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Fantasías / Parodias, Heterosexual, Infidelidad

Al fin tu pecho

Esta es una fantasía que me escribió un admirador. ¡Claro que le dije que sí! Su texto me pareció sumamente incitante… Añado un par de textos más que me dio el mismo sujeto..
Miro tu presuroso andar y mis ojos quedan atrapados en el rítmico bamboleo de tu pecho. Llegas hacia mí, dices que tienes dos pendientes conmigo. Te sonrío pensando en que sí tienes dos pendientes que me gustan: son suaves e incitantes. Se adivinan en ellos dos soles morenos que mi boca pide y en su antojo ha despertado al resto de mis sentidos pasionales llenándome de humedad.

El día de hoy es caluroso. Te has puesto una blusa blanca sin mangas, en la que, aún abotonada, muestra el inicio de la línea central donde mis ojos resbalan irremediablemente. Rápido, le doy salida a lo que me solicitas, aunque, con tal de mirarte más, hubiera querido tardarme.

–Desgraciadamente me gusta hacer inmediatamente mi trabajo –te digo con un dejo de tristeza al darte el último dato que me pediste.

–¿Por qué desgraciadamente?, al contrario, qué bueno que ya puedo regresar a mi oficina para seguir trabajando –replicas.

–Eso es lo malo, que al irte ya no podré seguirte contemplando, aunque me gustaría hacer mucho más que contemplarte… –te digo al tiempo que miro tu pecho y lanzo un suspiro.

–¡Ja, ja, ja! –ríes–. ¿Por qué te conformas con mirar? debes aspirar a más, haz el intento de alcanzar lo que quieres –me dices con una mirada coqueta.

–¿Salto encima del escritorio? ¿Aquí, aunque el patrón me despida?

–¡Ja, ja, ja! Eres… –dices, poniéndote de pie.

–¿Algún día aceptarás acompañarme a un lugar donde lo intente?

–Quizá, tal vez más pronto de lo que tú creas… –me provocas, sugiriendo melosamente en voz baja, y te agachas un poco para hacerte oír y veo cómo pende el motivo de mi incitación.

–¿Hoy? –pregunto sin mayor esperanza.

–Sí, ¿por qué no? –dices barriéndome con la mirada.

–Conste… ¿A la hora de tu salida voy por ti? –pregunto sorprendido e ilusionado.

Respondes afirmativamente con la cabeza. Acepto de la misma manera sin dejar de mirar la suavidad de tu pecho al que se ciñe tu prenda alba y descubro que el sostén no oculta completamente los pezones: la blusa se oscurece más en la parte superior. Sonríes porque sabes lo que ha pasado por mi mente.

Cuando sales de tu oficina te estoy esperando. Subes al carro, al sentarte descubro que el botón superior de la blusa está libre.

–¿Adónde vamos? –te pregunto con mis ojos deleitándose, cual si tuvieran tacto, con la tersura blanda de la piel que acarician con la mirada.

–Tengo mucho calor, vamos a comer a un lugar fresco –pides agitando las manos cerca de tu rostro para disminuir el bochorno del aire caliente.

–¿Mariscos, te parece bien?

–Sí, aunque… ¿no nos harán daño? Ya ves que en esta época se descomponen fácilmente.

–No, vamos a un sitio donde no hay problema. Se me antojan, aunque no creo que los necesite… –insinúo mi deseo sin poder evitar un suspiro al ver que los pezones se dibujan con claridad en tu prenda blanca.

–¿Estás seguro de que no te harán falta? –me preguntas sonriendo y yo te miro sorprendido de tu comentario, que me abre un panorama emocionante.

Tu sonrisa se queda en mi mente. Manejo más despacio porque veo la calle y miro tus dientes. Me excito imaginando un mordisco suave en mis labios… y en otro sitio. Llegamos al restaurante. Salgo primero y te abro la puerta. Cuando bajas, tu inclinación me deja ver otra parte mayor de tu exuberante pecho. No puedo contenerme y te abrazo.

–¡Estate quieto, nos pueden ver! –exiges en voz baja.

–Bien, pero terminando vamos a donde no nos vean –suplico, también en voz baja después de soltarte.

