Alicia 02/25
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por evloguer.
Alicia 02
Esa noche no lograba conciliar el sueño, la imagen de la colita de mi nena era constante.
Pensé en depertar a mi mujer para hacer el amor con la madre de Alicia, sería parecido a tener a su hijita pero bajé de la cama para dirigirme a la habitación de mi angelito.
Sus cabellos desparramados en la almohada y su dulce figura me tentaban a tirarme sobre ella y llenarla de besitos, pero suavemente deposité mis labios en su mejilla.
Arrodillado al lado de su camita levanté despacio su cobertor para admirar un ángel de carne tibia durmiendo, no recuerdo el momento de abrirme el pantalón pero tenía el miembro en la mano y moviéndolo lentamente mientras imaginaba que eran sus manitas las que me daban tanto placer.
Una mano ya reptaba por su espalda acercándome peligrosamente al delicioso traserito.
Mi hijita preguntaba somnolienta si ya era hora de levantarse, solamente le susurré que venía para asegurarme que no tenga la colita lastimada por la medicación de la tarde.
No sabía qué inventar para justificar que le estuviese tocando el traserito a medianoche pero mi nena aceptó muy naturalmente la explicación girando en la cama para darme la espalda y mostrarme la colita.
Ya no debía ser disimulado en mis intenciones, tenía su permiso para tocarla por esa zona; con mucha suavidad levanté la cobija del todo y la vista de sus piernitas terminadas en una bombachita blanca me erizaron la piel.
Disimuladamente me masturbaba mientras la otra se paseaba por esa prendita íntima.
Tuve que usar ambas manos para bajarle un poco la bombachita mientras le pedía que moviese una pierna para formar un 4.
La vista de su puchita imberbe y el anito miniatura casi me hacen eyacular instantáneamente debiendo reducir el ritmo de mi autosatisfacción mientras la otra mano se abría paso entre esas montañitas de carne tibia acariciando suavemente el anito de Alicia.
Mi chiquita se durmió nuevamente y aproveché levantándome para pasarle el pene por su colita divina, muy suavemente para no despertarla movía el glande por entre sus cachetitos casi tocándole la puchita.
Mi nenita se acomodó cerrando las piernas y mi pedazo quedó atrapado en medio de esos globitos, ya no le veía el agujero del culito y solamente lo podía sentir al pasar mi pito justo por encima.
Aunque deseaba pasar horas haciendo esto no logré demorar mi eyaculación mientras llenaba de moco blanco todo el potito de mi nena.
Esto la desepertó preguntando que le hacía debiendo explicar que estaba aplicando una pomada para curarle la zona.
El día siguiente fue especialmente largo al esperar el retorno del colegio, más las horas hasta la aplicación del medicamento.
Creo que los pensamientos se focalizaban en ese instante de subir su pollerita, es ese momento que sería el inicio de una nueva vida, la finalización de deseos largamente incumplidos.
Es gracioso cómo las prioridades van cambiando desde planes majestuosos hasta simples deseos carnales, de cómo nos carcome el ansia de algo tan banal como ver debajo de un vestido, que era una meta de pibitos pero no ahora.
Al llegar Alicia del cole el recibimiento mutuo fue más afectuoso que otras veces, parece que ambos esperábamos con ansias el reencuentro.
Vino corriendo a mis brazos y la alcé sosteniéndola por la cola mientras me abrazaba, hablamos montones de pavadas para disimular los reales pensamientos que nos avergonzaban pero también nos arrojaban en brazos del otro.
Tal vez allí se selló ese pacto de silencio cómplice, ese hablar con las miradas que usábamos después al estar en público, ese saber que se comparte algo tan hermoso sin poder mencionarlo para no ensuciarlo.
Preparamos juntos una comida rápida utilizando todos los pretextos posibles para rozarnos, para sentir nuestra piel tocarse, para sabernos uno en la dualidad imposible.
El ritual para ir a sentarnos a mirar el noticiero cobraba otro significado, ya no importaba el mensaje que escupía el relator, eso era invisible frente a las sensaciones de sentarnos juntos, uno arriba del otro para ser más exactos.
Pero exteriorizar en palabras la situación no era nada fácil, hablábamos de tonterías mientras nuestras manos se buscaban, mientras recorría su espalda en una caricia interminable, mientras bajaba mi mano por un camino eterno que quería llegar yá, pero a la vez quería quedarse en todo el recorrido.
Como todo llega, así llegaron mis traviesos dedos al final de su espalda, a eso que aún no es la cola, a esa zona casi prohibida donde aún existe un retorno honorable pero ambos asentimos con la mirada que debíamos seguir.
Así que Alicia cerrando sus ojitos se dedicó a sentir ese mar de sensaciones, oleaje que yo solamente podía adivinar através de su respiración, por esos pequeños sonidos, casi quejidos, casi sensuales, todo casi, menos la certeza de que seguiríamos navegando esas aguas prohibidas.
