria unos meses antes. Los tres se conocían desde pequeños, pero se habían hecho más amigos durante el curso anterior, porque los tres coincidían, desde que los dejaban ir solos, en el trayecto hacia la escuela, un colegio privado que cubría todas las etapas, desde preescolar hasta bachillerato. A pesar de que solo Adrián y Carlos seguían en la misma clase ese año —porque era la política del colegio mezclar a los grupos de primaria cuando empezaban la secundaria— y aunque Julia tenía también su grupo de amigas, los tres seguían llevándose muy bien. A los doce años, como sus dos amigos, Julia era la más alta de los tres: medía 1.58cm, de pelo y ojos castaños, con un cuerpo delgado con dos pequeñas protuberancias que, para su tranquilidad, no la ponían ni entre las «totalmente planas» de la clase ni entre las «tetonas» que, para su gusto, destacaban demasiado. Desde el verano, que había pasado, como siempre, en la casa de sus tíos en la playa, había empezado a notar, con sorpresa y no sin orgullo, que los amigos de sus primos la miraban. Carlos era un poco más bajo que Julia: medía 1.56cm, era un chico atlético, de pelo rubio oscuro y ojos marrones. Era delantero en el equipo de fútbol del colegio, hablaba constantemente y no era capaz de estarse quieto. Adrián, en esto, era su contrario. Era el más bajo de los tres: 1.49cm según su última revisión médica—y ese centímetro que faltaba para el 1.50 le había sentado mal. Era un chico más delgado que atlético, de pelo negro y ojos azul claro. Jugaba también en el equipo de fútbol con Adrián, aunque el entrenador le daba menos minutos. Era callado y tranquilo, y muy buen estudiante.
La única asignatura que hacían juntos Adrián, Julia y Carlos se llamaba «Ciudadanía y Valores». Nadie se la tomaba muy en serio, así que Julia y Carlos se pasaban la clase entera cuchicheando, lo que hacía que el profesor les llamara la atención continuamente. Para sorpresa de todos—menos de Adrián, que, como era el único que estaba atento, ya lo había escuchado la clase anterior—, ese día el profesor les encargó un trabajo en grupo, que tendrían que exponer la próxima semana. Sin hablarlo demasiado, los tres se pusieron de acuerdo en hacerlo juntos.
—¿Podemos ir a tu casa el viernes, después de clase? —preguntó Carlos, dirigiéndose a Adrián. Y añadió: —¿Has estado alguna vez en su casa, Julia? Tiene un casoplón.
—Eso dicen, pero Adrián nunca me ha invitado. ¿Podemos ir?
Adrián se encogió de hombros:
—Se lo preguntaré a mis padres, supongo que sí. Y no es verdad que sea un casoplón…
Aunque lo cierto es que sí lo era. El colegio era caro y todos venían de familias con dinero. La madre de Adrián era abogada y su padre trabajaba de ejecutivo en una gran empresa. Adrián era responsable, y sus padres no tuvieron ningún problema en que vinieran sus amigos del colegio, y menos si era para un trabajo. A Carlos lo conocían bien y a Julia la recordaban de alguna fiesta de fin de curso. El padre de Carlos, de todos modos, solía llegar tarde del trabajo, así que, si por la tarde había compañeros de su hijo en casa, poco se daba cuenta.
***
–Es esta.
—¡No veas, si es un casoplón! —dijo Julia.
—¡Te lo dije! —respondió Carlos. —¿Están tus padres?
—Mi padre seguro que no —contestó Adrián. —Mi madre llega en un rato. La señora de la limpieza se debe haber ido hace poco.
Atravesaron el jardín y entraron en la casa. Carlos, con la seguridad de quien ya había estado antes, los dirigió, más que el propio Adrián, hacia la cocina.
—¡Oye, que mimado! —dijo Julia, al ver la merienda que les habían dejado preparada, lo que hizo que Adrián se sonrojara inmediatamente. —Pero como se lo curran tus padres, muchas gracias —añadió riendo.
