Alicia 15/25
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por evloguer.
Alicia 15
Algo cansados del encuentro arreglamos un poco el desastre que exhibía el campo de batalla, la cama estaba hecha un revoltijo y parecía que allí habían jugado más que dos nenas.
Nos fuimos a sentar con aspecto inocente al consabido sillón mientras Sandrita estaba absorbida por unos cómic, ausente del mundo.
El día estaba llegando a su fin y con él terminaría la fogosa visita.
Deberíamos planear futuros encuentros, todo en un clima de total normalidad, o tal vez no tan normal.
Mi hijita le contaba a la amiga de mi viaje a la casa del señor Peñafiel y la pianista, yo no deseaba incluir a Mary en la futura aventura pero ya era tarde.
Ella visualizó la escena muy rápidamente, dijo que era lógico que un padre sólo y una hija pequeña terminasen atrayéndose, que era inevitable.
Decía que reprimiéndose solamente se ocasionaban torturas innecesarias.
Muy fácil de decir entre nosotros, pero yo no hallaba la forma, no podía ir a la casa del hombre y decirle que se arrime a la hija que estaba buenísima.
Alicia me recordó que nosotros empezamos con un supositorio aunque no era toda la verdad, yo miraba a esa nenita desde un poco antes.
En el colegio fue el primer relato que Mary escuchó sobre nuestra relación, dijo que mientras estaban en el baño y escuchaba esas palabras, se le estaba formando una mancha de humedad en la bombachita y que levantando el uniforme se la mostró a mi hijita.
Creo que fue la primera vez que mi nena puso su mano sobre una bombacha ajena llevada por otra mujercita que también le tocaba la puchita.
Parecía una buena excusa, pero solamente funcionaría si Margarita deseaba tomar la iniciativa, debería tratar de hablarle en ese sentido.
Mi cielito apretaba teclas del control remoto mientras su mano descansaba sobre mi entrepierna, deseaba tomar el control de carne y buscarle las teclas para oprimir, lástima que andaba la chiquita correteando y se estaba haciendo tarde.
Volvió mi mujer y todas se saludaron efusivamente, tenía dos hijitas ahora.
Debía regresar a las hermanitas a su casa pero decidimos comer algo antes.
Sandrita disparaba preguntas a mi señora que le pasaba la mano por la cabecita, la hermana quería que se decida a comer de una buena vez y la levantó sentándosela en la falda, esa falda cuya pollera se había corrido muy arriba.
Con una mano le daba la comida en la boca y con la otra sostenía a la criatura, o eso parecía.
Realmente estaba pasando los dedos por unas piernas adultas, debajo del vestido de mi mujer y estaba llegando al centro, las caras de la mayor cambiaban de colores, se quería hacer la disimulada pero gozaba como una perra.
Nos intercambiamos una mirada con mi cielito y decidimos que mejor nos retirábamos a mudar de ropa, ahora tocaba un viajecito y no saldría en camisón.
Antes de cambiarnos debía ser yo quien quitase esa prenda a mi chiquita y de paso le diese un par de chupones a esas futuras tetitas.
Cuando llegamos arregladitos y peinados, la mesa ya estaba tranquila: parece que la criatura había comido.
Hicimos el viaje con las tres nenas en el asiento trasero, llegamos a la casita de las hermanas y nos tuvimos que escapar de la madre que se deshacía en agradecimientos por haber llevado a sus hijas de paseo.
Mi reinita se trepó adelante y comentábamos acerca del agitado día, de los planes que deberíamos hacer para ayudar a mi empleador.
Cuando estacionamos me dijo que el tema del supositorio era importante, me hizo recordar cuál era la zona donde mis ojos se posaban disimuladamente antes de iniciar lo nuestro.
Quise reforzar los recuerdos tocando esa colita y metiendo un dedo por ese agujerito que había recibido el medicamento.
Todo esto en un par de minutos, debíamos entrar a la casa.
Nos acostamos y mi mujer estaba muy cariñosa, no paraba de mencionar a las nenas mientras me manoseaba fuerte la barra de carne, decía que nuestra hija estaba creciendo y era hora de explicarle algunas cosas, que la educación sexual impartida en el colegio era muy superficial.
