Alicia 01
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por evloguer.
Alicia 01
Hace poco he conocido a una mujer, madre soltera, con quien hemos logrado gran afinidad.
Ella estaba pasando por algunos apuros económicos por lo que hemos decidido que se mudarían conmigo y así no gastar en alquiler.
Por suerte yo vivía en una casa grande producto de unos planes de casamiento que no se realizaron, pero quedó la vivienda.
En ella pudimos acomodar bien a Alicia, mi nueva hija; que resultó muy dócil contra mis vaticinios poco esperanzados.
Nuestra vida era la normal de toda pareja, yo trabajaba en casa realizando proyectos de arquitectura debiendo entregar regularmente mis avances vía Internet.
Mi flamante señora seguía con sus tareas de enfermera, con el beneplácito de tener quien estuviera con la criatura en sus horas de ausencia.
Nuestra vida conyugal era la habitual, casi rayana en la rutina y nuestras apetencias sexuales eran satisfechas de un modo aceptable.
Por la mañana temprano llevaba a Alicia al colegio , y ella volvía sola al mediodía.
Me encantaba verla en su uniforme escolar que le sentaba muy bien, acentuaba sus formas de futura mujer y la pollerita algo corta que dejaba ver parte de sus muslos y hasta la bombachita cuando se agachaba a jugar.
Normalmente no la veía como una mujercita en ciernes salvo las veces en que su colita captaba mi atención.
Por alguna razón desconocida, en ese cuerpito algo relleno (sin ser gordita) resaltaba la parte posterior, tiene una cola muy desarrollada para su edad, con la forma ideal que uno imagina acariciando.
Luego del colegio al finalizar de almorzar, se cambiaba con algo de entrecasa ya que el calor del verano no invitaba a usar mucha ropa.
Al salir de su habitación la contemplaba en su metamorfosis: entraba una nena colegiala y salía una princesita con el cabello suelto, ya sin esas gomitas que le obligaban a usar.
En sandalias abiertas y con una camiseta algo larga que oficiaba también de vestido.
Así vestidita venía hasta la sala donde me hallaba viendo el noticiario y relajándome para una digestión apropiada, y aunque en el sofá había espacio de sobra le gustaba treparse a mi falda y sentarse allí a mirar la tele juntos.
Yo aprovechaba la ocasión para introducir nuevos conceptos en su mente virginal, las noticias eran el puntapié para arrancar con temáticas áridas si se las tomase en frío, pero relacionadas con algún hecho real parecían mas sencillas de comprender.
En medio de estas charlas, casi monólogos, a ella le gustaba que la abrace y le tome las manitos, o que le acaricie lentamente la pancita o baje por las piernas como dibujando con el dedo.
Esta acción la realizaba sin pensar que era una mujercita entre mis brazos, solamente veía a la nena que de a poco estaba ganando mi amor y admiración.
Esto fue cambiando gradualmente, no recuerdo el momento bisagra en que empecé a ver sus curvitas como algo sensual.
El tema es que ya me agradaba darle unas palmadas en la cola, jugando, pero dejando la mano un poco mas de tiempo en sus cachetes.
Por supuesto ella estaba encantada con estas formas de atención, ya que parece que antes estaba un poco relegada al estar todo el día sola y la madre que volvía de noche con mucho cansancio no era precisamente muy efusiva.
El asunto de las palmaditas fue siendo poco suficiente para calmar mis deseos de sentir esa carnecita, en mis ratos de ocio recordaba esa tersura de su piel, esa dureza de glúteos, ese tamaño y formas que parecían corresponder a una mayor edad.
Para satisfacer esas recientes ansias de un mayor contacto, me agachaba al lado de ella cuando estaba paradita haciendo algo e iniciaba una conversación trivial.
Esa conversación hacía nuestras posiciones absolutamente naturales y era perfecta para abrazarla por el talle.
Acariciarle los cabellos, bajar por su espaldita y detenerme en su colita, esa cola que me tenia mas desquiciado cada día.
Dado lo fino de la tela, la camiseta larga parecía otra piel permitiendo sentir el calorcito que emanaba desde su interior.
Ese calorcito se acentuaba en la medida que mi mano recorría territorios más abajo, acercándome a su trasero podía sentir el inicio de su bombachita, el fino elástico que iniciaba la prenda prohibida.
Esa prenda que asomaba cuando se agachaba a jugar, esa prenda que estaba en contacto con esas dos hermosas semiesferas de su cola.