Mientras empezaban a comer (y Carlos, más bien, a engullir) los dulces, Julia miraba con curiosidad la amplia cocina: los electrodomésticos relucientes, los muebles de diseño, un cuadro que le pareció rarísimo junto a la mesa en la que estaban sentados. En ese momento se oyó ruido de tacones y pronto apareció la madre de Adrián, una señora que mediaba los cuarenta, guapa y elegante, y muy enérgica, que los saludó alegremente:
—¡Hola, guapos! ¿Cómo estás, Carlos? Antes he hablado con tu madre. —Y sin dejarle contestar: —¡Hola, Julia! Adrián me recordó quién eras en la foto de la clase del curso pasado, aunque no sé si te habría reconocido. ¡Estás guapísima!
—¡Gracias! —respondió Julia, con una ancha sonrisa.
—Oye, Adrián, —siguió su madre: —tengo que salir otra vez. La abuela tiene uno de esos días, la asistenta se ha puesto enferma y tu tío está de viaje. ¿Podéis quedaros solos, no? Tu padre llegará hacia las ocho, como siempre, y yo trataré de estar aquí para cenar. Dile que pida unas pizzas o lo que quiera. En fin, son las cinco y media. Tengo que salir corriendo. —Y le plantó dos besos a su hijo que, delante de sus amigo, hicieron que se sonrojara de nuevo. —¡Adiós, Carlos! ¡Adiós, Julia!
***
—…entonces yo haré la parte de las ventaja de las redes sociales, Julia los peligros y tú, Carlos, haces la introducción y las conclusiones, ¿no?
—Que sí, tío. Ya te lo hemos dicho. ¿Ya estamos, no?
Eran las seis y cuarto y no habían tardado ni media hora en preparar (sobre todo Adrián) los contenidos de una presentación PowerPoint que Julia había hecho que quedara muy bien. Carlos se había estado paseando por la habitación, mirando las cosas de su amigo.
—¿Queréis hacer algo? —preguntó Carlos.
—¿Como qué? ¿Jugar a la Play? —dijo Adrián.
—¡No, por Dios! Qué aburrimiento —contestó Julia, que empezó a recordar momentos del verano pasado. —Hmm… ¿Queréis jugar a verdad o reto?
—¡Vale! —respondió Carlos al acto.
—¿Qué es? —preguntó Adrián.
—¿Nunca has jugado? Es muy fácil —le explicó Julia—, mira: por turnos uno le pregunta a otro que elija si responde a una pregunta (o sea, claro, antes de que el otro la haga, si no no tendría sentido) o si hace un reto. Hay que hacer que las preguntas y los retos sean… interesantes. Si no, pues es un rollo. Ah, y las reglas son que hay que decir la verdad y hacer los retos, no vale rajarse.
—Bueno… —dijo Adrián, que no acababa de ver cuál podía ser la gracia del juego.
La habitación de Adrián era grande. En un rincón tenía, incluso, un sofá con televisión, en el que estaba su PlayStation montada. Como sus padres sabían que no abusaba de ella, le dejaban tenerla en el cuarto. Los tres amigos se sentaron a los pies del sofá.
—¿Quién empieza? —preguntó Carlos, inquieto.
—Como Adrián es novato empezamos nosotros, así ve cómo funciona. A ver, Carlos… ¿Verdad o reto?
—Verdad.
—Vale. Uhm… ¿Te has besado?
—Sí —respondió Carlos, orgulloso. Adrián lo miró sorprendido; su amigo no se lo había contado.
–Uuuh, sí, ¿eh? ¿Con quién? Cuéntalo, que si no no tiene gracia —le acució Julia, que ya empezaba a divertirse con el juego, mientras Adrián, que estaba viendo por dónde irían las preguntas, se iba poniendo nervioso.
—Una del pueblo… No la conocéis. Ni siquiera me gustaba, ¡pero me quiso besar ella!
