Aire fresco
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por keaton.
Siempre piensa uno que el matrimonio va ha ser perfecto, que no te faltará de nada, pero a todos nos ponen en nuestro sitio, y llega un momento en el que decides si quieres aguantar o tener un respiro. Una bocanada de aire fresco que te renueva y te da esperanzas aunque sea por un periodo corto de tiempo.
Fue mera casualidad. El destino hizo que conectáramos al mismo tiempo, en el mismo día, a la misma hora. Fueron conversaciones amenas, llenas de sinceridad y erotismo. Quizá fue la predisposición de ambos, pero aquello se convirtió en una necesidad diaria, una droga enfermiza que nos absorbió de tal manera que decidimos dar un paso adelante. No era amor, ni siquiera una amistad. No sabría explicar lo que me producía hablar con ella. Sentía la necesidad de verla, de abrazarla, de besarla,… de tomarla.
Fueron sólo dos meses después cuando, armándome de valor, decidí visitarla. No sabia como eran sus ojos, su pelo, su cuerpo, pero no me preocupaba. Algo dentro de mi sabia que era perfecta.
El viaje se me hizo eterno, la ansiedad por llegar hacía que mi corazón latiese tan fuerte que notaba su zumbido en mis oídos. Me miraba en el espejo retrovisor y miraba mis ojos brillantes, sin apenas parpadear, pensando “que estas haciendo”.
El café salvador fue el sitio elegido por ella. Un lugar entre su ciudad y la mia, desconocido por ambos y por nuestro entorno. Debíamos tener cuidado. Teníamos mucho que perder, pero ese miedo agravaba el morbo. Se me secó la boca cuando, al pasar la esquina vi el letrero antiguo de cerámica con el nombre del café. Con sólo leerlo sentí en mi pene un hormigueo delicioso que hizo que tuviese una pequeña erección, que disimulé metiendome las manos en los bolsillos, para colmo llevaba unos vaqueros, por lo que mi pene se habría paso con fuerza sintiendo con la presión aún más placer.
Decidí ponerme la gabardina, aunque ya a media mañana había salido el sol, pero no sabía otra forma de disimular mi estado.
Un café encantador, una construcción del siglo XIX bien rehabilitado, aunque no estaba muy atento al decorado. Bastante tenia con el nerviosismo y mi erección. Estaba acalorado por la excitación.
Al entrar, contuve el aire y eché un vistazo en el bar. Ni siquiera teníamos un referente para localizarnos. Estuve unos tres minutos mirando a los ojos a todas las mujeres que estaban en el café, aún no ha llegado. Pedí un café y tome asiento en un sitio estratégico, donde pudiese ver a todo el que entraba. Encendí un cigarrillo y esperé. Eran las seis y cuarto de la tarde y habíamos quedado a las seis.
Pensé que tal vez al verme se hubiese ido, que no le gustase. El frío mármol de la mesa traspasaba la tela de mi camisa erizándome los bellos de los brazos y de todo el cuerpo. Calada a calada esperaba ansioso y temeroso la entrada de ella. Sentía una pasión contenida, una bomba de relojería a punto de explotar.
La campanilla de la puerta sonó de diferente forma interrumpiendo el sorbo de mi segundo café. En el reflejo del servilletero vi una silueta difuminada de una mujer que se detuvo en la entrada. Cerré los ojos durante unos segundos y entonces alcé la vista. Era ella, estaba seguro. Miró hacia mí. Mantuvimos la vista unos veinte segundos hasta que me lanzó una sonrisa que rompió el silencio que se había creado a mi alrededor. Sin apartar la vista de mis ojos se fue acercando. Una sensación de relax y excitación se apoderó de mí. Sus andares hacían mover la tierra, segura de sí misma. Llevaba una camisa color hueso y unos pantalones beige ceñidos, dejando ver marcado todo su sexo, sus senos se balanceaban con suavidad vislumbrándose su ropa interior al llevar un botón estratégicamente desabrochado.
De nuevo sentí una erección embarazosa, pero no podía hacer otra cosa que dejarla ir. Estaba a punto de reventar. Siento llegar tarde, un asunto de última hora . Ahí estaba, después de todo este tiempo preguntándome como sería, ya la tenía delante.
Tenía una sonrisa preciosa y una cara muy dulce, tenia ganas de acariciarle el rostro, de olerle todo el cuerpo. Cada frase que terminábamos iba acompañado por una sonrisa, una caricia en la mano, o una mirada comprometida. Era como poner dos cañones enfrentados y abrir fuego, pero fue ella quien abrió la veda.
En plena conversación vi como empezaron a brillarle los ojos y a apretar los dientes, entonces noté como se quitaba el zapato bajo la mesa y con fuerza apretaba su pie contra mi pene. Miré a mi alrededor y no nos miraba nadie, estábamos en la mesa del fondo y tenía toda la visión del local. Comenzó a deslizar su pie sobre mi pene erecto, lo acompañé con un leve movimiento de mi cintura ya que no podía aguantar tanta excitación. Jamás había tenido una situación así, estaba tan excitado que estuve a punto de correrme, ¿desean tomar algo más? .