En esa zona el explorar de mi mano se hacía mas lento, mas profundo, quería sentir bien las formas de eso, el límite que se forma entre la bombachita y la colita, ese calorcito que emana naturalmente.
Esas caricias se fueron haciendo más comunes hasta casi convertirse en una costumbre, cuando algún día mis actividades no permitían que estuviese mucho tiempo con ella, venía a mi oficina con cualquier pretexto para que la abrace y acaricie un poco.
Claro que esos momentos me sabían a gloria comprendiendo que yo no era el único necesitado de esos roces, que era algo que compartíamos como si fuese mi noviecita.
Además mi mano extrañaba ese explorar, ese sentir la piel como estremecerse al contacto con su trasero, esas carnecitas que pedían a gritos que las apriete entre mis dedos.
Para ese tiempo mi mente ya aceptaba la situación, era natural la excitación que me producía llegando a tremendas erecciones que trataba de disimular.
Supongo que a Alicia también le producía entre satisfacción y curiosidad, ya que su vista se dirigía a mi entrepierna en los momentos en que parecía que yo estaba en otra cosa.
Tal vez haya sido la razón inicial para que aveces me rozara esa parte, como jugando, como accidente, pero el tiempo que permanecían sus deditos hacía pensar que era intencional.
Una vez dejó la manita en ese sitio y cerrando los dedos apretaba suavemente, yo no sabía cómo reaccionar ante ésto pero ella alivió la situación al preguntar inocentemente porqué se me ponía mas duro y grande en ciertos momentos.
Allí no tuve más remedio que explicarle con términos casi médicos el mecanismo de reproducción, mientras estaba paradita a mi lado le acariciaba la colita por arriba del camisón explicándole que esos actos hacían disparar una reacción involuntaria que llenaba mi órgano de sangre preparándolo para el acto reproductor.
Para reafirmar estas palabras la instaba a sentir bien el contorno que se marcaba bajo mi pantalón y con sus manitas apretaba gustosa sintiendo las formas y tal vez adivinando cómo sería sin esa tela cubriendo todo.
Yo no estaba seguro de que fuese una situación sexual o solamente una etapa en el aprendizaje de la pequeña, difícil adivinar o imposible de preguntar si estaba excitada, solamente podía apreciar la naturalidad de su accionar mientras pasaba su mano y sentía a su vez mis dedos recorriendo su geografía posterior.
Si bien en los días siguientes ardía en deseos de levantarle la pollerita por detrás para apreciar esa bombachita preciosa y deleitar mis ojos en esa colita deseada, no hallaba pretexto u ocasión para tal acto.
Esto por un tiempito hasta que se contagió con una especie de virus en el cole, no era algo maligno pero debía medicarse y guardar un poco de reposo.
Siendo mi mujer profesional de la salud le dio poca importancia al asunto, tal vez recordando casos mucho mas graves de su experiencia diaria.
El caso es que le debía suministrar un jarabe y aplicar unos supositorios hasta el nuevo análisis que aconsejaría los pasos a seguir.
El primer día mi mujer venía cansada, con pocas ganas de nada cuando la llama a la nena al comedor para aplicarle el supositorio.
Haciéndola inclinar con los brazos en una silla en forma de L con la colita levantada, le sube el camisón ofreciéndome el espectáculo de mi vida.
Yo estaba sentado pensando en otras cosas cuando esto se desarrolla frente a mi vista: aparece esa bombachita blanca que tanto he imaginado cubriendo esa colita hermosa, más hermosa que lo que dejaban adivinar las prendas, tan apetecible que daban ganas de ir allí y morder esos cachetes.
Eso duró muy poquito tiempo aunque me pareció un deleite larguísimo que se ajustaba a mis deseos irrealizables, acto seguido tomó la bombachita y la bajó dejando al aire esos dos globitos que yo había degustado por encima de la ropa nomás.
Con una mano le abrió los cachetes y con la otra le introdujo el supositorio repentinamente; en ése momento yo no percibía la tosquedad de sus actos ya que estaba deleitado con esa profundidad que tenía el surco, yo lo imaginaba mas llano.
Era algo admirable lo hondo que estaba ese hoyito marrón acostumbrado a hacer caquita, pero no a sentir algo en sentido contrario, que le entre y de esa forma brusca.
Alicia pegó un gritito con algo de llanto mientras la madre le decía que eso no era nada, que se lo aguante.