–¿Es la Mónica esa? —preguntó Adrián, pensando en los amigos del pueblo de Carlos, que conocía de un verano en que lo había invitado con su familia, dos años atrás. Recordó a una chica, más bien fea, con ese nombre y, sin saber por qué, se alegró un poco por dentro.
—Sí, esa…
—¿Con lengua o sin lengua? —quiso saber Julia.
—¡Oye, eso es otra pregunta! No vale.
—Bueno, tienes razón, aunque no pasaba nada por contestar… Te toca a ti.
—Vale. Julia, ¿verdad o reto?
—Verdad.
—Pues yo pregunto lo mismo… ¿Te has besado?
—Sí, con un amigo de mi primo… Y si te lo preguntas, sí fue con lengua, a mí no me importa decirlo —dijo Julia, mirando divertida a Carlos, mientras recordaba a Émile, el chico francés de catorce años con el que se había besado unos meses atrás y con el que, aunque eso no lo sabía nadie, se seguía escribiendo casi a diario.
Adrián, que había deseado que Julia respondiera “no”, y que se había sentido dolido, sin entenderlo, con la respuesta, preguntó:
—¿Entonces ahora me toca a mí?
—Como yo he sido la última en contestar, yo te hago la pregunta. ¿Qué eliges: verdad o reto?
Adrián se había estado debatiendo: no quería admitir delante de sus dos amigos, especialmente de Julia, que ni siquiera había estado cerca de besarse, si es que era eso lo que le preguntaban… Aunque, por otro lado, no sabía qué reto podían proponerle… De todos modos, se arriesgó:
—Elijo reto.
—¡Uuuh…! ¡Reto ya de entrada! ¡Qué valiente! —Julia se lo estaba pasando bien. —Pues… Te reto a quedarte sin camisa.
—¿En serio?
—Sí, y tienes que cumplir, son las reglas.
Los tres llevaban el uniforme del colegio. Julia, una falda de cuadros grises y rojos hasta las rodillas —como era obligatorio en el colegio, para desesperación de las chicas mayores— con calcetines largos grises, con camisa, pero ya sin la corbata que, como Carlos, y como hacía la mayoría de alumnos, se había quitado nada más salir del colegio. Los dos chicos llevaban pantalón largo gris: Carlos con la camisa por fuera; Adrián, tal como había salido por la mañana de casa, con la camisa aún bien puesta por dentro del pantalón y todavía con la corbata —únicamente se había quitado, igual que sus dos amigos y como tenía que hacer todo el mundo en su casa al entrar, los zapatos, además de las americanas, que formaban también parte del uniforme y que habían dejado en la cama de Adrián.
No hacía tantos meses, justo al terminar el curso pasado y empezar el verano, los tres se habían visto en bañador, en la fiesta de cumpleaños de un chico de la clase, que tenía piscina en casa. Entonces Adrián ni siquiera había pensado en ello. Ahora, sin embargo, ser el único en quedarse sin camisa, frente a sus dos amigos vestidos, le hizo sentirse vulnerable.
—Bueno… —dijo. Se quitó primero la corbata; después se desabrochó la camisa y se la quitó. Adrián tenía un pecho estrecho y unos brazos delgados; las costillas se le marcaban en la piel, blanca como la del rostro, que no se bronceaba a pesar de las horas de fútbol.
–¡Qué sexy! —Se rio Julia, que al ver el torso infantil de Adrián no había podido evitar compararlo con el de Émile, fibrado, cuando la había abrazado en la playa.
—Va, Adrián, te toca. ¿A quién le preguntas? —se impacientó Carlos, que no veía interés alguno en su amigo, a quien había visto mil veces.
—Vale… Ehm… Pues Carlos, ¿verdad o reto?
—Vuelvo a elegir verdad.
—A ver… Vale, ya sé. —Adrián se iba poniendo rojo, una vez más. —¿Le tocaste algo a Mónica?
Julia soltó una carcajada.
—¿Tocar cómo? ¿Las tetas? Qué va, tío, si estaba más plana que tú.