Sonríes y asientes. Te acaricio el hombro y vuelves a recriminarme. Entramos al local, escoges una mesa apartada. Nos traen la carta. Pedimos una jarra de sangría con frutas. Mientras escogemos el platillo, vuelves a preguntar sobre la frescura de los mariscos y mi respuesta te sorprende.

–Sí nos van a hacer daño.

–¿Por qué? –demandas asustada.

–Porque después de esto y lo que ya me has provocado, voy a darte mucha lata al rato… Vas a quedar extenuada…

–¡Tss! ¿A poco crees que sí? –me inquieres burlonamente y te ríes.

–Voy a protestar porque estos manteles están muy largos –te indico poniendo la palma de mi mano sobre la mesa.

–¿Y eso qué?

–Es que no puedo ver tus piernas –te contesto, haciendo el ademán de agacharme.

–¡Cómo eres!, ya me acordé lo que me hiciste el otro día –ríes y me señalas con el índice.

–Fue sin querer, se me cayó el lápiz, además te diste cuenta que no traía puestos los lentes. Cosa que lamenté mucho. Pero, aquí entre nos: eran medias azules a media pierna y lo demás blanco.

–¡Ya ves que sí te diste cuenta! –protestas entre risas.

–En serio, no vi bien, sólo me acuerdo de lo que observé fuera de foco. Hubiera preferido ver negro en lugar de blanco…

Te quedas callada, la boca abierta completa el gesto de interrogación que tiene tu mirada, después un brillo en tus pupilas se acompaña por una carcajada.

–¡Contigo hay que tener cuidado, eres…! –exclamas aún con el aspaviento de tu risa.

–Soy muy obvio, no creo que también te pintes todo de rubio o con rayitos…

–Tú que sabes…

–Ya lo averiguaré cuando me dejes…

Intentas decir algo, pero te quedas callada. Levantas la carta para cubrir la parte baja de tu rostro y verificas que los demás clientes no han escuchado nuestra charla. Vuelves a mirarme y haces un movimiento reprobatorio con la cabeza. Miro tu dentadura blanca que contrasta con su marco carmín de luna creciente, imagino a mi lengua recorrer uno por uno a tus dientes y a mis labios tremolar al ritmo de los tuyos.

–¿Por qué pediste ostiones? –me preguntas después que nos tomaron la orden.

–Me gustan mucho, además pienso convidarte, los pedí por ti.

–¡No! A mi no me gustan. ¿No sabes que pueden darte cólera?

–Sí te van a gustar y no te darán cólera –insisto con voz firme y sonora–. Al contrario, te prometo que estarás divertida –digo bajando la voz y entrecerrando los ojos–. Además, no te los pienso dar por la boca –concluyo en voz más baja, la cara se te pone roja y desparramas una vez más tu mirada hacia todos lados, preocupándote de que alguien más pueda escucharme.

Tu boca, pintada de color rojo incitación, va dibujando una sonrisa. Los destellos de tus dientes aparecen por cuartetos, hasta quedar la boca abierta y tu cara radiante. Me prendo de tu mirada fija, queriendo meterme en tu alma y escudriñar tus pensamientos. Te das cuenta y me apaciguas con un lapidario epíteto: “presumido…”.

Quedan pocos clientes cuando salimos, el vino te ha mareado y me tomas del brazo sin importarte su presencia.

Al abrir la puerta del carro, te doy un beso en la mejilla y espero a que subas para cerrar la puerta; antes de que lo haga, te acomodas la falda que se te subió a media pierna, sonríes al verme atento a ellas.

–¿Averiguaste el color de hoy? –preguntaste sonriendo. Niego con la cabeza–. Al rato lo sabrás… –concluyes cerrando los ojos.

Cuando subo al auto, me recibes con un beso. Observo que tus párpados parecen cerrarse y creo que es mejor llevarte a tu casa.

–¿Vamos a tu casa? –pregunto consternado.

–¿Así como estoy? ¡No, que van a decir mis hijos! Se me subió un poco el vino y he de oler a borracho –me dices arrastrando un poco las palabras.

–Dime qué hacemos, te llevo a caminar un poco al parque, así se te bajará más fácil –te pido con preocupación.

