Alicia 05/25
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por evloguer.
Alicia 05
El día siguiente mi mujer tenía franco, es decir estaría todo el día en la casa.
Ciertamente me alegraba la situación, podría evitar la cocina y la lavadora, tendría con quién conversar y todas esas cosas de la vida conyugal.
Pero esa llamada "vida" ya no era la misma, ahora otros pensamientos invadían cual hormigas la tranquila trama de los días repetidos.
Por supuesto que había un nombre propio para eso, era Alicia, mi pequeña Alicia, la hijita de mi señora y ahora también una hija mía.
Solamente que no era una situación para expresar, era una historia casi secreta, realmente era un replanteamiento de expectativas y logros.
Cuando se levantó mi bebita y encontró a su madre desayunando creo que se llevó igual sorpresa, ya que normalmente dedicaba los francos a cuidar pacientes particulares y hacerse sus dinerillos extra.
Su expresión denotaba sueño, pereza por salir temprano de la cama, pero a estas alturas yo había aprendido a leer entre líneas hasta sus mínimos gestos y creí adivinar un callado "¿ y ahora ?".
Claro que las demostraciones de afecto de la madre borraron rápidamente esas cosas de su carita, pero con un fugaz cruce de miradas nos dijimos "ésto es lo que hay, paciencia".
Creo que yo estaba enloqueciendo un poco al pensar que lograba una comunicación mental, aunque realmente la situación se reducía a interpretar pequeños detalles y ponerlos en un contexto que solamente los participantes de esa historia podrían hallar sentido.
Era lo que pasaba al llevarla al cole, aunque la madre estaba dispuesta a ello me ofrecí caballerosamente para que ella termine tranquilamente su desayuno.
En el trayecto caminábamos a un paso algo más lento del habitual, tal vez para estirar esos instantes de estar juntos y solos.
Sólos en el sentido que podíamos conversar mediante nuestro sistema especial, las manos tomadas con aspecto inocente pero que eran un canal de mensajes, un mover imperceptiblemente nuestros dedos y modificar la presión, en estos mensajes nos decíamos que al menos compartiríamos el techo, que la supuesta soledad y separación no serían tan acentuadas como la primera impresión nos dictaba.
Por más que los pasos se hacían mas lentos al acercarnos a destino, al final tuve que despedirme y plantarle un paternal beso en la mejilla, hablando bajito en lo que parecía un "pórtate bien, sé obediente" , pero que realmente decía que esta mañana estaba preciosa, que el brillo de sus ojos era especial.
Mientras volvía a casa desandando metros a baja velocidad para poder pensar en soledad, recordaba esa mención de sus ojos, realmente esa mirada iluminaba los tenebrosos pasillos de mi vida, eran un lucero que asomaba en mi existencia eliminando sombras y dudas que se acumulan con los años.
Pensaba si la atracción meramente física que suponía el inicio no se estuviese convirtiendo en algo más, en algo semejante a esa palabra que aterrorizaba mi mente, al concepto del AMOR.
Comprendía que eso no se podría desarrollar de modo convencional, que en caso de lograr conquistar el corazoncito de mi pequeña no podría ofrecerle el futuro que merecía su incipiente vida.
También comprendía que más allá de elucubraciones lógicas, seguiría ofreciéndole mi cariño incondicional, que aunque refrenase las manifestaciones físicas, éstas se irían incrementando gradualmente y de modo inevitable.
Al llegar al hogar, mi mujer ya estaba en sus tareas y eso me evitó una conversación que no estaba muy dispuesto a entablar.
Me dirigí a la oficina, realmente un cuarto al que había bautizado así por tener todos mis elementos de trabajo y que no se usaba para otra cosa.
Allí podría sumergirme en las ocupaciones habituales, realmente escaparme de los torbellinos que azotaban mi cabeza.
En cuestión de nada llegó la hora del almuerzo y con ella el retorno de mi princesa, esta vez no la podía abrazar o alzar con la efusividad deseada, un simple saludo debía suplir los impulsos que nos asaltaban.
Esta vez el almuerzo consistió en algo más elaborado que las cosas que preparaba estando sólo, la conversación giraba entre temas diversos pero nuestros ojos se cruzaban en instantes de complicidad, ni siquiera debía decirle que fuese discreta.
Aunque no tuvimos oportunidad anterior de planificar el tema, ni siquiera mencionarlo, las cosas se daban naturalmente, como el rozar de manos al pasarnos un plato, como el buscarnos los pies debajo de la mesa, como el hablar indiferente que no hacía más que acentuar que nada nos resultaba indiferente.