Los tres se rieron.
—Pregunto yo y le pregunto a Julia: ¿verdad o reto? —dijo Carlos.
—Elijo verdad.
—¿A algún chico le has visto… la polla?
Ante la pregunta de Carlos a su amiga, a Adrián le dio un vuelvo al corazón. Julia, por primera vez, se puso roja.
—Bueno, se la he visto a mi hermano en casa…
—¡Pero tu hermano tiene como cuatro años! No cuenta —intervino Carlos.
—Tiene seis… Pero vale. Entonces no, no he visto —admitió Julia, si bien recordó, de nuevo, el abrazo de Émile, cuando se habían besado en las rocas, lejos de los otros amigos del grupo, y cómo había notado la presión del paquete del chico bajo el bañador, que había aumentado rápidamente de tamaño y se había puesto duro.
Adrián sintió alivio. Era el turno de Julia:
—Adrián, ¿verdad o reto?
—Verdad.
Julia se había estado preparando la pregunta:
—De los chicos de la clase, ¿quién la tiene más grande?
Adrián abrió mucho los ojos. Esas cosas no se decían a las chicas. Titubeó:
—Yo qué sé… No me fijo en eso…
—¡Anda ya! Claro que lo sabes. Será que no os las veis en las duchas. ¿Quién es?
—Ehm… Pues… —Adrián se pasó la mano por la cabeza, removiendo su pelo oscuro, y dejó al descubierto su axila, sin vello alguno. Miró con dudas hacia su amigo, que tenía los ojos clavados en el suelo y se había puesto serio. —Pues es Javi González…
—¡Lo sabía! —dijo Julia, riendo. Y al mismo tiempo saltó Carlos:
—¡Pero porque tiene un año más! —Javi era repetidor y se había convertido en el chico más alto de la clase. Tenía trece años y pronto cumpliría catorce. El primer día que tuvieron sesión de Educación Física en el nuevo curso, había causado impresión entre los de primero: con un pene que, flácido, medía 8cm, más oscuro y bastante más grueso que el de sus compañeros y con unos testículos que, como decían ellos, “le colgaban bastante”. Adrián no había sido el único que no había podido apartar la vista de la mata de pelo, ya bastante denso, que Javi tenía en el pubis. “¿Qué miras? ¿Te gusta?”, le había espetado a Adrián, provocando la risa de los demás y la vergüenza de este último. Carlos continuó: —Tendría que ir con los de segundo… Si no fuera por él…
—¿Si no fuese por él, qué? —preguntó Julia, curiosa.
—Pues… —Ahora Carlos había vuelto a fijar la vista en el suelo, y parecía dudar si añadir algo.—Nada, olvídalo. ¿Le toca a Adrián, no? ¿A quién le preguntas?
—A Julia. ¿Qué eliges?
A Julia le había picado la curiosidad la intervención de Carlos, pero siguió con el juego:
—Verdad.
Había algo que Adrián, al pensar en el vello púbico de Javi González, se había preguntado de repente, pero que no se atrevía a formular:
—Bueno… Solo por saber… —Adrián tomó ánimos y, sin atreverse a mirar a su amiga a los ojos, preguntó, en un tono cada vez más bajo, hasta casi acabar susurrando: —¿Las de la clase lo tienen peludo abajo?
Julia estalló en una carcajada. Carlos levantó la cabeza, muy interesado.
—Depende…
—¿De qué depende? —preguntó Carlos, inclinándose hacia delante.
—Pues que no todas somos iguales —explicó Julia. —Algunas no tienen nada de nada y otras tienen un montón… Como Claudia Cano —Julia no pudo evitar este último comentario. —Si la vierais, fliparías, ¡tiene un matorral!