También expresaba preocupación porque ahora María sentiría necesidad de un hombre y los muchachos conocidos eran tontitos.
Fui cayendo en el sueño sintiendo unas manos que masajeaban mi tronco, mientras pensaba hallar solución a todos los problemas que me habían comentado recién, sumado al problemita del supositorio.
Llegó la mañana trayendo otra jornada laboral.
Desperté un poquito tarde, mi nena ya se había puesto toda la ropa de colegio.
Igual la besé por todos lados y casi le hago caer las gomitas del cabello.
Cuando pude sacar las manos de su traserito nos dirigimos al colegio y la dejé salir corriendo a la puerta de entrada, casi era la hora del timbre.
De vuelta en casa me puse a buscar el número de teléfono de Peñafiel, luego de unos timbrazos ya estaba por cortar pero atendió Margarita diciendo que su padre tuvo que salir a una reunión pero que regresaría hacia el mediodía, agregó que me podría pasar por la casa más temprano así le daba tiempo a mostrarme sus pinturas, que la vez anterior ni pudo mencionarlas.
El viaje resultó muy rápido, casi no había tráfico y ya me hallaba llamando ante el portón, salió la chica con un vestido de entrecasa, al menos se había cambiado ese negligee del otro día, también su pelo estaba arreglado.
Le estaba por dar por un beso en la mejilla y torció un poco la cara, ya dentro de la casa le pedí que me disculpase, que solamente pretendía saludarla, que era normal darle un beso a alguien.
Bajando la carita ruborizada me dijo que estuvo fumando un cigarrillo a escondidas, que temía delatarse con el olor y que yo se lo contase al padre.
Le aseguré que era natural tener miles de secretitos así y que mi boca estaba sellada.
Agradecida me plantó un gran beso en cada mejilla y acercó su boca a mi cara, me pareció que estaba pidiendo ser besada pero me dijo que oliese su aliento, tenía razón: era delatador.
Me llevó de la mano a su habitación que parecía un salón de baile, eran gigantes los ambientes de esa casa.
Se puso a sacar muchos cuadros que tenía en un mueble, me iba explicando sus diversas técnicas pero yo solamente prestaba atención a su grácil figura, aún no podía adivinarle la edad pero era mayor que mi hijita sin llegar a la etapa de Mary.
Me encontré mirándola y ella movía la boca: "perdón, es que no me escucha ?", tuve que sacudir la cabeza para despejarme y confesarle que estaba perdido mirando sus ojos, que tenía unos ojitos preciosos y su madre debió ser muy hermosa para legarle esos atributos.
Esta confesión y haberle recordado a su madre la llenaron de emoción y casi se larga a llorar, la tuve que tomar de los hombros y luego abrazarla un poquito.
Me dedicó una mirada algo triste y con los ojitos húmedos, tomándole la carita estaba a punto de besarla cuando un rayo me trajo a la realidad.
"Perdoname Marga, me sentí al lado de mi hija y estaba por comerle la boquita, disculpame"
Los ojitos de ella se llenaron de luces y con una pícara sonrisa me largó: "pero acaso ustedes se besan ?"
Me sentía algo culpable, casi me propaso con la chica y encima me había delatado.
No me quedó más remedio que relatarle la doble vida que llevaba en casa, que mi nena me había ganado el corazón y que tres horas sin sentir sus labiecitos ya eran una eternidad.
Que no era un juego correcto pero las cartas venían barajadas así.
Se quedó pensativa mientras mientras estábamos sentados en su cama, al bordecito porque los cuadros ocupaban todo.
Ya estaba por retirarme de la casa, me sentía derrotado sin haber llegado a elaborar ningún plan de los que mascullaba en el viaje, pero me tomó las dos manos y me animó a contarle cómo había iniciado eso.
Parecía deleitarle una historia de amor, de pasión prohibida.