La camarera rompió el momento, tenía una sonrisa pícara. Nos había pillado, ella se puso colorada y yo no sabía dónde mirar. No, la cuenta, gracias. Nos miramos a los ojos y empezamos a reírnos por la situación, y entonces me dijo que nos fuésemos, que había reservado en un hotel. Al levantarnos e ir para la calle no pude evitar fijarme en su trasero, con esos pantalones ceñidos que dejaban señalado un tanga que no hizo más que ponerme aún peor, tenía ganas de morderle el trasero como si me fuese la vida en ello.
Llegamos al hotel, era un tres estrellas, pero lo suficiente como para pasar una noche inolvidable. Entramos en el ascensor, se cerraron las puertas y no dio tiempo ni a mirarnos cuando nos abalanzamos el uno con el otro, eran dos meses reprimidos deseando que llegara ese momento. Mi mano derecha estaba en su cuello y la izquierda acariciaba su muslo y su trasero que ella levantó para pegarse a mi sexo. Ella notó el bulto y levantando la otra pierna nos golpeamos en la pared del ascensor. La deslizaba arriba y abajo rozando su sexo con el mío, hasta que llegamos a la planta tercera.
Agarró mi mano y con paso ligero nos fuimos hasta la puerta de la habitación 306.
Abrimos la puerta, encendimos la luz y retomamos lo que habíamos empezado.
La tumbé en la cama y empecé a besarle el cuello, poco a poco fui bajando hasta sus pechos, le iba desabrochando la camisa, le quité el sujetador dejando sus pechos al aire. Sus pezones estaban duros y erectos, empecé a lamerlos con suavidad, mordiéndolos delicadamente, estrujándolos con mis manos, su olor era fantástico. Bajé mi boca hasta su ombligo y desabroché su pantalón, me levanté para quitarle el pantalón y aproveché para quitarme mi camisa. Llevaba un tanga negro liso, estaba húmedo y al quitárselo vi sus labios hinchados y brillantes, su clítoris erecto, acerque mi boca y lamí las ingles con mi lengua despacio, ella estaba mirándome con la respiración entrecortada, y mirándola a los ojos procedí a lamerle todo su sexo.
Con mi lengua separaba sus labios de abajo a arriba, hasta llegar a su clítoris, lo repetía una y otra vez, en cada paso percibía el sabor y su olor que me excitaba, introduje mi lengua en su abertura sacándola hacia arriba hasta alcanzar con la punta de la legua su clítoris. Ella se retorcía jadeando, su mano apretaba mi nuca, haciéndome ver que siguiera hasta que ella dijera, yo estaba encantado por seguir, su placer se estaba convirtiendo en el mío. No quería que parase, ella cada vez se retorcía más, moviendo sus caderas aún más rápido. Su mano apretaba mi nuca, estaba a punto de correrse, mi boca empapada no paraba ni un momento. Finalmente un gemido me hizo saber que había llegado la hora, intensifiqué mi ritmo y al momento se corrió, no quise quitar mi boca de su sexo.
Noté como se contraían las paredes de su abertura oprimiéndome mis labios y mi lengua. Sus piernas aflojaron su rigidez, la besaba por su estómago hasta llegar a su boca donde la besé apasionada y lascivamente.
Con su mano me empujó para darme la vuelta, ahora había cogido el testigo. Besándome en el cuello me desabrochó el pantalón y me lo quito todo de un tirón, cogió mi pene y empezó suave. Me besó el pecho y lamió mis pezones que se erizaron al momento siguió lamiéndome hasta que se lo introdujo en la boca, su mano izquierda tocaba mi pecho y su lengua acariciaba mi glande, succionaba oprimiendo con sus labios de arriba abajo, me retorcía de placer, era perfecto. No tardó mucho en coger mi pierna y rozar su sexo contra ella, compaginando el ritmo a la perfección. Notaba su humedad de nuevo resbalando por mi espinilla, estaba en el séptimo cielo.
Levanté mi cuerpo y me senté en la cama, ella se sentó encima de mí y cogió mi pene para introducírselo, entro con suma facilidad, mi pene estaba empapado por su humedad, las embestidas eran fuertes, los jadeos intensos. Los dos estábamos abrazados, notando como las gotas de sudor nos resbalaban por el pecho, acabó por empujarme hasta quedar tumbado completamente, se agarró con la mano derecha al cabecero y con la izquierda en su muslo, mis manos acariciaban su trasero ayudando al movimiento que se intensificó. Sus ojos se cerraron con el ceño fruncido, yo estaba a punto y ella también, dos gritos salieron de nuestras gargantas como si de fuegos artificiales se tratasen. Nos abrazamos durante un instante, seguía dentro de ella y no quería salir. Estábamos arropados el uno con el otro, no queríamos separarnos.
Tumbados en la cama, sin hablar, relajados, nos mirábamos sin decir nada, sin ninguna sonrisa. Parecía como si todo se hubiese acabado, como si hubiésemos eclipsado nuestro deseo. Me levanté y empecé a vestirme, ella seguía en la cama observándome. Ya vestido la miré y fue entonces cuando me lanzó una sonrisa con un toque nostálgico. Me incliné y la besé en los labios a modo de despedida, no lo olvidaré. Era lo único que podía decirle en ese momento, por su actitud sabía que todo había llegado a su fin. Ella me acarició el rostro sin mediar palabra. Me di la vuelta y me fui. En el taxi no podía dejar de pensar en ella, estaba feliz y sonriente, aunque tanta explosión de placer se había perdido para siempre. Ni siquiera sé su nombre.
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