Luego del almuerzo mi señora no quiso que levante la mesa ni vaya a la cocina, así que cumplí con el ritual de sentarme frente al televisor, y con el volumen algo elevado para tapar posibles cuchicheos que cruzaríamos con mi nenita.
Ahora no se sentaba encima mío, ahora era toda una señorita con las piernitas cruzadas, aunque para tomar el control remoto u otras mil pavadas nuestras pieles se rozaban, nuestros brazos sufrían toda clase de choques.
Al rato vino mi mujer para acompañarnos, momento en que a mi ángel le dió un ataque de sueño quedando como desmayada en el sillón.
Luego de unos momentos de fingida conversación le dije a mi mujer que mejor llevaba a la nena a su habitación así descansaba mejor.
Creo que el relator decía cosas muy interesantes ya que solamente asintió con la cabeza, enfrascada en la pantalla.
La alcé en brazos suavemente como para no despertarla, y mientras nos alejábamos hacia sus aposentos demoraba la sensación de sus piernas flácidas que transmitían la tibieza a mis brazos.
Claro que ese brazo terminaba en una mano, y esa mano se movía lentamente y con un descaro que no nos permitían las anteriores miradas indiscretas.
Creo que demoré un siglo en llevarla así alzada, que minimizaba los pasos para contemplarla en ese estado de indefensión, de entrega, que exacerbaba mis sentimientos.
Dentro del dormitorio parece que tuvo una súbita recuperación ya que sus bracitos se aferraron a mi cuello y nuestras bocas se buscaron con desesperación, nuestros labios querían consumar en segundos lo que nos llevaba horas en tiempos normales, pero debía conservar las apariencias y la deposité en el lecho mientras trataba de despegar la mano de su colita, nada fácil por cierto, esa zona poseía un magnetismo muy difícil de superar, pero al final salí cerrando la puerta y tratando de disimular una erección.
Al rato de mirar una insulsa novela, ya estaba por levantarme para seguir en lo mío pero mi mujer manifestaba ganas de hacer una siesta también, tal vez para recuperar energías que pensaba utilizar a la noche, tal vez para sorber las energías mías que ahora tendrían dos destinatarias.
Sabiendo que contaba con un par de horas de tranquilidad me dirigí a trabajar, pero mi cabeza realmente estaba en aquella habitación cuya puerta acababa de entornar.
Luego de un prudente lapso, me encaminé despacito a visitar la nena.
Abrí la puerta despacito esperando encontrarme un recibimiento alegre pero se había dormido de verdad.
Era un encanto verla allí desparramada, con el camisón algo subido, tal vez corriendo por unas verdes praderas en su sueño.
Mis manos se dispararon hacia aquellas formas redondeadas y mi boca no se decidía entre aprisionar aquellos labiecitos entreabiertos o acompañar a los pícaros dedos que caminaban por geografías prohibidas.
Pese a la suavidad de mis movimientos, fue saliendo de su letargo y tomando conciencia de aquellos labios que depositaban besitos por sus piernas.
Creo que miraba desde antes con los ojitos entreabiertos, pero sus manos amasando mi cabello disiparon mis dudas y continué con el trabajo de adoración.
Ahora parecía más natural que mi boca se pose en sus partes íntimas, era lógico que le bese su bultito mientras las manos recorrían los alrededores, era natural que corriese un poquito aquella suave prenda de algodón para llegar a las escondidas profundidades, ahora mi lengua podía pasar por aquel canal que solamente conocían mis dedos, ahora podía depositar humedad directamente en aquel hoyito de mis sueños.
Parece que mi nena quería experimentar nuevas sensaciones ya que se puso de espaldas y se bajó la bombachita, el verla quitarse esa prenda y arrojarla con un pícaro gesto me produjo una violenta erección, casi desesperado le tomé ambas piernitas para levantar un poco la zona donde zambulliría mi cabeza, abriendo la parte donde mi lengua iniciaría un nuevo recorrido.
Una cosa es pasarle un dedo hasta dispararle sensaciones, otra es tener aquel manjar al alcance de la boca, de la mirada, de los dedos que deseaban conocer otros hoyitos.
La impaciencia de mi bebita parecía crecer con mi lento recorrido labial, tomaba mi nuca y la apretaba hacia abajo como indicando que debía hacer mayor presión en esas zonas que la catapultaban hacia el paroxismo.
No me hice rogar y me dediqué a lamer con fruición todo ese duraznito en crecimiento, ese tajito que parecía estar rodeado de un bulto que lo protegía pero que en realidad lo destacaba.