Medio avergonzado le confesé que el inicio no fue tan romántico, que me gustaba su colita y que mis ojos buscaban el instante en que distraidamente exhibiese su bombachita, que el verdadero amor comenzó después, después del supositorio.
Esa palabra la hizo tiritar como si un rayo le atravesase la espina dorsal, sin quererlo había mencionado la palabra recomendada por mi cielito.
La tranquilicé contándole que era una medicina que tuvo que aplicarse, que mis manos temblaban con solo recordar esos tiempos, pero que ahora vivíamos en un lago de felicidad absoluta.
El sonido de un automóvil entrando al garaje anunciaba la vuelta temprana de Peñafiel, no estábamos haciendo nada malo pero salimos apurados del dormitorio mientras Margarita espiaba de reojo un sospechoso bulto que se me había formado.
Ya estábamos prolijamente sentados en la sala cuando entró: "Hola !!!, perdoname pero tuve que salir de emergencia"
Le dije que necesitaba unos papeles que había olvidado el otro día, me costaba sostener la mirada de ese hombre que estaría pasando sufrimientos mentales similares a los míos.
En el viaje de regreso pensaba que tal vez había fracasado por exponer mis cuestiones, pero tal vez había logrado plantar una semilla, una palabra mágica que podría germinar.
Me bajé en la parada del colegio, necesitaba ver a mi bebita, mi sed ya no soportaba la espera para beber en el manantial de su boquita.
Faltaba bastante para el timbrazo de salida y me recosté contra la pared mientras observaba a un grupo de colegiales que estaban llegando para el turno de la tarde.
Se formaban conjuntos separados de amigos, chicos por un lado y chicas por otro.
Estaba seguro que ambos grupos se deseaban pero reían despreocupadamente, como si no les interesase el sexo opuesto.
Apenas se dibujó la silueta de mi nena en la puerta salí disparado, casi tropiezo y tuve que refrenar los pasos, no podía llegar corriendo a la puerta del colegio.
Salían las amigas de la mano y quería saltar encima de Alicia para abrazarla en medio de la calle, me contuve con un apretón de manos para Mary y me llevé a mi bebita de la mano a pasos agigantados.
Mi cielito temía que algo grave hubiese ocurrido, apenas cerramos la puerta de casa le tomé la carita con las manos y le dí un beso tan apasionado que se le cayó la mochila sin darse cuenta.
No le dejé tiempo para quitarse el uniforme, con dedos temblorosos lo desabroché y me prendí a su cuerpito.
Estaba en pollerita pero sin nada arriba, a mordiscones le saqué las gomitas del pelo mientras la dejaba deslizar hacia abajo, parecía escaparse de mi apretujón pero quedó frenada sintiendo que algo apretaba su entrepierna.
La carpa había crecido lo suficiente para sostenerla, aproveché para alzarla un poquito dejándola caer nuevamente, parecía que le estaba haciendo el amor con la ropa puesta.
Alicia estaba encantada con mi ataque de lujuria, no me conocía en ese estado de locura.
No quería ir al sillón y la llevé alzada al dormitorio grande donde caímos en la cama.
Mi boca no paraba de besarla por todos lados, mi lengua se metía en su ombliguito y al instante ya estaba besando su pancita y sus pechitos.
Al rato me calmé y acostándome encima de su cuerpito dejé los dedos enredarse en su pelo mientras nuestras miradas se encontraban, la besé dulcemente y le dije que la amaba con locura, que tal vez nunca se lo había dicho con palabras pero que moría por ella.
Su agitada respiración evidenciaba que todas esas demostraciones habían calado hondo, a manotazos nos sacamos la ropa que quedaba y nos sentimos piel contra piel, éramos una pareja deseándonos mutuamente.
Bajé a su puchita y me la comí toda, mi princesa temblaba como una hoja y apretaba sus piernitas contra mis orejas mientras se posicionaba para atraparme con su boca, quedamos en el famoso 69 sin planearlo y ahora tenía al alcance de mi lengua los dos agujeritos.
Tuve que meter un dedo en ese culito mientras arremetía su tajito con la lengua hasta llevarla al clímax.