–No, prefiero descansar un poco. Llévame a donde pueda recostarme. Además, ya me acordé: dijiste que me llevarías a donde estuviéramos solos. Quiero ver la alegría de tus ostiones… y tú verás si soy morena, castaña o me pinto rayitos –me suplicas sonriendo coquetamente y tomas mi mano para recargarla en la parte desnuda de tu pecho.

Me excito, pero no quiero que pase más mientras no se te baje el mareo. Echo a andar el auto y enfilo rumbo a la salida de la ciudad. Vemos un motel y me haces un gesto de aprobación. Entramos, bajo a ponerme de acuerdo con la persona que señaló el sitio adonde debíamos dirigirnos. Cuando se retira te abro la puerta del coche, bajas y entramos al cuarto. Te acuestas y, al ver que me quedo de pie, palmeas la otra almohada, invitándome a recostarme a tu lado. Cuando lo hago, me tomas de la mano y cierras los ojos. Acaricio el vello de tus muñecas, las beso y paso mi lengua con deleite. Duermes unos minutos y cuando despiertas vas al baño. Prendo la luz mientras te espero. Regresas con la cara húmeda, tu rostro se ve más espabilado.

–¿Cómo te sientes? –pregunto esperanzado.

–Mejor, pero voy a descansar otro poco.

Mientras te quitas la blusa me miras y sonríes. Tu carne es muy suave, quiero acariciarla, pero al ver tu boca me acerco para besarte. Nos abrazamos fuerte, mi lengua pasea por tus dientes cumpliendo mi deseo de besarte así. También, sorpresivamente, se cumple otro de mis deseos; me muerdes la lengua, lo haces fuerte para asustarme y sueltas una carcajada. Inmediatamente trato de separarme, pero no me dejas, tu abrazo me lo impide.

–¡Perdóname! ¿Te dolió? –al terminar la pregunta lames mis labios y me pides que te enseñe mi lengua.

–No te pasó nada –aseguras después de verla y la acaricias con la tuya.

Me besas, absorbes mi lengua y juegas con ella para excitarme más. Sin dejar de besarte suelto el broche de tu sostén. Tú me desabotonas la camisa. Levanto la camiseta para sentir tu pecho en el mío. Mueves los hombros para que tus pezones me acaricien.

–Por fin, después de insistirme tantos años, se te hizo verme el pecho sin ropa –precisas–. Siempre andas buscando con los ojos a ver que se me ve… –me reprochas.

–Es que te ves muy bien… –explico acariciándolas y beso otra vez tu boca.

–Ya se me bajó lo mareado, ¿eh? –aseguras para darme a entender que estás en tus cinco sentidos.

–¡Qué bueno! –te contesto, tomando tus manos para abrirte los brazos y poder ver tus tetas.

–¡Estás hermosa! Cómo me hubiera gustado verlas en la época en que amamantaste a tu hija.

–¿Acaso no te gustan así? Están un poco flojas, muy poco, pero eso es natural. No esperes que estén como hace trece años.

–¡Están preciosas! –digo antes de meterme un pezón en la boca– …y ricas –añado antes de tomar la otra –…las dos. -concluyo y te doy un beso en el ombligo.

–¡Me haces cosquillas! –te quejas, tomando mi cara para ponerla en medio de tu pecho.

–Es agradable el calor de tu pecho –afirmo al tiempo que escucho tus latidos.

Doy un beso en la base de tu cono izquierdo, donde creo que está tu corazón. Separo mi cara de tu busto. Te tomo de los costados y resbalo mis manos hacia el centro. Me detengo hasta ver que tus pezones, erectos, se unen como par de cerezas, entonces mi boca los besa antes de introducirlos para chuparlos con deleite.

–Déjame, quiero quitarme lo demás. –susurras en mi oído después de dar un gemido suave.

Me siento en la cama para verte. Te quitas la falda y la colocas sobre el sillón. Luego sigues con las pantimedias. Te queda la piel de la cintura marcada con el resorte. Cuando sólo falta que te quites las pantaletas, te inclinas sobre mí, acostándome para quitarme el pantalón. Veo cómo pendulan tus tetas cuando lo bajas, jalando también mi trusa que queda atorada en mi erección.