Supongo que toda la ternura acumulada en mi corazón explotó en ese momento ya que sentía unas gotas resbalar por mi mejillas, así como un deseo irrefrenable de ir corriendo a abrazar a mi bebita para consolarla y compartir su pesar.
Eso no lo pude hacer por razones obvias, pero la solución fue provista por mi propia esposa al decirme que las próximas aplicaciones me correspondían a mi, que le tenía más paciencia a la mocosa malcriada.
Al menos pude disfrutar de su compañía cuando vino con carita llorosa a sentarse sobre mi falda, en el camino se subía y acomodaba la bombachita lo que me ofreció la vista de su parte delantera, aún no había ni vislumbrado su tajito imberbe, y ese bultito se me antojó lo más gustoso que hubiese visto.
Como si fuese a reconfortarla la sentaba algo inclinada para poder llegar bien con mis manos a su parte posterior.
Le acariciaba la colita mientras susurraba en su oreja que ya había pasado todo, que no fue tan grave al final, que mañana me tocaría ponerle la medicina y que por supuesto yo sería mucho mas suave y gentil, sin hacerle doler nada.
En ese hablarle al oído sentía su cabello acariciar mi cara, podía aspirar ese aroma a mujercita que no había percibido antes, con mi nariz frotaba suavemente su cabecita y unas sensaciones embriagadoras me invadían, mientras luchaba para evitar la erección que crecía debajo de mi nena.
Las imágenes de la tele eran invisibles mientras permanecía en ese sillón abrazando a mi pequeña, acariciándola suavemente mientras pensaba cómo sería la tarde siguiente cuando me tocase aplicarle el supositorio.
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El día siguiente fue especialmente largo al esperar el retorno del colegio, más las horas hasta la aplicación del medicamento.
Creo que los pensamientos se focalizaban en ese instante de subir su pollerita, es ese momento que sería el inicio de una nueva vida, la finalización de deseos largamente incumplidos.
Es gracioso cómo las prioridades van cambiando desde planes majestuosos hasta simples deseos carnales, de cómo nos carcome el ansia de algo tan banal como ver debajo de un vestido, que era una meta de pibitos pero no ahora.
Al llegar Alicia del cole el recibimiento mutuo fue más afectuoso que otras veces, parece que ambos esperábamos con ansias el reencuentro.
Vino corriendo a mis brazos y la alcé sosteniéndola por la cola mientras me abrazaba, hablamos montones de pavadas para disimular los reales pensamientos que nos avergonzaban pero también nos arrojaban en brazos del otro.
Tal vez allí se selló ese pacto de silencio cómplice, ese hablar con las miradas que usábamos después al estar en público, ese saber que se comparte algo tan hermoso sin poder mencionarlo para no ensuciarlo.
Preparamos juntos una comida rápida utilizando todos los pretextos posibles para rozarnos, para sentir nuestra piel tocarse, para sabernos uno en la dualidad imposible.
El ritual para ir a sentarnos a mirar el noticiero cobraba otro significado, ya no importaba el mensaje que escupía el relator, eso era invisible frente a las sensaciones de sentarnos juntos, uno arriba del otro para ser más exactos.
Pero exteriorizar en palabras la situación no era nada fácil, hablábamos de tonterías mientras nuestras manos se buscaban, mientras recorría su espalda en una caricia interminable, mientras bajaba mi mano por un camino eterno que quería llegar yá, pero a la vez quería quedarse en todo el recorrido.
Como todo llega, así llegaron mis traviesos dedos al final de su espalda, a eso que aún no es la cola, a esa zona casi prohibida donde aún existe un retorno honorable pero ambos asentimos con la mirada que debíamos seguir.
Así que Alicia cerrando sus ojitos se dedicó a sentir ese mar de sensaciones, oleaje que yo solamente podía adivinar através de su respiración, por esos pequeños sonidos, casi quejidos, casi sensuales, todo casi, menos la certeza de que seguiríamos navegando esas aguas prohibidas.
Esas aguas contaban con muchos puertos pero ninguno definitivo, todos pasos obligados, todos con paisajes para descubrir y zonas para explorar.
El anclaje más próximo estaba en sentir realmente su colita, acariciarla ya sin pretender accidente alguno, juego alguno, acariciarla sabiendo ambos que estamos haciendo justamente eso, deseándolo, temiéndolo, pero cual droga adictiva sin poder negarnos.
Yo pensaba cómo podía ser que una mujer tan chiquita, un proyecto de mujer realmente, pudiese tener sensaciones similares a la excitación sexual; o si solamente era un juego para ella.