Esas aguas contaban con muchos puertos pero ninguno definitivo, todos pasos obligados, todos con paisajes para descubrir y zonas para explorar.
El anclaje más próximo estaba en sentir realmente su colita, acariciarla ya sin pretender accidente alguno, juego alguno, acariciarla sabiendo ambos que estamos haciendo justamente eso, deseándolo, temiéndolo, pero cual droga adictiva sin poder negarnos.
Yo pensaba cómo podía ser que una mujer tan chiquita, un proyecto de mujer realmente, pudiese tener sensaciones similares a la excitación sexual; o si solamente era un juego para ella.
Pero verla suspirar calladita entre mis brazos echaban por tierra tales elucubraciones desatando al animal interno que llevaba sometido por tanto tiempo.
Olvidaba que era la hija de mi señora, casi una hija mía la dueña de esa bombachita que mis yemas recorrían.
En un instante así no se piensa en la satisfacción sexual convencional, en eyacular o algo así, solamente quería acariciarla con el ritmo adecuado para darle placer, con la presión justa en las zonas exactas.
Para arrancarle un suspiro más profundo, para saber que pude hallar la zona más sensible donde concentrar mi amor en forma dactilar.
Lentamente fui deslizando la mano por sus piernas y nuevamente camino arriba, pero esta vez por debajo de su camisón que era tan holgado como soñaba.
Subir la mano por la parte de atrás de sus piernas fue un sueño, el sentir que llegaba lentamente a unas montañitas de carne, su cola cubierta por esa eterna bombacha blanca que ahora descubría con dibujitos al verla de cerca.
Mis manos recorrían con total deleite cada centímetro de su humanidad trasera, se deleitaban dibujando a dedo los bordes de la tela, sintiendo la carnecita que venía al final de ella, y nuevamente pasaban al centro, a caminar en ese valle, centro de las dos montañas que lo flanqueaban.
Mi dedo hacía presión suavemente hacia adentro dejando la tela enterrada en esa colita y aumentando mis ganas de recorrerla nuevamente.
Así pasamos un rato, como jugando, ella con su manito que suavemente recorría mi indisimulable erección y yo recorriendo su trasero.
Nos sacó de la situación un llamado telefónico y debí seguir trabajando para lograr entregar algo en plazo.
Habíamos roto aquella barrera de la indecisión, esos juegos con "accidentes" que eran realmente un reconocimiento del terreno, una preparación para la batalla.
Sabíamos que las batallas se librarían en algún momento, que la guerra era prolongada y con final incierto, pero toda la artillería hormonal nos llevaba indefectiblemente a la confrontación.
Cayendo el atardecer regresó mi mujer cansada y comió algo dirigiéndose a dormir pero recordándome la obligación de atender a la pequeña en sus asuntos de salud.
Pasada una hora aproximadamente, me dirigí a nuestro dormitorio con un vaso de leche para ofrecerle, pero con la secreta intención de verificar su pesado sueño.
Saliendo con paso gatuno, (ahora me río de esas actitudes infantiles) me dirigí a la sala y con una sola mirada nos comunicamos con Alicia que el momento había llegado.
Vino hacia mí recordándome el tema pendiente y preguntó si traía las cosas para curarla, le sugerí que también trajese la crema que se usa para las manos.
El sólo hecho de pensar en una crema y en la colita de mi nena me produjo una tremenda excitación, casi de adolescente primerizo.
El brillo en su mirada al regresar con las cosas me dio a entender que sabía y esperaba lo que estuviese por suceder.
Con parsimonia, intentando eternizar el instante, le expliqué que la crema era para lubricar la entrada de su anito y la cápsula que debía introducirle allí.
Mientras desgranaba las palabras le acariciaba la colita desde abajo del camisón, tocando directamente esas zonas prohibidas.
Me preguntó si se quitaba la ropa pero le aconsejé que sería mejor levantarla solamente, me producía más morbo el subirle lentamente la prenda dejando al descubierto su bombachita.
Una vez en esa situación convinimos que sería más práctico si ella se acostaba de pancita en mi falda, dejando las piernas colgando y su colita en mis manos.
No pude resistirme de acariciar ese trasero aún enfundado en la prenda blanca, tocar esos ositos que adornaban su bombachita, procediendo muy lentamente a bajarla hasta la mitad de sus piernitas.
Allí estaba esa línea que divide ambos promontorios, esa raya profunda que culmina en un agujerito imposible, ese agujerito que era para hacer caquita pero que yo imaginaba como un hoyo al cielo.
Tenía los cachetes algo fríos por lo que me dediqué a masajearlos con fruición, haciendo circular la sangre y separando un poquito las masas de carne para apreciar aquel interminable valle.