Los tres amigos se rieron; Adrián, rojo como un tomate, pero contento de haberse atrevido a hacer la pregunta y, como Carlos, incapaz de quitarse de la cabeza la imagen de Claudia Cano, una de las chicas ya “tetonas”, un poco gordita y no muy agraciada, que ahora Adrián imaginaba, mezclando imágenes, con el vello púbico de Javi González… Por la mente de los dos chicos cruzaba ahora la misma pregunta: ¿cómo lo tendría Julia?
—¡Me toca a mí! —dijo Julia. —Y le pregunto a Carlos, a ver si no es tan gallina y se atreve a hacer reto, como Adrián. ¿Verdad o reto?
—Pues claro que me atrevo —contestó Carlos, picado. —¿Qué te crees? Elijo reto.
—Entonces… Te reto a quedarte en calzoncillos… —Julia se había puesto roja, pero siguió decidida: —…y a que te los bajes durante diez segundos.
—¡¿Qué?! —exclamó Carlos, mientras Adrián ponía unos ojos enormes, incrédulo.
—¿Qué pasa? —dijo Julia, nerviosa pero tratando de aparentar normalidad. —¿Somos amigos, no? Además, seguro que Adrián te la ha visto mil veces.
—Joe, pero… No así… —Carlos dudaba; Adrián seguía la conversación, sin creerse que hubieran llegado a ese punto.
—¿Así cómo? —preguntó Julia.
—Pues que de hablar de esto… —Carlos bajó la cabeza.
—Ah… —Julia sabía lo suficiente de chicos como para saber a lo que se refería su amigo, lo que hizo que su curiosidad aumentara. Decidió olvidarse del juego: —Mira, si te atreves, yo dejo que me las veas… Yo no he visto ninguna y tú seguro que no has visto unas, así que…
—¿¿En serio?? ¡Vale! —exclamó Carlos. —Pero… ¿Y Adrián? —por un momento, los dos se habían olvidado de su anfitrión:—No es justo que él vea sin hacer nada.
Julia y Carlos se giraron hacia su amigo, que los miraba atónito, primero a uno, después a la otra. Julia intervino:
—Es verdad, no sería justo… —Julia se quedó pensativa. —Uhmm… Para ver, lo justo es que él enseñe también. Y si no, que salga de la habitación…
—Estoy de acuerdo —dijo Carlos.
Adrián se había quedado mudo. Quizá, si Carlos no hubiera dicho nada, podría haber visto las tetas de Julia… Pero su amigo lo había puesto en una situación de la que no sabía cómo salir: no quería sentirse desplazado por sus amigos, no quería salir de la habitación mientras ellos hacían… eso, ¡además estaba en su casa!, ni quería que solo Carlos pudiera vérselas a Julia y él no… pero, por otro lado, que su amiga le viera el pene, lo que pensaría de él, le hacía sentir un nudo en el estómago.
—Va tío, elige —le apremió Carlos, a quien la posibilidad de vérselas a Julia le había puesto nerviosísimo.
—Ehm… no sé… —balbuceó Carlos. —¿Por qué tenemos que hacer esto?
—Tío, no seas coñazo —se impacientó Carlos.
—A ver —intervino Julia, dirigiéndose a Adrián—, sois mis dos mejores amigos. Sé que no se lo diréis a nadie, y yo tampoco… Solo me da curiosidad veros así… ¿Vosotros no habéis pensado eso de mí alguna vez?
—¡Yo sí! —dijo rápidamente Carlos.
—Pues… sí, alguna vez —reconoció Adrián.
—¿Entonces? —preguntó Julia.
—¡Va, tío! —le apresó Carlos.
—¿Qué te hace dudar? ¿Te da igual verme? —insistió Julia.
—No… no es eso… O sea, sí quiero, pero… —Adrián no sabía cómo salir del paso: —¿No va a ser raro después… entre nosotros?
—¡Tío, pero qué dices! Lo que pasa… —empezó a decir Carlos.
—¿Raro por qué? Seguiremos siendo amigos… —lo cortó Julia, que empezó a desanimarse un poco ante las dudas de Adrián. —Yo solo lo decía… Pero bueno, si no queréis, olvidadlo…
—No es eso, ¿vale? Solo que… No sé… —musitaba Adrián.