Pero verla suspirar calladita entre mis brazos echaban por tierra tales elucubraciones desatando al animal interno que llevaba sometido por tanto tiempo.
Olvidaba que era la hija de mi señora, casi una hija mía la dueña de esa bombachita que mis yemas recorrían.
En un instante así no se piensa en la satisfacción sexual convencional, en eyacular o algo así, solamente quería acariciarla con el ritmo adecuado para darle placer, con la presión justa en las zonas exactas.
Para arrancarle un suspiro más profundo, para saber que pude hallar la zona más sensible donde concentrar mi amor en forma dactilar.
Lentamente fui deslizando la mano por sus piernas y nuevamente camino arriba, pero esta vez por debajo de su camisón que era tan holgado como soñaba.
Subir la mano por la parte de atrás de sus piernas fue un sueño, el sentir que llegaba lentamente a unas montañitas de carne, su cola cubierta por esa eterna bombacha blanca que ahora descubría con dibujitos al verla de cerca.
Mis manos recorrían con total deleite cada centímetro de su humanidad trasera, se deleitaban dibujando a dedo los bordes de la tela, sintiendo la carnecita que venía al final de ella, y nuevamente pasaban al centro, a caminar en ese valle, centro de las dos montañas que lo flanqueaban.
Mi dedo hacía presión suavemente hacia adentro dejando la tela enterrada en esa colita y aumentando mis ganas de recorrerla nuevamente.
Así pasamos un rato, como jugando, ella con su manito que suavemente recorría mi indisimulable erección y yo recorriendo su trasero.
Nos sacó de la situación un llamado telefónico y debí seguir trabajando para lograr entregar algo en plazo.
Habíamos roto aquella barrera de la indecisión, esos juegos con "accidentes" que eran realmente un reconocimiento del terreno, una preparación para la batalla.
Sabíamos que las batallas se librarían en algún momento, que la guerra era prolongada y con final incierto, pero toda la artillería hormonal nos llevaba indefectiblemente a la confrontación.
Cayendo el atardecer regresó mi mujer cansada y comió algo dirigiéndose a dormir pero recordándome la obligación de atender a la pequeña en sus asuntos de salud.
Pasada una hora aproximadamente, me dirigí a nuestro dormitorio con un vaso de leche para ofrecerle, pero con la secreta intención de verificar su pesado sueño.
Saliendo con paso gatuno, (ahora me río de esas actitudes infantiles) me dirigí a la sala y con una sola mirada nos comunicamos con Alicia que el momento había llegado.
Vino hacia mí recordándome el tema pendiente y preguntó si traía las cosas para curarla, le sugerí que también trajese la crema que se usa para las manos.
El sólo hecho de pensar en una crema y en la colita de mi nena me produjo una tremenda excitación, casi de adolescente primerizo.
El brillo en su mirada al regresar con las cosas me dio a entender que sabía y esperaba lo que estuviese por suceder.
Con parsimonia, intentando eternizar el instante, le expliqué que la crema era para lubricar la entrada de su anito y la cápsula que debía introducirle allí.
Mientras desgranaba las palabras le acariciaba la colita desde abajo del camisón, tocando directamente esas zonas prohibidas.
Me preguntó si se quitaba la ropa pero le aconsejé que sería mejor levantarla solamente, me producía más morbo el subirle lentamente la prenda dejando al descubierto su bombachita.
Una vez en esa situación convinimos que sería más práctico si ella se acostaba de pancita en mi falda, dejando las piernas colgando y su colita en mis manos.
No pude resistirme de acariciar ese trasero aún enfundado en la prenda blanca, tocar esos ositos que adornaban su bombachita, procediendo muy lentamente a bajarla hasta la mitad de sus piernitas.
Allí estaba esa línea que divide ambos promontorios, esa raya profunda que culmina en un agujerito imposible, ese agujerito que era para hacer caquita pero que yo imaginaba como un hoyo al cielo.
Tenía los cachetes algo fríos por lo que me dediqué a masajearlos con fruición, haciendo circular la sangre y separando un poquito las masas de carne para apreciar aquel interminable valle.
Le hice entender que debía preparar la zona antes de la inserción para que resulte menos traumática y tomando un poco de crema del pote deslicé el dedo hacia el canal, hacia el centro pasando el índice suavemente de arriba abajo, por toda la ranurita que se me antojaba inmensa hasta llegar al hoyito oscuro, allí trazaba círculos tratando de distender aquel esfínter minúsculo, pequeño hasta comparado con mi dedo ni pensar en un aparato masculino penetrando allí.