–¡Mmh! Se ve que tienes ganas… –afirmas al dejar libre la ropa y pasas la lengua por tus labios.

–¡Que buenas chiches tienes, te cuelgan sabroso! –Te susurro tomando una en cada mano.

–Tal vez de lo demás no esté perfecta, pero de éstas no te podrás quejar… –y, al terminar de hablar, miras cómo te acaricio.

Te quito la prenda que falta y la lanzo hacia el sillón.

–¡Qué feo de modos!

–Sólo la pongo con el resto de la ropa –me justifico–. Además, no quiero perder el tiempo en otra cosa –digo antes de besarte la marca que el resorte dejó en tu piel.

–Estoy algo obesa…

–Estás hermosa, un poco sobradita de carne en esta parte…

–…Y eso le falta más abajo –me interrumpes y te acuestas boca arriba.

–Todas las mujeres se quejan de lo que tienen.

Beso tus piernas, son algo delgadas, pero se ven bien. Te volteo boca abajo y continúo besándote. Primero la espalda, bajando mis labios a los costados donde saco la lengua para lamer lo que puedo de tus axilas y las tetas. Te excitas más. Vuelvo con mis besos a tu cintura y bajo hacia las nalgas, donde te muerdo suavemente y te hago caricias con mi lengua. Sigo bajando y mi cara se acaricia con los vellos ralos de tus piernas. Lamo especialmente el lunar rómbico que tienes detrás de tu rodilla izquierda.

Me incorporo para hincarme, manteniéndote en medio de mis piernas. Acaricio tu cuello y espalda con mis manos, y a tus nalgas con el vello de mi sexo.

–Siento rico… –expresas en voz baja, y no sé a cuál de los mimos te refieres.

Me coloco más abajo para acariciar y besar tus piernas, te las separo a la par que mis labios juguetean con los uniformemente cortos vellos de tu monte. Regreso mis rodillas al centro de la cama, entre las tuyas, y me extiendo sobre tu cuerpo. Mi glande se abre paso entre los húmedos labios morenos que me esperan. Beso tu mejilla y lamo la piel de tu cuello. Tú sigues quieta, con los ojos cerrados, pero percibo cómo aumenta la rapidez de tus latidos. Desde tus hombros, resbalo mis manos para cubrir con ellas las redondeces que sobresalen expandiéndose sobre la cama por efecto de nuestro peso. Apoyando mis codos en la cama, y tomando firmemente la parte saliente de tus tetas, empujo lentamente mi pubis hacia ti. Me excitó más al escuchar el dulce gemido que escapa suavemente de tus labios y, a la par con la que crece la frecuencia de mis viajes, se eleva el volumen de tu canto de amor, que explota en un grito franco antes de ahogarse y dejar un suspiro que constata tu satisfacción.

Por fin abres los ojos, que dejan escapar unas lágrimas contrastantes con tu sonrisa que me pide un beso. Lo doy, saco mi miembro aún erguido para que te voltees boca arriba. Enjugas tus mejillas con el dorso de tu mano y, al terminar, tu luna alegre me obsequia una sonrisa de perlas en tanto que tus brazos atrapan mi cuello. Abres las piernas para que nuestro beso esté completo. Muevo con lentitud mi cadera para prolongar unos segundos más los ecos de tu éxtasis. Me dejo caer hacia tu lado para que descanses mientras contemplo tu cara redonda y regordeta. Veo tu boca, me la imagino con tu juguetona lengua en mi pene; sonrío cuando me pienso así. Tomo tu cabeza, con mis dedos y tus cabellos entreverados, y acaricio la suave piel de tu papada. Vuelves a corresponderme obsequiándome un destello nacarado que acompañas de una caricia en mi garganta, evidentemente como reproche de que resalto la obesidad de ella, según lo expresas con la frase inconclusa:

–Eres… –y aprietas más fuerte de mi cuello.

Al soltarme, recorres con tu palma el costado de mi cuerpo, hasta llegar a mi erección. Juegas con ella, el glande se baña con el líquido que sale cuando me aprietas y tu pulgar lo distribuye para excitarme aún más. Cierro los ojos y aspiro del perfume incitante que emana de tu cuerpo.