Podía percibir unos temblores que anunciaban un pronto desenlace, aprovechando la posición dedicaba uno de cada cinco lengüetazos a humedecer el agujerito posterior, tenía acceso a ambos en esa maravillosa posición y no se hizo esperar un índice que ansiaba introducirse allí.
Mientras comía aquella deliciosa fruta dejaba deslizar un dedo dentro de la humanidad posterior de Alicia, creo que era una situación de película, y otro tanto las caritas que ponía mi tesoro al sentir esos nuevos embistes.
No transcurrió mucho hasta que hizo explosión, su refrenado suspirar se tornaba muy evidente y temí por un segundo que atravesase las paredes para caer en oídos infieles.
La relajación súbita de su cuerpito me indicó que había llegado al final, pero mi dedo aún estaba perdido entre esas montañitas y la dí vuelta, panza sobre la cama, sin desenterrar el intruso que invadía su intestino.
El dedo casi se perdía en la profundidad de esa zanja que ahora relajada parecía de mayor profundidad, lo tuve que extraer con gran delicadeza y besando sus cachetitos, besando aquella zona donde la cola se confundía con el inicio de las piernas, lengüeteando nuevamente su vaginita desde atrás.
Decidimos en silencio que el tiempo no era nuestro amigo, y tapándola prolijamente volví a salir de la habitación con pasos lentos.
Mi boca aún conservaba el sabor de aquellos jugos, no eran los resabios ácidos que acostumbraban tener las mujeres adultas, era un elixir que no permitía que me lavase la cara, quería dejar esas fragancias secarse en mi piel e incorporarlas a mi ser.
Y así continué trabajando un rato hasta que ruidos en la cocina indicaban que se había levantado la mayor, no tuve más remedio que fingir cansancio y lavarme la cara para "despabilar", no sea cosa que ciertos olores despertasen ciertas dudas.
Era hora de aplicarle la medicación a la nena, al requerirme si le había puesto el supositorio los días anteriores tuve que asentir sin mencionar que tal vez lo había olvidado un par de ocasiones.
Me preguntó si quería aplicárselo y no me quedó mas remedio que poner cara de fastidio, como diciendo que era tarea de la madre pero que haría el sacrificio de perder el tiempo en banalidades.
Llamo a mi pequeña y le indico que se incline en una silla ya que debía ponerle el remedio, creo que su mirada azorada indicaba que no había relacionado la situación con un simple enfermero paternal, hasta que mi forzada indiferencia la convenció de actuar normalmente, hasta me dijo que le incomodaban esos tratamientos algo brutos.
Esta vez ella misma se subió la ropa hasta la espalda y bajó bruscamente la bombachita poniendo caritas de fastidio.
La situación hacía mi carne inflarse a proporciones difíciles de disimular, pero me paraba dando la espalda a mi mujer que parecía seguir haciendo cosas en la cocina.
Esta vez no habría cremita, no habría un lengua humedeciendo la zona, que aunque fue invadida anteriormente por mis dedos conservaba un aspecto minúsculo y cerradito.
Ardía en deseos de realizar todo suavemente, con todo el amor, pero abriendo los cachetitos con una mano le dije "aguantá que allí va" , procediendo a meter la cápsula en su anito.
Rápidamente se acomodó la ropa y siguió con sus juegos, era envidiable su capacidad de pretender que nada había sucedido, mientras yo no hallaba la forma de caminar disimuladamente a mi oficina para ocultar el gigantesco bulto que no lograba dominar.
Esa tarde transcurrió con normalidad, hasta luego de la cena cuando ya parecía más natural que Alicia se sentase en mi falda a ver un poco de tele.
Se movía despacito como intuyendo las torturas que me producía sentir su colita sobre mi delgado pantaloncillo, pasaba sus piernas por mis velludas extremidades como palpando aquellas sensaciones y cosquilleo.
La sostenía inocentemente por la cintura, como para asegurar su estabilidad, pero realmente su talle era un punto de lanzamiento para catapultar mis manos por otras zonas durante los minutos que lográbamos un poco de intimidad.
Aquella noche no me pude sustraer de las obligaciones maritales, ella había preparado el ambiente pensando en su goce personal y yo traía una presión difícil de disimular, por suerte en su mente se proyectaba la idea de que ella era la causante de la excitación.
Realmente tuvimos unos momentos de gran actividad, pero yo mantenía los ojos cerrados y sentía otra piel entre mis brazos, una piel más suavecita, una piel que parecía pertenecer a un angelito llamado Alicia.
(continuará)
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