Podía apreciar en su respiración acelerada que aquellos frotamientos le producían gran placer y creo que tanto como a mí, dediqué bastante tiempo a ese menester hasta llegar a introducir la puntita del dedo por su ano, sintiendo cómo de apoco se aflojaban aquellos músculos que mantenían cerrada la puertita.
Al rato me pareció prudente aplicar la medicina y tomando el supositorio lo embarré con la crema de manos, apuntando a su orificio inicié la presión y se introdujo casi solito, no podía creer lo fácil que era, por lo que empujé un poco con el índice para que entre más profundo diciéndole que era mejor mantener el dedo allí para que no se salga.
Con todas estas maniobras tenía un bulto descomunal acompañado por mi pantalón tipo pijamas de tela delgada que hacía sentirle a Alicia todo mi aparato en su pancita.
Al finalizar le dije "viste que no era doloroso en absoluto, solamente había que hacerlo con cariño", dibujándose una tremenda sonrisa en su carita se sentó como siempre en mi falda.
La expresión "como siempre" es relativa, ya que ella seguía con su bombachita abajo moviéndose lentamente para buscar diferentes puntos de contacto, sintiendo en su carnecita pelada al monstruo que la amenazaba debajo.
Ambos pensamos lo mismo, Alicia se sentó medio inclinada para que mi mano llegase a sus partes, y de paso ella tenía el campo libre para apretar su nuevo juguete.
Supuse que sentía gran curiosidad por mejorar el tacto logrado, por lo que suavemente dirigí su mano al inicio de mi pantalón con elástico suave, así ella decidiría si quería continuar explorando.
Mis dudas se disiparon al sentir su manita bajando tranquilamente sobre mi piel desnuda hasta llegar a la punta del animal, allí se asustó un poco del tamaño pero muy suavemente lo fue recorriendo con los dedos, temiendo apretarlo y lastimarlo, hasta que finalmente lo rodeó completamente con la mano analizando mi expresión en busca de aprobación o mueca de dolor.
Demás decir que mi cara era un poema, la sensación de tener a mi bella nena tomando la carne directamente entre sus manos era estremecedora.
En esa posición fui acariciando suavemente su colita, como reponiéndola de un supuesto sufrimiento y recorriendo con la mano aquella zona donde se convierte en las piernas, esos muslos que enloquece mirar en la ropa de las mujeres.
Mis dedos recorrían toda esa geografía explorando algunas áreas que habría obviado anteriormente hasta descansar en el centro, en ese hoyito donde había penetrado un intruso cubierto de crema.
Ese agujerito ya no se sentía tan fuertemente cerrado como la primera vez, parecía relajarse al pasarle el dedo y amagar entradas furtivas, por lo que metí el índice en el pote de crema y lo deposité nuevamente en el glorioso centro, esta vez haciendo ligera presión circular aver si se permitía la entrada.
Fue cuestión de un ratito que tenía medio dedo insertado en el culito de mi nena y lo movía suavemente buscando puntos de placer.
Creo que su carita era tan un poema como mi expresión, yo trataba de no sentir demasiado su mano jugando en mi aparato para no terminar eyaculando, por lo que me concentraba en sentir mi mano en su trasero mientras que con otro dedo repasaba suavemente los labiecitos vaginales, en ese bultito que antes no había tocado.
Casi estaba con ganas de introducir un dedo allí también, pero me contuve y dediqué a la parte externa.
Algún punto por allí le producía especial placer, ella detenía el movimiento masturbatorio que me estaba realizando para entornar los párpados y sentir mis dedos viajeros, supuse que sería en su vaginita y allí redoblé mis esfuerzos y velocidad, hasta que la nena entró a emitir gemidos entre pequeñas convulsiones, lo que me hizo comprender que había logrado un orgasmo.
Con su cuerpito ya relajado de tanta tensión me dedicó una mirada y sonrisa que aún llevo grabada en mi mente, una especie de agradecimiento mezclado de amor, ternura y picardía, algo que me llevó a buscar sus labios con los míos y así sellar nuestro primer beso oficial.
La paré a mi lado, y luego de acomodarle bien la bombachita y su camisón la subí nuevamente a mi falda, para acariciarla lentamente y caer así abrazados y fundidos en un solo espíritu, en brazos de Morfeo.
(continuará)
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