—¡Lo que pasa es que la tiene pequeña y por eso no se atreve! —estalló Carlos, a quien la última frase de Julia había hecho perder las esperanzas de verle las tetas.
Adrián se sintió íntimamente herido. No podía creer que su mejor amigo lo hubiera traicionado así, delante de Julia.
—¡Eres subnormal! —soltó Adrián, a quien los ojos se le habían llenado de lágrimas.
—¡El subnormal eres tú, que no te atreves a nada! —siguió el otro.
—Tío, Carlos, cállate —medió Julia, que se acercó a Adrián y le pasó un brazo por los hombros. De repente había entendido las dudas de su amigo: —¿Es verdad eso? —Le preguntó.
—¿Si es verdad el qué? —respondió Adrián, cabizbajo, sin mirarla y sin poder evitar que una lágrima le corriera por la mejilla.
—Pues eso… ¿es verdad que la tienes pequeña y que por eso no te atreves? —preguntó Julia.
Adrián solo se encogió de hombros. Su amiga le acarició la espalda y acercó la cabeza a la de él:
—Tío, Adrián, no seas tonto. A mí eso me da igual. Lo que pasa es que aún no te habrá crecido, ¿no? Dudo que seas el único en el curso… —Julia miró a Carlos en busca de ayuda. Este se había sentido mal por el comentario que había hecho sobre su amigo:
—¡Qué va! —aprovechó Carlos. —Si la mayoría de la clase lo tienen así. ¿Sabes Christian, que todas decís que es tan guapo? Pues es el que la tiene más pequeña de la clase. ¡Yo creo que tu hermano la tiene más grande!
Adrián tuvo que reírse con sus dos amigos. El comentario de Carlos le había hecho gracia, aunque sabía que lo decía para animarlo, ya que entre él y Christian no había mucha diferencia… Carlos, al ver que había logrado hacer reír a su amigo, se sentó a su lado, como había hecho Julia, y le puso también una mano en el hombro:
—Oye, Adrián, siento haber dicho eso. No te rayes, tío. ¿Me perdonas?
A Adrián, a pesar de la vergüenza que había sentido, las caricias de Julia en la espalda y sentirse tan cerca de ella, y ahora también, sin saber por qué, sentir la mano caliente de Carlos en su hombro le habían provocado una erección. Ahora volvía a pensar en verle las tetas a Julia… y en vérsela dura a Carlos. Él nunca había visto otra así.
—Sí, vale…
—Entonces… —Julia se había vuelto a animar. —¿Os atrevéis?
—Va, tío —dijo Carlos.— Lo hacemos a la vez. Si quieres, hasta me quito la camisa, para que estemos igual.
Sin esperar la respuesta de Adrián, Carlos se desabrochó los primeros botones de la camisa y, sacándosela por la cabeza, como su fuera una camiseta, la arrojó en el sofá.
Carlos era más ancho de hombros y de pecho que Adrián. Sin llegar a tener “cuadraditos”, tenía un abdomen tonificado, aunque, como su amigo, tampoco tenía vello en las axilas. Carlos se puso en pie. Adrián, con dudas, lo imitó. Julia se apoyó en el sofá y se quedó frente a ellos.
—Bueno… ¿Tú o nosotros? —preguntó Carlos.
—Tendríais que empezar vosotros, porque el reto era para ti… —empezó Julia. —Pero como soy simpática, puedo empezar yo.
Julia aparentaba coraje pero también estaba nerviosa. Se levantó del suelo y se sentó en el sofá.
—¿Listos? —preguntó, para ganar tiempo.
Los dos amigos solo asintieron.
Julia empezó a desabrocharse la camisa. Ningún chico le había visto los pechos, y estaba a punto de enseñárselos a sus dos mejores amigos. Se quitó la camisa y la dejó junto a la de Carlos. Sus amigos no perdían detalle: cómo revelaba su abdomen liso, sus brazos delgados, cómo se marcaba su clavícula al hacer el gesto para desvestirse… Quedó ante ellos desnuda de cintura para arriba, cubierta únicamente por un top negro. Aún no tenía la talla para usar sujetador.