Le hice entender que debía preparar la zona antes de la inserción para que resulte menos traumática y tomando un poco de crema del pote deslicé el dedo hacia el canal, hacia el centro pasando el índice suavemente de arriba abajo, por toda la ranurita que se me antojaba inmensa hasta llegar al hoyito oscuro, allí trazaba círculos tratando de distender aquel esfínter minúsculo, pequeño hasta comparado con mi dedo ni pensar en un aparato masculino penetrando allí.
Podía apreciar en su respiración acelerada que aquellos frotamientos le producían gran placer y creo que tanto como a mí, dediqué bastante tiempo a ese menester hasta llegar a introducir la puntita del dedo por su ano, sintiendo cómo de apoco se aflojaban aquellos músculos que mantenían cerrada la puertita.
Al rato me pareció prudente aplicar la medicina y tomando el supositorio lo embarré con la crema de manos, apuntando a su orificio inicié la presión y se introdujo casi solito, no podía creer lo fácil que era, por lo que empujé un poco con el índice para que entre más profundo diciéndole que era mejor mantener el dedo allí para que no se salga.
Con todas estas maniobras tenía un bulto descomunal acompañado por mi pantalón tipo pijamas de tela delgada que hacía sentirle a Alicia todo mi aparato en su pancita.
Al finalizar le dije "viste que no era doloroso en absoluto, solamente había que hacerlo con cariño", dibujándose una tremenda sonrisa en su carita se sentó como siempre en mi falda.
La expresión "como siempre" es relativa, ya que ella seguía con su bombachita abajo moviéndose lentamente para buscar diferentes puntos de contacto, sintiendo en su carnecita pelada al monstruo que la amenazaba debajo.
Ambos pensamos lo mismo, Alicia se sentó medio inclinada para que mi mano llegase a sus partes, y de paso ella tenía el campo libre para apretar su nuevo juguete.
Supuse que sentía gran curiosidad por mejorar el tacto logrado, por lo que suavemente dirigí su mano al inicio de mi pantalón con elástico suave, así ella decidiría si quería continuar explorando.
Mis dudas se disiparon al sentir su manita bajando tranquilamente sobre mi piel desnuda hasta llegar a la punta del animal, allí se asustó un poco del tamaño pero muy suavemente lo fue recorriendo con los dedos, temiendo apretarlo y lastimarlo, hasta que finalmente lo rodeó completamente con la mano analizando mi expresión en busca de aprobación o mueca de dolor.
Demás decir que mi cara era un poema, la sensación de tener a mi bella nena tomando la carne directamente entre sus manos era estremecedora.
En esa posición fui acariciando suavemente su colita, como reponiéndola de un supuesto sufrimiento y recorriendo con la mano aquella zona donde se convierte en las piernas, esos muslos que enloquece mirar en la ropa de las mujeres.
Mis dedos recorrían toda esa geografía explorando algunas áreas que habría obviado anteriormente hasta descansar en el centro, en ese hoyito donde había penetrado un intruso cubierto de crema.
Ese agujerito ya no se sentía tan fuertemente cerrado como la primera vez, parecía relajarse al pasarle el dedo y amagar entradas furtivas, por lo que metí el índice en el pote de crema y lo deposité nuevamente en el glorioso centro, esta vez haciendo ligera presión circular aver si se permitía la entrada.
Fue cuestión de un ratito que tenía medio dedo insertado en el culito de mi nena y lo movía suavemente buscando puntos de placer.
Creo que su carita era tan un poema como mi expresión, yo trataba de no sentir demasiado su mano jugando en mi aparato para no terminar eyaculando, por lo que me concentraba en sentir mi mano en su trasero mientras que con otro dedo repasaba suavemente los labiecitos vaginales, en ese bultito que antes no había tocado.
Casi estaba con ganas de introducir un dedo allí también, pero me contuve y dediqué a la parte externa.
Algún punto por allí le producía especial placer, ella detenía el movimiento masturbatorio que me estaba realizando para entornar los párpados y sentir mis dedos viajeros, supuse que sería en su vaginita y allí redoblé mis esfuerzos y velocidad, hasta que la nena entró a emitir gemidos entre pequeñas convulsiones, lo que me hizo comprender que había logrado un orgasmo.
Con su cuerpito ya relajado de tanta tensión me dedicó una mirada y sonrisa que aún llevo grabada en mi mente, una especie de agradecimiento mezclado de amor, ternura y picardía, algo que me llevó a buscar sus labios con los míos y así sellar nuestro primer beso oficial.
La paré a mi lado, y luego de acomodarle bien la bombachita y su camisón la subí nuevamente a mi falda, para acariciarla lentamente y caer así abrazados y fundidos en un solo espíritu, en brazos de Morfeo.
(continuará)
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