Quedamos abrazados y exhaustos, mi manos acariciaban su cabecita y jugaban con su pelo, nuestros ojos se decían mil cosas mientras los labios se buscaban una y otra vez, con una paz deliciosa.
Mientras comíamos lentamente, con una mano en el cubierto y la otra agarrándonos, me dijo que esa prenda rosadita que estaba sobre la silla sería buen reemplazo para la que llevaba eternamente en el bolsillo, que era la bombachita usada el día que le contó del supositorio a Mary y la había guardado sin lavar.
Ayer se la volvió a poner y la había humedecido muchas veces pensando en nosotros, en la noche que le costó conciliar el sueño y se tocaba cada ratito hasta mi reciente euforia que la dejó casi empapada.
Claro que mis dedos salieron disparados a levantar el rosado tesoro, estaba realmente mojadita esa bombacha, la pasé lentamente por toda mi cara y aspiré hondo ese aroma de Alicia.
Luego en el sillón, abrazados y besándonos tiernamente, le conté del viaje y lo que dijo la hija de Peñafiel, cada detalle, no le ahorré descripción alguna, le dije que estando en esa casa reconocí cuanto la adoraba, que no podría vivir un minuto separado de ella, que no importaba si nos tocase vivir otras cosas pero que mi existencia le pertenecía.
Me dijo que buscarla a la salida del colegio fue una experiencia hermosa, que la repita mañana.
El tiempo pasaba volando y ya me encontraba nuevamente vigilando esa puerta enorme para que aparezca la silueta de mi angelito, estaba despidiendo a Mary cuando con carita tristona comentó que debería pasarse la tarde sola, que la madre viajó con su hermanita.
Parecía lógico traerla a casa y partí con una nena de cada mano.
Alicia le contaba que el recibimiento de ayer fue apoteósico y que ahora lo repetiríamos pero nuestra imaginación se frenó al entrar a casa y descubrir a mi mujer, se había tomado medio franco.
Cuando terminamos de comer, Mary se paró detrás de la silla de mi mujer y le arreglaba el peinado, esta vez quise intervenir en el jueguito y me puse atrás de la nena para ver mejor el trabajo de peluquería, para apoyarle fuerte en la colita mi pedazo de carne crecida.
Mis piernas temblaban por temor a ser descubierto por mi mujer pero un giño de hijita parecía aprobar lo que le estaba haciendo a su amiga.
Ya envalentonado metí la mano bajo su vestido hasta llegar a su colita acariciándola por encima de la bombachita.
Alicia se pasaba la lengüita por los labios disfrutando del espectáculo peligroso y no aguantándome le corrí la bombachita de lado liberando mi monstruo con la otra mano, nuevamente asombrado por el tamaño de esa colita procedí a pasar el glande por el medio de sus montañitas carnosas.
Resbalaba cada vez mejor y Mary estornudó clavándose mi humanidad en su puchita, tuvimos que permancer quietos disimimulando ante la verborrea de mi mujer que por suerte miraba en dirección opuesta.
Con un lento movimiento y tomándola de sus caderas le saqué lentamente el pito enterrado para de repente ensartarla hasta el fondo, la pobre ya no podía estornudar para disimular y le salió una tos bastante convincente mientras sentía el bicho metido hasta el fondo de su conejito.
Tuvimos que apurar el trámite y le dí caña hasta que nuevamente tosió pero ya no era tan convincente, sonaba a estar escondiendo un orgasmo; aprovechando que su cuerpito se sacudía un poco le deposité la ofrenda láctea en su conchita.
Eso sí: estaba mirando hacia mi nena buscando su mirada de aprobación.
Mi señora comentaba que el día lluvioso invitaba a una siesta, que nos fuésemos los cuatro a la cama grande, era espaciosa y podríamos conversar, que debía decirle unas cosas a su hija.
Claro que esa hija era mi angelito, era la dueña de ese pedazo que recién se refregaba por el trasero de la amiga y que se resistía a morir mostrando su tamaño, no importaba ya, nos fuimos todos al dormitorio nupcial.
(continuará)
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