—Bueno, —dijo ella— ya que estoy así, quitaros al menos los pantalones y nos enseñamos a la vez, ¿no?
Carlos se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones. Adrián tragó saliva y lo imitó. Los dos chicos quedaron de pie frente a ella: Carlos en unos bóxers de color gris, en los que se marcaba claramente una erección; Adrián en unos slips amarillos que tenía desde el año pasado, que revelaban un bulto menor que el de su amigo.
—¿Ya? —preguntó Carlos, ansioso, llevándose las manos a los calzoncillos.
Julia tomó aire y se quitó el top: dejó ver dos pechos como dos pequeños limones, firmes y sin caída, pero ya redondeados, con pequeños pezones de color rosa. Carlos, que no había apartado los ojos de su amiga, sintió la sangre subírsele a la cabeza y el pene más duro de lo que jamás lo había tenido. Al tiempo que Julia dejaba ver sus pechos, se bajó el bóxer, del que salió con un respingo su pene erecto: medía 11cm y se inclinaba ligeramente hacia la izquierda; la piel del prepucio le había bajado hasta la mitad del glande, que era poco más ancho que el pene, rosado y húmedo; únicamente en la base del pene tenía unos pocos pelos de color castaño oscuro; sus testículos habían ya ganado en tamaño. Sin pretenderlo, Julia pensó en lo que se sentiría al tocarlos… Adrián, como Carlos, se había quedado clavado mirando los pequeños pechos de Julia. Cuando vio que la mirada de su amiga estaba fija a su derecha, Adrián bajó la vista y se encontró con el pene de Carlos. ¡Era más grande de lo que había pensado! Era cierto que, descontando al idiota de Javi González, Carlos era de los que la tenían más grande de la clase: había sido de los primeros en salirle vello y le medía 6cm flácida, ¡el doble que la suya!, pero nunca se la había visto dura y no pensaba que habría tanta diferencia…
A todo esto, Adrián se había quedado petrificado, aún sin bajarse los slips. De repente, notó la mirada de sus dos amigos:
—¡Tío, habíamos dicho a la vez! —se quejó Carlos, repartiendo la mirada entre su amigo y el pecho desnudo de Julia, del que no quería perderse ningún detalle. Esta, a su vez, miraba divertida a la erección de Carlos, e inquisitiva a los slips de Adrián.
Adrián, finalmente, se armó de valor; se llevó las manos a los slips y los bajó hasta las rodillas. La erección que había notado con el contacto de Julia y de Carlos, cuando estaban sentados, se había mantenido al ver los pechos de su amiga: su pene se erguía completamente recto; apenas llegaba a los 6cm, más blanco que el de su amigo y totalmente lampiño, con el prepucio ligeramente abierto y unos pequeños testículos pegados al cuerpo.
Carlos nunca se había imaginado cómo sería el pene de su amigo erecto, y estuvo a punto de reírse al verlo al lado del suyo, pero se contuvo y, para quitarle importancia, pasó el brazo por los hombros de Adrián, reclinándose en él:
—¿Ves como no había para tanto? ¿Qué te parecen? —añadió, dirigiéndose a Julia y mirando su pene y el de su amigo.
A Julia le hizo reír la pregunta de Carlos. Se había excitado al vérsela y ahora la excitaba el contraste entre el tamaño de este, que, aunque no tenía referencias, le parecía notable, y el pequeño pene de Adrián:
—Pues… Me parecen bonitos los dos —respondió sonriendo. —¿Os hacéis muchas pajas o qué?
(Continuará)
Además del aspecto sexual, me encanta el como muestras la amistad entre los personajes. Hace que, además de erótico sea lindo, por llamarlo de alguna forma.
Espero impaciente la segunda parte.