–¿…Y tú?, ¿y mis ostiones? –exiges con una sonrisa burlona.

Como respuesta te abrazo para girar y quedar sobre ti. Te doy un beso. Sin separar tus labios de mi boca, introduces mi miembro en tu vulva; se desliza con facilidad pues la tienes inundada por el orgasmo que tuviste. Se intensifica el movimiento. Los jadeos, alternados escapan de nuestras bocas, hasta caer simultáneamente en el abismo del amor. Exhausto ruedo sobre la cama y quedo con mi rostro frente a tu pecho, al cual lo miro brillante por nuestro sudor, calmo un poco mi agitada respiración para lamer tus pezones, par de soles morenos que compiten con la luna que ilumina tu rostro.

Mientras mi lengua lame tus copas, mi mano juega con tu clítoris, pero me atrae el olor que despide tu mata y bajo hacia ella donde pruebo la mezcla de nuestros deseos satisfechos.

Disfruto nuestros jugos de amor, tú cierras los ojos y acaricias mi pelo. Pegas más tu pubis hacia mi cara, mi lengua recorre tu interior y restriego mi nariz en el botón rosa que resalta entre el negro brillante de tu triángulo.

–¡Ahh! –es todo lo que sale de tu boca cuando a la mía llega un pequeño chorro con delicioso sabor a mar, que bebo enamorado.

***

También me escribió otros textos bajo el título de “Vaca”. Cuando me los dio, sólo leí “Vaca”. Hice un gesto de molestia pues hubiera preferido “Vaquita”. Pero sí me quedaba claro lo que él quería de mí. Después que lo leí se los regresé, pidiéndole que me los enviara por correo, “Así no los puedo conservar: tengo esposo e hijos…”. “Ya lo sé, pero mis sentimientos y deseos no quiero tenerlos reprimidos”, contestó. Esa afirmación hizo que le abriera la puerta: “¿Sabías que los becerros, de tanto mamar se convierten en sementales?”. “Sí, pero soy de los que, además de darte felicidad como semental, seguiré mamándote por siempre”, aclaró. «¡Fatuo! eso también hace mi marido», le respondí.

Vaca

Ayer vi una vaca, tenía en sus ojos una mirada mansa, su andar calmado mientras rumiaba los recuerdos con los que revolvía con un creciente torrente de hormonas, las cuales, al circular por las venas le ponían más turgentes las ubres que ordenaban “mama” y acomodaba su amplio cuadril esperando al semental que comenzaba sumiso el juego como becerro.

Los ojos grandes se cerraban para que no se saliera el cielo que disfrutaban ambos con los labios de uno pegados a los pezones de la otra. “Mama, mama, becerrito, toma a tu vaca, lame, aprieta…”

El paraíso los confundió. La luna, entre beso y beso, arrullaba con melódicos gemidos que hicieron crecer al becerro, surgiendo un torito que sembró su semilla en la vaca. “Siembra, becerro, tú dame ahora la leche mientras te meces en mis ancas. Recórreme la raja rosa, riégala y deja tu crema dentro, mientras tus manos recorren mis suaves redondeces”.

 

Hoy vi otra vez a la vaca, era rejega y de figura robusta. Sus extremidades la soportaban y la transportaban con la pereza o la rapidez que ella requería. Incluso se detenía para ser admirada. La admiraron tanto y su vanidad creció sin saber después si era el céfiro o el sátiro quien le acariciaba el vientre, las ubres y su amplia y caliente hendidura. Sintió al viento, tocó la flauta del sátiro para ver si las notas que la alborotaban venían de una melodía de fuego, no sabía tampoco si la humedad que le escurría era saliva, amor o deseo. Caliente como estaba, no tuvo más que ir a su pesebre a cobijar la humedad de su deseo. Miró al fauno como becerro cuando los labios de éste se adueñaron de las ubres siguiendo en ellas el compás de las notas melodiosas que éste le obligaba a cantar pues tenía ya la flauta clavada. Cantó y cantó hasta que con un grito feliz se ahogó en las sábanas.

10 Lecturas/24 diciembre, 2025/0 Comentarios/por Felix69
Etiquetas: baño, hija, mama, mayor, orgasmo, parque, recuerdos, sexo
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